NELLIE
—Diría que me sorprende verte aquí, pero sería mentir —dice Dhrent, con la voz entrecortada por el dolor.
Me acerco a él, sin importar que me estén apuntando con una pistola.
—Yaritza —es lo que digo cuando me planto enfrente de ella.
Ella se limita a esbozar una sonrisa de lado a lado.
—Hola, Nellie. Es un placer volver a verte.
—Me gustaría decir lo mismo, pero a mí tampoco me gustan las mentiras —replico con chulería.
—Ni a mí me gusta perder el tiempo, así que ahora vais a hacer exactamente lo que os diga —declara, con firmeza—. Agarra a tu amiguito y vámonos.
Ayudo a Dhrent a levantarse del suelo, haciendo toda la fuerza que puedo. Consigo que se ponga de pie y paso su brazo alrededor de mi nuca, sujetándolo.
—¿Aguantas? —indago.
—Esto no es nada —dice él.
No puedo evitar esbozar una leve sonrisa mientras empezamos a caminar a no sé dónde.
No importa en qué situación estemos, pero Dhrent se mantiene como el puto pilar que sujeta todo esto para que no se desmorone.
Después de unos minutos, llegamos a la entrada principal, dónde todo está exactamente como estaba antes de irnos: Aaron, Alec y Diana están esposados; el Jefe de Policía está arrinconado llorando mientras mira a Marco y Zane, Rebecca, Theo y mi tía están asegurándose que todo esté como tiene que estar.
Pero cuando nos ven llegar, sus caras se descomponen, sobre todo cuando Yaritza presiona la punta de la pistola contra mi sien mientras seguimos caminando hacia delante.
—¿Es que no os cansáis de joder? —escupe Theo, con molestia.
—Claramente no —responde Yaritza—. Es divertido ver cómo creéis que tenéis todo bajo control y luego llega el golpe.
—¿Nellie? —indaga Zane, frunciendo el ceño—. ¿Por qué sigues aquí?
—Yo…
—No quería irse sin vosotros —termina Yaritza por mí—. Muy bonito si fuera un cuento de hadas, pero en realidad, solo está siendo estúpida.
Siento que acabo de complicar la situación más de lo que ya estaba, pero tampoco me arrepiento. No podía irme así como así.
No podía simplemente dejar atrás a todo aquel que ha hecho todo lo que está entre sus manos para ayudarme; para ayudar a todos los que han estado y estamos aquí dentro.
—Bien, agente Fiore —Yaritza llama la atención del policía—. Aquí le entrego dos pájaros en uno.
El agente Fiore alza la mirada y se posa en Dhrent. No hacen falta las palabras para saber que está disfrutando con su sufrimiento y que, lo único que lamenta, es no haber sido él quién le haya disparado.
—El que acaba de asesinar a su hijo delante de sus ojos y a la sobrina de la directora de todo esto —añade, sonriente.
—Ni de coña vas a entregar a mi sobrina ni a Dhrent —espeta mi tía, con rabia.
—¿Y quién lo va a impedir? ¿Tú? —se ríe—. Tenéis un claro problema de comprensión. ¿Quién tiene la sartén por el mango?
Nadie habla.
—He hecho una puta pregunta.
La pistola se aprieta más contra mi sien y no puedo evitar hacer una mueca.
—Tú —responde mi tía.
—Quiero oírlo del resto —dice, mirando a los demás—. Sobre todo de Zane. Quiero oírlo de su boca.
Zane traga saliva y aprieta los puños a su costado.
—No te oigo, Zane.
—Tú… —responde finalmente y la sonrisa de Yaritza se ensancha.
—Claro que sí, joder. Ahora vamos a hacer algo… El agente Fiore va a quitarle las esposas a Aaron, Alec y Diana sin que nadie haga un solo puto movimiento —declara.
El agente mira a Zane en búsqueda de afirmación, y a él no le queda más remedio que asentir.
