Estoy corriendo hacia el despacho de mi hermano.
Hemos dejado encerrado a Aaron en esa sala y hemos entregado las llaves para que se custodien.
No me fío de que las guarde Marco, ni Yaritza.
Mientras corro por los pasillos hacia el despacho de mi hermano, una oleada de emociones contradictorias me embarga. Mi hermano, a quien creía muerto, está vivo y es el líder de todo este caos.
Cuando llego al despacho, encuentro a mi hermano esperándome, su rostro una máscara de seriedad. Su sola presencia me hace detenerme por un momento, pero luego me recupero y me acerco a él con paso firme.
—Nellie —dice mi hermano, su voz grave y profunda—. Estaba esperando que llegaras.
—Eras tú… todo este tiempo —digo y siento como mi voz sale con firmeza, aunque esté temblando por dentro.
—¿Quién creías si no? —sonríe.
—¿Por qué fingir tu muerte? —espeto—. ¿Por qué todo este teatro?
Mi hermano da un paso hacia adelante.
—Para poder vengarme.
Siento un nudo en la garganta y los recuerdos de ese día me golpean como un látigo.
Cuando despierto, no logro recordar nada.
Siento mi cabeza como si estuviera llena de niebla; todo completamente borroso, desvanecido.
Al parecer la última dosis sí que hizo efecto.
Las luces del techo de la sala parpadean de manera intermitente, parece una escena hipnótica.
Suelto un gruñido cuando me arranco los cables que me conectan a las máquinas ruidosas.
Un hilo de sangre empieza a brotar de mi brazo izquierdo, pero es tan insignificante que no le doy importancia.
No sé por qué, pero empiezo a caminar por los pasillos. He aprovechado que las enfermeras no están para salir, sino, me tendrían retenida ahí todo el tiempo.
Y estoy harta de ver el puto color blanco del techo y como una gran mancha de humedad se va haciendo más y más grande.
Parece una puta metáfora de mi situación: una mancha que se expande, incontrolable y oscura. Mis pasos resuenan en los pasillos vacíos.
Me detengo frente a una ventana. El reflejo muestra a una chica que apenas reconozco. Mis ojos ahora reflejan la fatiga de quien ha sido probada más allá de sus límites. Pero aún así, hay una chispa, un atisbo de rebeldía que me define.
Y sé que eso les saca de quicio.
Escucho pasos. Alguien se acerca. Me escondo en la sombra de una puerta entreabierta, conteniendo la respiración. Dos enfermeras pasan hablando en voz baja. Hablan de un nuevo paciente, de una nueva serie de pruebas. Siento un escalofrío al darme cuenta de que no soy la única.
Decido ir al despacho de mi hermano, Alec, a pedir explicaciones.
¿Me las dará? Probablemente no. ¿Voy a intentarlo? Sí.
Cuando llego, abro la puerta de golpe, haciendo que mi hermano se sobresalte en el sitio.
Tengo que hacer un gran esfuerzo para no soltar una risotada al ver su cara de asustado.
Pero entonces recuerdo que no estoy aquí por eso.
—¿Quién es el otro? —indago, esperando que mi hermano entienda mi pregunta.
Y lo hace, porque esboza una sonrisa.
—¿No te acuerdas de él, no? —indaga, acercándose a mí—. Es alguien que conoces muy bien. Siempre ha estado contigo durante tus tratamientos.
Frunzo el ceño.
—Sabes que no puedo acordarme, imbécil —espeto con rabia.
Eso solo causa que mi hermano suelte una risotada.
—Es comprensible. Después de todo, no has estado tú misma últimamente —comenta, su tono tranquilo pero cargado de insinuación.
Una sensación de incomodidad se apodera de mí mientras lo escucho hablar. ¿Qué quiere decir con eso?
—¿Qué estás insinuando, Alec? —pregunto.
Su mirada se vuelve más penetrante.
—Nada en particular, querida hermana —responde con calma, pero su tono tiene un matiz que me hace sentir incómoda—. Solo he observado que has estado… distraída últimamente. Más de lo habitual, diría yo.
—¿Qué estás tramando, Alec?
