El dolor era lo único que Kaeleen podía sentir. Era como si miles de agujas ardientes perforaran su piel desde el interior, recorriendo cada nervio de su cuerpo. Gritaba, pero su voz quedaba atrapada en su garganta, sofocada por la agonía que lo consumía. El mundo a su alrededor era solo oscuridad y un interminable sufrimiento que no parecía tener fin.
"Quédate despierto..." Las palabras del rey resonaban en su mente como una advertencia lejana, pero cada vez más aterradora. "Si te desmayas, morirás."
Kaeleen luchaba por mantener los ojos abiertos, pero el dolor era como un veneno que lo arrastraba hacia el abismo. "¡No puedo más!", pensaba, su mente al borde de la fractura. Las cápsulas metálicas en las que los habían colocado estaban llenas de sonidos escalofriantes, los gritos agonizantes de otros convocados llenaban el aire, un recordatorio de que muchos no sobrevivirían a esto. ¿Sería él uno de ellos?
Su cuerpo se sacudía de espasmos involuntarios, y por un instante, Kaeleen sintió que su consciencia se desvanecía. "No... no puedo..." Su cuerpo temblaba, sus músculos se tensaban al límite de lo posible. Cada célula en su cuerpo gritaba de dolor, como si lo estuvieran desintegrando desde adentro. El mana corría por sus venas como un fuego incontrolable, quemando todo a su paso.
"¡Voy a morir!"
El terror lo invadió completamente. Intentaba luchar, pero cada segundo que pasaba sentía como si sus fuerzas se desvanecieran más y más. "No quiero morir...", pensó, desesperado. "No así... no ahora...". Las palabras del rey volvían una y otra vez a su mente, martillándole los sentidos. "Quédate despierto..." Pero el dolor se hacía insoportable. El mundo alrededor de Kaeleen comenzó a desdibujarse en sombras borrosas, como si todo se estuviera alejando.
Justo cuando sintió que el abismo lo consumiría, algo cambió.
Una mano cálida tocó su hombro, suave, reconfortante. De inmediato, el dolor se desvaneció, como si nunca hubiera estado ahí. Kaeleen sintió un alivio abrumador que lo envolvía completamente. La sensación de consuelo era tan intensa que apenas podía pensar en nada más. Su mente, hasta entonces llena de sufrimiento, ahora estaba en paz.
Lentamente, Kaeleen abrió los ojos.
La cápsula a su alrededor estaba en silencio. El dolor se había ido por completo, aunque su cuerpo seguía temblando ligeramente. Se sentía adormecido, como si lo hubieran arrancado de una pesadilla que apenas podía recordar. Miró a su alrededor, desconcertado. Ya había terminado el proceso.
Kaeleen intentó moverse, y con un esfuerzo que le resultó extraño, empujó la puerta de la cápsula para salir. Al hacerlo, un olor nauseabundo lo golpeó con una fuerza casi física. Miró dentro de la cápsula y se dio cuenta de que estaba llena de un líquido negro y espeso que despedía un hedor insoportable, como si fuera la esencia misma de la muerte y la podredumbre.
"¿Qué es esto...?", murmuró, tapándose la boca y la nariz para no vomitar.
Se apartó rápidamente de la cápsula, apenas procesando lo que había pasado, cuando escuchó pasos a lo lejos. Vio a otros convocados siendo escoltados por guardias hacia otra habitación. Pero algo no estaba bien. Kaeleen notó de inmediato lo que había cambiado: había muchos menos personas que antes.
"¿Dónde están todos?", pensó con el corazón acelerado. Recordaba haber visto miles de personas al inicio, pero ahora, apenas quedaban unos cientos. Estaba perdido en sus pensamientos, intentando asimilar la situación, cuando un guardia pasó a su lado y le lanzó una mirada de disgusto.
"¿Qué pasa contigo, chico?", le dijo el guardia, arrugando la nariz. "Apestas como si te hubieras revolcado en mierda. Muévete, tienes que ducharte antes de que todos se desmayen por tu hedor."
Kaeleen, aún desorientado, se llevó la mano al cuerpo y sintió la pegajosa capa de fluido negro que lo cubría. El olor era nauseabundo, pero hasta ese momento no había sido consciente de ello. "Esto... esto estaba en la cápsula...", murmuró para sí mismo, todavía aturdido por la experiencia. El guardia no le prestó atención, solo lo empujó para que se moviera.
