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Chapter 19 - CAPÍTULO 19

ZANE

Todo en esta vida tiene un precio. Y eso era algo que tenía grabado a fuego. Sobre todo después de lo que pasó esa noche. 

Estoy en una habitación blanca y estéril, rodeado de máquinas que no paran de zumbar y luces que parpadean en el techo. Tengo tantos cables conectados que por un momento siento que soy una televisión.

—El paciente número uno ha rechazado el suero, señor —explica la enfermera que hay delante de mí, a ese tipo trajeado que me da la espalda y que se me hace extrañamente familiar.

—Administrarle lo que haga falta —responde éste. 

—Señor, su sistema ahora mismo está debilitado. Si le administramos otra dosis podría morir —replica la enfermera. 

—¿Morir? —el hombre de traje se gira lentamente hacia la enfermera, sus ojos fríos como el acero no muestran emoción alguna—. La muerte es solo otro dato en este experimento. Si él muere, será por una buena causa.

La enfermera traga saliva, su mirada se desvía hacia mí. Puedo ver la piedad en sus ojos, pero también la resignación. Ella sabe que no hay escapatoria de este lugar, no para los que estamos dentro de estas paredes.

—Como usted diga, señor —dice finalmente, con voz temblorosa.

El hombre asiente y se aleja, sus pasos resonando en el silencio del laboratorio. La enfermera se acerca a mí, su mano tiembla al preparar la jeringuilla con una nueva dosis del suero.

—Lo siento, chico —susurra, casi inaudible.

No respondo. No hay nada que decir. La vida que conocía se desvaneció el día que me trajeron aquí. Ahora, soy el paciente número uno, el conejillo de indias en un juego macabro.

La aguja penetra mi piel y el líquido frío se desliza por mis venas. Puedo sentir cómo mi cuerpo lucha, cómo cada célula se resiste a la invasión. Pero es inútil. El suero toma control, otra vez.

—Mantenganlo bajo observación toda la noche —ordena el hombre de traje desde la puerta—. Si sobrevive, aumentaremos la dosis mañana.

La puerta se cierra con un clic sordo y todo se vuelve negro.

—¿Cómo te sientes? —una voz me despierta. Es de madrugada y la enfermera está de vuelta, su rostro iluminado por la luz tenue de su linterna.

—Como si me hubieran pasado por encima un tren —bromeo con voz ronca, pero la verdad es que cada músculo me duele, hasta pensar es un esfuerzo.

—El suero está haciendo efecto, pero no de la manera que esperábamos —dice ella, revisando los monitores—. Tus resultados son… diferentes.

—¿Diferentes buenos o diferentes malos? —pregunto, intentando sentarme.

—No lo sé aún —responde con sinceridad—. Pero hay algo en ti que no hemos visto en los demás pacientes.

La curiosidad brilla en sus ojos, y por un momento, veo a la científica en ella, no solo a la enfermera. Es esa misma curiosidad la que me trajo aquí.

—¿Y el hombre de traje? —indago.

—Se fue hace horas. Dijo que volvería por la mañana para ver los resultados —explica.

—¿Y si no le gustan? —mi voz es apenas un susurro.

—Entonces… —se detiene, incapaz de terminar la frase.

No necesito que lo haga. Conozco las reglas de este juego mejor que nadie. Si el suero no funciona, si no me convierto en lo que ellos quieren, seré descartado. Como un juguete roto, como un experimento fallido.

—No dejes que eso te pase —dice de repente, con una determinación que no le había visto antes—. Lucha, por ti, por tus amigos, por todos los que no pueden.

Sus palabras me golpean en el estómago. Luchar. Algo tan simple y, sin embargo, algo que había olvidado. Había aceptado mi destino sin cuestionarlo, pero ahora…

La enfermera empieza a rebuscar en los armarios y saca frascos más pequeños que contienen un líquido transparente. Los deja todos encima de una encimera y los vierte en un frasco aún más pequeño, mezclándolos todos.

—Tómate esto una vez me vaya —dice, dejando un pequeño frasco encima de la mesilla que tengo al lado—. Te ayudará.

—¿Ayudarme? ¿A qué? —indago, en un susurro, sintiendo un ligero mareo.

—Simplemente tómatelo —responde, mirando a su alrededor como si estuviera cerciorándose de que estamos solos—. Mañana, cuando venga el jefe de nuevo, vas a tener que actuar. 

—No estoy entendiendo… —confieso.

—Lo entenderás una vez te lo tomes —insiste—. Hazme caso. 

No sé si es otra trampa o no. Si realmente quiere ayudarme o solo quieren jugar conmigo.

La mirada en sus ojos me hace ver que es sincera, pero yo ya no sé qué es o no verdad.

