Es el día siguiente, por la mañana.
El sol apenas se asoma por la ventana, lanzando un haz de luz hacia mi habitación.
Después de que Aaron nos encontrara en aquel cuartucho, los guardias nos llevaron a cada uno a nuestra habitación, sabiendo que al día siguiente nos esperaría la charla del siglo.
Y aquí estamos: en la sala de interrogatorios, una vez más. Joder, esto sí que parece mi nueva casa.
El aire está cargado de una tensión que se puede cortar con un cuchillo.
Yo juego con mis dedos por debajo de la mesa, irremediablemente nerviosa.
—Espero que me déis una buena explicación sobre qué estáis haciendo a altas horas de la noche encerrados en una habitación, a oscuras, después de dejar claro que no se puede salir de las habitaciones bajo ningún concepto —la voz de Aaron resuena en las paredes, cada palabra es un martillo que golpea la atmósfera ya de por sí cargada de tensión.
—Ella no tiene la culpa de nada. He sido yo —responde Zane apresurado.
Aaron le mira con gracia, una sonrisa torcida adorna su rostro.
—Ya lo sé, Zane. Siempre eres tú el de las buenas ideas. No lo he dudado en ningún momento —responde con ironía. Su mirada es un cuchillo afilado, cortante—. ¿Cómo saliste de tu habitación? —indaga, inclinándose hacia adelante, como un depredador a punto de saltar sobre su presa.
—El guardia de mi puerta se estaba echando una siesta —responde sin más, su tono casual contrasta con la gravedad de la situación.
Aaron le mira fijamente. Está muy enfadado, sin embargo no muestra ni la mitad. Su ira es un volcán a punto de erupcionar, pero su expresión permanece serena, controlada.
—¿Alguna vez has pensado en las consecuencias de tus actos? —pregunta de pronto, su voz baja.
—Siempre.
—No lo parece, porque acabas de arrastrar a Nellie a una situación muy fea —su tono se endurece, como el acero templado.
—Ella no tiene la culpa, ya te lo he dicho —insiste Zane, su voz firme.
—Ya, pero cómo a ti no hay forma de hacerte recapacitar, espero que un escarmiento a nuestra amiga Nellie le sirva como lección de que hay que pensar muy bien con quién nos merece la pena juntarnos —replica Aaron, mirándome fijamente. Sus ojos son dos brasas que queman con desdén.
—Mantenla al margen —replica Zane, su mandíbula apretada, las palabras salen como balas.
—No, Zane, aquí no se hace lo que tú digas. Y cómo he visto que tampoco os importa lo que yo diga, tendré que tomar medidas —sonríe, pero su sonrisa no llega a los ojos, que permanecen fríos, calculadores—. Creo que una noche en la caja de música será suficiente —su voz es suave, pero cada palabra cae como una losa.
Zane se levanta de golpe, dejando la silla caer hacia atrás y dando un sonoro golpe a la mesa. El ruido retumba en la habitación.
Aaron le mira con gracia, imperturbable.
—¿Pasa algo? —inquiere, su tono burlón es un anzuelo lanzado con precisión.
—Ni se te ocurra —le amenaza Zane.
—¿O si no qué? ¿Acaso has olvidado quién tiene la sartén por el mango, Zane? —la provocación es evidente, es un puto juego peligroso que Aaron disfruta.
El pecho de Zane sube y baja con violencia mientras yo me mantengo callada, observando la situación intentando entender algo de lo que está pasando. La habitación parece encogerse, las paredes acercándose, presenciando el enfrentamiento.
—Yo asumiré el castigo por ella —dice Zane.
—Te repito que las órdenes no las das tú, sino yo —la autoridad de Aaron es como un puto muro infranqueable.
—Me dan igual tus putas órdenes. Te estoy diciendo que a ella la dejes en paz —insiste, esta vez con más rabia. La ira de Zane es como un incendio forestal: incontrolable y devastadora.
—¿A qué tienes miedo, Zane? Es simplemente un castigo —responde Aaron, burlesco. Su tono es suave pero sus palabras son como veneno puro.
Zane aprieta los puños contra la mesa. Las venas de las manos se le empiezan a marcar de manera desorbitada y por un momento parece como si le fueran a estallar.
