Estoy en el despacho de Aaron.
La verdad es que me sorprende que no me hayan arrastrado a la sala de interrogatorios.
La verdad es que empiezo a echarla de menos.
El día ha empezado del asco, más que nada porque nada más despertarme dos guardias me han arrastrado hasta aquí, para ver nada más ni nada menos que a la persona que más asco en la faz de la tierra.
A primera hora de la mañana.
Sin desayunar.
Su puta madre.
Aaron da vueltas alrededor de su escritorio de madera pulida, mientras se sujeta la barbilla con varios dedos, pensativo.
Yo me mantengo en silencio, sin nada que aportar, la verdad, mientras miro como da vueltas.
El sonido de sus zapatos negros brillantes —los cuáles estoy segura que él no limpia— chocar contra el suelo de madera es lo único que oigo durante un par de minutos. Hasta que decide romper el silencio.
—Estoy pensando en cómo decirte todo esto sin que pienses que me he vuelto loco —dice, aunque no deja de dar vueltas.
—Es un poco tarde para eso —espeto—. Ya lo pienso.
Él chasquea la lengua y, entonces, gira su cuerpo para mirarme fijamente.
—Supongo que estás al corriente de toda esta situación —empieza a hablar—. No eres tonta.
—Gracias por la apreciación —suelto con burla—. Y sí, creo que todos somos conscientes de lo que está pasando.
—Sé que no hemos empezado con buen pie —dice, sentándose en su silla—. Pero estoy dispuesto a hacer lo que sea para cambiar eso.
Alzo una ceja, incrédula.
—¿Y por qué el repentino cambio de idea?
—Porque hay cosas que no sabes, Nellie.
Sí, la verdad es que esa frase solo la he oído ochenta veces más.
—¿Y vas a contármelas? —me cruzo de brazos.
—Sí, así es —apoya los codos sobre su escritorio.
Ladeo la cabeza.
—Soy todo oídos —digo.
—No solo te lo voy a contar, Nellie —dice con prontitud—. Te lo voy a enseñar.
Entonces, saca un mando de uno de sus cajones y enciende la pantalla del enorme proyector que tiene colgando en una de las paredes del despacho.
Introduce una especie de CD en el ordenador y enseguida lo reproduce en la pantalla.
—Lo que vas a ver te va a dejar con muchas dudas, Nellie. Así que yo estoy dispuesto a resolverte todas y cada una de ellas —es lo que dice antes de darle al play.
Lo primero que veo es a Dom, llamando a la puerta de una habitación que por un momento, me resulta familiar.
—Abre la puerta, zorrita.
—¡Lárgate de aquí!
Alzo una ceja.
Puedo ver la sonrisa de Dom, pero no es a la que estoy acostumbrada.
Dom abre la puerta con una sonora patada y entra en la habitación de…
¿Nora?
Ella está tirada en el suelo, llorando, arrinconada debajo de la ventana.
Dom se acerca a ella a paso ligero mientras ella grita que se vaya.
Cuando Nora está a punto de decir algo, Dom la agarra del cuello y la levanta.
Es casi una fuerza sobrenatural. Eso, o Nora pesa lo mismo que una pluma.
—¿Qué… quieres? —pregunta Nora, con la voz entrecortada.
—Los jefes te quieren muerta —espeta Dom con una seriedad que me sacude por dentro.
—¿Por… por qué?
—No sirves, Nora. Los resultados de tus pruebas son penosos —escupe Dom, con burla.
La escena me deja sin aliento.
No puedo apartar la mirada de la pantalla mientras observo con horror cómo Dom maltrata a Nora.
Es como si estuviera viendo una puta película de terror, pero sé que esto es real, que está sucediendo aquí, en este maldito centro.
—¿Por qué… haces esto, Dom? —dice Nora, tratando de liberarse de su agarre.
Veo la mano de Dom apretarse más fuerte sobre su cuello.
—Lo siento, Nora. No es nada personal, simplemente son órdenes —responde él con frialdad.
