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Chapter 20 - CAPÍTUL0 20

¿?

Estoy en la Cafetería Ginger Bum, un lugar que se ha vuelto como mi segunda casa durante estos últimos meses. 

Es el cuarto café que me he bebido y la camarera, Rebecca, una joven muy amable, cada vez que viene con su bandeja de plata, me echa una mirada de preocupación. 

Hasta Josh, el Gerente de la Cafetería, está casi más desquiciado que yo, y eso que la que se ha bebido los cafés he sido yo.

La espera se me hace eterna y cada minuto sin noticias es un tormento. 

El reloj marca las nueve de la mañana y, cuando escucho de pasos acercándose a mi mesa, siento que puedo respirar de nuevo.

No necesito mirar para saber quién es; una persona que se ha vuelto demasiado familiar en los últimos meses.

—¿Alguna novedad? —pregunto.

—La situación es tensa… 

—¿Se encuentra a salvo? —indago.

—Por ahora sí. Pero las cosas pueden cambiar de un momento a otro —me sugiere—. Debes estar preparada para cualquier cosa que pueda suceder.

Tomo un sorbo de mi quinta taza de café, aunque ya está frío. No importa, necesito algo en lo que concentrarme. 

—Es muy importante que se mantenga con vida.

—Lo sé, jefa.

—No hace falta que me digas jefa, Dhrent, al fin y al cabo, estamos persiguiendo el mismo objetivo —digo y él sonríe levemente.

—Cierto es. 

—Bien, sabes que no estoy aquí para ser una mera espectadora.

Dhrent asiente levemente con la cabeza.

—Hay cosas que puede implementar desde afuera, conexiones que puede establecer; datos que puede descubrir. No está tan indefensa como cree.

—¿Qué es lo siguiente?

—Te proporcionaré la guía necesaria. Hay ciertas personas que comparten su objetivo. Unidos, es posible.

—Proporcióname los detalles. Sabes que no pienso detenerme por nada del mundo.

Dhrent coloca un dispositivo encima de la mesa.

—Comienza por aquí —me sugiere—. Esto te permitirá acceder a comunicaciones que deberían permanecer secretas.

Tomo el dispositivo y lo guardo en mi bolsillo con sumo cuidado.

Dejo escapar un suspiro que se vuelve amargo.

—Gracias, Dhrent.

—No me agradezcas todavía —responde—. El verdadero desafío aún está por venir.

Suelto un suspiro de resignación.

Llevo tantas noches sin dormir que he empezado a perder la cuenta.

—¿Y la policía? —indago—. ¿Qué sabe?

—Hay un informante dentro —la noticia me sacude las entrañas con sorpresa—. Si la información es cierta, hoy debe de haber una redada en el centro.

—¿¡Una redada!? —repito más fuerte de lo que pretendía—. ¡Van a conseguir que mueran todos! 

Dhrent mira a su alrededor y hace un gesto con la mano para que baje la voz.

—No te preocupes, estará todo bien. 

—¿Cómo puedes estar seguro?

—La directora se va a encargar de eso.

Frunzo el ceño y siento que un sentimiento de alivio se posa sobre mi pecho.

—¿Cómo está ella?

—La enfermera le está ayudando. Al parecer ha creado un remedio para los efectos.

—Eso significa que podemos contar con ella, ¿no?

—En teoría sí —dice y la poca seguridad que noto en su voz me saca de quicio—. Pero como te he dicho, todo pende de un pequeño hilo ahora mismo. No sabemos por dónde van a ir los tiros. 

—¿Y qué hay de la información que te pedí?

—Todo correcto. Me he asegurado de que encuentre todos las notas, los documentos y el Diario de Kaín.

—Eso es bueno.

—Sí, aunque sinceramente, tuve que hacer saltar la alarma una noche.

Alzo una ceja.

—¿Por qué?

—Alguien más estaba detrás de la información sobre ellos. Si no hubiera hecho saltar la alarma… No sé si seguirían vivos. 

Miro a Dhrent con preocupación.

—¿Quién más está interesado en ellos? —pregunto, sintiendo que la tensión en el aire se hace aún más densa.

Dhrent frunce el ceño, como si estuviera sopesando la mejor manera de responder a mi pregunta.

—No lo sé con certeza. Pero parece que hay más personas involucradas en esto de lo que pensábamos inicialmente. Alguien con recursos y poder suficiente como para ser una amenaza seria.

Mi mente empieza a trabajar a toda velocidad, intentando conectar los puntos y encontrar respuestas.

—Tenemos que descubrir quién es. No podemos permitir que interfiera en nuestros planes —digo.

