Chereads / El Club De Los 15 / Chapter 14 - CAPÍTULO 14

Chapter 14 - CAPÍTULO 14

Seguimos corriendo como alma que lleva el diablo. Ni siquiera sé si nos están persiguiendo todavía, pero nosotros no paramos.

Llegamos a mi habitación y nos encierro dentro. 

Coloco la cómoda justo delante de la puerta, para evitar que pasen. 

El sonido de los golpes en la puerta se vuelven tan salvajes que por un momento pienso que están a punto de matarnos. 

Oigo la voz de Aaron, fría y calculadora, atravesar el material de la puerta como si fuera un láser.

—¡Abrid la puerta! —exige, su tono no deja lugar a dudas que las consecuencias de desobedecer.

Marco y yo intercambiamos una mirada, una sin palabras que parece decir todo.

En un acto desesperado, agarro a Marco del cuello de su camisa y lo atraigo hacia mí, estampando mis labios con los suyos.

El beso es breve, interrumpido cuando los guardias finalmente derriban la puerta. 

—Joder… —susurra Marco, mirándome fijamente. 

Sabemos lo que esto implica, así que no nos resistimos cuando los guardias nos arrastran hacia nuestra querida amiga sala de interrogatorios. 

Aaron está aquí, su mirada fija en nosotros con una intensidad que quema más que el propio fuego. No hay rastro de sorpresa, solo una frialdad calculadora que me hace, por un segundo, temer qué es lo que va a pasar.

—¿Me podéis explicar qué estabais haciendo a altas horas de la noche, en vuestra habitación? —pregunta, apoyando sus manos sobre la mesa.

Frunzo el ceño.

¿Acaso no sabe que estábamos en el laboratorio? 

—Ya lo has visto —digo, con simpleza—. Besarnos.

Aaron entrecierra los ojos. 

—Sabéis que las relaciones están prohibidas —continúa Aaron—. Las reglas son claras. 

Marco me lanza una mirada rápida.

—Tenemos veinte años —espeto, cruzándome de brazos—. ¿Has oído hablar sobre las necesidades?

—No puedes pretender que estemos encerrados aquí de por vida sin poder ni arrimarnos —añade Marco.

Aaron permanece impasible.

—Las reglas son las reglas —insiste, su tono frío y cortante como el filo de un cuchillo—. Nadie está por encima de ellas. No importa cuántos años tengáis o cuáles sean vuestras ''necesidades''.

—Es un poco cínico de tu parte decir eso —dice Marco, tomándome por sorpresa hasta a mí—. Estoy seguro de que si pregunto a ciertas personas del centro, no dirán lo mismo de ti. 

La expresión de Aaron se vuelve más dura, pero no responde de inmediato. En su lugar, estudia a Marco con desdén, como si estuviera pensando si vale la pena tomarse en serio sus palabras.

—¿A qué te refieres, Marco? 

Marco se endereza en el asiento, manteniendo la mirada.

—Yo sé muy bien que sabes a lo que me refiero.

La tensión en la habitación aumenta.

—¿Estás insinuando algo? —pregunta, su voz baja pero peligrosa.

Marco no se inmuta, su postura es la de alguien que ha decidido que no tiene nada que temer.

—No insinúo, afirmo —responde—. Todos sabemos que las reglas se aplican de manera diferente dependiendo de quién seas en este lugar. 

Por un momento parece que Aaron va a replicar, pero luego se detiene. Hay un cambio sutil en su expresión, como si las palabras de Marco hubieran encontrado un blanco.

—Este no es el momento para discutir la política del centro —dice, desviando la conversación—. Ahora mismo lo importante es que habéis roto las reglas.

—¿Nos vas a castigar por darnos un beso? —chasqueo la lengua—. ¿Qué eres, mi padre?

Aaron me mira con los ojos entrecerrados y siento como la expresión de su rostro vuelve a cambiar.

—Ya tuvimos una conversación, Nellie —dice, sin dejar de mirarme—. Soy autoridad de este centro y mi misión es que las normas impuestas se cumplan a rajatabla.

—Pues yo que tú le daría un repaso a tu misión —replico con burla—. Porque parece que se te escapa de las manos.