Entonces, saca un cuchillo y lo acerca al cuello de Nora.
Mi corazón se detiene por un momento. No puedo creer lo que estoy viendo.
¿Qué cojones?
—No… por favor —solloza Nora y ni siquiera se molesta en controlar las lágrimas que caen sin control por su rostro.
Dom no muestra ni un signo de piedad. Está decidido a acabar con ella.
Pero entonces, la suelta, haciendo que Nora caiga al suelo, casi sin aire. Hace todo un esfuerzo para intentar respirar con normalidad.
—He cambiado de opinión —dice Dom, de repente—. Voy a divertirme un poco.
Las escenas que siguen después me revuelven las tripas y no puedo reprimir las ganas de vomitar, así que, simplemente vomito, sobre el bonito suelo de madera de Aaron.
Que se joda.
Me levanto de mi asiento, apartándome del vomito y cuando vuelvo a alzar la mirada, veo la habitación de Nora exactamente igual que cuando Marco y yo fuimos a revisarla.
Todo jodidamente igual.
Y eso provoca que la bilis me vuelva a subir por la garganta, pero ésta vez logro reprimirla.
Aaron mira con una mueca de asco hacia el suelo dónde acabo de vomitar, pero me la pela.
Entonces, en escena aparece una enfermera.
Espera, ¿la enfermera que matamos?
—¡Dom! ¿¡Qué has hecho!? —indaga, incrédula.
—Me he quitado a un estorbo del medio —espeta él, como si lo que ha hecho hubiera sido la cosa más normal del mundo.
—Has… has matado a Nora —dice, mirando el cadáver de Nora horrorizada.
—Así es. Yo solito —esboza una sonrisa diabólica.
Dom arrastra el cuerpo de Nora hasta la puerta y luego la carga. La enfermera cierra la puerta y mira hacia los lados, como intentando asegurarse de que nadie estuviera mirando.
Entonces se acaba la grabación.
Y yo estoy tan en shock que me he olvidado que he estado conteniendo la respiración durante el último minuto, así que me obligo a tomar una gran bocanada de oxígeno para inflar mis pobres pulmones que ahora mismo está pidiendo socorro.
Aaron me mira y entrelaza los dedos sobre su escritorio.
—¿Opiniones?
¿Opiniones? No sé qué decir.
Ya no solo porque Dom ha sido realmente quién ha asesinado a Nora como un puto sádico, sino el hecho de que nosotros asesinamos a una enfermera… a esa misma enfermera, creyendo que había sido ella.
Joder.
—Sé que seguramente ahora mismo tengas la cabeza hecha un lío, así que solo pregunta —insiste Aaron.
—¿Cómo sé que esto no está manipulado? —indago, barajando esa posibilidad.
—¿Manipulado? ¿Tú crees que yo tengo el tiempo y ganas de manipular una grabación?
No, tú prefieres pasar a la acción directamente.
—Dom no haría eso… —le defiendo.
El Dom del vídeo no tiene nada que ver con el Dom que yo he conocido. Joder. Son como dos personas totalmente diferentes. Parece como si le hubiera poseído el mismísimo demonio.
—¿Y cómo estás tan segura? —se cruza de brazos—. No lo conocías bien.
—¿Tú sí?
—Claramente, ha sido mi paciente, Nellie —esboza una sonrisa—. Todos los del Proyecto Mariposa.
La sola mención de ese proyecto me hiela los huesos.
—No hace falta que te hagas la sorprendida, sé que sabes de eso. Alguien estuvo rebuscando entre los documentos en la Caja de Música y, bueno, a Zane no es que le haga mucha falta. Él es parte.
Entrecierro los ojos y aprieto los brazos todavía cruzados con un poco más de fuerza contra mi pecho.
—Él era el paciente con mejores resultados… el único problema era su TEI… Igual que el tuyo —sonríe—. A veces éramos incapaces de controlar sus episodios, así que tuvimos que tomar medidas precipitadas para asegurar el bienestar de todos.