—Asumiré el castigo —digo de pronto, llamando la atención de ambos. Mi voz es un hilo, a pesar de que intento sonar lo más firme que puedo.
—Muy bien, Nellie —dice Aaron, sonriente. Su sonrisa es un cuchillo envuelto en terciopelo—. Asumiendo las consecuencias de tus actos.
—Ella no ha hecho nada… —murmura Zane.
—Llamaré a los guardias para que te trasladen ahora y así…
A la velocidad de la luz, antes de que Aaron pueda terminar la frase, Zane le asesta un puñetazo en toda la cara que le hace retroceder casi dos pasos.
Aaron se toca la cara, adolorido, pero se limita a sonreír. Su sonrisa es la de un cazador que ha atrapado a su presa.
Zane le mira fijamente, con los nudillos al rojo vivo, mientras respira descontrolado. La furia en sus ojos es un fuego que no puede ser sofocado.
Ambos se miran y sinceramente no sabría decir cuál de los dos da más miedo.
Enseguida, los guardias llegan para agarrar a Zane de los brazos.
—Ya sabéis —se limita a decir Aaron.
Los guardias se llevan a Zane prácticamente arrastras de la habitación y solo nos quedamos el otro loco y yo. El silencio que deja su ausencia es angustia en grandes dosis.
—Zane asumirá toda la culpa, por lo que puedes irte a tu habitación —dice, mirándome. Sus ojos son dos pozos oscuros, abismos de intenciones ocultas—. Y ya te lo dije el otro día, pero creo que una reflexión sobre qué es lo que más te conviene es lo mejor para ti.
Le miro, totalmente descompuesta y confundida.
¿Qué mierda es lo que va a pasar ahora?
***
La noche ha vuelto a caer, envolviendo todo en una capa de oscuridad angustiosa.
El día ha pasado con una lentitud exasperante, sobre todo, porque han prohibido, de manera estricta que la puerta de mi habitación se abriese, bajo ninguna circunstancia.
El hambre se ha hecho un hueco en mi estómago, porque no he podido comer en todo el día.
Me limito a contemplar el techo, intentando encajar las piezas del rompecabezas que tengo armado en la cabeza, pero es inútil; hay tantas cosas que se me escapan, como agua entre los dedos.
Cuando estoy dispuesta a rendirme ante el sueño, un golpeteo en mi puerta me sobresalta.
Es extraño; los guardias nunca avisan, simplemente entran a su antojo.
Con cautela, me acerco y entreabro la puerta.
—¿Diana? —mi voz es un susurro cargado de sorpresa.
Ella sostiene la cabeza del guardia antes de soltarla, dejándola caer al suelo con un golpe sordo.
—¿Eso es sangre? —dice, señalando una pequeña mancha roja en mi camiseta.
Frunzo el ceño, extrañada.
—Da igual, vámonos. No hay tiempo para preguntas, tenemos que movernos rápido —dice, sin siquiera darme oportunidad a rechistar.
Otra igual que Zane.
Sin comprender a dónde me lleva, sigo a Diana por los mismos pasillos que recorrí con Zane.
Avanzamos en un silencio sepulcral hasta la puerta de ayer, donde nos esperan los demás: Marco, Dom y Theo.
Theo teclea el código y la puerta cede.
Entramos todos, cerrándola tras nosotros para que nadie nos escuche.
Zane está allí, sentado en el suelo, apoyado en la pared. Su aspecto es el de alguien que ha sido marcado por la violencia: labio partido, ceja sangrante, hematomas que adornan su brazo.
—¿Qué te han hecho? —Diana pregunta, su preocupación es palpable.
—Nada serio, Diana, tranquila —Zane intenta restar importancia a sus heridas.
—Zane… —comienzo, buscando su mirada.
—Lo que sea que tengas que decir, puede esperar —Dom me interrumpe con urgencia—. Tenemos que bajar y el tiempo apremia.
Zane se pone en pie con esfuerzo y, tras mover las baldosas, revela la misma entrada oculta.
Desde fuera, la oscuridad es absoluta.
—Yo voy primero —anuncia Zane.
