El crepúsculo vespertino, con sus tonos anaranjados y púrpuras, marcaba el fin de un día tumultuoso y el advenimiento de la noche, envolviendo el campo de batalla en una atmósfera cargada de tensión y expectativa. El ejército demoníaco, inmutable desde las primeras luces del alba, permanecía como un oscuro telón de fondo ante el drama que se desarrollaba.
En el corazón del campamento, un vasto espacio se extendía, casi como un escenario natural para el conflicto que se desplegaba. En su centro, el rey demonio, jadeante y rodeado por dos de sus comandantes, compartía un momento de agotamiento junto a Luxuria, cuya expresión de aburrimiento apenas ocultaba su incomodidad.
—Ya está cansada, es nuestro momento —exhaló el rey demonio, luchando por recuperar el aliento—. Mostremos a esta maldita nuestro poder.
Desde el amanecer hasta el ocaso, el fragor del combate había sido constante. Los hechizos letales, lanzados por el rey demonio con la ferocidad de un torrente infernal, y los golpes calculados de sus comandantes, parecían estrellarse inútilmente contra la indomable fortaleza de Luxuria.
Ella, por su parte, se movía con gracia entre los ataques, esquivando con destreza los embates de sus enemigos. Sin embargo, el constante movimiento cobraba su precio, y el dolor punzante en sus pies apenas era mitigado por la urgencia de la batalla. Sus propias habilidades, como la oscura "miseria", eran lanzadas con precisión mortal, aunque solo tras sufrir el embate de un ataque enemigo.
La confrontación se tornaba una lucha de resistencia, un duelo de resistencia donde el primero en flaquear sería el derrotado.
Con la llegada de la noche, un comandante, cuya palidez superaba la del propio rey demonio, emergió renovado, como si una fuerza desconocida lo revitalizara. Observando el fatigado esfuerzo y cansancio del rey demonio decidió intervenir, deteniendo la contienda con una sola palabra, impregnada de irritación y respeto por la tenacidad de los adversarios.
—¡Suficiente! —clamó con voz autoritaria— ¡Han demostrado su fortaleza! Descansen, ¿de acuerdo?
—¡Insolente! —el rugido del rey demonio resonó en el aire, cargado de furia— ¿Ahora que has recuperado tu poder te atreves a interrumpirme? Espera a que amanezca; recibirás un castigo adecuado.
—Todo es culpa de esa miserable mujer —el Orco Jábalo jadeaba, su aliento pesado como el eco de una batalla reciente.
—¿Acaso no tienes honor? ¿Acaso no tienes lealtad? —el Minotauro inquirió con voz grave, su mirada feroz y desafiante—. No descansaré hasta verla arrodillada y suplicando el perdón del Rey.
—¡Eh! ¿Arrodillada yo? A callar vaca mugrosa, arrodillada estaré en tu culo, bastardo —Luxuria estaba exaltada, su voz resonaba con un desafío despiadado—. ¿Sabes...? Me dio hambre, tengo deseos de una deliciosa barbacoa, solo me falta la vaca.
Los pies de Luxuria gritaban de dolor, cada paso resonaba con la agonía de la fatiga. Quería terminar, pero no estaba dispuesta a dejar ganar a esos tipos. Había decidido no utilizar las habilidades que significaban muerte segura, pero ahora, en medio del cansancio y la rabia, consideraba desplegarlas sin vacilar. No tendría por qué sentirse mal por ellos; después de todo, la declaración del rey demonio fue el detonante de todo este conflicto.
El comandante pálido, con una expresión de seriedad y preocupación en su rostro, se adelantó con calma hacia Luxuria. Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de una serenidad que contrastaba con la tensión palpable del lugar. —Disculpe al tonto de mi rey —comenzó, su voz resonando con una mezcla de deferencia y decepción. —A veces es bastante impulsivo.
Su mirada se desvió hacia el rey demonio, cuya figura se alzaba con un aura de poder y fragilidad al mismo tiempo. —Nos mostraste lo débiles que somos —continuó el comandante dirigiendose a Luxuria, su tono firme pero respetuoso. —Y por eso ahora te pido humildemente que te unas a nosotros.
La sorpresa destelló en los ojos de Luxuria. La oportunidad se extendía ante ella como un regalo inesperado en medio del caos y la confrontación. Sin embargo, su semblante apenas reveló la emoción que bullía dentro de ella.
—¿A quién llamaste tonto? —rugió el rey demonio, su voz llena de furia contenida, mientras su mano apretaba el mango de su espada con fuerza. —¡Yo soy tu Rey! ¡Muestra un poco de respeto!
