El crepúsculo matutino se desplegaba con suavidad y delicadeza, como una obra maestra que se desplegaba lentamente ante los ojos de la naturaleza. Las primeras luces del día acariciaban el horizonte, pintando el cielo con una paleta de colores suaves y etéreos. Los tonos pálidos y suaves se entrelazaban en el lienzo celeste, donde el azul nocturno se fusionaba con el amanecer incipiente. Las sombras de la noche comenzaban a desvanecerse, cediendo paso a la luz dorada que se filtraba tímidamente entre las nubes dispersas, como si el universo mismo se despertara con una calma reverencial.
Con el amanecer desplegándose en el horizonte, el sonido del metal y las armaduras resonaba en la fresca brisa matutina, anunciando el paso de un gran ejército. Los destellos del sol naciente jugueteaban en las armas y las corazas, mientras las figuras de los soldados se recortaban contra el paisaje en ruinas. Mientras el sol emergía lentamente, las trompetas del ejército resonaban en las afueras de las ruinas de la iglesia, marcando el alto a la marcha. La luz del alba iluminaba las siluetas de los soldados y sus caballos, proyectando sombras alargadas sobre los restos de la antigua edificación. En medio de esta escena de quietud y expectativa, el ejército se detenía, como si el mismo amanecer hubiera pausado su ascenso para presenciar el imponente despliegue de fuerza en las ruinas.
El estruendo de la marcha no había logrado perturbar el sueño de Luxuria, acostumbrada como estaba al bullicio constante de la ciudad de donde provenía. En aquel lugar, el clamor de las calles y el trajín cotidiano eran moneda corriente, una sinfonía de actividad que acompañaba cada instante de su existencia. Sin embargo, el sonido de las trompetas, tan inusual en ese entorno, resonó de manera distinta en sus oídos. Fue como un eco extraño, un llamado que rompió la calma habitual y la arrancó de su letargo con brusquedad. Así, entre el contraste del bullicio y el inusual toque de las trompetas, Luxuria despertó abruptamente, alerta ante lo desconocido.
—¿Quién demonios toca una trompeta tan temprano?—gruñó con molestia.
Al levantarse, aún con la manta cubriendo su cuerpo, caminó para salir de la iglesia con los ojos enrojecidos por el sueño. Al mover nuevamente la puerta y mirar el exterior de la iglesia, quedó sorprendida al ver el ejército estacionado en las afueras y, por un breve momento, sintió el ligero dolor en la cabeza que indicaba nueva información.
Había toda clase de razas y vestías formando el ejército, con el emblema del rey demonio ondeando en sus banderas y banderines. La diversidad de razas y la majestuosidad de sus armaduras conferían al escenario un aire de solemnidad y misterio, como si estuvieran a punto de presenciar un evento trascendental en la historia de aquel mundo. Luxuria se vio rodeada por una atmósfera cargada de expectación y desafío, mientras los primeros rayos del sol iluminaban el paisaje y pintaban las figuras guerreras con tonos dorados y plateados, haciéndolas brillar como si fueran parte de una antigua profecía por cumplirse.
La figura que se destacaba erguida sobre el verde tapiz del pasto, contemplaba la colina que empezaba a ser acariciada por los primeros destellos del sol naciente. Era un individuo de aspecto imponente, con cabellos negros como la noche, piel pálida que parecía reflejar la luz dorada del alba, y unos ojos centelleantes de color dorado, que irradiaban determinación y autoridad. Estaba envuelto en una armadura negra, cuyas líneas definían su figura con elegancia marcial, sobre la cual reposaba una capa negra con forro dorado, ondeando con gracia al ritmo de la brisa matutina. No cabía duda, aquel individuo era el general al mando de aquel ejército, su presencia imponente dominaba el espacio a su alrededor con una mezcla de majestuosidad y autoridad indiscutible.