Descendemos uno a uno por la escalera de mano, y el último cierra la entrada.
—Qué mal rollo —susurra Marco, su miedo es contagioso.
Nos encontramos rodeados de gruesas paredes de piedra, cubiertas de musgo, por lo que este lugar debe existir desde hace varios años ya.
Zane se detiene ante un pasillo que se pierde en la oscuridad.
Se vuelve hacia nosotros.
—Zane… —le llama Dom.
—Está bien, Dom —Zane corta cualquier intento de diálogo—. Lo que hay aquí abajo es una puta dosis cruda de realidad. Después de ver esto, lo que queda arriba solo quedan monstruos.
Sin dar tiempo a más palabras, se adentra en la oscuridad y le seguimos.
El pasillo nos lleva a una puerta metálica, de la que emana una luz intermitente.
Zane la abre sin esfuerzo y entramos.
Nos recibe otro corredor, flanqueado por puertas. El hedor es nauseabundo.
—¡Ya vienen! —grita alguien desde una habitación.
—¡No! ¡No! ¡Que se vayan! —se une otro.
De repente, el caos estalla con gritos que se entremezclan en un coro desesperado.
—¡Soy yo! —exclama Zane—. Soy Zane.
La mayoría se calma, reconociendo su voz.
—¡Zane! —alguien le llama—. ¡Ve a ver a Erika, está muy mal!
Zane abre habitaciones frenéticamente hasta encontrar a Erika.
—¡Erika! —se acerca a ella, tendida en el suelo.
La habitación parece sacada de una pesadilla.
Las baldosas blancas están salpicadas de sangre. Cadenas cuelgan del techo, atadas a las manos de Erika.
—Zane… has vuelto… —su voz es apenas audible.
—¿Qué te han hecho? —pregunta él, angustiado.
—Lo mismo que a todos… pero parece que no ha funcionado —responde ella.
La chica yace en el suelo, su cuerpo parece un mapa de dolor y sufrimiento. El amarillo de su vestido, ahora manchado, se ha vuelto un lienzo de sangre reseca.
—No tengo valor para ellos, Zane… —sus palabras son un murmullo, una sonrisa triste intenta aparecer en su rostro cansado.
—Te liberaré de este infierno, lo prometo —Zane le asegura con una convicción que parece mover montañas.
—No… Asegúrate de que tú escapes. Eres nuestra única esperanza.
—Basta de hablar así. Escaparemos todos, Erika, juntos —Zane se niega a aceptar su derrota.
—Destruye este lugar… Que no quede nada —sus ojos imploran una última voluntad.
—Lo haremos juntos, ¿me oyes? Juntos —insiste Zane, pero su voz tiembla.
—Theo… —Erika lo llama con un susurro—. También te extrañaré.
Theo se acerca, las lágrimas ruedan por sus mejillas, y toma su mano con delicadeza.
—Van a pagar por esto —promete Theo entre sollozos.
Una risa débil y breve escapa de los labios de Erika, y asiente con la cabeza.
—Liberen a los demás… No permitan que esto les suceda a otros…
Los ojos de Erika se cierran lentamente, y en ese instante, sabemos que es un adiós para siempre.
Zane la observa, incrédulo, como si esperara que el tiempo retrocediera. Después, con cuidado, acomoda su vestido, coloca sus manos sobre su pecho y deposita un último beso en su frente.
Se levanta, su rostro es una máscara de seriedad, pero sus ojos… sus ojos cuentan la historia de alguien que está destrozado.
—Espero que esto os haga entender por qué debemos huir de aquí, cueste lo que cueste —dice Zane, su voz apenas un susurro.
—¿Qué quería decir ella? —pregunto, la curiosidad arde en mí—. Parece que te conocía más allá de un simple vistazo.
—Era como una hermana para mí… Pasó mucho tiempo aquí, con Theo y con otros —explica Zane, su voz se quiebra.
—¿Qué hacen aquí? ¿Por qué los traen a este lugar? —insisto, necesito saber.
—Nellie, este no es el momento para preguntas… —Diana interviene, su dolor es un manto pesado.