Luxuria, con su perspicacia y agudeza, no pudo dejar pasar la oportunidad de intervenir. Con una mirada que desafiaba al orgullo desmedido del rey, sus palabras resonaron con claridad. —Deberías saber que un líder sin seguidores no es más que una persona dando un paseo —dijo, su tono tranquilo pero cargado de mofa. —Ningún régimen tiránico puede sostenerse contra la marea de la voluntad del pueblo.
El rey demonio, herido en su ego y desafiado en su autoridad, escudriñó a sus súbditos en busca de algún indicio de apoyo. Sin embargo, solo encontró miradas evasivas y silencios cómplices que confirmaban las palabras de Luxuria.
Con un estallido de ira y desesperación, el rey demonio proclamó su defensa con voz temblorosa. —¡No soy un tirano y aquellos que digan lo contrario morirán!
Pero sus palabras solo sirvieron para avivar el fuego de la crítica. Luxuria, imperturbable en su postura desafiante, arremetió una vez más contra él, haciendo que su imagen se desdibujara aún más ante sus seguidores.
—¡Muere, maldita! —gritó el rey demonio, lanzándose hacia Luxuria con la ferocidad de un depredador desesperado por restablecer su dominio.
El lugar se llenó de la tensión palpable de la magia oscura y la determinación inquebrantable. El rey demonio canalizó su poder en un golpe mortal, pero Luxuria lo esquivó con la gracia de un danzarín que desafía la gravedad.
Con un gesto de fastidio y hastío, Luxuria pronunció una sola palabra. El impacto fue instantáneo. El rey demonio cayó al suelo, retorciéndose en agonía mientras la realidad de su propia fragilidad se manifestaba ante él.
El comandante pálido observó la escena con una mezcla de compasión y resignación. Sabía que el camino hacia el poder verdadero no estaba pavimentado con la tiranía y el desprecio. —No llegarás a ningún lado si sigues así —murmuró, su voz cargada de lamento. —Ya deberías haberte dado cuenta de su fuerza. Ni siquiera ha sudado o atacado.
El Orco Jábalo, en un intento desesperado por proteger a su líder, gritó con fervor, ignorando las verdades que resonaban en las palabras del comandante. Pero sus esfuerzos se perdieron en el eco de la derrota y la revelación.
Luxuria se encontró reflexionando sobre su propia transformación interior. La pena y el miedo, antes compañeros constantes en su ser, ahora se habían desvanecido, como si nunca hubieran sido parte de ella. No experimentaba ningún remordimiento por las afiladas palabras que podían cortar como cuchillos, y se preguntaba si incluso sentiría algún atisbo de culpa al arrebatar vidas con la misma facilidad.
El tenso cruce de palabras se prolongó durante varios minutos, hasta que finalmente el comandante pálido logró interponerse entre ellos y detener la escalada de tensión. Sin embargo, las miradas ardientes de odio del Rey Demonio y sus generales, el Orco Jábalo y el Minotauro, seguían fijas en Luxuria, quien los enfrentaba con una extraña sensación de superioridad. Este desafío silencioso solo avivó aún más la ira del Rey, quien interpretaba la actitud de Luxuria como una burla descarada, no como un simple desafío a su autoridad.
—Ahora que todos han recobrado la calma... —dijo el Comandante Pálido, con voz serena— en nombre mío y de mi rey, deseo reiterar nuestra propuesta. Sacerdotisa de Chaos, te instamos a unirte a las fuerzas de mi soberano y a colaborar en la victoria de esta guerra.
—¡No hables en mi nombre! —gritó el Rey Demonio, con voz llena de autoridad— La iglesia de Chaos tiene el deber ineludible de participar en las guerras santas. Si no colabora, puedo terminar con ella aquí mismo.
Luxuria, enarbolando su propio estandarte de independencia y desconfianza, no tardó en responder:
—¿Por qué habría de ayudarles? —inquirió, mientras sentía el ligero dolor que acompañaba la información recién adquirida sobre la iglesia de Chaos—. No he recibido órdenes ni autorización para intervenir en esta guerra. Además, intentaron obligarme y asesinarme. Si la Iglesia llega a conocer estos hechos, estoy segura de que ese rey será considerado un hereje, excomulgado y juzgado.
El comandante humano de los ojos púrpura emergió entre los soldados, tratando de persuadirla con argumentos más racionales:
—Compensaremos generosamente a la Iglesia de Chaos. Necesitamos a alguien de tu calibre en el campo de batalla —dijo con convicción—. Además, como Sacerdotisa de Chaos, posees habilidades curativas que podrían ser de gran utilidad. Con tu nivel de poder, dudo que esa capacidad sea algo trivial.
