Es la una de la madrugada ya.
Entre toda la palabrería con Marco, había volado una hora sin que apenas me de cuenta.
Con cierta indignación y frustración, me encamino hacia mi habitación, con la inquietante idea de que un asesino anda suelto por el centro y que nadie parece tener ni la menor idea de lo que es capaz de hacer.
Lo único que está en nuestras manos es resignarnos y desear no ser su próximo objetivo.
Entro en mi habitación después de atravesar el pasillo con cuidado de no hacer ruido. Cierro la puerta detrás de mí y enciendo la luz.
Encima de mi cama, hay lo que parece un chico, encapuchado; vestido totalmente de negro y con una mascarilla negra también que le cubre el rostro.
—¡Por la puta madre! —exclamo, asustada—. ¿Quién eres?
Él alza la mirada cuando entro en la habitación y se queda mirándome fijamente.
—Si gritas podría ser malo —dice de pronto.
Frunzo el ceño extrañada.
—¿Me vas a decir quién eres? —inquiero, un poco más agresiva.
—Si quisiera decirte quién soy, no vendría así vestido —se señala.
Tiene razón, pero obviamente tenía que preguntar.
—¿Al menos me dirás qué haces en mi habitación a la una de la madrugada? —digo.
—Eso sí puedo decírtelo —se apresura en responder—. Estoy aquí porque sé que sabes sobre el asesinato de Nora —responde con serenidad.
—¿Y qué pasa con eso? —inquiero, pero entonces la idea de que podría haber sido él me pasa por la cabeza, al igual que las palabras de Marco—. ¿Acaso tú...?
Él me mira y suelta una breve risotada.
—No, yo no la he matado —responde—. Pero sí sé quién lo ha hecho.
—¿Quién? —inquiero apresurada.
—No estoy aquí para decirte quién ha sido, Nellie —responde.
—¿Entonces qué mierdas haces aquí? —inquiero, molesta—. Es la una de la madrugada, quiero dormir, así que si solo vienes a joder puedes irte por donde...
—He venido a advertirte —me interrumpe, sin apartar la mirada—. Van a haber más asesinatos.
—¿Qué?
—Tienes que estar atenta; durante esta semana desaparecerán más personas y morirán muchas otras —continúa hablando.
—¿Y qué pretendes que yo haga? —pregunto.
—Investiga, descubre quién lo ha hecho y escapa de aquí —responde con serenidad.
Intento reprimir la risa de lo ridículo que suena todo eso.
—¿Pretendes que juegue a ser Sherlock Holmes y me vaya de aquí? —repito con ironía—. Ya, claro, ¿y por qué no lo haces tú? Según tú ya sabes quién lo ha hecho.
—Porque a ti no te harán nada si te pillan, a mí me matarán —responde serio.
—Aja, ¿y por qué a mí no me matarían?
—Hay muchas cosas que debes descubrir por ti misma, pero primero debes saber qué esconde este lugar.
Ruedo los ojos con hastío.
—Mira, si esto es una broma te juro que-...
—No es ninguna broma, ya lo has visto en la habitación de Nora —me vuelve a interrumpir—. Además, sé que quieres escapar de aquí desde el primer día que entraste y no te tragas ese falso discurso perfecto de este centro, por eso eres la única persona que puede hacerlo.
Empiezo a pensar en todo lo que me ha dicho y en cierta parte tiene razón: yo desde el primer día que entré hasta ahora siempre he intuido que había algo que no nos estaban contando por alguna razón, y que ese algo no era nada bueno. Estoy segura de que toda esa perfección no es más que una máscara para encubrir algo malo; algo demasiado perturbador y, por esa parte, solo me provoca curiosidad y ganas de averiguar qué es.
—¿Por qué no me ayudas? ¿O acaso pretendes que haga todo esto sola? —replico.
—Yo te ayudaré a lo lejos. Hay cosas que deberás hacer tú misma, pero no estarás sola, no en esto —me asegura—. Además, hay gente dispuesta a ayudarte —añade, mirando en mi dirección.
—¿Quiénes? —indago burlesca—. A parte de Marco, dudo de que haya alguien más.
—Estás equivocada, Nellie. Hay más gente... En concreto, un grupo...
—¿Un grupo? —inquiero sorprendida.
—Sí, e incluso tienen un nombre —añade.
—¿Cuál? —pregunto. Esta vez la curiosidad me recorre todo el riego sanguíneo en busca de más información.
—Se hacen llamar ''Club de los quince'' —dice de pronto—. Son cuatro personas que siempre van juntas. Son fáciles de reconocer una vez los veas.
—No lo he oído nunca —confieso, encogiéndome de hombros.
—Normal, no es que lo vayan gritando por todos lados, de hecho, solo sabe de su existencia la gente que pertenece a ese mismo club.
—Entonces si tú lo sabes es que eres parte de ese club, ¿no?