—¿Matándolo? —chasqueo la lengua—. ¿No había más putas medidas? Eso solo te convierte en un asesino, al igual que él.
—¿Cómo puedes juzgarme por matar cuando tú has hecho exactamente lo mismo? ¿O tengo que recordarte que asesinaste a una enfermera en el Campamento?
Recordarlo hace que se me encoja el corazón.
He tenido tantas pesadillas con eso que siento que va a ser una huella incapaz de borrar.
—Fue en defensa propia.
—Yo hice que mataran a Dom en defensa de todos nosotros, ¿cuál es la diferencia?
—Que tú disfrutas haciéndolo, yo he tenido pesadillas desde entonces —escupo.
—No te voy a mentir… Me gustó quitar a Dom del medio, fue bastante satisfactorio —suelta un suspiro—. Pero bueno, tampoco debería de ser sorpresa para ti, has estado rodeada de asesinos todo este tiempo, Nellie.
—¿Qué sabrás tú? —escupo con tanta rabia que siento como me quema.
—Tu grupito ha matado a una enfermera inocente, ¿con qué excusa? Ocultar el asesinato de Nora.
Seguramente Zane no supiera nada de eso.
Aunque él estaba convencido de que había sido Nora.
No creo que…
—Sé que te cuesta admitir que una persona que ha ''intentado'' ayudarte como Zane, sea en verdad un asesino —añade, metiéndole más leña al fuego—. Cuesta digerir que, la persona de la que te has enamorado, sea una máquina de matar.
«Máquina de matar».
Mi cerebro cortocircuita con esas palabras.
—Sé que también has investigado sobre eso. Y yo, como fundador de ese proyecto, confirmo que todo lo que has leído no es más que la pura y cruda verdad.
Zane no es un asesino. No se ve como uno.
—Seguro que estás intentando justificar sus acciones de alguna manera, intentando engañarte a ti misma con alguna patética excusa, pero la verdad es esa.
—La descripción que dais en los informes no tiene nada que ver con cómo es Zane en realidad.
Aaron suelta una breve risotada.
—Oh, vamos… No me digas, Zane en realidad es un chico muy atento, que se preocupa por los suyos, que tiene empatía y todas esas chorradas, ¿no?
La sonrisa de Aaron se ensancha, como si estuviera disfrutando cada segundo de esta conversación.
—Zane presenta un perfil con síntomas de psicopatía —añade, sin dejar de mirarme—. Le atrae el riesgo, no tiene miedo a las consecuencias, tiene una personalidad manipuladora y, ¿lo mejor? Aparenta ser una persona completamente normal.
Mi mente se queda en blanco por un momento, incapaz de procesar toda esa información. La imagen que tenía de Zane se desmorona ante mis ojos, reemplazada por una versión que no reconozco. Es como si estuviera viendo a un completo desconocido.
—No puede ser... —murmuro, sintiendo cómo la incredulidad se apodera de mí—. Zane no es así. No puede ser un psicópata.
Aaron levanta una ceja, como si disfrutara de mi reacción.
—Puedes negarlo todo lo que quieras, Nellie, pero los hechos están ahí. Los informes, las pruebas... todo.
Mi corazón late con fuerza, negándose a aceptar lo que estoy escuchando. Pero una parte de mí sabe que no puedo ignorar la verdad por más tiempo. Siempre hubo algo en Zane que no encajaba del todo, algo que no podía explicar. Y ahora, parece que finalmente tengo la respuesta.
Pero… ¿todo el mundo me está mintiendo?
—Zane tiene la capacidad para manipular hasta al presidente del puto país si así lo quisiera —añade, pero su voz suena como ruido lejano—. Y todos habéis caído en su juego.
Chasqueo la lengua.
—Claro, y ahora me dirás que tú eres el bueno en todo esto —replico, irónico.