—Muy bien…
El agente Fiore se levanta del rincón y le quita las esposas a los tres.
—Ahora, Zane, le vas a dar la pistola a Diana.
Él lo hace, sin rechistar.
—Genial, y ahora, lo que vamos a hacer va a ser lo siguiente: la directora va a entregarse ella misma —comienza a decir, llamando la atención de todos—. Lo que queráis hacer con estos dos la verdad es que me da igual.
El agente Fiore nos echa un vistazo.
—Dhrent será acusado y cumplirá la condena correspondiente por homicidio y la directora y su sobrina serán acusadas y condenadas por delitos múltiples, entre los que se encuentran: homicidios, secuestros, manejo de armas ilegales, atentado contra la salud pública, entre otros.
—Unos bonitos cargos para pasar toda la vida en la cárcel —comenta Aaron, con gracia.
—Una mierda —espeta Zane.
—Zane, tienes que aprender a callarte la puta boca —espeta Alec, cogiendo la pistola que tiene Diana y apuntando a Zane—. Me sacas de quicio.
—Qué bueno, porque nos sentimos igual —replica, sin importarle una mierda nada.
Alec chasquea la lengua, pero le ignora.
Yaritza nos obliga a acercarnos más, hasta que quedamos de frente al policía. Éste nos hace darnos la vuelta y enseguida nos pone unas esposas.
Siento como el frío metal se aprieta en mis muñecas y la sensación que lo acompaña es angustiosa.
Acto seguido, se acerca a mi tía para hacer exactamente lo mismo.
En cuestión de segundos, estamos los tres esposados.
El agente Fiore hace un gesto con la cabeza y enseguida entran varios agentes. Unos se llevan a Marco en una camilla, completamente tapado y otros empiezan a escoltarnos hasta la salida.
—¿Podéis dejar que me despida de Nellie? —indaga Zane, rompiendo el silencio que se había formado.
—No —espeta Alec.
—Déjales… —interviene Aaron—. Todo sea por la felicidad de mi hija.
—No me llames así —espeto con rabia y él se limita a encoger los hombros, sonriendo.
Zane sale detrás del agente que me escolta y nos deja —sorprendentemente—, charlar en un rincón apartado de todos los demás agentes. Aunque hay dos de ellos apuntándonos con armas a la distancia, para evitar que hagamos alguna tontería.
Su rostro está compungido y, por primera vez, veo cómo sus ojos se aguan.
Él posa una de sus manos sobre mi rostro y me mira fijamente, sin decir nada.
—Haré todo lo posible para que esto sea de otra manera —me asegura. Su voz está completamente rota.
—Lo sé —esbozo una sonrisa triste—. Siempre ha sido así.
—No pienso cambiar ahora —me asegura—. Ninguno de vosotros os merecéis esto y voy a cambiarlo.
—Tú y tu manía de poner todo patas arriba, ¿eh?
—Si es por la gente que me importa, estoy dispuesto a arrasar todo —declara, con firmeza.
—Nunca lo he dudado —respondo, con admiración—. Eres la única persona lo suficientemente loca como para desafíar las probabilidades cuando todo parece perdido.
Zane sonríe débilmente.
—Mantén la esperanza —su pulgar me acaricia la cara—. Porque llegará el momento de devolverles todo esto.
—Espero ese momento con ansias.
—Yo también… Aunque hay algo que llevo esperando con más ganas —añade, sin apartar sus ojos de los míos.
Frunzo el ceño.
—¿El qué?
No dice nada. Su mirada baja, haciendo un recorrido lento hasta que se posa en mis labios. Y la idea me provoca escalofríos.
Zane se inclina lentamente, cerrando la distancia entre nosotros. Puedo sentir su aliento mezclándose con el mío. En ese momento, el mundo a nuestro alrededor parece desvanecerse.
—No importa lo que pase —susurra, justo antes de que sus labios rocen los míos en un contacto tan ligero que podría ser un jodido sueño—. Siempre encontraré la manera de que vuelvas a mi lado.
