Era un día como tantos otros para aquel individuo que, poco a poco, comenzaba a resentir su propia existencia por la falta de valentía para enfrentarse a quienes lo rodeaban. La sombra de la pérdida de sus padres, ocurrida cuando apenas era un niño, seguía proyectándose sobre su vida. Desde entonces, se vio obligado a vivir con parientes distantes que, más que ofrecerle apoyo, lo veían como una carga económica adicional en sus vidas.
En la rutina escolar, se convertía en el blanco constante del acoso: sus compañeros, ávidos de diversión cruel, no dejaban pasar la oportunidad de golpearlo física y emocionalmente. Incluso las compañeras de clase, lejos de ofrecerle consuelo, contribuían al tormento, utilizando tácticas de extorsión y manipulación psicológica para su entretenimiento.
Cada día se convertía en una prueba de resistencia en su lucha diaria contra la miseria que lo envolvía, pero aferraba la esperanza de que algún día las circunstancias cambiarían. Soñaba con el momento en que finalmente terminara la escuela y encontrara un trabajo que le permitiera dejar atrás aquel tormento constante.
«Debo aguantar un poco más», pensaba y repetía una y otra vez para mantener la poca cordura que le quedaba.
En medio de esa desolación cotidiana, un rayo de luz pareció abrirse paso en su vida. Un sobre rosa y perfumado, fuera de lugar en su entorno hostil, apareció misteriosamente en su carpeta. Aunque al principio pensó que se trataba de alguna burla cruel, la sorpresa y la incredulidad se apoderaron de él al descubrir que contenía una carta de amor.
La firma al final de la carta lo dejó sin aliento: era de la presidenta del consejo estudiantil, la enigmática y hermosa joven que todos admiraban en la escuela. En ese instante, la esperanza renació en su corazón, y una chispa de alegría brilló en sus ojos cansados.
Con el corazón acelerado, vigiló cada minuto pasar en el reloj hasta que llegó el momento acordado. Con pasos llenos de anticipación, se encaminó hacia el lugar designado, la azotea de la escuela. Cada escalón ascendido era un paso hacia un destino incierto, pero su corazón latía con la promesa de un cambio. Al abrir la puerta de la azotea, una escena surrealista se desplegó ante sus ojos: allí, al final del camino, lo esperaba ella, radiante y serena, como una visión de esperanza en medio de su oscura realidad.
Cuando dio un paso hacia ella, ingresando a la azotea, sintió el chorro de agua fría caer sobre su cabeza, descendiendo por su cuerpo congelando cada rincón de su piel. La sensación lo estremeció, pero antes de que pudiera reaccionar, una nube de polvo blanco cubrió su presencia, revelando la travesura: harina.
En medio de la risa y las burlas que llenaban el aire, pudo distinguir las voces familiares de sus compañeros de clase. Lo observaban con cámaras en mano, grabando cada segundo de la humillación con una mezcla de diversión y crueldad. Incluso la presidenta, en toda su distinción, no pudo resistirse a la tentación de unirse a la mofa, riendo mientras intentaba contenerse.
—El perdedor realmente se creyó que me había enamorado de él —sus palabras resonaron con un desdén despiadado. —Ni siquiera puede defenderse. Jamás podría enamorarme de alguien así. Qué asco —su voz llevaba un tono de superioridad que cortaba como un cuchillo afilado.
Uno de sus compañeros, descendiendo del techo con una bolsa de harina vacía, agregó: —Les dije que esto sería oro. Solo miren su horrible cara. Quiere llorar. —El eco de la humillación se propagaba con cada risa y cada palabra de desprecio.
El enojo y la frustración lo invadieron, su corazón latía con furia contenida y una tormenta de emociones se desataba en su interior. Las lágrimas amenazaban con escapar, pero luchaba por mantener la compostura. Agachó la mirada, tratando de ocultar la vulnerabilidad que se asomaba en sus ojos.
—¿Qué les pasa a todos ustedes? —Su voz temblaba con impotencia. —¿Qué les hice para merecer esto?
—¿Acaso no lo sabes...? —el tono burlón de su compañero cortó el aire. —Tu mera existencia. Es increíble que no sepas eso al menos. Solo muérete, perdedor. —La crueldad en sus palabras era un golpe directo a su corazón ya lastimado.