Dhrent asiente en silencio, compartiendo mi determinación.

—Lo sé. Estoy trabajando en ello. Pero necesitamos ser cuidadosos. No sabemos quién está vigilando y qué recursos tienen a su alcance.

Respiro profundamente, tratando de calmar los latidos de mi corazón.

—Entiendo. Manténme informada de cualquier novedad. No podemos permitirnos cometer errores en este punto.

Dhrent asiente, y puedo ver la seriedad en su expresión.

—Pero, por favor, ten cuidado. Esto es peligroso y no podemos arriesgarnos a perder más vidas —añado, mirándole fijamente.

Una oleada de miedo se mezcla dentro de mí, pero sé que no puedo permitir que el miedo me frene.

—No te preocupes por mí. Haré lo que sea necesario para sacarlos de ahí —dice con seguridad.

Yo no puedo evitar lanzarle una mirada de preocupación.

—Estoy contigo, jefa. Hasta el final —añade y no puedo evitar esbozar una leve sonrisa.

Asiento, agradecida.

—¿Y qué hay de la paciente número cero? —pregunto, mi voz apenas audible sobre el murmullo de la cafetería.

Dhrent mira hacia la ventana, como si pudiera ver más allá de los edificios y las calles, directamente al corazón del centro.

—Es fuerte, más de lo que ellos esperaban. Está haciendo movimientos que ni siquiera Aaron anticipó.

—Esperemos que siga así —digo.

No puedo evitar que la incertidumbre me consuma por dentro, pero, por ahora, solo queda confiar.

NELLIE

Ha pasado un puto día entero en el que ninguno de nosotros sabemos nada de Zane.

Algo dentro de mí se aferra a la esperanza de que todo saldrá bien. Zane es una persona extremadamente inteligente, estoy segura de que está todo bajo su control.

Espero…

Porque la idea de que realmente haya podido salir mal, que la probabilidad de que hayan probado el efecto de la dosis letal con él… Me quema por dentro.

Pero procuro no darle muchas vueltas. 

Intento distraerme contando las arrugas que tiene mi cama —sí, he perdido completamente el juicio—, pero unos gritos me interrumpen.

En cuestión de segundos, unos guardias vienen a arrastrarme hacia la sala principal del centro, dónde está todo el resto reunido.

Diviso a Marco y al resto, pero no veo a Zane por ninguna parte.

—¿Qué está pasando? —me atrevo a preguntar, una vez he conseguido apartar a todos hasta llegar a Marco.

Él me mira, con un rostro aliviado.

—La policía está aquí —dice, señalando la puerta principal.

—¿Y Zane? ¿Dónde está Zane? —pregunto.

Marco frunce el ceño, su expresión volviéndose sombría.

—No lo sé. No lo he visto desde ayer . Pero espero que esté bien. De alguna manera, siempre logra salir adelante.

La presencia imponente de la policía se hace evidente cuando entran por la puerta principal, seguidos por un grupo de agentes que se dispersan rápidamente por el lugar.

De repente, una voz autoritaria corta el aire, exigiendo silencio y atención. Es uno de los oficiales de policía, y su presencia imponente logra calmar momentáneamente el caos en la sala.

—¡Silencio, por favor! —dice el oficial, su voz resonando en el espacio—. Estamos aquí en una operación de rescate. Necesito que todos cooperen y sigan nuestras instrucciones al pie de la letra. ¿Entendido?

Entonces, Aaron entra en escena, con esa arrogancia suya que tanto me saca de mis casillas.

—Un placer tenerles por aquí —dice, poniéndose en frente de nosotros.

Los agentes le apuntan directamente a él, pero ni se inmuta.

Aaron saca un dispositivo de su bata, el cual tiene un botón rojo. Lo sostiene con firmeza mientras la sonrisa diabólica de su cara se ensancha aún más.

—Yo que vosotros no haría un solo movimiento más, ni ninguna tontería —les advierte, con calma—. Este botón puede hacer volarnos por los aires a todos y cada uno de los que estamos aquí. 

El que parece ser el jefe de todos ellos, hace un gesto con la mano y todos los agentes bajan las armas.

—Muy bien, así sí se puede hablar —añade Aaron, aún con el dispositivo en su mano—. ¿Qué les trae por aquí, agentes?

—Llevamos meses investigando las desapariciones de cientos de niños y hemos dado con este lugar —anuncia el jefe de la policía, con el rostro más serio que he visto en mi vida.

—¿Desapariciones? ¿Y qué tenemos que ver nosotros con todo eso? —pregunta Aaron, haciéndose el loco.