Sus labios presionan contra los míos con suavidad, calidez. Es suficiente para transmitirme la esperanza que necesito en estos momentos.
Cuando se separa, no deja de mirarme. En su cara se dibuja una sonrisa que hace que las mariposas en el estómago existan de verdad.
—Confía en mí —me pide en un susurro.
—No puedo decir que siempre lo he hecho —admito, con el mismo tono que él—. Pero sí te puedo asegurar que ahora mismo, te confiaría hasta mi vida.
Él deja escapar un suspiro y me da un suave beso en la frente.
Nos despedimos, aunque no suena a despedida.
Los agentes nos escoltan a mi tía, Dhrent y a mí hasta un furgón al cuál nos meten a la fuerza.
Los agentes empiezan a recoger todo lo que habían desplegado a los alrededores del centro mientras que nosotros nos mantenemos en el furgón.
Cuando las puertas del furgón se abren y veo a Yaritza, siento como la bilis sube por mi garganta.
—Cuánta alegría veo en vuestras caras —dice, sonriendo—. Os acompañaré hasta la comisaría… No es por nada, pero quiero estar segura de que llegáis a entrar.
—Qué considerada —espeta Dhrent, venenoso.
—Gracias, Dhrent.
ZANE
Entro dentro del centro y veo como los agentes empiezan a recoger todo, mientras que el furgón dónde está Nellie y el resto está aparcado al lado, esperando a que terminen.
En cuanto he visto a Yaritza subirse al furgón, me han subido los demonios por el cuerpo. Y no tardan mucho más en marcharse.
—¿Ya te has despedido de ella? —indaga Alec, mirándome fijamente.
Ni me molesto en responder.
—¿Todo bien? —indaga Rebecca, cuando me pongo a su lado.
—Ya se los van a llevar —respondo y ella asiente.
Entonces, siento la mano de Theo sobre mi brazo.
—Les sacaremos de ahí —dice con la misma seguridad que tengo siempre.
Pero en estos momentos… Me siento de todo menos seguro.
Aunque eso no significa que vaya a faltar a mis palabras.
—Alec, hijo, encárgate de traer los sueros y todo —le pide Aaron, con cierta prisa—. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes.
Alec no se toma ni la molestia de preguntar, simplemente hace caso y se va.
De ellos, quedan Diana y Aaron, quiénes nos miran como hienas.
Pero ni Rebecca, Theo ni yo retrocedemos un paso, es más, cada vez siento la confianza de ambos crecer más y más.
—Bueno, supongo que esta es nuestra despedida, ¿no? —dice Aaron, caminando hacia nosotros, con la pistola en las manos—. Al suelo de rodillas, ya.
Mi orgullo me grita que no le haga caso; que le escupa en un ojo si es necesario, pero que no me doblegue.
Pero mi cabeza me dice otra cosa; y he aprendido que las decisiones emocionales pueden jugar malas pasadas, así que decido obedecer.
—Joder, es la primera vez en todo el tiempo que nos conocemos que haces caso a algo que yo te digo —dice, mirándome con diversión—. Podría acostumbrarme a esto.
—Pero ya ves que para que la gente te haga caso necesitas una pistola —escupo como dardos envenenados—. Y la gente que te sigue ni siquiera es por respeto.
—Y tú qué sabrás —replica, apuntando la pistola hacia mi frente.
—Mucho tiempo juntos, Aaron —digo, encogiendo los hombros—. Yo también te conozco a ti.
La tensión se corta con un cuchillo. Aaron y yo nos mantenemos en un duelo de miradas, cada uno desafiando al otro a ser el primero en ceder. Puedo ver la duda titilando en sus ojos, la pregunta de si realmente sería capaz de disparar.
—¿Sabes qué, Aaron? —digo, mi voz baja pero firme—. No necesitas una pistola para que te hagan caso. Necesitas una pistola porque tienes miedo.
