Llovía fuego sobre la imponente fortaleza Ferrum, cuyos muros se veían sometidos a un asedio implacable. Grandes trozos de piedra, envueltos en llamas voraces, y vasijas rebosantes de aceite con mechas ardientes eran arrojados desde los trabuquetes, convirtiendo el cielo en un espectáculo.
Horas antes, en el fragor de la sorpresiva embestida de la Santa, Luxuria, con una habilidad suya, despojó a la fortaleza y a la Santa de su protección mágica, desencadenando así una cadena de eventos que precipitaron los preparativos para el asedio.
—¡Los cuerpos! —clamó Porcum, el comandante de las huestes asaltantes, su voz resonando sobre el estruendo del asedio. —¡Que ardan y caigan sobre la fortaleza!
Los cuerpos de los jinetes caídos en la primera refriega habían sido recogidos con reverencia por las órdenes del Comandante Dros, con la intención de otorgarles un descanso digno bajo tierra. Sin embargo, la intervención de Porcum cambió el destino de esos cuerpos; en lugar de recibir un reposo sagrado, se convirtieron en proyectiles mortales, lanzados con furia contra los defensores de la fortaleza, sembrando caos y desesperación entre sus filas.
Cantos de guerra resonaban a través del valle, llevando consigo la promesa de batalla y la determinación de cientos de soldados que se agolpaban alrededor de la imponente fortaleza. Los comandantes de Huldrön, con los ojos fijos en el objetivo, ansiaban el momento de lanzarse al asalto, esperando con impaciencia la señal de Porcum, cuya voz aún retumbaba mientras cuerpos de humanos y elfos convertidos en macabros proyectiles, llovían sobre las murallas.
—¡Comandante! —se apresuró a informar un soldado de la misma raza que Porcum. —¡Ya no quedan cuerpos!
—¡Levanten los estandartes! —ordenó Porcum con voz ronca, su mirada ardiente de determinación. —¡Asaltemos la fortaleza!
El grito de guerra estalló en el aire, reverberando a través del campo, mientras el suelo temblaba bajo el paso firme de aquellos guerreros dispuestos a todo por la victoria.
En lo alto de los muros, los arqueros supervivientes, aunque diezmados, se reunieron una vez más bajo el estandarte de sus superiores. Con flechas en mano y corazones indomables, se preparaban para repeler el asalto, decididos a proteger con su vida la fortaleza y a su Santa, dispuestos a desafiar hasta el último aliento al avance del ejército de Huldrön.
Una carga coordinada se desató, como un torrente de furia y determinación, contra los muros de la fortaleza. Miles de soldados se precipitaban a través del campo, con los escudos en alto sobre sus cabezas, desafiando la lluvia de flechas que descendía sobre ellos como una sombría cortina de acero.
—¡Avancen! —clamaban los caballeros que encabezaban la vanguardia, guiando a sus hombres con coraje y audacia.
—El ariete no surtirá efecto —informó un soldado que retornaba apresurado desde la entrada de la fortaleza, su voz apenas audible sobre el estruendo del combate. —¡Hay escaleras!
—¡Carguen el tronco! —ordenó Porcum desde la distancia, su voz resonando sobre el fragor de la batalla, mientras avanzaba con decisión junto a una columna de guerreros, formados en una impenetrable formación de tortuga, hacia uno de los muros llevando una escalera improvisada.
En un rincón apartado del campo de batalla, Luxuria observaba la contienda desde lo alto de una carreta, su semblante impasible mientras saboreaba un trozo de pan duro, rodeada por el séquito de sacerdotisas.
—Somos afortunadas de no estar entre ellos —suspiró una de las sacerdotisas con tono aliviado. —Imagino lo que los sacerdotes deben estar sufriendo...
—Hermana Luxuria, como yo lo veo, esta batalla termina hoy mismo —dijo una de las sacerdotisas, sus ojos escudriñando las sombras de la noche donde las antorchas parpadeaban, y la silueta amenazante de una multitud de soldados se extendía, como un manto oscuro, alrededor de la fortaleza.
