Revivir a los muertos representa un acto divino, una bendición que los dioses conceden como recompensa. Los grandes magos y hechiceros, cuando su poder alcanza su apogeo y están al final de sus vidas, pueden alcanzar este prodigio. Hasta entonces, en el mundo solo había unos pocos ancianos, contados con los dedos de una mano, capaces de invocar el regreso de los muertos. Sin embargo, en ese momento, Luxuria afirmaba con una arrogancia absoluta que poseía tal habilidad. La sorpresa estalló sin previo aviso, manifestándose en un grito unánime entre los presentes: —¡¡¡¿Qué?!!!
—¿Realmente puedes hacerlo? ¿No nos estás mintiendo, verdad? —exclamó el Comandante Pálido, acercándose a Luxuria con una ligera chispa de esperanza en sus ojos. —¡Por favor, dime que no es una mentira!
—¡Espera un momento! Debe estar mintiendo —intervino el Rey Demonio, con amargura reflejada en su semblante. —Solo hay unas pocas personas que poseen tal capacidad, y normalmente están al final de sus días. Mirala, es demasiado joven para haber alcanzado tal nivel de maestría.
—¡Maldita mujer! —gritó el minotauro. —¡¿Estás intentando engañarnos?!
—No estoy mintiendo. Ustedes saben muy bien que los sacerdotes de Chaos no podemos faltar a la verdad —contradijo Luxuria, utilizando el nombre de la iglesia de Chaos como respaldo. —Y si tienen dudas, ¿quién se ofrece voluntario para morir y ser devuelto a la vida? Pero que sepan que tendrá un alto precio.
—Espera... —intervino el Comandante Pálido antes de que Luxuria pudiera hacer daño al Orco Jábalo. —Si es cierto que puedes revivir a los muertos, dame un momento, te traeré algo.
El Comandante Pálido se alejó rápidamente, inundado de esperanza y alegría, adentrándose entre el mar de soldados.
—Está desesperado... —gruñó el Rey Demonio. —No puede olvidarla.
Unos minutos más tarde, el Comandante Pálido regresó con una pequeña urna dorada. Al acercarse a Luxuria, sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía el objeto que contenía los restos de su amada.
Se detuvo frente a Luxuria, sus ojos reflejaban una mezcla de esperanza y desesperación. Con un gesto solemne, entregó la urna.
—Todos los días... le ruego a Chaos que me devuelva a mi esposa —dijo el comandante, su voz apenas un susurro cargado de dolor—. Me uní al Rey Demonio para que Chaos me otorgara ese deseo y para vengarla. Esos miserables elfos me la arrebataron. Si puedes revivirla... Te daré todo lo que pidas, tendrás mi eterna gratitud.
Luxuria observó la urna con detenimiento, evaluando la posibilidad de cumplir con la petición del desconsolado comandante. En su mente, las ruedas de la magia giraban, calculando los requisitos necesarios para el acto de resurrección.
En ese instante, una leve punzada de dolor de cabeza la hizo fruncir el ceño, acompañada de la información sobre la habilidad "Resurrección Avanzada". Luxuria entendió lo que se requería y cómo llevar a cabo el proceso para devolverle la vida a la mujer cuyas cenizas descansaban en la urna.
Con cuidado, Luxuria abrió la urna y la dejó en el suelo. Luego, con un gesto decidido, se cortó la yema de uno de sus dedos y dejó caer una gota de su sangre sobre las cenizas, invocando el poder de la regeneración.
Inicialmente, nada pareció ocurrir. El aire permaneció tranquilo, pero pronto las cenizas comenzaron a moverse, agitadas por una fuerza invisible que las arrastraba hacia arriba, formando un remolino que se elevaba lentamente sobre la urna. Un resplandor verdoso empezó a irradiar desde el centro del remolino, cobrando forma y delineando las curvas de un cuerpo femenino.
La mujer que emergió de las cenizas era una visión de belleza, con cabello oscuro y sedoso, y una figura delicadamente esculpida. El Comandante Pálido quedó petrificado al presenciar el milagro que se desplegaba ante sus ojos, mientras que el Rey Demonio y los otros comandantes observaban con asombro.
