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El Club De Los 15

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Synopsis
En el enigmático Centro Zyrom, las puertas se abren para recibir a quienes buscan refugio, pero extrañamente, pocos desean abandonarlo. Nellie Moon es una de las pocas personas junto al misterioso ''Club de los 15'' que se dan cuenta de que tanta perfección debe esconder algo, algo oscuro, y están dispuestos a averiguar qué es. Cueste lo que cueste.
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Chapter 1 - CAPÍTULO 1

Varios años atrás…

«Perfección».

He oído tantas veces esa palabra a lo largo de mi vida que, de manera involuntaria, ha empezado a perder el significado para mí.

«… Ojalá tener una familia perfecta como la tuya».

«… Ojalá tener una casa perfecta como la tuya».

«… Ojalá tener una vida perfecta como la tuya».

Eso es lo que llevan diciéndome durante toda mi vida algunos niños de mi escuela. Lo que siempre ha hecho que me pregunte…

¿Qué es perfecto para ellos?

Mi familia desde siempre ha sido muy respetada en la ciudad. Mi abuela era la alcaldesa y se encargaba de organizar y llevar a cabo proyectos relacionados con comedores sociales, recogida de juguetes para los niños ingresados en hospitales, etc. 

Mi abuelo, aparte de ser la mano derecha de mi abuela, se encargaba de impulsar planes para favorecer a la mano trabajadora. 

Cuando murieron, dejaron un vacío enorme entre toda la gente del pueblo. Yo no les pude conocer, pero me hubiera gustado mucho.

Mi madre trabajaba como enfermera en el hospital del pueblo. Es conocida por haber ayudado durante varios años como voluntaria en muchas partes del mundo. 

Mi padre, es un importante abogado que se ha dedicado a ayudar a la gente inocente que ha sido condenada de manera injusta, mientras que la gente que de verdad se merece estar encerrada, está caminando por la calle tranquilamente. 

Aunque, este último año, ha estado colaborando con el Departamento de Investigación de la policía, debido a su gran intuición y perspicacia. Le han mandado investigar sobre ciertas desapariciones que han estado ocurriendo.

La mayoría de las desapariciones son personas que recién han cumplido diecinueve años. Un día están haciendo su vida normal y, al día siguiente, nadie, ni siquiera su familia, sabe más de ellos.

A lo largo del año ya han desaparecido más de veinte personas, incluido mi mejor amigo, Dhrent. Cuando me enteré, sentí que se me caía el mundo encima.

La policía teme que todavía quedan muchas más por desaparecer, por lo que deben actuar rápidamente para llegar al punto del problema. 

Mi familia observa los hechos de lejos. Aunque es cierto que la idea de que la semana que viene sea mi cumpleaños número diecinueve no los deja dormir. 

Desde siempre he sido una niña demasiado despreocupada. Tengo claro que si algo me tiene que pasar, me pasará quiera o no. Por lo que siempre me he preocupado en vivir el presente y dejar que el futuro venga por sí solo.

Aunque, quién se habría imaginado que en una semana podrían cambiar las cosas de manera tan brusca.

Desde una muerte, hasta mi desaparición.

***

Son las nueve de la noche y es hora de cenar.

Mi madre, igual que todos los días, está sirviendo la comida a mi padre y a mí. Ya estamos sentados en una de las sillas de la mesa del comedor, esperándola.

Cuando termina de servir la comida, se sienta en una de las sillas y todos comenzamos a comer.

Como siempre, la comida está deliciosa. La verdad es que hay algo que siempre me ha fascinado, y es la capacidad que tiene mi madre de cocinar tan bien sin siquiera tener tiempo de hacerlo mucho.

—¿Está bien? —pregunta mi madre, sonriente, mirándome fijamente como si esperara mi aprobación.

Yo asiento con la boca llena y esbozo una sonrisa.

—Me alegro, cielo —dice, su voz rebosando cariño.

Mi padre y mi madre últimamente se ignoran mutuamente. Han peleado mucho esta última semana porque papá llega muy tarde a casa desde hace unos meses. A penas tiene tiempo para estar con nosotras y eso a mamá le molesta mucho.

Ella entiende que su trabajo es importante, pero tiene miedo de que yo pudiera crecer sin un padre como le pasó a ella. Desde luego eso no es algo que quiera para mí.

Papá hoy se ha tomado el día libre para estar con nosotras, después de la última pelea que tuvieron. Y, aunque no se hablen ahora, estoy segura de que mamá está feliz de que esté en casa.

