El trayecto en el furgón es largo y pesado.
Hasta el silencio se vuelve ruidoso de alguna manera.
Dhrent y mi tía llevan mirando al suelo desde que arrancaron el motor.
Yaritza nos echa miradas de vez en cuando, llenas de arrogancia y superioridad.
Yo, la verdad, es que me limito a mirar a través de los cristales de las puertas del furgón, con la mente perdida en algún punto de todo esto.
—¿Por qué haces esto? —indaga Dhrent, rompiendo el silencio unos minutos después.
Yaritza le dirige una mirada confusa, alzando una ceja.
—¿''Esto''? —repite—. ¿A qué te refieres?
—Estar en el bando de unos asesinos —añade con crudeza.
—Estoy en el bando de los ganadores, Dhrent —le corrige—. Son los únicos que me podían asegurar volver a casa.
—¿Segura? —intervengo—. Porque hasta donde yo sé, te intentaron matar en el campamento.
El rostro de Yaritza se endurece, como si se hubiera olvidado de ese pequeño detalle.
—Fue una mera confusión —responde ella, sin darle importancia.
—Una mera confusión que casi te mata —insisto.
—Bueno, pero sigo aquí, ¿no?
—Gracias a mí —la miro fijamente—. Si no hubiera pasado por esa cabaña, tú seguramente estarías bajo tierra.
—¿Y qué me quieres decir con eso? —indaga, cruzándose de brazos—. ¿Que te dé las gracias o algo?
—No quiero tus estúpidos agradecimientos —escupo—. Quiero que le des una vuelta a tus elecciones.
—No tengo nada que pensar.
—Estás ayudando a unas personas que te querían muerta, no sé si es triste o penoso —digo.
—Yo creo que una mezcla de ambas —añade Dhrent, con cierta burla.
—Mira, Yaritza —mi tía se inclina hacia adelante, su voz baja pero firme—. No se trata de estar en el bando ganador. Se trata de hacer lo correcto.
Yaritza resopla.
—¿Lo correcto? ¿Y quién decide qué es lo correcto? —pregunta con desdén.
—Tal vez deberías preguntarte si puedes vivir con las consecuencias de lo que eliges —añade.
Yaritza se gira para enfrentarla, su expresión es una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—¿Y tú puedes? —contraataca.
Mi tía asiente con la cabeza, su mirada es inquebrantable.
—Sí, porque sé que he elegido bien.
—¿Segura? Porque las personas que estaban secuestradas en TU centro no opinarán lo mismo —replica Yaritza, con desdén.
—Ella no tiene culpa de nada —intervengo, molesta.
—Claro, porque es más fácil tirar las piedras en el tejado del vecino, ¿verdad?
—No tienes ni puta idea de nada —insisto.
—¿Y tú sí? —chasquea la lengua—. Todo el tiempo la gente se ha estado riendo en tu cara de una u otra manera.
—Puede ser, pero al menos no me engaño a mí misma creyendo que estoy haciendo lo correcto cuando no.
Hay un momento de silencio antes de que Yaritza se eche a reír.
—Qué idealista —dice, sacudiendo la cabeza—. Pero supongo que eso es lo que te hace ser quien eres.
El furgón toma una curva cerrada, y todos nos agarramos a lo que podemos para no caernos al suelo. Fuera, el mundo sigue pasando, indiferente a nosotros.
—Jefe, estamos llegando —oigo hablar al agente que está conduciendo a través de la radio.
—¿No estáis emocionados de ver vuestra nueva casa? —indaga Yaritza, con una sonrisa dibujada en el rostro.
Ninguno contesta, pero me apuesto lo que sea a que tenemos las mismas ganas de pegarle una patada en la boca.
De repente, escuchamos un sonido que se ha vuelto muy familiar en las últimas horas: disparos. El furgón se sacude violentamente. Nos agachamos instintivamente, buscando cubrirnos de lo que sea que esté pasando afuera.
—¡Están atacando el convoy! —grita el agente de nuestro furgón, mirando por la ventanilla.
Yaritza, por primera vez, parece perder su compostura. Mira a su alrededor.
—Si nos quedamos en el furgón… —le interrumpe otra ráfaga de disparos—... estaremos a salvo —sugiere mi tía.
Yo estoy mordiéndome el interior de la boca, con una ansiedad que se acoge en mi pecho, haciendo que me falte el aire.
El conductor se baja con un arma en la mano pero, en el momento en el que abre la puerta, le atraviesa una bala la cabeza.
La sangre salpica las paredes del furgón y yo suelto un grito que, probablemente, lo hayan escuchado hasta en China.
Pasan unos minutos que se vuelven eternos hasta que el sonidos de los disparos finalmente cesa.
—¿Y ahora qué? —me atrevo a preguntar.
—Nos quedamos aquí —dice mi tía—. Si no hacemos ruido no sabrán que estamos aquí.
—Claro, porque para nada no han oído el grito que ha pegado tu sobrina —espeta Dhrent.
Les miro con el ceño fruncido, en modo de disculpa.
—No pasa nada, simplemente manteneros en silencio —insiste mi tía.
Yaritza parece estar al borde de un colapso, pero se mantiene en silencio, justo como nosotros.
—¡Los del furgón, salid con las manos en alto, despacio! —grita uno de los que están fuera.
La saliva se me atasca en la garganta.