Él se encoge de hombros con indiferencia, pero sus ojos brillan con una chispa de malicia que no puedo ignorar.
—Oh, no es nada importante, hermanita. —responde enigmáticamente.
—¿¡Puedes dejar de hablar como un puto gilipollas y decirme qué estás tramando!? —grito, rabiosa.
Alec levanta las manos en un gesto de rendición, aunque la sonrisa no desaparece de su rostro.
—He decidido añadir más gente al proyecto, hermanita —me dice, sonriente—. Así no estarás sola.
Alzo una ceja, incrédula.
—¿Qué?
Es lo único que sale de mi boca después de oírle.
—Zane, Dom, Dhrent, Nora y Theo se unirán contigo —me explica.
—Te has levantado con ganas de joder, ¿no?
Él se acerca hasta que queda a escasos pasos de mí.
—Ya está todo planeado y hecho. El padre de Zane ha sido muy amable dejándonos sus notas.
«El padre de Zane».
Tengo la mente tan nublada que no sé quién cojones es el padre de Zane.
—No te preocupes por nada, hermanita. A partir de aquí, solo tienes que dejármelo a mí.
—No, Alec —digo—. No voy a dejarte que hagas más daño.
Él se ríe, un sonido y frío que es todo menos humor.
—¿Daño? —pregunta, su sonrisa desapareciendo—. Todo lo que he hecho ha sido por ti, por nosotros.
—¿Por nosotros? —repito, incrédula—. ¿Encerrarme, experimentar conmigo, usarme como conejillo de indias? ¿Eso es por nosotros?
Alec se encoge de hombros, como si lo que dijera no tuviera importancia alguna para él.
—Era necesario —dice—. Había algo dentro de ti que necesitaba sacar, y esta es la manera.
—¿Y cuántas personas más pretendes romper, Alec? —pregunto, sintiendo como la ira crece dentro de mí.
—Los que hagan falta —responde, su voz firme—. No entiendes nada. Estamos haciendo todo esto para curarte.
—No necesito que me curéis —espeto, rabiosa.
—Claro que sí. Pero tu cuerpo no soporta las dosis, así que hemos optado por probarlas con alguien más.
La mente se me nubla y aparece una nube roja, densa como un puto bosque y explosiva como una bomba.
—¡No! —grito y, sin pensarlo, me abalanzo sobre él.
Alec no se lo espera así que ambos caemos al suelo, yo encima de él.
Busco algo, cualquier cosa para acabar con esto.
Mis dedos encuentran unas tijeras sobre el escritorio.
Las tomo y…
—Lo siento, Alec —susurro, antes de clavar las tijeras en su pecho.
La sangre brota, caliente y roja, manchando mis manos, el suelo, todo.
Alec intenta hablar, pero solo emite un gorgoteo.
Sus ojos, llenos de sorpresa, se encuentran con los míos una última vez antes de que la vida abandone su cuerpo.
Me levanto, temblorosa, las tijeras aún en mi mano.
No hay vuelta atrás.
Y, cuando estoy apunto de girarme, siento un gran golpe en la cabeza y todo se vuelve negro.
—Cuando me salvaron, mi plan era hacerte sufrir al principio —dice, acercándose más—. Luego encontré divertido diseñar un plan en el que terminaséis matandóos unos a otros.
Chasqueo la lengua.
—Y todo eso, ¿para qué?
—Mi propia diversión, ¿acaso no es motivo suficiente?
—Estás loco —espeto con rabia.
—Lo estoy… Al igual que tú, hermanita —añade, sonriente—. Ambos compartimos esa misma oscuridad por dentro, pero tú te niegas a dejarla salir.
—No empieces con cuentos —le interrumpo—. He escuchado muchos estos últimos meses y me estoy empezando a cansar.
Alzo la pistola y le apunto directamente en la frente.
Él sonríe de manera más amplia, como si mi gesto le gustara más que asustarle.
—De verdad, me impresiona lo capaz que eres para controlar todo lo que llevas dentro —dice, sonriente—. Si no vivieras en una gran mentira, podrías ser tan jodidamente poderosa…
—Pero no es poder lo que busco —respondo, manteniendo la pistola firme—. Es libertad.
