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Chapter 15 - CAPÍTULO 15

ZANE

La oscuridad de las salas subterráneas ni siquiera me provocan un mínimo sentimiento de temor. 

El aire está impregnado de un olor metálico; unido al olor del miedo y desesperación de mis amigos.

Otra vez estamos aquí por mi culpa.

Estamos encadenados a las paredes. El frío de las cadenas casi se me cuela por los huesos.

Miro a Nellie, quién está encadenada justo a mi lado.

Su rostro es indescifrable y por un momento siento una punzada de que no sé qué en el estómago.

—No nos romperán —susurro, y es lo único que se me ocurre.

Nellie me mira y asiente en un gesto apenas perceptible. 

Me gustaría decirle que no tenga miedo, que estaremos bien. Pero sé que no puedo asegurarlo, no cuando la mente enferma de Aaron está detrás de todo esto. 

Los guardias entran y salen, con ese sonido de sus estúpidas botas tan rutinarias sonando contra el suelo de piedra.

Uno se detiene frente a mí, con una sonrisa cruel dibujada en su rostro.

—Vamos a divertirnos un poco, ¿eh? —dice y su risa es casi tan insoportable como él.

No me da tiempo a procesar el momento en el que saca una especie de látigo y comienza a golpearme en la espalda.

Siento como me corta y me arde la piel, pero no hago ni una sola mueca de dolor.

No pienso darles el gusto.

Mis amigos gritan mientras lo presencian, yo les dirijo, de vez en cuando, alguna que otra mirada para hacer que se tranquilicen.

—No hay forma de hacerte gritar, ¿eh, Zane? —comenta Aaron, con burla—. ¿No sientes ni una pizca de dolor? ¿Ni aunque sea sentimental sabiendo que acabas de arrastrar a todos tus amigos aquí?

¿Dolor físico? No lo creo. ¿Dolor sentimental? Desde que nací. 

Pero, por alguna razón, no soy capaz de exteriorizar ese dolor.

—Te va a hacer falta más que un látigo si quieres hacerme daño —espeto con firmeza.

 La sonrisa de Aaron se desvanece y en su lugar aparece una mueca de frustración.

El guardia continúa golpeándome, pero yo mantengo mi mirada fija en Aaron, desafiante, como si con cada golpe estuviera desafiando su autoridad, su control sobre mí. Sé que estoy jugando con fuego, que cada palabra, cada mirada desafiante podría terminar con algo peor, pero algo dentro de mí se niega a ceder, a doblegarse ante él.

Y eso le desespera.

Y a mí me encanta.

Nellie me mira con preocupación, sus ojos llenos de dolor y angustia. Quiero decirle que lo siento, que no quería ponerla en esta situación, pero las palabras se quedan atascadas en mi garganta mientras sigo recibiendo los golpes del guardia.

Finalmente, el guardia se detiene, casi más adolorido que yo. Suelta un gruñido de frustración y me lanza una mirada llena de odio antes de retirarse de la sala cuando recibe la orden de Aaron.

Aaron se acerca lentamente, su expresión fría y calculadora. 

—Eres un verdadero dolor en el culo, Zane —dice con una voz llena de veneno—. Ya veo que da igual lo que te hagan, así que he cambiado de opinión.

Aaron hace un gesto y varios guardias comienzan a golpear a mis amigos.

Mantengo mi mirada fija en Aaron, pero por dentro, mi corazón se retuerce al verlos sufrir.

Los golpes y los gritos no dejan paso al silencio mientras los guardias se ensañan con mis amigos.

—Puedes intentarlo todo lo que quieras, Aaron —digo, firme—. Pero somos más fuertes que tú y tus patéticos métodos.

Aaron aprieta los dientes con rabia. 

Hace un gesto y los guardias se detienen, dejando al resto tirados en el suelo.

—Creo que te has ganado un poco de respeto por mi parte, Clark —dice Aaron, su voz fría como el hielo. Esboza una sonrisa maliciosa—. Pero espero que tus amigos puedan pensar lo mismo después de lo que les has hecho pasar. 

Trago saliva mientras Aaron se aleja.

Los guardias nos desencadenan a todos y nos escoltan hasta nuestras habitaciones. Ninguno de nosotros dice una sola palabra, como si nos hubieran borrado la capacidad para hablar.

Mi habitación es el último destino y, cuando llegamos, los guardias me empujan hacia dentro sin cuidado ninguno.