—No, Nellie, yo no soy el bueno —se inclina hacia delante—. Pero yo, SIEMPRE, he dejado claro cuál es mi cara de la moneda. Nunca me he escondido.
En eso tiene razón.
Aaron es un hijo de puta, pero al menos siempre ha sido un hijo de puta sincero.
—¿Y qué pretendes con todo esto? —indago.
—¿Yo? Pretender no pretendo nada, simplemente quería abrirte los ojos. Sé lo mal que sienta vivir con la verdad a medias… pero, me apuesto lo que quieras a que ahora todo el mundo quiere ser sincero contigo, ¿verdad?
Verdad.
Y eso es innegable.
He descubierto más cosas en las últimas cuarenta y ocho horas que todo el puto tiempo que llevo aquí encerrada.
—¿Y sabes por qué? Porque te van a usar como moneda de cambio —añade, con gracia—. Porque te tienen bien calada, Nellie. Todo el mundo te ve como una buena chica, a la que se le puede ir la cabeza en cuestión de segundos, pero una buena chica al fin y al cabo.
Da una vuelta alrededor de su escritorio y se para frente a mí, agachándose para quedar a mi altura en la silla.
Sus ojos grisáceos me escrutan sin piedad y yo me siento pequeña bajo su mirada.
—Pero yo veo quién eres en realidad, Nellie. Sé que sientes eso dentro de ti… esa oscuridad que ha tratado de arrastrarte… Mi pregunta es, ¿a qué tienes miedo?
¿Oscuridad? ¿Miedo? Mi cerebro va a colapsar.
—Esa es tu verdadera cualidad, Nellie. Déjala salir.
¿Cómo puede él, de todas las personas que existe, entenderme de esa manera?
—No sé de qué estás hablando —murmuro, tratando de mantener mi voz firme.
Aaron se endereza y su expresión se vuelve más seria.
—Mientes. Lo sabes y yo lo sé. Hay algo dentro de ti, Nellie, algo que te aterra enfrentar. Pero te prometo que si lo haces, si aceptas esa parte de ti, serás más poderosa de lo que puedas imaginar.
—Yo no quiero ser poderosa, Aaron —replico, sin dejar de mirarle.
—¡Tonterías! —exclama, mientras se levanta—. Todo el mundo quiere ser poderoso, Nellie. El poder infunde respeto y tú estás cansada de que todo el mundo te tome por tonta.
—Yo no quiero poder. Solo quiero volver a casa, vivir una vida tranquila y sin complicaciones.
Mis palabras desatan una risa burlona en él.
—Una vida tranquila y sin complicaciones... ¿En serio crees que eso es posible en el mundo en el que vivimos? —dice, con un gesto de desdén—. Estás ciega, Nellie. El mundo no es un lugar amable y no puedes esconderte tras tus ilusiones para siempre. Esta es tu casa.
—Me gustaría discutir mis creencias sobre el mundo exterior, pero no me acuerdo de nada y ¿sabes por qué? —escupo con rabia—. Porque me has obligado a olvidarlo.
—¡Y es el mejor regalo que te he podido hacer! —exclama, ofendido—. Hacerte olvidar toda la miseria de ahí fuera… ¿Sabes cuántas personas desearían poder olvidar su triste vida aunque fueran solo unos instantes?
—¿¡Y quién te ha dado el derecho a decidir si quiero o no olvidarlo!? —exclamo, sintiendo la nube roja nublarme el juicio.
—¿Quieres que te lo diga, Nellie?
Su pregunta me toma por sorpresa.
—¿Quieres saber por qué me he esforzado en hacerte olvidar una vida que no era tuya? —añade, mirándome fijamente a los ojos. Puedo sentir la tensión en su mandíbula.
Las pupilas en sus ojos están dilatadas, tanto que sus ojos grisáceos ahora parecen dos agujeros negros, capaces y dispuestos a arrastrarme a ellos.
Las siguientes tres palabras que salen disparadas de su boca me atraviesan el pecho como balas de plata.