Alec se detiene, su sonrisa desapareciendo por un momento.
—¿Libertad? —pregunta, su voz ahora un susurro—. ¿Crees que matándome serás libre?
—No lo sé —admito—. Pero sé que no seré libre si sigues vivo.
—Siempre tan dramática —dice Alec, recuperando su compostura—. ¿Y qué pasará después? ¿Qué harás cuando ya no esté?
—Eso es asunto mío —digo con determinación.
—¿Y qué hay de nuestra madre? ¿Cómo crees que se sentirá al saber que uno de sus hijos mató al otro?
—Ella… —empiezo, pero las palabras se me quedan atascadas en la garganta.
—Vamos, hermanita —presiona Alec—. Piénsalo bien. Esto no es un juego. No puedes simplemente apretar el gatillo y esperar que tus problemas desaparezcan.
—Tienes razón —digo, bajando la pistola—. Esto no es un juego. Es una guerra. Y en la guerra, hay bajas.
Sin darle tiempo a reaccionar, aprieto el gatillo. El disparo resuena en la habitación.
Alec se queda perplejo al ver la bala atravesada en el suelo de madera, justo a sus pies.
Luego me mira a mí.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, su voz apenas un hilo.
—Dándote una última oportunidad —respondo con firmeza—. Una oportunidad para que cambies, para que dejes de jugar con las vidas de los demás como si fueran piezas en tu tablero.
Entonces, su móvil empieza a sonar.
—Oh, disculpa un momento —dice, respondiendo a la llamada.
Yo no dejo de apuntar mientras alzo una ceja, escuchando la conversación.
—Oh, sí, claro. ¿Todo hecho? —esboza una sonrisa satisfecha—. Está bien. Yo estoy por terminar. Sí, cuando quieras.
Cuelga y se guarda el móvil en el bolsillo de la chaqueta de su traje.
—Bueno, Nellie, parece que la conversación se tiene que acabar aquí —dice, fingiendo pena.
—La conversación se acaba si yo lo digo.
—¿Estás segura?
Antes de que pueda responder, la puerta del despacho se abre de golpe.
Me giro apresurada y veo a Aaron, con las manos en los bolsillos, sonriente.
—Hola, hijita.
A su lado, veo a mi tía. Distingo manchas de sangre sobre su ropa.
—¿Tía? —indago, con una preocupación que me inunda el pecho.
Ella alza la mirada.
Entonces, mi cabeza se llena de dudas.
—¿Cómo cojones has salido de ahí? —indago, dirigiendo mi pistola hacia Aaron.
No hacen falta las palabras.
Se mantiene callado mientras al lado de mi tía se coloca una persona que no creía posible.
—Diana.
Las palabras me salen solas, como perdigones de una escopeta.
Ella se limita a mirarme, con una expresión indescifrable.
—Es gracioso… cuando piensas tener todo bajo control, es cuándo más arrinconado te encuentras —comenta Aaron, delante de mí.
—¿Acaso pensabáis que vuestro teatrito iba a colar? —añade Diana—. Desde el primero momento os tengo calados.
—Me pregunto que pensará Zane cuando te vea a su lado —espeto con rabia.
—Me da igual lo que piense —replica con prontitud—. Dom está muerto, no hay nada que me importe ya.
—Eres una ridícula.
Diana sonríe con suficiencia.
—Siempre tan impulsiva —responde con desdén—. De cierta forma por eso me caes bien. Me recuerdas a Dom.
—No tengo nada que ver con un puto asesino —escupo.
—Aquí nadie está libre de pecado, Nellie —añade Aaron.
—Os aseguro que no pienso dejar que sigáis manipulando a nadie.
Alec suelta una risa burlona, como si mis palabras fueran un chiste.
—¿Quién te ha dicho que tenemos intención de manipular a alguien más? —pregunta, con una inocencia tan falsa como él—. A estas alturas, ya deberías saber que siempre jugamos nuestras propias cartas.
Me encojo de hombros con indiferencia, aunque por dentro estoy ardiendo de rabia.