Se sumió en un silencio abrumador, mientras algunas compañeras se acercaban a la presidenta para mostrarle el video de la vergüenza. Sus compañeros continuaron rodeándolo, disfrutando del espectáculo de su desdicha, alimentando el fuego de su dolor con cada mirada de superioridad.
La rabia crecía dentro de él, una chispa ardiente en medio de la oscuridad. Ya no podía soportar más el peso del maltrato, la injusticia de su tormento. Los puños se cerraron con fuerza, los dientes apretados contra la amargura que lo consumía. Resistió los insultos, las miradas de desprecio, pero su paciencia llegaba a su límite.
Finalmente, no pudo contener la ira. Con un giro repentino, arremetió contra ellos con la determinación desesperada de reclamar su dignidad. Su puño se lanzó hacia su agresor con la furia de años de humillación acumulada, pero el destino tenía otros planes.
La presidenta, en un giro inesperado de los acontecimientos, se convirtió en víctima involuntaria de su furia. El impacto fue repentino, su mejilla ardiendo por el golpe, sus ojos llenos de asombro y dolor. El silencio se apoderó del tumulto, una pausa tensa en medio del caos.
—Oi... Oi... Oi... ¡¿Cómo... te atreves?! —la voz de uno de ellos resonó con una furia amenazante. La violencia estalló en un frenesí descontrolado, un torrente de golpes y patadas que llovían sobre él sin piedad. Cada impacto era un eco de su sufrimiento, cada grito una exhalación de desesperación.
Se aferró al barandal, su única ancla en medio de la tormenta, su mirada perdida en el horizonte lejano. El mundo se desvanecía a su alrededor, la ira y la desesperación envueltas en una neblina de dolor y confusión.
Y entonces, en un momento de sorpresa, sintió el empuje de unas manos delicadas y pequeñas. Eran las manos de la presidenta, con el rostro enmascarado por la furia y la indignación, empujándolo una vez más hacia el abismo de la desesperación. La ironía del destino se revelaba en cada gesto, en cada palabra no dicha, en cada lágrima no derramada.
En ese instante, como si fuera la intervención divina de Dios o de algún poder más allá de la comprensión humana, el barandal cedió, sus oxidadas estructuras se desmoronaron ante la fuerza del destino.
El tiempo parecía estirarse como un elástico, cada segundo prolongándose en una eternidad suspendida. Sus ojos capturaron la incredulidad en los rostros de sus compañeros y de la presidenta, sus expresiones congeladas en un asombro silente mientras lo veían desplomarse hacia el abismo. El miedo se aferró a su ser con garras frías, una sensación de vértigo abrumadora que lo consumía en sus últimos instantes. En medio del caos, un deseo ardiente de venganza ardió en su interior, una llama de ira y resentimiento que amenazaba con consumirlo por completo.
El impacto contra el pavimento fue brutal, un estruendo sordo resonando en sus oídos mientras el dolor envolvía cada fibra de su ser. Un tormento agudo lo invadió, una oleada de sufrimiento que lo envolvía en su abrazo implacable. La tentación de gritar, de liberar el tormento en un grito desgarrador, lo acariciaba como una sombra oscura, pero incluso esa fuerza lo abandonó, dejándolo sumido en un silencio abrumador. La oscuridad lo envolvió, un velo de sombras que lo arrastraba hacia un abismo sin fin.
—Dime... —una voz serena emergió de las profundidades de la oscuridad, un susurro etéreo que desafiaba la quietud del vacío. —¿No es la vida injusta? ¿Es incorrecto anhelar la calma en medio del caos?
—¿Quién eres? —la pregunta brotó de sus labios, impregnada de desesperación y desamparo. —¿Dónde estoy? ¿Es este el umbral de la vida después de la muerte?
—¿Acaso no deseas el poder para forjar tus propios destinos? —la voz persistió, su tono sereno resonando como una melodía en el silencio de la eternidad.
Él sabía, con certeza, que nada en la vida podía ser tan sencillo como parecía a simple vista. La oportunidad de moldear su destino y alcanzar sus deseos más profundos conllevaría, sin duda, un precio inimaginable, una factura que tendría que pagar en algún momento.
—Sí, deseo esa oportunidad, pero soy consciente de que todo tiene un costo. ¿Qué me pedirás a cambio? —inquirió, con un atisbo de esperanza, mientras se aferraba a la posibilidad de un cambio radical en su vida.