Cuatro figuras de distintas razas y estaturas se acercaron a él, cada una exudando una aura de poder y respeto que dejaba en claro su posición como comandantes bajo el mando del general. El primero de ellos era un hombre de tez aún más pálida que la del general, su figura envuelta en una túnica larga y holgada de terciopelo oscuro, bordada con intrincados diseños que relucían con los primeros rayos del sol. Llevaba una capa larga que añadía un velo de misterio a su presencia, y un extraño collar que colgaba alrededor de su cuello, recordando a un rosario antiguo. A pesar de su porte noble, se le veía debilitado, como si alguna enfermedad le aquejara, sin embargo, su mirada denotaba una determinación inquebrantable.
El segundo comandante era un minotauro, su imponente estatura y musculatura se veían realzadas por una armadura ligera pero resistente. Un casco hecho a medida cubría su cabeza, mientras que un protector de torso de cuero y hierro resguardaba su torso. Sus brazos y piernas estaban protegidos por guardabrazos y grebas, respectivamente, y empuñaba una hacha de guerra de tamaño considerable, reminiscente de las armas de los antiguos guerreros celtas.
El tercer comandante, al igual que el general, era humano. Estaba enfundado en una pesada armadura negra que contrastaba con el resplandor púrpura de sus ojos, los cuales destacaban junto a una espada de filo oscuro, portadora de un poder que resonaba en la tranquilidad del amanecer.
Por último, el cuarto comandante era una criatura de la raza de los Orco Jábalo, robusto y formidable. Su armadura pesada resaltaba su fortaleza, con hombreras adornadas con afilados picos de metal y una imponente hacha doble de dos manos, que parecía emular su propia ferocidad y determinación en el campo de batalla. Juntos, aquellos comandantes representaban una fuerza formidable, lista para enfrentarse a cualquier desafío que se presentara en el horizonte de la guerra.
Estaba maravillada al contemplar la multitud de individuos de diferentes especies reunidos en un ejército tan diverso, pero su sorpresa se incrementó al ver a las criaturas de fantasía entre ellos. El espectáculo era impresionante, como si las páginas de los cuentos se hubieran materializado ante sus propios ojos.
De repente, un soldado de guardia notó la presencia de Luxuria y se aproximó a ella con prontitud.
—¿Cómo has llegado hasta estas tierras, señorita? —inquirió el soldado, mostrando sorpresa en su rostro— Estamos muy lejos de cualquier pueblo o ciudad. Por favor, sígame. Le proporcionaremos algo de comida. Estamos a punto de montar el campamento.
—¿Ehhh...? —Luxuria apenas podía creer lo que estaba escuchando. ¿Un soldado del ejército del rey demonio ofreciendo ayuda a un civil? Era una escena que desafiaba las historias que había leído antes de su reencarnación.
La desconcertante situación la dejó sin palabras, y sin darse cuenta, dejó caer la manta que la había cubierto todo ese tiempo. Fue entonces cuando el soldado pudo contemplar el hermoso y provocativo cuerpo de Luxuria, lo que lo dejó momentáneamente cautivado, incapaz de apartar la mirada.
—Disculpa... —Luxuria se había recompuesto— ¿Sucede algo?
El soldado volvió en sí y notó las vestimentas de Luxuria, lo que lo llenó de temor al reconocer la insignia que portaba. En un gesto caballeresco, como si se hubiera dado cuenta de la presencia de una figura de gran importancia, puso una rodilla en el suelo y bajó la mirada en señal de respeto.
— Sagrada sacerdotisa de Chaos, disculpe el no haberme dado cuenta antes —dijo con humildad, sin levantar la mirada—. Por favor, sígame. La llevaré con el rey.
El soldado se puso en pie con determinación y se dio la vuelta, mirando hacia el ejército. Comenzó a caminar con paso firme, y Luxuria lo siguió de cerca, sintiendo una mezcla de nerviosismo y curiosidad ante la inusual situación en la que se encontraba.
Tras atravesar entre las filas de soldados y oficiales, llegaron finalmente a la zona donde las figuras más destacadas del ejército se reunían estratégicamente. El soldado se acercó a uno de los guardias que protegían la entrada, transmitiéndole la urgencia de su misión. El guardia, a su vez, se aproximó con respeto a las figuras que estaban al mando, transmitiendo el mensaje y solicitando permiso para permitir el paso de Luxuria y que pudiera reunirse con ellos.