Luxuria asintió en silencio, dejando que la gravedad de la situación se asentara en su mente. Recordaba las épicas narrativas que había presenciado en su vida anterior, donde la moral de los ejércitos era a menudo un factor determinante en el resultado de las batallas.
—Tienes razón —respondió finalmente, su voz resonando con una serenidad calculada—. La moral de los soldados del Reino Unido está en su punto más bajo.
El rostro de Luxuria reflejaba la comprensión de la conveniente situación en la que se encontraban. La pérdida del apoyo mágico que había mantenido la fortaleza casi inexpugnable había dejado al ejército defensor en una posición precaria. La magia que una vez había emanado de la Santa, ahora era un mero recuerdo, un poder que yacía inútil en las manos de una figura que ya no podía sostenerlo.
La sacerdotisa que había estado junto a Luxuria durante el ataque de la Santa se acercó con una mirada inquisitiva en sus ojos.
—Dime, hermana —inquirió con cuidado—, ¿utilizaste alguna extraña habilidad, verdad?
Luxuria guardó silencio por un momento, sopesando las consecuencias de sus palabras. Sus pensamientos giraban en torno a la revelación de su habilidad, una capacidad que había mantenido en secreto hasta esa batalla. ¿Sería prudente hablar de su habilidad con sus compañeras?
—Sí, pero no durará demasiado —respondió Luxuria con una aparente calma—. El Rey Huldrön deberá tomar la fortaleza antes de que la magia regrese a manos de la Santa y del ejército del Reino Unido.
—¡Miren! —gritó emocionada una de las Sacerdotisas— ¡El Comandante Dros ha entrado en combate directo!
Los comandantes se habían lanzado al combate unos minutos después de que se supiera que el Comandante Porcum estaba en primera fila, luchando junto a los soldados para elevar la moral y dar un ejemplo de valentía.
—No podemos permitir que siga llevándose toda la gloria y que su influencia crezca aún más —dijo Drákais con determinación, mientras comenzaba a correr hacia las murallas con la intención de llegar a una de las escaleras para subir y unirse al combate.
El Rey Huldrön también deseaba participar en la batalla, pero se abstuvo de hacerlo, consciente de las estrategias que los consejeros militares le habían sugerido. Prefería esperar hasta que las puertas principales de la fortaleza cayeran y el ejército comenzara a entrar en su interior antes de arriesgar su vida en el campo de batalla.
—¿Ese no es el estandarte del Comandante Porcum? —señaló otra Sacerdotisa, apuntando con una mano hacia una banderola ondeando sobre una de las murallas, ondeando con determinación en medio del caos de la batalla.
Luxuria siguió la mirada de su compañera y reconoció al instante el estandarte del Comandante Porcum; era inconfundible, con sus colores vibrantes ondeando en el viento agitado por la lucha.
—Sí, es él —confirmó Luxuria con seriedad—. Porcum está liderando el asalto desde lo alto de la muralla.
La figura del Comandante Porcum se destacaba entre el tumulto, su armadura relucía bajo la luz de las antorchas mientras luchaba con ferocidad junto a sus hombres. Había sido el primero en escalar las empinadas paredes de la fortaleza, abriendo un camino para los soldados que seguían tras él con determinación.
Sobre la muralla, Porcum y un puñado de valientes mantenían un enclave estratégico, resistiendo tenazmente los embates de los soldados del Reino Unido que intentaban desalojarlos de su posición.
—¡Adelante! —vociferaba Porcum, empuñando con habilidad su pesada hacha de guerra—. ¡Vengan por mí! ¡Mi cabeza será su premio, pero su victoria será nuestra!
Los comandantes enemigos, imponentes en sus armaduras relucientes, avanzaban hacia Porcum y sus hombres, decididos a derrotarlos y dar un golpe crucial a las fuerzas invasoras.
El primero en llegar sostenía una espada larga con un mango corto, agarrando una parte del filo con la palma de una mano como si no tuviera filo. Su armadura reflejando de luz de las antorchas y su presencia infundía un sentido de autoridad en las filas enemigas, y un murmullo de reconocimiento se extendió entre los soldados del Reino Unido.
—¡El Comandante General! —gritó uno de los soldados con alegría, y el eco de su voz resonó en el aire cargado de tensión.