La respuesta llegó con calma, en el eco de una voz que resonaba con promesas tentadoras y aterradoras a la vez.
—Propongamos un pacto: tú me asistes en mis propósitos y yo, a cambio, te otorgaré el poder para que nunca más tengas que sufrir —la voz, serena y enigmática, ofrecía un horizonte de posibilidades seductoras—. El poder de acceder a la riqueza, de desafiar a aquellos que te menospreciaron... El poder de enfrentarte a los poderosos sin temor.
—¿Y qué es lo que necesitas de mí? —inquirió, con un destello de intriga y cautela en sus ojos.
La explicación sobre la situación y las exigencias del trato se desplegaron ante él. La voz solicitaba su intervención para enfrentar a individuos similares a sus antiguos compañeros, aquellos cuya bondad era solo una fachada que ocultaba sus deseos egoístas. Sin embargo, el precio de esta transformación sería alto: ya no podría regresar al mundo que conocía; su destino residía en un mundo distinto, uno que él creía existir únicamente en la imaginación humana.
—Regresarás a la vida, te otorgaré un nuevo cuerpo para que habites en mi mundo. Soy uno entre los muchos dioses que gobiernan allí —continuó la voz, con un matiz de misterio en sus palabras—. Te brindaré conocimientos sobre mi mundo y, por supuesto, eliminaré tus temores para que te conviertas en un ser renovado.
—Antes de aceptar, debo hacer una pregunta —interrumpió, con determinación—. ¿Qué tipo de deidad eres tú?
La respuesta resonó en la oscuridad, tejiendo un tapiz de incertidumbre y reflexión.
—Depende del punto de vista de cada individuo —respondió la voz, desafiando la noción de divinidad—. Soy simplemente un dios entre muchos. Mi visión del mundo y mis acciones pueden ser interpretadas de diversas maneras: algunos me consideran malévolo, otros ignorante, y otros, simplemente, benevolente. La verdad sobre mi naturaleza reside en la percepción de aquellos que me observan desde sus propias perspectivas.
Él se sumergió en una profunda reflexión, consciente de las incertidumbres que el futuro le deparaba si decidía aceptar aquel trato.
—Antes de aceptar, ¿qué sucederá si rechazo tu propuesta? —indagó con una curiosidad creciente, necesitando entender las posibles ramificaciones de su elección.
—Si optas por no aceptar, te sumergirás en esta oscuridad indefinida por un tiempo, hasta que pierdas todo recuerdo de tu ser y tu identidad. Después, renacerás en un estado de pureza, sin pasado que te ancle al mundo —la voz, cargada de misterio, delineó las consecuencias de su negativa.
Aunque la idea no le parecía un destino adverso a primera vista, algo en su interior resistía la idea de perder la conexión con su pasado, con los resentimientos y las heridas que lo habían moldeado. Deseaba conservar esa llama de rencor, esa fuerza que lo impulsaba a enfrentarse a aquellos que lo habían lastimado, incluso en el más allá.
—Permíteme insistir —la voz resonó con compasión—. Observarte sufrir a manos de la crueldad humana me entristeció profundamente. Te ruego que tomes una decisión pronta; mi tiempo aquí es limitado. Anhelo no lamentar haber dedicado una porción de mi tiempo a alguien dispuesto a cambiar su destino.
—¿Hay algo más que no me estás revelando aún? —planteó su última interrogante, buscando desentrañar cualquier detalle que pudiera alterar su perspectiva.
—En mi mundo, la discordia y el caos reinan en estos momentos. Habrá quienes intenten manipularte o, peor aún, extinguir tu existencia. Te dotaré del conocimiento necesario para sortear estos peligros —respondió la voz con calma, delineando las sombras que acechaban en su nuevo camino—. Mi petición sigue siendo la misma: asiste a mis seguidores en su búsqueda de justicia. Adicionalmente deberás eliminar a tu antecesor. Más allá de eso, serás libre de elegir tu destino y actuar conforme a tu voluntad.
—Muy bien... —su determinación había cristalizado—. Acepto tu propuesta.
—No te arrepentirás de tu elección —la voz, ahora más tenue, se desvaneció lentamente en el vacío.
A medida que el chico se sumía en la negrura sin límites, experimentó una caída interminable, su conciencia desvaneciéndose gradualmente en el abismo del desconocimiento, mientras las puertas de su nuevo destino se abrían ante él.