—Claro que es el momento. Acabo de ver morir a una chica llena de heridas y no entiendo nada de lo que está pasando —mi voz se eleva, la frustración es una tormenta en mi pecho—. Todo lo que he escuchado es 'confía en mí'. Estoy cansada de eso.
—Nellie… —Marco intenta calmar las aguas.
—No, Marco. Necesito respuestas, y las necesito ahora —exijo, la impaciencia es un fuego que no puedo apagar.
Diana se interpone entre Zane y yo.
—Escucha, Nellie, me caes bien y entiendo que busques respuestas, pero este no es el momento, ¿me entiendes?
—¿Entonces cuándo? ¿Cuando esté al borde de la muerte? ¿Cuando tenga que actuar sin saber cómo porque nadie me ha dicho nada? —mi voz se rompe—. ¿Por qué nadie me dice nada?
—Tranquilízate… —Marco se coloca a mi lado.
—¡No puedo! —grito, la desesperación se apodera de mí—. ¡Yo confío en vosotros! ¿Por qué vosotros no confiáis en mí?
—Escucha, Nellie —Dom me toma de los hombros, tratando de transmitir seguridad—. Te necesitamos tanto como tú a nosotros, pero debes ser paciente. Yo tampoco entiendo todo, pero confío en ellos y sé que las respuestas vendrán.
Niego con la cabeza, una y otra vez, rechazando sus palabras.
Entonces Zane se acerca, y Dom se hace a un lado.
Nuestros ojos se encuentran y, sin una palabra, Zane me atrae hacia él, envolviéndome en un abrazo que parece contener el mundo. Su corazón late fuerte contra mi oído.
Permanezco inmóvil por un instante, luego toda la rabia acumulada se desborda. Zane acaricia mi cabello con una mano, y poco a poco, la tempestad en mi interior se calma.
Nos quedamos así, abrazados, y por un momento, el caos a nuestro alrededor se desvanece.
—Chicos… —interrumpe Theo—. Tenemos que irnos.
Me separo, evitando su mirada.
—Vamos —dice Zane con determinación.
Antes de irnos, habla con varios de los que están allí. Les promete que hará todo lo posible por liberarlos.
Cruzamos el pasillo y subimos las escaleras, cerrando la puerta y colocando las baldosas como si nunca hubiéramos estado allí.
Nos aseguramos de que no haya nadie esperando y, entonces, salimos todos.
Zane me acompaña a mi habitación, mientras que los demás vuelven a las suyas.
—Te contaré todo… —dice Zane de repente, deteniéndose enfrente de la puerta de mi habitación—. Solo dame tiempo.
Lo observo, mi mirada cargada de un cansancio que va más allá del físico.
—No te preocupes, Zane.
—Es complicado para mí… —confiesa, y en su voz percibo una tristeza profunda—. No… puedo… hablar de eso.
Una punzada de dolor, en forma de espada de acero, me atraviesa el pecho.
¿Estoy siendo egoísta?
—Solo te pido paciencia, por favor… —insiste.
Asiento, una y otra vez, como si con cada movimiento pudiera disipar la tensión entre nosotros.
—Está bien, Zane. Esperaré —afirmo con voz suave.
—Es normal buscar respuestas. Después de todo, parece que cada paso que damos termina en tragedia para alguien —dice con rapidez, casi tropezando con las palabras.
—Estoy de tu lado —respondo, y una sonrisa tenue asoma en mis labios.
Él me regala una mirada silenciosa y asiente con un gesto apenas perceptible.
—Gracias… —susurra—. Bueno, debo irme antes de que los guardias vuelvan a rondar. Que descanses, Nellie —se despide.
—Descansa tú también, Zane.
Cuando su figura se desvanece en el pasillo, entro en mi habitación y me dejo caer sobre la cama.
Reflexiono sobre mi obsesión por desentrañar los misterios que nos rodean, sin considerar cómo afectan al resto. La situación me ha sobrepasado, sin duda.
Todos piden mi confianza, ofreciendo a cambio solo dudas y sombras; nadie parece capaz de darme una respuesta concreta, y eso me está llevando al borde de la locura.
Cierro los ojos, esperando que mi mente se calle y me permita descansar, sin pensar en lo que nos deparará el mañana.