Luxuria extendió su mano hacia el cuerpo recién formado, irradiando una oscura aura de poder. —Resurrección —pronunció con determinación, infundiendo vida en la figura inerte.
Los párpados de la mujer se entreabrieron lentamente, como si despertara de un sueño profundo. Al darse cuenta de su desnudez, cubrió su pecho y sus partes íntimas con las manos, mirando a su alrededor con desconcierto.
El Comandante Pálido no pudo contener las lágrimas, sus emociones desbordándose mientras se acercaba a ella con paso vacilante. —Arcedia... —susurró con voz temblorosa, extendiendo las manos hacia su amada con anhelo, hasta que finalmente la abrazó con fuerza, dejando escapar un torrente de emociones reprimidas.
Los presentes, atónitos ante el prodigio que habían presenciado, dirigieron sus miradas hacia Luxuria, cuyos ojos brillaban con una mezcla de malicia y codicia mientras observaba la escena con satisfacción.
De esta manera, el día llegó a su fin y cada uno volvió a ocuparse de sus quehaceres habituales. Luxuria, por su parte, se transformó en una mercenaria al servicio del Rey Demonio, asumiendo un papel que la llevaría a enfrentarse a algunos desafíos y a situaciones que pondrían a prueba su temple y habilidades.
Sin embargo, en la penumbra de aquella noche, dentro de una tienda de campaña lujosa, se encontraban el Rey Demonio, el Comandante Orco Jábalo y Luxuria, sentados juntos alrededor de una mesa finamente decorada y dispuesta, sus miradas se entrecruzaban en un ambiente cargado de incomodidad y tensión.
Fue Luxuria quien rompió el silencio con una pregunta cargada de incertidumbre: —¿Qué se supone que estamos haciendo aquí?
El Rey Demonio, apoyando los codos sobre la mesa y dejando caer la mirada como si estuviera exhausto, respondió con voz cansada: —Esperamos al resto...
Un largo período de silencio se apoderó de la estancia. El Comandante Orco Jábalo luchaba contra el sueño, inclinando la cabeza de vez en cuando y dejando escapar bostezos, mientras que el Rey Demonio observaba fijamente los detalles del mantel y los cubiertos. Por su parte, Luxuria, aburrida, jugueteaba con un tenedor entre sus dedos, sintiendo la pesadez del ambiente.
—¡Ese malnacido de Drákais...! —estalló de repente, mostrando su enojo y envidia —¡ahora está Fornicando con su esposa, ese bastardo... seguro que la está pasando bien...! Mejor comamos mientras esperamos.
Luxuria había sido invitada a esa reunión estratégica, reservada solo para comandantes y el Rey Demonio, donde se delineaban los próximos movimientos y estrategias en el campo de batalla. Sin embargo, se sentía algo desplazada, pues notaba cómo, de repente, aquellos individuos la trataban con formalidad o confianza, como si fueran viejos amigos.
Decidida a romper con el incómodo silencio, Luxuria retomó la conversación: —Y... ¿Por qué de repente son tan amigables? ¿Por qué me invitaron, si no soy más que una mercenaria?
El Rey Demonio, visiblemente nervioso, buscaba una respuesta entre los pliegues de la tienda, y con titubeante voz respondió: —Bueno... lo de antes... ¡era una prueba! ¡Felicidades, la aprobaste!
—Oh... ¿Una prueba? —Luxuria notó la ansiedad en sus palabras y no pudo evitar esbozar una sonrisa burlona —me alegra saber que la superé, pero esa "prueba" no fue para tanto... recuerdo que el Rey Demonio estaba temblando de miedo.
En aquel preciso instante, la carpa acogió a dos nuevas figuras: el comandante de los ojos púrpura y el imponente minotauro. Ambos escudriñaron el interior del recinto con una mirada aguda y penetrante, como si evaluaran cada detalle con meticulosidad.
—Veo que Drákais todavía no ha hecho acto de presencia —observó el minotauro con cuidado, procurando no dañar el techo de la carpa con sus imponentes cuernos. Luego, se aproximó a Luxuria con una amabilidad serena. —Perdona la tardanza en las presentaciones. Soy Asterión, general del Tercer Ejército y fiel comandante al servicio de Su Majestad el Rey.