Las heridas en mi espalda empiezan a doler mucho más que antes, pero no es equiparable con el dolor que, por primera vez en mucho tiempo, siento en el pecho.

NELLIE

No sé por qué motivo, pero me encuentro caminando decidida hacia la habitación de Zane. 

La noche es tranquila y todo el mundo está durmiendo.

Llamo a la puerta y pasan unos segundos hasta que Zane la abre. 

Verle con la pierna vendada, heridas por los brazos y en la cara me parte el corazón. Su espalda parece un mapa. 

—¿Nellie? —indaga, sorprendido—. ¿Qué haces aquí?

—Necesitaba verte —confieso.

Él traga saliva y me hace un gesto para que pase, cerrando la puerta después de que entre.

—¿Estás bien? 

Yo me mantengo de pie, mirándole, ligeramente inquieta. 

—Sí, solo han sido un par de golpes —digo, restándole importancia. 

Él se acerca más a mí y coloca su pulgar debajo de mi ojo, donde ha aparecido un hematoma.

—Soy estúpido, Nellie —dice, en un susurro.

—No lo eres.

—Voy a conseguir que terminemos todos muertos —insiste.

—No ha sido tu culpa… —replico, suspirando—. Alguien nos ha traicionado.

La mandíbula de Zane se tensa y es algo jodidamente sexy de ver. 

—Las ganas que tengo de salir de aquí me ciegan —dice, en un susurro—. No soy capaz de asimilar que todo lo que hago tiene consecuencias.

Mis manos temblorosas buscan las de él; buscando una conexión, buscando consuelo.

—Zane, estamos todos aquí. Heridos, sí, pero vivos. Eso es lo que importa —digo—. Y no puedes pretender cargar con el peso del mundo sobre tus hombros. 

Él me mira fijamente; sus ojos llenos de desesperación.

Me gustaría poder borrar esa mirada de su cara.

—Cargo con el peso de la gente que me importa —dice—. Me siento responsable de todos y cada uno de ellos. 

—¿Y quién te ha vuelto el responsable, Zane?

—La gente confía en mí; confía en que los salve y los saque de aquí. Y eso es lo que intento… pero cada vez que hago algo, todo se va a la mierda.

—Estamos en un lugar en el que realmente todavía no somos conscientes de lo que puede pasar… No es tu culpa —insisto.

—Siento que no estoy a la altura de lo que se espera de mí —confiesa, con una voz apenas audible.

—No es verdad, Zane —replico—. Eres valiente, fuerte y decidido. Si hemos tenido oportunidades de salir de aquí han sido porque tú eres el único que tiene los huevos de enfrentarse a las consecuencias.

—¿Y de qué sirve? Mira lo que ha pasado.

—Alguien ha contado el plan —insisto, cruzándome de brazos—. Si no, estoy segura de que ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación. 

Él deja escapar un suspiro, como si no llegara a estar del todo convencido, sin importar lo que le diga.

—Tengo mis sospechas —dice—. Pero es tan obvio que parece surrealista.

Asiento.

—¿Yaritza?

—Efectivamente… Ella diseñó los mapas y todo. Pero se pasó varios días ayudándome a diseñar un plan para poder escapar, ¿con qué fin? ¿Torturarnos? Me parece una tontería. 

—A mí nada aquí dentro me extraña, sinceramente. 

—También es verdad. 

Entonces, nos quedamos callados por unos segundos, pero ninguno aparta la mirada.

—¿Y cómo es que has venido? —pregunta—. Si te pillan…

—Me da igual —le interrumpo.

—¿Es que tienes ganas de romper más reglas en un día? —pregunta Zane, con cierta diversión.

Se me pasa algo por la cabeza. Algo completamente loco. 

Ahí está la idea, destellando en mi mente con la fuerza de un rayo: audaz, temeraria, irresistible.

—A la mierda las reglas —susurro.

Y le beso.

Me inclino hacia delante, cerrando la distancia entre nosotros, y estampo mis labios contra los suyos.

Y se siente tan jodidamente bien que, por un momento, me olvido de dónde estamos, de quiénes somos; de todo excepto de este momento; de este beso.

Zane responde con una lentitud que quema, una ternura que roza lo empalagoso, casi demasiado para el torbellino de emociones que me consume. Luego, como si una chispa encendiera un puto incendio, la pasión se desata. Se entrega al beso con una intensidad que me arrastra.

La conexión es eléctrica; cada célula de mi cuerpo vibra con una energía que no soy capaz de manejar. Mis labios se mueven con urgencia contra los de Zane.