—No voy a dejar que os salgáis con la vuestra.
—No subestimes lo que estamos dispuestos a hacer para proteger nuestros intereses —agrega Aaron, con un tono serio.
—De hecho, ahora mismo lo que vamos a hacer va a ser entregar a tu tía como la máxima responsable de todo esto y, ¿sabes qué? Nosotros nos iremos de rositas —añade Alec.
Siento un nudo en la garganta que se expande más y más, como si fuera una soga alrededor de mi cuello.
—No voy a permitirlo.
—No te estamos pidiendo permiso —replica Alec con obviedad—. De hecho, tú vas a estar ahí para verlo.
Hace un gesto y entonces unos guardias entran, agarrándome de los brazos.
—Que os jodan —escupo con rabia.
Alec me mira sonriente y coge la pistola que me han arrebatado los guardias.
—Para que veas que esto no es un farol…
Agarra la pistola con firmeza y la apunta hacia mi tía, la baja un poco y aprieta el gatillo.
El sonido del disparo choca contra las paredes del despacho y mi corazón se detiene por un momento.
Un grito de dolor escapa de la boca de mi tía cuando la bala impacta en su pierna.
—¡No! ¡Tía! —exlcamo, intentando zafarme del agarre de los guardias.
Mi tía se queja de dolor y su rostro se retuerce en agonía mientras Aaron y Diana la sujetan de los brazos, evitando que se caiga.
—¿Mejor así, Nellie? —pregunta Alec con una sonrisa retorcida.
—Eres un puto monstruo —murmuro, con el corazón encogido en un puño.
Él sonríe.
—Lo sé, Nellie. Nunca lo he negado —replica, cogiendo un mechón de mi pelo entre sus manos—. Quiero que veas de lo que eres capaz si dejas que lo que llevas dentro salga.
Con esas palabras, nos dirigimos hacia la entrada.
Solo estamos nosotros.
Si mi tía está con nosotros, me pregunto dónde estarán Zane, Theo y Rebecca.
Espero que estén bien.
La tensión en la entrada principal del centro es palpable. El jefe de policía, con su uniforme impecable y mirada seria, se abre paso entre nosotros. Diana, Aaron y Alec, con expresiones calculadoras, se adelantan para hablar con él.
—Tenemos una propuesta —dice Alec.
El jefe de policía asiente, indicándoles que continúen.
—La directora de este centro, ha sido parte de todo desde el principio —explica Aaron, cruzándose de brazos—. Ella puede responder por los experimentos, por todo.
Alec asiente con la cabeza, apoyando las palabras de Aaron.
—Si nos permiten irnos sin cargos, les entregaremos a la directora —ofrece Alec, su tono despreocupado.
El jefe de policía los observa durante un largo momento, su expresión inescrutable.
—¿Por qué tiene una herida de bala? —indaga.
—No creo que tenga mucho tiempo para un interrogatorio, agente —interviene Diana—. Ha perdido mucha sangre durante el trayecto hasta aquí.
—Sí… Si quiere terminar con su investigación, va a necesitarla viva —añade Alec—. Y viendo como está… No sé si le queda mucho tiempo.
Mi tía está pálida, con el rostro contraído por el dolor.
Su respiración es superficial y rápida, mientras se aprieta la herida en la pierna con una mano.
Su ropa está manchada de sangre.
—Dejen que la tratemos primero en un hospital y luego negociaremos las condiciones —dice el jefe de la policía y, por su tono, creo que no está dispuesto a negociar por ello.
—¿Cree que somos estúpidos, agente? —escupe Alec—. Si quiere tratarla va a tener que buscarse los medios para hacerlo aquí.
La mandíbula del agente se tensa, pero no le queda más opción que acceder.
Habla por la radio y en seguida entran unos paramédicos para llevarla en una camilla.
Se la llevan a una tienda de campaña que han desplegado en las inmediaciones del centro y ahí la tratan y procuran estabilizarla.
Mientras tanto, nosotros nos quedamos en el mismo lugar, completamente en silencio mientras los médicos hacen su trabajo.