La moral de los soldados británicos comenzó a subir al escuchar ese nombre, "Comandante General", y el hombre que lo portaba exhaló aire con autoridad mientras se lanzaba hacia Porcum, su espada brillando con la promesa de muerte. La determinación en su mirada era palpable, y su movimiento era ágil y decidido.
Porcum, al ver la punta de la espada dirigida con precisión hacia su cuerpo, logró evitar la estocada fatal moviendo su hacha como escudo. La hoja metálica chocó con un estruendo contra el borde de su arma, desviando el golpe justo a tiempo.
Sin embargo, esto solo le impidió la visión momentáneamente, y no pudo prever el siguiente movimiento de su oponente. Con una rapidez impresionante, el Comandante General dio un ligero brinco hacia atrás para tomar impulso, y en un instante apuntó su siguiente estocada hacia la separación de la armadura de Porcum, justo en la zona de la pelvis, con la intención de desgarrar los músculos y debilitarlo.
—¡Ahg! —el gemido de dolor de Porcum resonó en el aire, mezclándose con el sonido del acero chocando.
El atacante retrocedió unos pasos después de su golpe, sosteniendo su espada en una extraña postura, preparado para volver a atacar en cualquier momento. La tensión en el aire era palpable, y todos los presentes sabían que la batalla estaba lejos de terminar.
—He oído hablar de un General del ejército demoníaco —mencionó el oponente sin moverse ni bajar la guardia—, un poderoso líder de la raza de los Orcos Jábalo, que ganó casi todas las batallas en las que estuvo presente. Se dice que con su ejército salvó a su reino demoníaco de la derrota en más de una ocasión.
Porcum, jadeante por el dolor y con la mirada fija en su rival, no pudo acortar la distancia para continuar con el duelo. Los músculos de su pelvis, que conectaban con su pierna derecha, estaban desgarrados, y si daba un paso brusco, su herida se abriría aún más, provocando un sangrado rápido y potencialmente mortal.
—Eres bueno, humano del Reino Unido —Porcum lo elogió con una sonrisa desafiante—. Terminemos con esto.
Se puso en guardia, sintiendo el peso del dolor en cada movimiento, mientras esperaba el siguiente ataque de su oponente. Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, un dolor punzante se extendió por la parte trasera de su hombro, indicando que alguien lo había atacado por la espalda.
—Lamento decirte que en la guerra se vale todo —dijo su oponente, con una mueca despiadada, cargando decidido para dar la estocada final.
Porcum estaba a punto de girarse para enfrentar a su nuevo atacante cuando uno de sus soldados, con voz firme y decidida, le gritó que se centrara en su oponente actual, porque él ya se estaba ocupando del agresor a sus espaldas. La determinación brillaba en los ojos de su soldado, quien con valentía se enfrentaba al enemigo que había intentado atacar por sorpresa.
Porcum, consciente de que podía confiar en sus soldados para manejar su espada, movió su hacha de manera que obligó a su oponente a detener su carga y retroceder, manteniéndose fuera del alcance del Comandante herido. Con el dolor latente en su pelvis, se preparó para enfrentarse defensivamente, sabiendo que cualquier movimiento brusco podría agravar sus heridas y comprometer su capacidad para combatir.
—Ven, humano... —dijo Porcum con una mirada más seria—. Supongo que eres un Campeón Humano del Reino Unido.
Su adversario, aunque con la cabeza cubierta y protegida con un yelmo de hierro, mostró una sonrisa desafiante y volvió a cargar contra Porcum con determinación.
Esta vez, el oponente sujetó la espada por el mango y con destreza desvió el poderoso hachazo de Porcum dirigido hacia su hombro. En un rápido movimiento, aprovechó la apertura y asestó un corte en una de las piernas del Comandante Porcum. Sin embargo, el golpe no logró hacerle daño; solo consiguió abollar el grueso metal que protegía esa parte vital de su anatomía.
El enfrentamiento continuaba con intensidad, cada movimiento calculado y cada ataque resistido con tenacidad. La sangre y el sudor se mezclaban en el fragor de la batalla, mientras Porcum y su adversario se enfrentaban en un duelo de habilidad y resistencia.