—Si quiere que esto avance, le ruego que se deje de tonterías —espeta el jefe, con firmeza.

Los ojos de Aaron se entrecierran y encoge los hombros.

—¿Qué es lo que quieren?

—Queremos a todos los chicos, sanos y salvos.

Él chasquea la lengua.

—Me temo que eso no va a ser posible, agente. Estos chicos son pacientes de este centro y hasta que su diagnóstico no se resuelva no se pueden marchar de aquí.

—Tenemos todo un equipo médico disponible para tratar a cada uno de ellos —añade el policía—. Estos chicos recibirán la atención que necesitan como usted dice. 

—Bueno, pues supongo que habrá que preguntarles a ellos, ¿no? —la mirada de Aaron se dirige hacia nosotros, quiénes estamos escuchando la conversación en un silencio sepulcral—. Bien, ¿quién quiere ir con la policía?

Y nadie dice nada.

Ni se mueve absolutamente un alma.

Aaron vuelve a repetir la pregunta, pero de nuevo, es lo mismo.

Los agentes no pueden dar crédito a lo que están viendo.

—Como verá agente, nuestros pacientes están más que cómodos aquí y no quieren abandonar el lugar.

—Estos niños han sido secuestrados —escupe el policía, ligeramente indignado—. Hay cientos de padres preocupados porque no saben si sus hijos están o no vivos. 

—Entonces, usted como policía, puede dar un comunicado sobre ello. Se ha asegurado de que todos ellos están vivos, así calmará a las familias —sugiere Aaron.

—No está entendiendo lo que quiero decirle —insiste el agente, perdiendo la paciencia—. Quiero a estos niños, ya. 

—Ya le he comunicado que eso no será posible…

—¿Qué está pasando aquí? —indaga una voz femenina. 

Todo el mundo se fija en ella.

Una mujer de unos treinta y pico años, vestida con una camisa blanca y una falda negra de tubo. Sus tacones negros resuenan por todo el lugar mientras avanza hacia nosotros. 

Su mirada es feroz, decidida y cuando llega al centro de la sala, todo el mundo sigue mirándola.

Nadie responde de inmediato. La policía, que hasta ahora había mantenido una postura de control, parece incómoda ante su presencia.

—Este es un centro privado y no tienen autorización para llevarse a ninguno de mis pacientes —declara con voz firme.

El oficial parece sorprendido por la determinación de la directora, pero no retrocede.

—Lo siento, señora, pero estamos llevando a cabo una operación de rescate. Tenemos información que sugiere que los niños aquí están en peligro —responde él, manteniendo su postura.

La directora mira fijamente al oficial y puedo ver como sus ojos brillan con una chispa que no logro descifrar.

Retrocede unos pasos y se acerca a dónde estamos Marco y yo.

Cuando saca un arma, siento que la saliva se me atasca en la garganta.

Apunta directamente a la cabeza de Marco y sujeta su brazo mientras lo pone delante de ella, como escudo.

—Si no os váis de aquí inmediatamente, os juro que le vuelo la tapa de los sesos —espeta, amenazante. 

Mis ojos se abren con una mezcla de sorpresa y horror al ver a Marco con una pistola en la cabeza.

—Baje el arma —espeta el oficial, alzando la suya contra ella.

—¿O si no qué? —replica la directora, burlesca—. ¿Va a disparar?

La expresión del oficial se vuelve mucho más tensa y lo noto en cómo aprieta los dientes.

La directora chasquea la lengua.

—¿Va a disparar y correr el riesgo de matar a su propio hijo? —pregunta, con chulería.

¿Qué?

—Le aseguro que…

—No está en lugar de asegurar nada, oficial —le interrumpe ella—. Márchese de mi centro o tomaré las medidas necesarias.

El oficial mantiene el arma alzada durante unos segundos, pero finalmente la baja. Hace un gesto y todos los agentes salen del centro. 

—Asegúreme que mi hijo va a estar a salvo —le dice.

—Tiene mi palabra de que su hijo estará vivito y coleando.

Él no parece del todo convencido, pero no tiene más opción que irse con el resto de sus compañeros.

Una vez han abandonado el centro, la directora suelta a Marco junto al resto. Él vuelve junto a mí y yo le agarro del brazo, con una ligera preocupación.

Aaron se coloca al lado de la directora, sonriente.

—Me encanta cuando te pones así de rabiosa —dice.

Quiero vomitar los órganos.

La directora le sonríe brevemente.

—Aaron, es hora de mover nuestra última pieza en el tablero.