Luxuria avanzó con determinación hacia el imponente trono donde el hombre de armadura negra y ojos dorados aguardaba. Centrado sobre una majestuosa silla, emanaba un aura intimidante que envolvía la estancia en un manto de sombras.
En medio del oscuro y sombrío escenario, Luxuria se encontraba frente al temible Rey Demonio, cuyos ojos reflejaban la promesa de un destino incierto. A pesar del palpable temor que agitaba su pecho, Luxuria mantuvo la compostura, aunque su corazón latía con fuerza en su pecho, en un eco del miedo y la incertidumbre que la rodeaban.
—Este... —Las palabras se atoraron en la garganta de Luxuria, incapaz de articular frente a la imponente presencia que tenía delante.
El Rey Demonio la examinó con una mirada penetrante, escrutando cada fibra de su ser. Entonces, con un gesto majestuoso, se acomodó en su trono para dirigirse a ella. Las palabras del Rey resonaron en el aire, pesadas como los grilletes de la condena.
—Regocíjate, porque te he elegido como mi esposa —proclamó con voz grave y cargada de autoridad—. Si debo escoger entre las Sacerdotisas de Chaos, te elijo a ti.
Ante tal declaración, Luxuria apenas pudo contener un gesto de incredulidad y disgusto. Un escalofrío recorrió su espalda al imaginar las implicaciones de esa unión impuesta. Forzada a habitar el cuerpo de una mujer, se enfrentaba a una realidad que nunca imaginó. La idea de ser víctima de la violencia y la opresión nuevamente se cernía como una sombra sobre su mente atormentada.
Sin embargo, en el fragor del momento, una chispa de rebeldía se encendió en su interior. Con una valentía que sorprendió incluso a sí misma, Luxuria se enfrentó al Rey Demonio con un sarcasmo mordaz, desafiando las expectativas y las amenazas del poderoso Rey.
—Lo siento, pero solo me interesan las mujeres —declaró con determinación, desafiando las normas y los códigos impuestos por el tiránico líder.
Las consecuencias de sus palabras no tardaron en hacerse sentir. El Rey Demonio, herido en su orgullo y en su autoridad, desató su furia en forma de oscura magia, desencadenando una explosión que sacudió los cimientos del mundo que les rodeaba, destruyendo las ruinas de la iglesia que albergó a Luxuria.
—¡Bastardo... esa era mi casa! —gritó Luxuria, furiosa al ver la capilla hecha añicos por el estallido de la ira demoníaca.
En medio del caos y la destrucción, Luxuria se alzó, su mirada desafiante como una llama en la oscuridad. Sentía que su sangre ardía y la ira la invadía. ¿Por qué sentir tanto apego por una iglesia en ruinas? Ni ella misma lo sabía.
Entonces recordó una de las habilidades que podría serle útil en aquella situación; el ligero dolor de cabeza se hizo presente y ella supo cómo usar sus habilidades.
Extendió su mano, dejándose llevar por el éxtasis del momento y la furia. Acomodó los dedos y miró al Rey Demonio que, por instinto, trató de acortar distancia.
—Miseria —pronunció con voz firme y decisiva.
El Rey Demonio cayó al suelo antes de siquiera lograr acortar la distancia y comenzó a retorcerse de dolor, un tormento desconocido se apoderaba de su ser, haciéndolo gritar en agonía. Ante esta visión, los comandantes del Rey cargaron a toda prisa contra Luxuria.
Armada con las habilidades recién comprendidas, Luxuria se defendió con valentía de los feroces ataques de los seguidores del Rey Demonio, enfrentándolos con astucia y coraje.
La batalla se convirtió en un baile de sombras y destellos, donde el miedo y la determinación se entrelazaban en un combate sin tregua. A cada golpe, a cada hechizo, Luxuria se descubría a sí misma, explorando los límites de su fuerza y su resistencia.
En ese oscuro y tumultuoso enfrentamiento, emergió la verdadera esencia de Luxuria: un espíritu indomable, dispuesto a desafiar incluso al mismísimo Rey Demonio. A medida que la batalla se prolongaba, quedaba claro que su coraje y su ingenio serían sus aliados más poderosos en la lucha contra aquellos que ella consideraba malvados.