Una chispa de indignación y enfado cruza sus ojos. De verdad, me divierte cuando pasa eso. Por un momento también se me olvida que estamos tratando con asesinos. 

—No quiero ni una sola tontería más —espeta él, dispuesto a pasar por alto mi comentario—. La próxima vez, afrontaréis las consecuencias de vuestros actos.

Con esas últimas palabras, Aaron nos deja marchar.

Nos dirigimos cada uno a nuestras habitaciones, pero antes de separarnos por un pasillo, mi curiosidad me gana y le pregunto:

—¿A qué te referías con lo que has dicho de Aaron? ¿Es que acaso sabes algo?

Marco me mira y entonces esboza una sonrisa.

—Me he tirado un farol —admite, con gracia—. Pero al parecer es más cierto de lo que pensaba.

Le miro y no puedo evitar reprimir una carcajada.

—Lo que sí me da curiosidad es qué clase de persona podría tener relaciones con… ese ser —añade.

—Y que lo digas. 

Nos despedimos y cada uno nos vamos a nuestra habitación.

Me dejo caer sobre la cama, aunque antes coloco la cómoda en su sitio.

Miro la puerta desde mi cama y veo como está rasguñada, seguramente debido al golpe. 

Aunque, el lado positivo es que, al menos quién ha sufrido daños ha sido una puerta, y no nosotros.

A la mañana siguiente, me siento rara.

Y es una de esas veces que no puedes explicar el por qué; como cuando estás triste y no sabes por qué; o cuando estás enfadado.

Y Marco me ha preguntado qué me pasa más de cuatro veces durante el almuerzo, y mi respuesta es siempre la misma.

—Nada.

—Algo te tiene pasar —señala a mi bandeja, la cuál todavía está llena—. No has probado bocado.

—Simplemente no tengo hambre —digo, encogiendo los hombros—. No es que la comida aquí sea muy apetitosa que digamos.

—Pero aún así tienes que comer.

—Otro que tiene complejo de mi padre —escupo con una rabia que no soy capaz de controlar. 

Marco me mira sorprendido; quizá ligeramente dolido.

—Perdón… —digo, al darme cuenta—. He dormido mal, solo eso.

Él coloca una de sus manos sobre mi hombro, pero no dice nada. Y lo prefiero.

Solo necesito… 

Silencio. 

Pero también se ve interrumpido cuando Dom, Theo y Diana se dirigen a nuestra mesa.

—¿Qué tal? —indaga Dom, dejando su bandeja al lado de la mía—. Hace días que no te vemos, Nellie. 

—Sí, me he tomado mi tiempo para… no volverme loca —digo.

No sé hasta qué punto compartir lo que vimos la otra noche con ellos sea buena idea, así que opto por mantenerlo en secreto, de momento.

—Sí, la verdad es que últimamente el ambiente aquí es raro —añade Diana—. Nadie se llevó ningún castigo por lo del campamento.

No, tienes razón. Nadie.

—Es verdad —dice Marco—. Me imagino que no sabrían que fuimos nosotros.

Y me callo de nuevo.

—Seguramente —añade Theo—. Pudo ser cualquiera.

No digo nada.

Y no sé por qué.

—Mejor así —dice Dom—. No tengo ganas de experimentar ninguno de los castigos sádicos de Aaron.

—Hasta ahora no sabemos qué es capaz de hacer —comenta Theo, dándole un trago a su vaso de agua. 

—Yo no tengo ganas de descubrirlo —espeta Marco.

—Ni yo —me sumo al carro.

—No creo que nadie tenga ganas —dice Dom—. Pero, ¿sabéis quién sí tiene ganas? 

Todos le miramos, curiosos.

—Yaritza, pero de comerse a Zane.

Diana suelta una breve risotada y asiente.

—Sí, la verdad es que llevan estos días pegados como dos pegatinas —añade. 

Y no sé por qué eso me molesta de cierta forma.

—Ya, pero ya sabéis como es Zane —interviene Theo—. Ni siente ni padece.

«Ni siente ni padece».

Justo como lo que leímos en esos documentos. 

—No seas tan drástico —replica Diana—. Simplemente no ha tenido la oportunidad de enamorarse. 