La enfermera se va apresurada, y me quedo solo una vez más, pero esta vez es diferente. Esta vez tengo un propósito. No sé cómo ni cuándo, pero voy a hacer que todo esto cambie.

A la mañana siguiente, me despierto medio mareado. Las luces parpadeantes del techo me queman las retinas y me obligan a cerrar los ojos varias veces. 

La sala sigue vacía; mi única compañía siguen siendo estas ruidosas máquinas.

Y, aunque todo parece como antes, algo ha cambiado.

Siento como si tuviera la cabeza más despejada; incluso, puedo recordar ciertos fragmentos de mi vida antes de todo esto.

Antes de que llegue el hombre trajeado junto a la enfermera, empiezo a pensar en todo lo que hablé con Nellie.

—Hay algo que no te he contado —admite, en un susurro. 

—¿El qué? —indago, sintiendo como la curiosidad me pica por dentro.

—¿Te acuerdas la nota que te enseñé? En la que salía tu nombre y todo eso —yo asiento levemente—. Pues, he encontrado más cosas.

La miro fijamente. Tiene toda mi atención exclusivamente para ella.

—Eres… —carraspea—. Al parecer somos pacientes de un experimento, Zane. Encontré unos documentos en los que aparecen nuestros nombres. 

—¿Y qué pasa? 

—Al parecer están testeando un suero que al principio solo iba a ser con animales, pero luego empezaron a probarlo con humanos. Tú eres uno de ellos.

Mis ojos se abren con sorpresa.

—El suero tiene varios efectos secundarios, entre ellos está la pérdida de memoria, así que sí, el que no seas capaz de recordar nada, es porque te han inyectado el suero.

—¿Y para qué se supone que sirve ese suero?

—Se supone que consigue alterar los patrones de comportamiento de una persona. También he leído algo relacionado con desvincularse emocionalmente con tus acciones y varias cosas más. Han querido lavarte el cerebro para convertirte en una máquina, Zane.

—¿Estás segura de esto? —pregunto, tratando de procesar toda la información.

Ella asiente con solemnidad.

—Lo encontré entre los libros de la biblioteca.

—¿Has estado en la biblioteca? —pregunto, incrédulo.

—Sí… Dos veces —sonríe con timidez.

No puedo evitar soltar una risotada.

—Estás loca, Nellie.

Ella se encoge de hombros.

—¿Y dónde has leído todo eso?

—Lo he leído en un diario.

—¿En un diario?

Ella asiente y se saca una pequeña libreta de debajo de la camiseta y me la entrega.

''Diario de Estudio de Kaín Clark''.

Casi tengo que agarrarme a algo para no caerme al suelo.

—Es el diario de tu padre, Zane —dice, sin apartar la mirada. 

Entonces, los recuerdos vienen a mí, como caballos salvajes corriendo en mitad de un valle. 

Mi padre… Mi padre murió ese día.

—¿Qué más has leído?

—Nora fue también una paciente con la que experimentaron —añade y alzo una ceja—. Al parecer, se les salió de control y tuvieron que pararla de alguna forma.

—¿Asesinándola? —escupo con amargura.

—Sí, aunque esa no era la forma que tenían escrita. Según he leído, también existen dosis letales para acabar con los pacientes ''problemáticos''.

—Joder, esto es una puta locura.

—Lo es, Zane… Pero ¿sabes qué es más loco? —pregunta y yo la miro, atento.

—¿El qué?

—Que hay un puto antídoto.

Mis ojos chispean con intriga.

—¿Un antídoto?

—Sí, es una dosis que consigue revertir los efectos del suero y devuelve parcialmente los recuerdos de forma gradual. 

Por un momento, algo dentro de mí brilla como una llama que es inextinguible. 

Esperanza.

—Zane, si consigues recordar cómo entramos aquí, sabremos cómo salir.

No puedo evitar esbozar una sonrisa cuando oigo esas palabras. Joder.

—Nellie, sé cómo salir de aquí.

Ella me mira, sus ojos centelleantes.

—¿Cómo?

—Aaron quiere que coopere con él, ¿no? Pues eso haré.

—Eso es peligroso, Zane… Seguramente te sometan a la dosis y, si sale mal…

Pongo mis manos sobre sus hombros, en un gesto tranquilizador.

—Nellie, esto va a ser como tirarse a una piscina, solo tengo que tener la suerte de que ésta esté llena.

Ella me mira con esos ojos llenos de preocupación que tanto consiguen que se me ablanden este podrido corazón que tengo.

—Mañana seguramente nos reúna Aaron.

—¿Para qué?

—Para proponernos el plan —digo, con plena seguridad—. Va a insistir en que coopere con él, porque de verdad le interesa que lo haga.