La cena transcurre en un silencio casi sepulcral, sólo interrumpido por el sonido de los cubiertos chocando contra el plato. Es un poco incómodo.

Cuando casi terminamos de cenar, papá tose un par de veces y me mira fijamente.

—¿Qué tal te va en el instituto, Nel? —me pregunta.

—Pues… Bien. Aprobé mi último examen de matemáticas con un nueve y medio.

Mi padre pone los ojos como platos.

—Maldita sea, quién hubiera sido tú en mis tiempos de estudiar —responde, sorprendido—. Estoy orgulloso de ti.

—Saca muy buenas notas —interviene mi madre. Por el tono, sé que está molesta—. Cosa que sabrías si estuvieras en casa más a menudo.

Veo a mi padre rodar los ojos con hastío, como pensando ''otra vez no, por favor''.

—No importa mamá —digo, intentando apaciguar el ambiente—. Puedo hablar con él cuando tenga tiempo.

Ella me mira con el ceño fruncido, con cierta pena. 

Yo sé que, en el fondo, mi madre, más que enfadada, lo que está es muy triste. Eso me afecta demasiado; quiero que ella esté bien, pero también entiendo que mi padre tenga que trabajar tanto.

Es como la cruel ley de la vida que dice que no se puede tener todo.

—¿Y tú papá? ¿Qué tal llevas el trabajo? —pregunto, dándole el último sorbo a mi zumo de naranja.

—Bien, cielo. Estoy trabajando mucho, pero todo esfuerzo tiene recompensas —responde, sonriente. 

Yo le sonrío de vuelta mientras que mi madre le mira de mala gana. Entonces, se levanta sin decir nada y empieza a recoger los platos de la mesa. 

Frunzo el ceño, pero no digo nada. Me levanto y hago lo mismo.

—Vete a dormir —me dice mi madre, una vez que estamos en la cocina las dos dejando todo.

—Vale, voy —digo.

Ella se acerca y me da un fuerte abrazo —de esos que fácilmente podrían romperte las costillas—, y me da las buenas noches.

Me despido de papá también y me voy al baño para lavarme los dientes. Aprovecho y me pongo el pijama.

Cuando me meto en la cama y cierro los ojos, empiezo a oír a mi madre hablando a gritos. Me apoyo en la barandilla de la escalera y les miro desde arriba.

—¿Por eso te has quedado, verdad? Para suavizar el golpe, ¿no? —indaga mi madre, furiosa. 

—Cielo… Cogí el día libre para estar con vosotras. Pero de verdad, mañana tengo que hacer ese viaje —responde mi madre, con la misma serenidad que le caracteriza.

Si tuviera que describir a mis padres, diría que son como el día y la noche.

—¡Estoy harta, Nick! De verte dos horas al día por tu maldito trabajo —espeta mi madre—. Me encanta que te apasione tu trabajo, pero no puedo estar con una persona a la que no veo casi nada desde hace varios meses —añade.

—Cielo…

—Y tu hija tampoco puede estar sin su padre durante mucho tiempo. No quiero que pase por lo que yo tuve que pasar —continúa mi madre.

—Pero sabes que…

—Que lo haces por nosotras, sí. Ya me has contado esa historia tres mil veces, pero no me lo creo —le interrumpe—. Sé que te jodió que ascendieran a tu compañero antes que a ti y por eso ahora estás así —escupe, con un tono recriminatorio. 

—Eso no es así —replica mi padre, al borde de perder la paciencia—. Estoy trabajando en las desapariciones de todos esos jóvenes de estos últimos meses porque no me gustaría que le pasara a Nellie.

—¿Y crees que partiéndose el lomo tú solo vas a conseguir algo? —replica mi madre—. ¿Y si un día vienen a por tu hija y tú no estás porque estás ''investigando? ¿Qué pasa?

—Esas familias me necesitan, Alice. Necesitan encontrar a sus hijos —responde, más calmado.

—¡TÚ FAMILIA TAMBIÉN TE NECESITA! —brama mi madre—. ¿Acaso te importa más el resto de familias que la tuya propia? ¿Es eso lo que me estás diciendo?

—Alice…

—Mira, estoy harta de esperar que entres por esa puta puerta todas las noches y que aparezcas a las cinco de la mañana —espeta, interrumpiendo de nuevo—. Nellie necesita un padre, no un jodido superhéroe.

—Cálmate, por favor… —suplica mi padre, en un hilo de voz.