—Y yo soy Porcum —anunció con un aire de orgullo el Comandante Orco Jábalo. —En el antiguo lenguaje de mi pueblo, mi nombre significa "Gran Cuerpo de Líder".
Luxuria, con su ya habitual ingenio, no pudo evitar una ligera burla: —Pensé que sería Cerdonio.
—¡Cerdonio es el nombre de mi padre! —exclamó Porcum con un tono aún más lleno de orgullo. —Es el título otorgado al campeón de los Orcos Jábalo. ¡Y algún día, yo también lo portaré con honor!
La presentación continuó con la entrada en escena del general de los ojos púrpura, quien, con una elegancia natural, se sentó en su silla y se presentó cortésmente: —Soy Belatucadros, pero puedes llamarme Dros. Es un placer conocerla, Sacerdotisa de Chaos.
Luxuria intercambió una mirada con el Rey Demonio antes de acomodarse en su silla. —Me llamo Luxuria. Y tú, ¿cómo te llamas, Rey Demonio?
—Soy Huldrön —respondió con un deje de amargura y molestia. —Y no me gusta el apodo de "Rey Demonio" que los Elfos me han dado.
Ajena a la tensión que suscitaba el término, la conversación comenzó a fluir de manera natural y distendida. Pronto, Huldrön aplaudió, y mujeres de diversas especies irrumpieron en la carpa cargadas con bandejas de manjares y delicias culinarias, que dispusieron con elegancia sobre la mesa antes de retirarse discretamente.
El grupo estaba reunido en la carpa, sumidos en una conversación que oscilaba entre lo ligero y lo sombrío. Luxuria, había quedado prendada de la belleza de las mujeres que habían dejado la comida. Sus curvas, sus gestos, todo parecía cautivarla de una manera peculiar.
—Vaya... —susurró Luxuria, más para sí misma que para los demás. —¡Qué bellezas! ¡Cómo me gustaría ponerles las manos encima!
Porcum, con su tono jovial y pícaro, no pudo evitar unirse al juego. —¡Jo, jo! ¡Con que eras de los míos! —se burló, pero con camaradería. —Es cierto, son bellezas. Pero es una pena que no quieran nada conmigo... Y eso que les ofrezco una vida mejor...
El brillo en los ojos de Porcum se desvaneció, dejando al descubierto la tristeza que escondía bajo su fachada de alegría. Luxuria, sintiendo empatía, trató de consolarlo con palabras que apenas podían aliviar la complejidad de su situación.
—Para eso están las esclavas, estoy segura de que tienes algunas, ¡anímate amigo!
El gesto de Porcum al apretar el puño sobre la mesa hablaba por sí solo, resignación y pesar se mezclaban en un torbellino de emociones. —No tengo... —confesó con voz entrecortada—. Todos mis esclavos son varones elfos y humanos... Y la esclavitud tiene sus requisitos y los esclavos sus derechos... ¡Imagina cuántas veces me han rechazado...!
Luxuria comprendió que las palabras no serían suficientes para sanar sus heridas que también ella compartía, cada uno a su manera. El recuerdo del rechazo y la humillación que había sufrido a manos de la Presidenta del Consejo Estudiantil que luego lo mató resonaba en su mente, un eco de dolor que se negaba a desaparecer.
—Ya olviden eso, todo el mundo tiene su alma gemela, ahí afuera debe estar la suya —intervino Huldrön, tratando de infundir un poco de esperanza en la atmósfera cargada de melancolía.
Luxuria suspiró y se sumergió en su comida, mientras los demás devoraban sus porciones con voracidad. En poco tiempo, no más de media hora, la comida casi había desaparecido, dejando apenas rastros de lo que había sido momentos antes una mesa llena de manjares.
Fue entonces cuando la carpa se vio interrumpida por la presencia del comandante Pálido, cuya llegada fue acompañada por su esposa, una figura que no separaba de su lado.