El beso es casi como una droga, un trance profundo y tentador, y cuánto más me besa, más profundamente deseo caer en este infierno.

Mis manos encuentran su cabello y se agarran a él con fuerza, como si estuviera cayendo al vacío. Él responde con una urgencia que refleja la mía; sus manos se deslizan por mi espalda, trazando líneas que hacen que se me erice el vello.

La ternura ha dado paso a un deseo más profundo, más crudo. Nos separamos solo para tomar aire, nuestras miradas se encuentran, pero ninguno dice nada.

Me sostiene con firmeza, como si temiera que fuera a desaparecer si me suelta. Se vuelve a abalanzar contra mí, esta vez empujándome sutilmente hasta que caemos sobre su cama. 

Sus labios son insistentes y ahora exploran más allá de mis labios. Se posan sobre mi cuello, sobre mi mandíbula, mientras nuestros corazones laten casi al unísono. 

Las paredes parecen encogerse a nuestro alrededor mientras sus manos exploran mi cuerpo con una suavidad que contrasta lo salvaje de sus labios.

Entonces, se separa ligeramente, mirándome a los ojos.

—Nellie, yo…

Los segundos que pasamos separados se vuelven casi torturadores. 

—¿Qué pasa? —indago.

—No puedo… —suspira, sentándose en la cama. 

Oírle decir eso se siente como una flecha directa al pecho.

Me siento a su lado, buscando sus ojos.

—¿No puedes qué, Zane? —pregunto, sintiendo como mi corazón se acelera más todavía.

Él toma una bocanada de aire y la suelta.

—No puedo simplemente olvidar lo que ha pasado y ahora hacer… esto —dice, mirándome.

Yo no sé qué decir, mi cama seguramente es un cuadro.

—Me encantaría entregarme a esto, entregarme a ti… pero la soga que tengo en el cuello me aprieta demasiado —confiesa. 

—No… no entiendo, Zane —susurro.

—Necesito que te vayas, Nellie.

Sus palabras duelen tanto o más que los golpes de los guardias. 

—¿Por qué? —mi voz suena frágil, quebrada por la confusión.

Zane se levanta de la cama, alejándose un paso de mí.

—Porque no puedo soportar arrastrarte más —dice—. Me importas más de lo que creía y no puedo seguir poniéndote en peligro.

Mis manos tiemblan mientra me levanto.

—No puedes hacer esto, Zane —replico, molesta—. No puedes simplemente decidir por mí.

Él me mira con unos ojos llenos de tormento. 

—Nellie, por favor…

—No. Quiero una puta explicación y no me sirven esas excusas de mierda —escupo con rabia.

—Te usarán contra mí, joder —espeta él, con desesperación—. Me encantaría poder decirte que podremos estar juntos, llegar a querernos… Pero no es una realidad posible. 

—¿Qué? —es lo único que consigo hacer que salga de mi boca.

—No puedes ser mi punto débil, Nellie. Si te hacen algo porque se llegan a enterar de que ha pasado algo entre nosotros… Me volvería loco.

—¿Y por qué se iban a enterar? Estamos solos.

—Aaron es un hijo de puta desquiciado —dice, con seriedad—. Siempre se entera de todo.

Estoy intentando luchar contra el nudo que tengo en el estómago, pero cada vez se retuerce más.

—Zane, yo…

—Lo siento, Nellie —insiste—. Pero es lo mejor para ti. Por favor, vete antes de que sea demasiado tarde.

Su mirada, llena de angustia, me atraviesa como un puñal.

Mis manos se aferran a los bordes de mi camiseta, sintiendo cómo la tela se deshilacha bajo mis manos. 

Intento encontrar algo que pueda cambiar su decisión, pero no hay nada.

Él se acerca un paso más, y la distancia entre nosotros se reduce a nada. Podría extender la mano y tocarlo, pero algo en mí me detiene.

—Lo siento más de lo que puedes imaginar —añade. 

Quiero gritarle, pedirle que cambie de opinión; hasta me dan ganas de matarle. Tengo un revuelto de sentimientos ahora mismo y no consigo decidirme por ninguno. 

La nube roja por un momento parece querer hacer su aparición, pero no lo permito.

Con un último vistazo, me alejo de Zane, dirigiéndome hacia la puerta. 

Una punzada de tristeza me atraviesa mientras giro el pomo de la puerta y salgo de la habitación.

Una tristeza que, de cierta manera, había parecido olvidar que existía.