Los sacerdotes de Chaos, al igual que los de otras iglesias, poseían el don de curar, pero la esencia misma de su fe los distinguía. El poder sagrado del Caos y la ferviente guerra que promovían fortalecían y avivaban el fervor de sus seguidores.
—Contamos con suficientes sanadores, pero necesitamos el respaldo de la Iglesia de Chaos para fortalecer nuestras filas y curar con mayor eficacia. Solo así podremos equilibrar la balanza y plantar cara al Reino Unido —añadió el General Pálido, con un tono persuasivo.
En ese instante, Luxuria sintió un leve dolor de cabeza al recibir nueva información. Esta vez, se trataba de detalles sobre la Santa del Reino Unido, una mujer de la raza élfica elegida por el Dios de la Luz, quien le otorgó poderes sagrados para curar y guiar a sus seguidores y aliados en la lucha contra el caos y la oscuridad.
—La Santa del Reino Unido debe ser un auténtico dolor de culo —murmuró Luxuria, dejando que la información sobre esa persona se desplegara en su mente.
—Exactamente —respondió el Rey Demonio, sus palabras resonando con una mezcla de frustración y admiración. —Esa maldita mujer tiene un gran don para sanar a los heridos. Además, su posición está fortificada por sacerdotes guerreros y soldados de élite. No podemos simplemente acabar con ella, y cuando nos enfrentamos a su presencia, nos enfrentamos también a sus rayos de luz sagrada, que desintegran todo lo que tocan.
—Y en cuanto al Sacro Imperio Kraxo, están tan inmersos en su propia contienda por la sucesión imperial que han subestimado por completo la amenaza que representan los seguidores del Dios de la Luz —suspiró el Comandante de los Ojos Púrpura, reflejando la complejidad política y militar del conflicto. —Necesitamos tu apoyo; tu sola presencia podría elevar la moral de nuestras tropas, no solo como una Sacerdotisa de Chaos, sino como una mercenaria. He oído que las sacerdotes y monjes no dudan en aceptar trabajos incluso de monarcas si así lo desean.
—Si decides unirte a nosotros, te garantizo que serás registrada oficialmente como mercenaria y recibirás una generosa compensación, entre otras recompensas —añadió el Rey Demonio, resignado pero determinado, mientras se sentaba en el suelo y bajaba la cabeza en señal de reconocimiento a la necesidad de su ayuda.
A pesar del profundo resentimiento que albergaba hacia Luxuria, el Rey Demonio comprendía que no podía permitirse el lujo de despreciar su potencial. Era consciente de que, sin su colaboración, sus posibilidades de éxito en la guerra se desvanecerían rápidamente.
—Interesante... —murmuró Luxuria, contemplando al Rey Demonio con una mezcla de superioridad y desafío, mientras ajustaba los pliegues de su atuendo con gestos deliberados y adoptaba una postura seductora. En contraste, el Rey Demonio apretaba los dientes con furia contenida, marcándose la vena de la frente bajo la tensión del momento. —Parece que al menos reconoces la realidad de tu situación. Pero antes de dar mi consentimiento, me gustaría negociar algunas condiciones adicionales. ¿Sería posible incluir en mis recompensas dinero, mujeres, influencia política, y otras... gratificaciones?
Los comandantes y el Rey Demonio intercambiaron miradas de sorpresa y desconcierto. Aunque era común que los sacerdotes de Chaos buscaran compensaciones monetarias por sus servicios, la idea de solicitar mujeres u otros beneficios personales les resultaba inusual y hasta desconcertante.
—No creo que haya ningún inconveniente... —respondió el Comandante Pálido, su tono denotando cierta perplejidad ante la petición inusual de Luxuria. —Sin embargo, recuerda que no debes infligir daño a quienes te han contratado.
—Tus recompensas dependerán del valor de tu contribución y de tus proezas en el campo de batalla —añadió el Rey Demonio, poniéndose en pie con gesto autoritario. —Si logras enfrentarte con éxito a la Santa del Reino, recibirás todas las recompensas prometidas y mi apoyo personal para tu ascenso en la jerarquía de la Iglesia de Chaos. Demuestranos si puedes competir con su habilidad de sanación extraordinariamente rápida.
—¿Habilidad de sanación rápida? —exclamó Luxuria, su sonrisa adquiriendo un matiz aún más siniestro mientras se deleitaba con el reto que se le presentaba —Si eso es todo lo que tiene la Santa del Reino Unido, lamento decirles que el precio por mis servicios acaba de aumentar considerablemente. ¿Sanación rápida dices? Yo puedo hacer mucho más que eso: puedo curar, puedo devolver a la vida a los muertos, y puedo fortalecer a mis aliados. ¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja!
Sus risas resonaron con un eco malévolo, anunciando su determinación de desafiar y superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.