—¿Y qué hacemos?

—Tenemos que estar en contra —le explico—. Tenemos que hacerle creer que unos estamos de acuerdo y otros no.

—Eso tampoco creo que sea difícil… Estoy segura de que el resto tampoco estará de acuerdo con que pases por esto.

—Pero es la única forma que tenemos de salir de aquí. Ya has visto que por mucho que tratemos de escapar no podemos… Si tan solo pudiera ser capaz de recordar algo… Estoy seguro de que todo sería diferente.

Nellie me mira fijamente, insegura. Sé que no le convence del todo el plan, pero no es que tengamos muchas más opciones.

—¿Y si se da cuenta de que es una actuación?

—Confío en que nuestra actuación sea lo bastante convincente para engañarlo —respondo, aunque en el fondo no estoy del todo seguro—. Pero si algo sale mal, si sospecha de algo, estaremos preparados para improvisar.

Nellie me mira con determinación, aunque todavía puedo ver la sombra de la duda en sus ojos.

—Estoy contigo, Zane. Hagamos esto.

Unos pasos que se vuelven más cercanos irrumpen mis pensamientos, obligándome a volver al presente.

—Zane, paciente número uno. Dosis administradas: cinco —la enfermera lee el documento que tiene en sus manos al hombre trajeado que ha venido junto a ella.

—¿Resultados? —indaga él.

—Bastante positivos. Su cuerpo ha reaccionado bien a la dosis. 

—Genial. Hágame una comprobación, enfermera.

La enfermera se acerca más a mí y me mira directamente a los ojos.

—¿Podrías decirme tu apellido? —indaga la enfermera.

Me quedo mirando fijamente a la enfermera, poniendo una mueca de esfuerzo. 

—Yo…

Me froto la frente, como si así fuera capaz de recordar algo.

El hombre que tengo de frente me mira con una sonrisa satisfecha.

—Genial, ¿y sus emociones?

—Deberían de estar inhibidas.

—Zane, ahora mismo estás solo —empieza a hablar el hombre de traje—. Tú eres el único paciente que nos interesa, así que hemos matado a todos tus amigos.

No reacciono.

—Esa chica… ¿Nellie? No dejaba de suplicar por su vida, pero bueno, el trabajo es el trabajo.

Tengo que luchar contra mí mismo para no pegarle un puñetazo en toda la cara.

Sé que es un farol. O al menos voy a intentar convencerme de que lo es. 

El hombre entrecierra los ojos, como si me estuviera analizando milímetro a milímetro, en busca de algún tipo de reacción que delate que la dosis no ha hecho efecto alguno. 

—Ha hecho un buen trabajo, enfermera Thorn —dice, dirigiéndose esta vez a la enfermera que me mira con el ceño fruncido.

Cuando oye al hombre, cambia totalmente su expresión y esboza una sonrisa satisfecha.

—Gracias, jefe —dice de forma genuina.

—Haz que esta vez funcione. Le necesitamos —le dice, antes de volver a salir de la sala y dejarnos solos. 

Cuando ella se asegura de que estamos realmente solos, vuelve a acercarse a mí.

—Lo has hecho bien —me felicita, esbozando una leve sonrisa.

—Pero, si me inyectaste el suero, debería haber perdido la gran mayoría de recuerdos, ¿no? El antídoto solo funciona de manera gradual —digo, confundido.

—No te he inyectado el suero, Zane —confiesa—. Te he inyectado un triple antídoto.

Abro los ojos con sorpresa.

—Ha sido arriesgado, porque podrías haberte quedado en coma —hace una pausa y deja escapar un suspiro—. Pero me alegra de que hayas despertado. 

—¿Y lo que me he tomado?

—Eso es algo en lo que he estado trabajando estos meses. No sé como explicártelo para que lo entiendas, pero digamos que es un suero que protege la corteza cerebral de cualquier intento de manipulación.

Trago saliva.

Qué puta locura es esta.

—¿Has trabajado tú sola en eso?

Ella asiente levemente.

—¿Y por qué me estás ayudando?

Se toma unos segundos para responder, como si estuviera debatiendo si hacerlo o no.

—Porque conocí a tu padre, Zane —confiesa y siento como el pecho se me apachurra—. El científico más inteligente que ha pisado el mundo jamás. Él fue mi maestro y quién me enseñó todo lo que sé… pero cuando murió… cuando le asesinaron —corrige sus palabras y sus ojos se vuelven más oscuros—. Tuve que tomar una decisión.

» A Aaron le interesaba que yo formara parte de ellos y, en ese entonces, tampoco podía hacer nada que no fuera aceptar. Así que trabajé manipulando el suero, ayudándoles a llegar a esos resultados que estaban buscando. 