Un murmullo de sorpresa se escapa de los labios de Rebecca y Theo, pero no aparto la vista de Aaron. Su dedo tiembla ligeramente sobre el gatillo.
—No me conoces tan bien como crees —responde él, pero su voz ha perdido algo de su anterior confianza.
—Te conozco lo suficiente para saber que no dispararás —replico con audacia—. Porque a pesar de todo, aún hay algo humano en ti. Y eso te atormenta.
Aaron se queda en silencio, la pistola aún apuntando a mi frente, pero su brazo baja un poco, casi de manera imperceptible. Es el momento que estaba esperando.
Con un movimiento rápido, me lanzo hacia adelante, golpeando su muñeca y desviando la trayectoria del arma. El sonido del disparo hace eco en las paredes y la bala se pierde en la sala.
Forcejeo con él y logro arrebatarle la pistola de las manos.
Su ceño se frunce con rabia y yo no puedo evitar sonreír.
—Lástima que lo único humano que te quede sea la estupidez —digo, con una sonrisa satisfecha.
Theo y Rebecca se levantan del suelo. Diana observa la escena desde el mismo lugar que antes, pero ahora apuesto lo que sea a que está cagada.
Cuando Alec llega, suelta una bolsa en la que supongo que ha metido los sueros.
—Bienvenido de vuelta, Alec. Te estábamos esperando —digo, sin dejar de sonreír.
Pero de manera inesperada Alec saca un arma del bolsillo trasero de sus pantalones y apunta hacia nuestra dirección, y de repente se oye un disparo.
No ha sido él. Ni la bala ha venido hacia nosotros.
De hecho, lo único que veo es a Alec agarrándose la mano que sostenía la pistola y de la cuál ahora brota muchísima sangre.
La única pregunta que se me pasa por la cabeza es:
¿Quién cojones ha disparado?
Y, como si el mismo universo hubiera escuchado mi pregunta, una mujer de unos treinta y poco años se une a nosotros, con la pistola en la mano y mirando directamente hacia Alec.
—¡Serás zorra! —exclama Alec, adolorido.
—Siento haberte dejado sin mano para las pajas, pero después de hoy, no te hará falta —espeta la mujer, con una firmeza que hasta a mí me provoca escalofríos.
Dirige su mirada hacia nosotros y se acerca.
—Aaron, cuanto tiempo —dice ella, sonriendo, pero es una sonrisa de todo menos feliz.
La mirada de Aaron se inunda de pánico cuando la mujer se acerca a paso decidido.
—Alice.
Veo como la boca de Rebecca se abre en sorpresa.
—¿Alice? —indaga ella.
—Hola, Rebecca —la saluda y ella se lanza a darle un abrazo, el cuál devuelve en cuestión de segundos.
Entonces, de reojo veo a Diana caminar hacia la salida, sigilosamente y, cuando está a punto de poner la mano sobre la puerta, Alice, sin siquiera girarse, apunta hacia la puerta y dispara.
La bala roza el brazo de Diana, quién se echa al suelo presa del miedo.
—Quietecita, muchacha —espeta Alice, separándose de Rebecca.
En cuestión de segundos, Alice hace que los tres, Aaron, Alec y Diana estén sentados en el suelo.
Los berridos que suelta Alec mientras su padre intenta hacer algo por el agujero que tiene en la mano son música para mis oídos.
—Alice, hay un problema —dice Rebecca, ignorando todo lo demás.
—¿Qué problema? —indaga.
—Se han llevado a Dhrent, a tu hermana y a tu hija. Los están llevando a la comisaría.
Yo, si me preguntas, me esperaba una reacción totalmente diferente a la que veo.
Alice se encoge de hombros, como si no tuviera ni la más mínima importancia el hecho de que estuvieran siendo trasladados a la comisaría para cumplir una condena que no les pertenece.
Pero, lo que viene después hace que brote una chispa de confusión e intriga dentro de mí:
—No te preocupes, Rebecca —nos echa un vistazo rápido a los tres—. No van a llegar.