El aire parecía llenarse de una expectación casi tangible, y las miradas se dirigieron hacia la entrada de la carpa donde el comandante Pálido hacía su entrada.
—¡Por fin llegas! —exclamó Huldrön, con una mezcla de alivio y anticipación.
Drakais, imponente en su presencia, respondió con una sonrisa radiante. —Estaba feliz de recuperar el tiempo perdido con mi bella esposa —dijo con una reverencia, presentando a la mujer que lo acompañaba. —Les presento a mi alma gemela, Arcedia.
La figura de Arcedia irradiaba una calma serena mientras saludaba a los presentes con una reverencia grácil y una sonrisa que iluminaba la carpa. Sus gestos parecían armonizarse con la atmósfera de camaradería que reinaba en el lugar.
—Es un placer conocerlos a todos —dijo Arcedia, su voz suave y melodiosa resonando en el aire cargado de expectativas.
El gesto siguiente de Arcedia sorprendió a todos. Se acercó a Luxuria, quien estaba sentada con una expresión enigmática, y se arrodilló ante ella, besando su mano con reverencia.
—Supe que usted me revivió luego de años de estar muerta, estoy muy agradecida con ustedes —expresó Arcedia con sincero agradecimiento. —Si hay algo que quiera y esté en mi poder dárselo, lo haré.
La sorpresa se reflejó en el rostro de Luxuria, quien apenas pudo contener su asombro ante las palabras de la recién llegada. Sin embargo, sus pensamientos ya estaban en marcha, urdiendo planes que sobrepasaban las expectativas de todos.
—Una noche contigo hubiera sido suficiente, pero ya estás comprometida, las prefiero puras —respondió Luxuria con un dejo de decepción, pero su tono dejaba entrever una chispa de algo más. —Estoy deseando tener esclavos, si tienes una hija que cumpla con mis demandas, la quiero como mi esclava.
El silencio que siguió a la petición de Luxuria fue palpable. Arcedia miró a su esposo, Drakais, con una mezcla de sorpresa y curiosidad, mientras que el líder militar procesaba la inesperada solicitud con una serenidad apenas contenida.
—Drakais y yo aún no tenemos hijos, pero trabajaremos duro para tener una hermosa niña para servirte —respondió Arcedia, con una sonrisa que denotaba una determinación inquebrantable. —Te agradezco nuevamente, ya que podré tener varios niños con mi amado, al revivirme también eliminó la maldición que me impedía tener hijos.
La promesa de Arcedia fue recibida con una mezcla de admiración y desconcierto por parte de los presentes. Drakais, por su parte, asintió con solemnidad, jurando solemnemente ante todos.
—Lo juro por Chaos —añadió Drakais —le daré a mi primera hija como esclava.
La escena dejó perplejos a muchos, pero Luxuria permanecía impasible, satisfecha con el curso de los acontecimientos. No había ni una pizca de remordimiento en su ser, solo la determinación fría de quien sabe lo que quiere y cómo obtenerlo.
—Me alegra que sean agradecidos —respondió Luxuria, levantando un vaso con agua y observando a Arcedia. —Y antes de que se me olvide, solo puedo revivir al individuo una vez, no más. Eso significa que si vuelves a morir, se acabó para ti.
Las palabras de Luxuria resonaron en la carpa, cargadas de un peso que no pasó desapercibido para nadie. La conversación, sin embargo, tomó un giro más ligero cuando Porcum, con su característico humor, rompió el silencio con una observación irónica.
—Vaya, Luxuria... Ya te aseguraste a la primera hija de Drakais —dijo, con una sonrisa pícara que insinuaba un entendimiento cómplice. —Nos llevaremos muy bien a partir de ahora.
El ambiente se relajó entonces, aunque solo momentáneamente, mientras Huldrön retomaba el control de la situación, llamando a la atención de todos para dar inicio a la reunión estratégica que determinaría el destino de la guerra.
Con aplauso de Huldrön las mujeres que anteriormente habían traído la comida entraron de nuevo, llevando bandejas de bebidas y cerveza para los presentes, marcando el comienzo de una sesión crucial donde se trazarían los planes para el futuro de todos los involucrados.