—No, yo soy la excepción; yo lo sé todo, pero me mantengo lejos, en las sombras —dice.
—¿Acaso te crees el personaje de una película o qué? —replico con burla.
—No, simplemente miro por mi propia seguridad.
—¿Y por qué estás arriesgando tu seguridad viniendo a la una a mi habitación? —pregunto con suspicacia.
—Porque sé que no corro peligro, sino no hubiera venido —me asegura.
—¿Y cómo sabes que ahora no correré hacia el control de seguridad y les contaré sobre ti? —pregunto.
—Primero, porque nadie te creería y segundo, porque te encerrarían en una habitación, te interrogarían y, si no sacan la suficiente información, probablemente te encerrarían en una de las habitaciones de la última sección —responde.
La verdad es que no había caído en que, si voy a contar todo esto que ha pasado con el argumento de que un chico encapuchado, sin nombre y con el rostro oculto ha venido a mi habitación a decirme que va a morir más gente y que me dedicara a ser detective, probablemente pondrían mi diagnóstico en duda y pensarán que me falla algo más en la cabeza.
—Tienes razón, pero aún así no sé cómo confías en mí sin conocerme de nada —respondo, sentándome en la cama.
Él se para frente a mí y me observa en silencio.
—No es que confíe en ti —me corrige—. Pero hay gente que sí lo hace, por eso te he contado todo eso —añade después de una pausa.
Mira el reloj en su muñeca y chasquea la lengua.
—Es hora de irme —se apresura en decir, abriendo la ventana de mi habitación—. En algún momento necesitarás más respuestas, y yo seré el que te ayude a encontrarlas —me asegura, saltando por la ventana.
—¡Espera! Es... —me acerco rápidamente a la ventana y no hay rastro de él ya—, un segundo piso... ¿Qué mierda?
Me deja plantada en mi habitación, mirando por la ventana mientras me pregunto cómo se supone que voy a jugar a los detectives ahora. Tengo que averiguar quién es el que se dedica a matar gente, a quién va a matar después y quiénes son los del dichoso club.
Parece todo totalmente surrealista, aunque en mi situación puedo tener la libertad de volverme loca, total, estoy en un centro lleno de psiquiatras.
Me tumbo en mi cama de mala gana, sin siquiera cambiarme de ropa y, de un momento a otro, me quedo dormida.
***
—¡Nellie, despierta! —grita una voz desde el otro lado de mi habitación.
Abro los ojos despacio, de mala gana, mientras la luz del sol me atraviesa las retinas y el sonido de la puerta golpeada me taladra los tímpanos.
—¡Quién seas, más te vale parar o te juro que te mato! —exclamo hastiada, con la esperanza de que pare, pero no es así.
Me incorporo y me paso la mano por los ojos, quitándome las legañas, y abro la puerta.
Es Marco.
—¡Cámbiate, rápido! Se está armando en la cafetería —dice, metiéndome prisa.
Tengo ganas de replicar y de mandarle a la mierda por haberme despertado un sábado a las nueve de la mañana; de verdad quiero asesinarle, pero opto por tomar la vía pacífica.
Me cambio de ropa, me lavo la cara y salgo de la habitación junto a Marco.
Ambos caminamos a toda prisa hacia la cafetería como si nuestra vida dependiera de lo rápido que vayamos y, a escasos pasos, empezamos a escuchar gritos, como si estuvieran discutiendo.
—Te prometo que vas a desear no haber nacido nunca —espeta un chico alto, con el pelo blanquecino y un aspecto explosivo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué harás? ¿Pegarme? —replica el que está enfrente de él. Éste es un poco más bajo, con el pelo negro y lacio, y parece aterrorizado a pesar de enfrentarse al otro.
—Déjalo, Dom —dice una chica pelirroja, de aspecto bastante simpático, mientras le pone una mano en el hombro, tranquilizándolo.
—Eso, Dom, hazle caso a tu perrita —espeta el chico con burla.
No falta ni un motivo más para que Dom le plante un puñetazo en toda la nariz, haciendo que éste se eche hacia atrás del golpe.
Rápidamente le empieza a sangrar la nariz a borbotones, por lo que se pone las dos manos intentando frenar la hemorragia.
La gente se vuelve loca —valga la redundancia— y empieza a gritar, vitorear y abuchear al mismo tiempo, hasta que el jaleo se ve interrumpido por varios guardias que aparecen dos minutos después, llevándose a ambos a rastras.
—¿No vais a hacer nada? —inquiere la chica pelirroja, dirigiéndose hacia dos chicos que están detrás de ella, mirando la situación completamente serenos.
—¿Qué quieres que hagamos? ¿Pegarnos con los guardias? —responde uno de ellos con burla.
—Se están llevando a Dom —replica ella, alterada.
—Que no se hubiera pegado con nadie. No es nuestro problema si no sabe controlarse —responde el otro.