—No es que el ambiente aquí incite mucho, la verdad —añade Marco, con un toque de humor. 

—Y, de todas formas, a mí esa chica no me cae bien —espeta Dom—. Es muy guapa y todo lo que tú quieras, pero es rara. 

—Para tí todo el mundo es raro —replica Diana.

—También es verdad, pero yo me entiendo. Es como si hubiera algo más allá de lo que enseña, ¿sabes?

«Justo como vosotros, ¿no?»

Pienso, pero tampoco lo digo. Me sorprende como mi lengua viperina ha ido desapareciendo durante este tiempo.

La conversación sigue, pero yo me siento desconectada de ella totalmente, como si estuviera en una burbuja, observado desde fuera. 

Río de vez en cuando, comento cuando me preguntan, pero poco más.

Mi cabeza no deja de pensar en todo lo que hemos visto hasta ahora y mi estómago se revuelve de todo lo que nos queda por ver. 

Me pregunto cuánto tiempo más podré mantener la fachada de normalidad antes de que todo se desmorone. 

La mañana pasa con rapidez.

Hoy hemos vuelto a la rutina del deporte, pero se siente raro. Dylan, la persona con la que siempre solía jugar, ya ni me habla. De hecho, le he pillado un par de veces mirándome, pero cada vez que le miraba yo, apartaba la mirada. 

Todo ha cambiado; hasta los más mínimos detalles. 

Necesito respuestas. 

Respuestas que no tengo.

Pero sé quién puede tenerlas.

Me dirijo apresurada hacia su habitación, asegurándome que nadie me vea entrar.

Ni siquiera me molesto en llamar a la puerta, solo entro. Y por unos segundos, tengo que reprimir una risotada al ver la cara de Zane, mirándome incrédulo.

—¿Nellie?

—Tenemos que hablar —espeto, mirándole con seriedad.

—Nos has estado ignorando durante días —dice él, levantándose de su cama—. Claro que tenemos que hablar.

Yo le ignoro y saco de mi bolsillo la hoja en la que aparece su nombre y las anotaciones y la pongo encima de su cama.

Zane lo mira fijamente y luego se pasa una mano por el pelo, claramente desconcertado.

—¿Qué es lo que quieres saber? —pregunta. 

Respiro hondo, reuniendo el coraje para hacer las preguntas que han estado quemando en mi cabeza.

Aunque según lo que he leído… Es un asesino.

—Necesito entender qué está pasando aquí —digo, mirándole directamente a los ojos—. Yo pensaba que el asesinato de Nora, la muerte de la enfermera en la fiesta y que yo matara a una enfermera era el tope de la locura… pero me he equivocado.

—¿Qué quieres decir con eso? —indaga.

—¿Qué cojones es eso de dosis? ¿Y qué efectos provoca? —suelto, como perdigones—. ¿Y por qué pone tu puto nombre ahí?

Zane se sienta en el borde de su cama, sus ojos fijos en los míos. 

—No es tan simple, Nellie —comienza, y entonces puedo notar un peso en sus palabras que no estaba antes—. Yo… no puedo hablar de eso.

Entrecierro los ojos, mirándole incrédula.

—Hay cosas en juego que van más allá de lo que podemos ver —añade.

—Eso no es suficiente —espeto—. Necesito saber la verdad, Zane. La verdad completa.

Zane toma aire y niega con la cabeza.

—Yo… No puedo, Nellie —insiste. 

Siento como la rabia se va acumulando en mi interior. 

—¿No puedes? ¡Quiero saber la puta verdad, Zane! —espeto, furiosa. 

—¡No puedo recordar nada, joder! —grita, igual de enfadado.

La rabia en sus ojos me hace retroceder un paso.

La habitación se llena de un silencio tenso.

Me quedo inmóvil, procesando sus palabras.

La frustración y la confusión se mezclan mientras intento entender la situación.

—¿Cómo que no puedes recordar? —pregunto, mi tono ahora más bajo—. ¿Qué te han hecho?

Zane apoya su espalda contra la pared, su mirada perdida en algún punto de la habitación.