—¡Que no! ¡Joder! ¡Odio el maldito día que decidí casarme contigo! —escupe mi madre con rabia, sin importarle si sus palabras hacen daño.

Ella le pasa por el lado, dándole un golpe en el hombro. Agarra su chaqueta de la percha que hay al lado de la puerta y sale de casa. 

Mi padre va detrás de ella, intentando detenerla, pero mi madre hace caso omiso.

Se sube al coche y arranca, dejando a mi padre parado en mitad de la acera, mirando como el coche se aleja y, con él, el amor de su vida. 

«Pobre de él que no sabe, que esa será la última vez que la verá».

***

Papá y yo estamos de camino al hospital en el coche que le ha pedido prestado a la vecina de al lado que, muy agradable y con una ligera preocupación, ha decidido dejárselo.

Mamá ha tenido un accidente tres calles más arriba de la nuestra. Yo había conseguido dormirme, mientras que mi padre se había pasado hasta las cuatro de la mañana dando vueltas por el salón esperando a que mi padre volviera… Pero no volvió.

Estaciona el coche en el parking del hospital y nos bajamos a la velocidad de la luz, sin siquiera asegurarnos de si el coche está cerrado.

La verdad es que, si alguien robase el coche ahora mismo, seguramente mi padre estaría metido en un buen lío, pero, eso sinceramente ahora ni siquiera le importa.

Avanzamos por los pasillos a toda prisa. Mientras cruzamos, voy viendo un revoltijo de caras preocupadas; algunas conversaciones entre médicos y enfermeras; pacientes arrastrando sus batas de hospital por el suelo que está pulido, pero con alguna que otra mancha.

Seguimos caminando mientras sorteamos sillas de ruedas y carros de medicamentos, hasta que llegamos a la habitación dónde está mi madre ingresada. 

—No pueden entrar —nos informa la enfermera, deteniéndose justo enfrente de la puerta—. Está siendo revisada y ahora mismo no puede recibir visitas.

—¿Cómo está? ¿Está bien? —indaga mi padre, nervioso, sin siquiera disimular que la ansiedad le está comiendo por dentro.

—La verdad es que está muy malherida —confiesa la enfermera con cierto pesar—. Pero confiamos en que tendrá una pronta recuperación —añade, animándonos con una leve sonrisa.

Mi padre se sienta en una de las sillas en frente de la sala y se agarra la cabeza con las dos manos, desesperado. Yo me siento a su lado y le abrazo, intentando tranquilizarlo. 

—Ha sido mi culpa, Nellie… —murmura—. Soy incapaz de hacer las cosas bien —añade en un hilo de voz, reprimiendo las ganas de llorar. 

—No es tu culpa, papá —digo, entre lágrimas—. Ha sido mala suerte.

—Si tan solo no hubiéramos discutido por mi trabajo… Mi estúpido trabajo… Tendría que haberla hecho caso —añade, devastado.

—Papá, yo te apoyo —le miro fijamente—. Me alegra que te esfuerces tanto en salvar a esas personas desaparecidas. Dice mucho de la clase de persona que eres.

Él me mira, con los ojos llorosos y me abraza segundos después.

—Perdón, cielo —dice. Ya no puede reprimir las ganas de llorar—. Te he dejado de lado…

—No me has dejado de lado, papá —insisto, devolviéndole el abrazo con toda la fuerza que me queda—. Céntrate en salvar a todas esas personas, por favor. Devuelvelas a sus casas.

—Vale… —susurra, después deja escapar un largo y profundo suspiro que está cargado de dolor. 

Nos quedamos ahí sentados. Pasan un par de horas hasta que una enfermera nos viene a informar del estado de mi madre.

—Está muy grave —nos informa—. Tiene órganos totalmente destrozados y una hemorragia interna incontrolable. Tememos no poder hacer nada…

El rostro de mi padre es como si le acabaran de tirar un cubo con agua congelada.

Mi padre asiente, afligido, unos segundos después de procesar la información. 

—Deberíais iros a casa a descansar esta noche y mañana podréis venir —nos aconseja la enfermera.

—Vámonos, papá —le digo, intentando no derrumbarme—. Mañana volvemos. 

Papá se levanta y camina casi arrastrándose hacia la salida del hospital. Nos montamos en el coche de la vecina —que con suerte nadie intentó robarnos— y volvimos a casa. 