Mientras Kaeleen caminaba hacia el resto del grupo, escuchó una voz a su derecha.
"¡Malditas máquinas!", gruñó un guardia, maldiciendo en voz alta. "Otra vez se jodió una cápsula. Ahora el pobre desgraciado adentro está desmembrado y tengo que limpiarlo. No sé por qué demonios tenemos que hacer esto por estos inútiles." Su tono era despectivo, y hablaba con el mismo desprecio que había notado en otros guardias.
Kaeleen sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. ¿Una cápsula había matado a alguien? Su cuerpo se paralizó por completo al escuchar las palabras del guardia. "¿Nos ven como basura?", se preguntó, sintiendo una mezcla de pánico y rabia. Apenas podía procesar lo que escuchaba, cuando algo más llamó su atención.
Frente a la entrada de las duchas, una mujer estaba llorando, desesperada. Estaba arrodillada frente a otro guardia, agarrándolo por la pierna, rogando entre lágrimas.
"¡Por favor, no encuentro a mi hermano! ¡Él estaba conmigo cuando llegamos!", gritaba la mujer, su voz quebrada por la desesperación.
El guardia, visiblemente molesto, trató de quitársela de encima de una patada. "Probablemente ya esté muerto. Seguramente era un debilucho de mierda. Solo uno de cada diez sobrevive al proceso, así que lo más seguro es que haya terminado como los demás."
El corazón de Kaeleen se detuvo por un segundo. "¿Uno de cada diez?" La mujer rompió en un llanto desgarrador, sus palabras ahogadas en dolor, mientras los otros guardias se reían burlonamente de su desgracia.
"¡Nos mintieron! ¡Nos dijeron que estaríamos bien!", gritaba la mujer, pero su voz fue interrumpida cuando el guardia hizo un gesto a otros dos. "¡Llévensela!", ordenó con indiferencia. Dos soldados la agarraron por los brazos y la arrastraron fuera de la habitación mientras ella seguía gritando y resistiéndose.
Kaeleen se quedó paralizado, mirando la escena con incredulidad. "Todo esto... ¿era una trampa?". Los pensamientos cruzaban su mente como relámpagos. El reino... la protección... ¿era todo una mentira?
Antes de que pudiera procesar más, un caballero lo empujó suavemente por el hombro. "Vamos, sigue caminando. No te quedes ahí parado. Hay cosas que hacer." El tono era impersonal, casi irritado.
Kaeleen, con la mente aún nublada, asintió débilmente y siguió caminando. El mundo que había creído ver se estaba derrumbando a su alrededor. El sueño de una oportunidad nueva, de una vida mejor, se desmoronaba frente a sus ojos. Apenas consciente de sí mismo, entró a las duchas donde el trato hacia ellos era impersonal y frío, como si fueran animales.
"Desnúdense y báñense," gritó otro guardia, señalando las duchas colectivas.
Kaeleen, sintiéndose despojado de toda dignidad, obedeció en silencio. Mientras el agua fría caía sobre su cuerpo, se llevó una mano a la cara y sintió cómo las lágrimas comenzaban a brotar, mezclándose con el agua. No quería que nadie lo viera llorar, no quería parecer débil, pero el peso de todo lo que acababa de vivir era demasiado. Lloraba en silencio, sin emitir sonido alguno, intentando procesar lo que acababa de presenciar.
De repente, sintió una mano fuerte darle una palmada en el pecho.
"No te preocupes, chico.", dijo una voz grave y amable. "Todo saldrá bien."
Kaeleen miró hacia arriba y vio a un hombre corpulento, con un gran bigote y una sonrissa amplia. "Limpia esa cara," dijo el hombre, dándole otra
palmada en el hombro. "Si te ven llorar, podrías meterte en problemas. Estos cabrones no tienen piedad."
Kaeleen se secó el rostro rápidamente, siguiendo el consejo. El hombre era mucho mayor que él, de espalda ancha y pecho peludo, pero su presencia era reconfortante. "Gracias," murmuró Kaeleen.
El hombre le guiñó un ojo y sonrió. "No hay de qué, chico. Esto es una mierda, pero sobreviviremos. Ya lo verás."