—No lo sé, Nellie. Hay lagunas en mi memoria, momentos que simplemente… desaparecen. Y cuando intento recordar, es como si chocara contra un muro.

—¿Crees que tiene que ver con las dosis? —susurro, sentándome a su lado.

Zane asiente lentamente.

—Es posible. 

Dejo escapar un suspiro casi tan profundo como todo lo que se esconde en este puto lugar. 

Entonces, recuerdo que mi nombre también aparecía en esos documentos; también siento que parte de mis recuerdos están… borrados.

¿Es posible que yo...?

La cara de confusión de Zane me deja claro que ahora mismo sabe tanto como yo.

O sea, nada. 

Dejo caer los hombros, sintiendo un peso que ya no soy capaz de soportar.

—¿Y qué vamos a hacer? —indago y no puedo ni reprimir la desesperación y frustración que siento en estos momentos.

Zane me mira fijamente.

—Escapar —dice, completamente seguro.

—¿Y cómo pretendes escapar? 

Él esboza una leve sonrisa unos segundos después de estar callado.

—Tengo un plan. 

Zane nos reúne a todos, justo en la misma parte del bosque donde planeamos lo de la fiesta. Hemos burlado tantas veces la seguridad del centro que se ha vuelto una rutina.

Yaritza, la chica de la cabaña, también está presente. Según el resto, se ha vuelto bastante cercana a Zane, así que supongo que comparte las mismas ganas de escapar de aquí que el resto.

—Bien… —Zane hace una breve pausa antes de comenzar a hablar—. Durante estos días, he estado pensando en la forma de escapar de aquí. 

—¿No lo llevas pensando desde que entraste? —indaga Marco, con burla.

Zane le dirige una mirada que le deja claro que no está para bromas, y él lo entiende, pues se le borra la sonrisa en cuestión de segundos.

—Durante estos días, hemos caído ante las provocaciones del centro. Asumo la culpa y la responsabilidad de ello —dice, mirándonos a todos de forma breve—. Estaba cegado por la rabia… Pero gracias a Yaritza, sé cómo podemos salir. 

» Ha descubierto que hay un viejo sistema de túneles debajo del centro. Túneles que no aparecen en ningún plano del centro y que llevan mucho tiempo sin usarse.

Un murmullo de sorpresa recorre el grupo.

—Esos túneles —Zane señala hacia el suelo como si pudiera ver a través de la tierra—... nos pueden llevar fuera de los límites del centro.

Siento una mezcla de esperanza y miedo. La idea de escapar siempre había sido una fantasía lejana, pero ahora…

—¿Cómo sabemos que son seguros? —pregunto, con cautela.

Yaritza se levanta y da un paso adelante.

—He explorado una parte de ellos —responde—. Son estables, pero tendremos que ser rápidos. No tengo muy claro si esos túneles tienen algún tipo de vigilancia o no.

Zane asiente.

—Eso significa que tenemos que movernos ahora —dice, haciendo un claro énfasis en la última palabra—. Cada minuto que pasamos aquí es un minuto más que le damos al centro para retenernos.

Siento como la adrenalina fluye por mis venas, pero también el miedo. 

—Entonces, ¿cuál es el plan? —pregunto.

Zane reparte hojas de papel en las que hay un mapa improvisado de los túneles.

—Son una réplica exacta de los túneles —explica Yaritza—. La entrada hacia ellos no queda muy lejos de aquí. 

—¿Así de fácil? —indaga Diana, con recelo—. ¿Me estás diciendo que hay una oportunidad de escapar así de fácil y nunca hemos caído en ella?

—Si no sabes de la existencia de los túneles, es difícil toparse con ellos —responde Yaritza, calmada—. Yo tardé varios meses en encontrarlos. 

—No confío en ti —espeta Dom, entrecerrando los ojos. 

—Entonces puedes quedarte y pudrirte aquí —replica ella con crudeza—. Yo me iré. 

—Vale… Si conocías la existencia de los túneles, ¿cómo es que no has intentado escapar ya? —indaga Diana. 

Yaritza sostiene la mirada de Diana, su expresión es un enigma.