—Joder, Zane, Theo... Se supone que somos todos amigos —cambia su tono de voz a uno de total desesperación.
—Exacto, y por eso mismo que somos sus amigos, permanecemos quietos hasta saber con seguridad qué podemos hacer.
La chica afloja su mirada; ya no destila rabia, sino una profunda preocupación.
Uno de los chicos se acerca a ella y le pasa el brazo detrás del cuello y la acerca a él, abrazándola.
—Tranquila, Diana, no le va a pasar nada, te lo prometo —le asegura.
Marco y yo hemos pasado a un plano secundario y observamos la escena como si no tuviera nada que ver con nosotros.
—¿Qué acaba de pasar? —me pregunta Marco, sin apartar la mirada —al igual que yo—, de aquel grupo de personas.
—No lo sé, parece que uno tiene la mano suelta —respondo.
—Sí, al igual que tú —añade con gracia.
Le miro de mala manera, pero él no aparta la mirada de aquellas personas en ningún momento.
Uno de ellos se da cuenta de cómo les miramos descaradamente y le da un codazo al que tiene al lado, aparta a la chica y, de un momento a otro, estamos en un duelo de miradas con el murmullo de la gente de fondo.
—¿Qué se supone que estáis haciendo aquí todavía? —inquiere uno de los guardias, captando la atención de todos los que estamos ahí—. Quiero a todo el mundo fuera, ya —sentencia.
La gente empieza a salir de la cafetería a la orden de aquel guardia, mientras esas tres personas, Marco y yo, seguimos mirándonos.
—¿A parte de un trastorno psicológico estáis sordos? —espeta el guardia, enfadado.
—¿Quién te crees que eres para gritarme, fracasado? —inquiere la chica, con molestia.
El guardia la mira sorprendido, como si no se esperara esa respuesta.
—¿Qué has dicho? —pregunta el guardia.
—No ha dicho nada, ya nos vamos —dice uno de los chicos, agarrándola por el brazo suavemente y tirando de ella fuera de la cafetería. El chico de al lado sale detrás de ellos.
—¿Y vosotros qué hacéis? —esta vez el guardia se dirige a nosotros—: ¿Tenéis complejo de estatuas?
—No, nosotros ya nos íbamos también —responde Marco, dándome un suave codazo para que empiece a caminar.
Cuando salimos de la cafetería, nos encontramos con todo el resto que está disperso por el patio, cada uno a su tema de conversación.
—No he entendido absolutamente nada de lo que ha pasado en los últimos veinte minutos —comenta Marco con cierta gracia mientras nos dirigimos hacia un banco para sentarnos.
—La verdad es que yo tampoco he entendido nada —confieso, sentándome.
—¿Crees que esté relacionado con la muerte de esa chica? ¿El que todo el mundo parezca estar como... alterado? —pregunta Marco, mirándome.
—No tengo ni idea, sinceramente, pero si alguien se negaba a pensar que en el paraíso no hay problemas... Espero que lo que ha pasado hoy haya sido una buena dosis de realidad —espeto.
Entonces, de repente, en nuestro campo de visión aparecen las tres figuras de las personas que había en la cafetería.
Se acercan serenos hacia donde estamos nosotros.
—¿Quiénes sois vosotros? —indaga uno de ellos, casi desafiante.
Alzo una ceja con incredulidad y me pongo en pie, encarándole.
—¿Perdón? ¿Vienes hacia nosotros a preguntarnos con esa chulería que quiénes somos? ¿Quién te crees que eres? —inquiero con molestia.
El chico a su lado esboza una leve sonrisa y niega con la cabeza.
—Esta es Nellie, la bomba con piernas —expresa.
La chica se empieza a reír.
—¿Es ella? ¿La que pegó a un chico en mitad del patio? —pregunta la chica.
—Sí, es ella. Se llevaría bien con Dom —responde uno de ellos.
Marco y yo observamos la escena incrédulos.
De verdad que no entiendo nada.
—¿Qué? —expreso confundida.
—Nuestro amigo es el que le acaba de dar un puñetazo a otro en la cafetería, tiene el mismo trastorno diagnosticado que tú —me explica la chica, agradable.
¿Y ellos cómo saben qué es lo que tengo?
—Vale, ¿y qué se supone que queréis? —indaga Marco, levantándose.
Los tres le miran con gracia.
—No queremos nada, simplemente venimos a presentarnos —responde uno de ellos.
—¿Para qué? ¿Queréis ampliar el grupo de amiguitos trastornados? —replica Marco, con burla.
—Sí, exacto, de amiguitos trastornados que quieren escapar de aquí —sentencia uno de ellos, con seriedad.
Marco se mantiene callado, como si con esa respuesta le hubieran cosido la boca y a mí me llama totalmente la atención.
Tras decir eso, parece que ya estamos empezando a hablar el mismo idioma.