Papá ha entrado un momento en casa de la vecina para agradecerle todo y contarle la situación, mientras que yo me dirijo a la puerta de mi casa.

Entonces, en la oscuridad de la noche, veo los faros de una furgoneta negra acercándose cada vez más. Al principio no me extraña porque pasa de largo, sin embargo, empiezo a incomodarme cuando vuelve a pasar dos veces más.

Decido acelerar el paso para entrar en casa y esperar dentro, pero la puerta no se abre. Me acerco rápidamente a la casa de la vecina para avisar a mi padre.

Comienzo a dar golpes sonoros a la puerta y a gritar el nombre de mi padre cuando dos señores vestidos completamente de negro me agarran y me arrastran hacia atrás cuando mi padre abre la puerta. 

Me tapan la boca y me meten en la furgoneta, sin ningún tipo de cuidado, mientras mi padre se acerca desesperado y aterrorizado a toda prisa.

Uno de los hombres le da un golpe a mi padre en la cabeza, dejándolo en el suelo.

Todos se suben a la furgoneta y arrancan el motor.

Uno de ellos, que está en la parte trasera conmigo, agarra un trapo y le echa un líquido transparente. Acto seguido, me lo acerca a la cara y empiezo a sentir como me pesan los ojos y que ya no soy capaz de mantenerlos abiertos.

En cuestión de segundos, todo se vuelve negro.

Para cuando me despierto, todavía sigo en la furgoneta, pero ésta ya está aparcada. Los hombres de negro no están. Solo quedo yo.

Un poco aturdida todavía, me incorpora y salgo de la furgoneta, la cuál tiene las puertas de atrás abiertas.

Me sorprende el lugar que me rodea. Es un bonito y cuidado jardín, lleno de flores por todas partes. El aroma es embriagador. 

En frente de mí, se yergue la impecable fachada blanca de un edificio llamado ''Centro Zyrom''. Nunca he oído ese nombre, así que no tengo ni remota idea de dónde coño estoy. 

Entonces, unas chicas vestidas con el típico uniforme de enfermera, se acercan apresuradas a mí.

—¿Cómo estás, cariño? —me pregunta una de ellas.

—Bien… pero, ¿dónde estoy? —indago, confundida.

—En el Centro Zyrom… —contesta la otra, sonriente—. Tu nueva casa.

—¿Mi nueva casa? —repito, incrédula.

—Así es. Aquí te cuidaremos como en ningún otro lugar y podrás estar con gente como tú —añade.

—¿Con gente como yo? 

No estoy entendiendo nada.

—Sí, de tu condición —me explica una de ellas.

Niego con la cabeza, totalmente confundida.

—No entiendo nada —confieso, llevándome una mano a la nuca.

Ni siquiera soy capaz de acordarme qué es lo que ha pasado y cómo he llegado aquí.

—No te preocupes, cielo. Pronto entenderás todo. Vamos —me agarra de la mano con cuidado y las tres entramos al Centro.

Me guían a través de unos largos pasillos, repleto de puertas. Hay mucha más gente de mi edad. Y lo más extraño de todo es que soy capaz de reconocer a la mayoría de ellos, porque los he visto en las noticias.

Las personas que han estado desapareciendo durante todo este tiempo…

En seguida, un señor de unos treinta y pocos años nos anuncia que le sigamos. Eso hacemos, aunque al principio dudo.

Nos dirige hacia una gran sala, que parece una de teatro, con muchas butacas esparcidas por todo el espacio y un gran escenario al principio de la sala. 

Una vez conseguimos sentarnos todos —que podemos ser más de doscientas personas con facilidad—, el señor se sube al escenario, se coloca detrás de un atril con un micrófono incorporado y carraspea un par de veces, llamando nuestra atención.

—Bueno, chicos… Estoy seguro que ahora mismo estáis confundidos y que no entendéis que hacéis aquí, pero empezaré diciendo que espero que os acostumbréis porque esto va a ser vuestra casa a partir de ahora —anuncia, sin perder la sonrisa—. Ya no habrá gente que os juzgue, ni que os discrimine por no ser ''normales''. Aquí todo el mundo es igual y podréis ser libres… Siempre y cuando cumpláis tres pequeñas reglas.

Todo el mundo empieza a murmurar; algunos nerviosos, otros entusiasmados; otros, como yo, que estamos todavía en shock.

—Así que, por el momento, solo diré que: bienvenidos al Centro Zyrom, donde nos encargaremos de moldear un futuro para vosotros, para que podáis ser felices.