—¡Uno a uno!
—Saldré yo primera —dice mi tía, levantándose.
Yaritza abre las puertas del furgón y deja que mi tía salga, con las manos en alto. Después hace exactamente lo mismo Dhrent.
—Tú vas a salir conmigo —dice Yaritza, apuntándome con la pistola.
—Está bien, está bien —digo, levantando las manos.
Me levanto y salgo del furgón delante de Yaritza, quién me está apuntando con la pistola a la cabeza.
El panorama parece sacado de una película de terror. Los cuerpos de los policías que venían escoltando el furgón ahora adornan la carretera, junto con charcos de sangre.
Tengo que hacer todo lo posible para aguantar las ganas que tengo de vomitar.
—¡No hagas ninguna estupidez! —exclama un agente de policía.
Alzo una ceja.
¿La policía matando a otros policías?
—No, no la hagáis vosotros si no queréis que le vuele la cabeza —espeta Yaritza, apretando más la pistola.
—¿Qué quieres por la rehén? —indaga uno de ellos.
—Irme de aquí —dice ella—. Sin que me sigáis ni hagáis ninguna tontería.
El agente de policía, aún apuntando hacia Yaritza, se lleva una mano al hombro y habla por la radio. Dice exactamente lo que Yaritza ha pedido.
Entonces, escuchamos el sonido de unas ruedas derrapando. Un coche negro deportivo frena justo en frente de la masacre y de él se baja un tipo trajeado, con una máscara que le cubre la mitad del rostro que se reune con el resto de agentes.
—Súbase al coche y márchese —dice el policía, mirando hacia Yaritza.
Ella hace caso y se va acercando al coche con lentitud, mientras va caminando de espaldas conmigo como escudo, para evitar que la disparen.
Cuando llegamos al coche, ella gira un poco el cuerpo para abrir la puerta.
—No te muevas —me ordena.
Cuando abre la puerta y se agacha para entrar, de reojo veo como se asoma un cañón que la obliga a retroceder.
Ella se queda en shock y entonces aprovecho para darle un golpe y hacer que suelte la pistola.
Del coche salen Zane y Theo, con una pistola en la mano.
—¿Ibas a alguna parte? —le pregunta, esbozando una sonrisa.
Ella retrocede varios pasos, tropezando con sus propios pies y cayendo al suelo.
El terror se hace dueño de su rostro mientras mueven sus piernas y manos a la vez, arrastrándose por el suelo.
Cojo la pistola que ha dejado caer y la agarro con firmeza.
Zane y Theo se acercan a Yaritza, sus armas apuntadas hacia ella, pero sin disparar.
—No tienes salida, Yaritza —dice Zane.
Yaritza, aún en el suelo, mira a su alrededor, buscando alguna vía de escape que no existe.
—Podemos hacer un trato —dice ella, intentando negociar.
Theo se ríe, un sonido corto y sin humor.
—¿Un trato? Después de todo lo que has hecho, ¿realmente crees que tienes algo que ofrecer?
—Tengo información —responde Yaritza rápidamente—. Información que os podría interesar.
Zane y Theo intercambian una mirada.
—Habla —dice Zane, indicándole con un gesto que continúe.
—Sé dónde se esconden Aaron y Alec —dice de repente y, eso, nos interesa mucho.
—¿Dónde?
—Si no te importa, usaré esa información como seguro de vida —dice ella.
—He dicho que hables —espeta Zane, haciendo una larga pausa entre cada palabra mientras se acerca más a ella para posar el cañón de la pistola sobre su frente.
—Vale, vale… Seguramente estén yendo a un viejo búnker —empieza a hablar—. Está a varios días de aquí.
—¿Sabes dónde es? —pregunta Theo.
—No sé la ubicación exacta, pero tengo referencias que podrían ayudaros a llegar al lugar.
—Quiero esas referencias —demanda Zane, con una firmeza que me hiela los huesos. Por un momento veo a esa persona desalmada que definían los documentos—. Y las quiero ya.
—Sí, claro. Solo necesito un mapa de la ciudad —dice ella.
Zane alza la mirada hacia los demás agentes y ellos asienten.
El hombre con la cara tapada susurra al oído algo al que tiene a su lado y éste le mira alzando una ceja, pero asiente.
—Yaritza, queda detenida con los mismos cargos de los que se acusaban a Nellie Moon, Dhrent Hills y Chloe Morrison, con la posibilidad de reducción de condena por cooperar con la policía. En cuanto a ustedes, sus cargos quedan anulados —anuncia el agente de policía.
En seguida un par de agentes levantan del suelo a Yaritza y la esposan.
—Tendréis la ubicación en unos días —nos asegura el policía enmascarado—. Me aseguraré de ello.
—Gracias, agente.
Nos reunimos junto al resto de policías mientras empiezan a llegar varias ambulancias para llevarse los cuerpos de los agentes muertos.
—¿Estás bien? —indaga Zane, colocándose a mi lado.
—Sí, estoy bien —digo y él asiente, sonriendo.
—Tenemos una sorpresa para ti, Nellie —añade Theo a su lado.
Yo le miro alzando una ceja, confundida.
—¿Una sorpresa? —indago.
Ambos asienten a la vez y, Zane me da la vuelta.
Y, entre todas las personas; todos los agentes, médicos, paramédicos, solo le veo a él.