—Porque no es solo escapar —responde con firmeza—. Es sobrevivir afuera. No sabemos qué hay más allá de los muros del centro, y yo sola no tenía cómo asegurarme de sobrevivir.

Diana cruza los brazos, aún escéptica.

—Además —continúa Yaritza—, necesitaba saber que podía confiar en alguien más antes de intentarlo. No puedes hacer esto solo.

Dom se relaja ligeramente, aunque su desconfianza no desaparece del todo.

—Bien, digamos que te creemos —dice, interviniendo antes de que la tensión vuelva a aumentar—. ¿Cuál es el siguiente paso?

Yaritza despliega su mapa, este con marcas y anotaciones.

—Aquí está la ruta que seguiremos. Hay cámaras y guardias que debemos evitar. He marcado sus posiciones habituales y los patrones de ronda.

Yo me acerco para estudiar el mapa junto con los demás.

—¿Y si cambian los patrones? —pregunta Dom, señalando una ruta particularmente peligrosa.

—Entonces improvisamos —responde Zane con determinación—. Es ahora o nunca.

Los miembros del grupo asienten, algunos con más confianza que otros.

—Prepárense —dice Zane, mirando a cada uno a los ojos—. En una hora, nos largamos de este puto lugar.

Cada uno nos dirigimos a nuestras habitaciones, dispuestos a llevarnos con nosotros alguna de nuestras cosas. Cuando pasa la hora, nos encontramos justo en la entrada de los túneles.

Zane nos mira a todos, asintiendo con aprobación.

—Recordad, silencio y seguid el mapa al pie de la letra —susurra Yaritza, su voz apenas audible—. No sabemos qué nos espera allí abajo, así que mantengamos los ojos abiertos.

Nos adentramos en los túneles, la oscuridad nos envuelve como una capa.

Después de lo que parece una eternidad, llegamos a un cruce. Zane se detiene, estudiando el mapa con su linterna.

—Debemos dividirnos —dice finalmente—. Algunos iremos por la izquierda y otros por la derecha. Nos encontraremos en el punto de salida. Si algo sale mal, no os detengais. Seguid adelante.

La decisión de separarnos es difícil, pero sabemos que es la única manera de aumentar nuestras posibilidades de éxito. Nos dividimos en dos grupos.

Zane, Dom, Theo y yo.

Diana, Yaritza y Marco. 

El camino se vuelve más estrecho y el aire más pesado. Oímos ruidos extraños, pero seguimos adelante, confiando en el plan. De repente, un ruido retumba detrás de nosotros. Nos detenemos en seco, el corazón me late a mil.

—¿Qué fue eso? —susurro.

Antes de que podamos reaccionar, la luz de una linterna se enciende a lo lejos, seguida por voces. Son los guardias. 

—¡Corred! —grita Dom, y el pánico se desata.

Corremos como nunca antes lo habíamos hecho, zigzagueando por los túneles, el sonido de los guardias detrás de nosotros. La salida está cerca, puedo sentirlo.

La luz del sol me ciega momentáneamente, pero cuando mis ojos se acostumbran, veo a Aaron parado allí, una sonrisa triunfante en su rostro. No hay tiempo para preguntas; su presencia solo significa una cosa: alguno ha dicho algo.

—¿Aaron? —mi voz es un susurro, tembloroso.

Él se encoge de hombros, su sonrisa se ensancha.

—Vamos, no me digas que no lo viste venir —dice con una calma que hiela la sangre—. Yo siempre voy un paso por delante.

Miro a mi alrededor, buscando alguna señal de los demás, pero estamos solos. 

—¿Y los demás? —indaga Zane, aunque yo no estoy segura de querer saber la respuesta.

—Oh, ellos están bien… por ahora —dice Aaron, jugueteando con algo en su bolsillo—. Pero tú y yo tenemos asuntos pendientes.

Antes de que pueda reaccionar, saca un dispositivo y lo activa. Un zumbido agudo llena el aire y, de repente, siento que mis piernas se debilitan.

Zane, Theo y Dom reaccionan de la misma manera y, en cuestión de segundos, estamos todos tirados.

—Esta vez, habéis logrado hacerme enfadar —espeta Aaron.

Es lo último que oigo antes de que todo se vuelva negro.