» Pero cuando los pacientes empezaron a morir… Algo dentro de mí empezó a pudrirse. Y me negué totalmente a ello. No podía simplemente experimentar con las vidas de unos simples niños. Entonces, empecé a desarrollar un antídoto más potente y el suero que te he mencionado.

» Lo quise probar con Nora Baker, pero la asesinaron antes de que pudiera hacer el intento de salvarla. 

La saliva se queda atascada en mi garganta.

—Conozco la historia de Nora… También conocía a la enfermera que la asesinó —digo y ella me mira, alzando una ceja.

—¿Una enfermera? —repite—. No la asesinó una enfermera, Zane.

Me quedo paralizado en el sitio. 

—¿Qué quieres decir? —es lo único que me sale de la boca.

—A Nora la asesinó… —suspira profundamente—. Dom King.

Y el mundo se me cae a los pies cuando oigo su nombre.

—¿Dom? ¿El Dom que conozco? —espeto—. Eso es imposible.

—Dom era paciente mío —dice, pero no soy capaz de procesar lo que sale de su boca—. Como supongo que sabes, Dom desarrolló un TEI derivado de la administración de varias dosis. 

No, no y no.

—Dom, era de lejos, el paciente con más probabilidades de éxito que tenían para poder manejar. Y lo probaron esa noche. 

—La enfermera admitió que ella fue la que mató… no, la que torturó a Nora.

—Y me apuesto lo que quieras a que fue Dom quien mató a la enfermera.

Bingo.

—Todo estaba planeado, Zane. Aaron usa a las enfermeras como simples cebos. Que esa noche muriera la enfermera, era parte del plan de Aaron.

Entonces recuerdo las palabras de la enfermera:

—Claro que sí. Todo esto es parte del plan… Que estéis aquí, es parte del plan… Que muráis, también será parte del plan.

—No puede ser… 

—Dom mató a Nora por órdenes de Aaron —insiste pero hay algo que se rehúsa a creer que Dom era un asesino. 

—A Dom le mataron la otra noche porque me negué a colaborar con Aaron —digo.

—Dom era un paciente incontrolable. Las dosis dejaron de hacer efecto en él y su futuro estaba escrito —hace una pausa—. Yo misma era la que le tenía que administrar la dosis letal. 

Siento como mis entrañas se revuelven y tengo que tragar la bilis que me sube por la garganta.

—Si Dom murió esa noche, también formaba parte del plan, Zane. 

Todo lo que oigo es como un golpe directo al corazón, dejándome aturdido y lleno de pensamientos confusos.

Todo lo que creía saber sobre Dom, sobre todo por lo que estábamos luchando, se desmorona en un puto instante.

—No puedo… no puedo creerlo. 

La enfermera asiente, comprensiva.

La enfermera Thorn se aleja un poco, su mirada se pierde en el suelo antes de volver a encontrarse con la mía. Hay una chispa de algo que no puedo identificar en sus ojos, algo que va más allá del deber o la compasión.

—Zane, lo que te voy a decir ahora debe quedarse entre nosotros —susurra con urgencia—. Este lugar… es solo la punta del iceberg.

—¿Qué es lo que planea Aaron? —pregunto, mi voz apenas un susurro.

Ella se acerca y habla en un tono tan bajo que tengo que esforzarme para escucharla.

—Quieren someter a todos los pacientes… Quieren sembrar el caos, mediante un ejército. 

Un escalofrío recorre mi espina dorsal.

—Pero si ninguno de nosotros tiene idea de luchar.

—Ese es el siguiente paso —me explica—. Una vez se aseguren de tener a todos controlados, empezarán a entrenarlos. 

—La verdad es que no veo a Aaron entrenando a nadie. A ese maldito saco de huesos le cuesta hasta levantarse de la cama —espeto con cierta burla.

—No está solo —dice ella, con prontitud—. Hay alguien más. 

Frunzo el ceño.

—¿Quién?

Se acerca para susurrarme al oído y no puedo evitar que un escalofrío me recorra la espalda.

—Tiene que ser broma.

Ella niega con la cabeza varias veces.

—Bueno, aún así, tú tienes el antídoto —digo, intentando aferrarme a alguna esperanza.

—Sí, y es por eso que ambos estamos en peligro ahora mismo —responde ella, mirando hacia la puerta como si esperara que alguien irrumpiera en cualquier momento—. Necesitamos hacer que todo el mundo se beba el antídoto.

—¿Cómo? —mi mente corre, tratando de encontrar una salida a esta situación imposible.

—Tengo un plan, pero necesito que confíes en mí —dice, extendiendo su mano hacia mí.