ZANE
Tres horas antes
Ahora mismo, lo único que nos queda es confiar en que todo saldrá bien.
Según lo que me ha contado la enfermera Thorn, la policía debe estar al caer.
Aaron y el resto de trabajadores están al tanto de esto, así que debemos de ser rápidos si queremos que esto funcione.
La enfermera y yo estamos caminando a través de pasillos que poco a poco empiezo a recordar.
Las paredes, el suelo… todo se vuelve extrañamente familiar.
—¿Cuál es el plan? —indago, mientras seguimos caminando.
Ella no se detiene, y puedo ver como deja escapar un suspiro delante de mí.
—Tenemos que hablar con la directora.
Alzo una ceja.
—¿La directora? —repito—. Pensaba que quién estaba a cargo de todo esto era Aaron.
—De cierta forma, sí… Pero realmente quién ejerce como máxima autoridad es una mujer.
—¿O sea hay una mujer detrás de todo esto también?
Ella niega con la cabeza.
—No, no es así.
—¿Entonces?
—Hay que encontrarla primero, Zane. Luego podrás hacerle todas las preguntas que quieras.
Entiendo que ahora mismo no es momento de preguntar, así que simplemente asiento aunque no pueda verme y seguimos caminando, en silencio.
Cuando atravesamos un largo pasillo, llegamos a una puerta de metal que tiene un panel con números al lado, exactamente igual que la sala de aislamiento en la que me encerraron hace tiempo.
La enfermera teclea el código con las manos temblorosas, apresurada. La puerta de metal se abre con chirrido y me invita a entrar.
Atravesamos más pasillos; estos son más oscuros y el olor a humedad me perfora las fosas nasales.
Tienen un ligero parecido a las salas subterráneas donde tenían a Erika y tienen al resto apresados. Justo dónde nos torturaron.
La enfermera frena frente a una puerta blanca, la cuál tiene varios rasguños.
Toma una gran bocanada de aire y entramos.
Lo primero que veo, es a una mujer tirada en un sofá de terciopelo negro.
La sala es pequeña; parece un despacho, pero no está tan bien cuidado como el de Aaron. Parece más bien una sala de aislamiento.
Las paredes están agrietadas; el techo tiene una gran mancha de humedad y la madera del suelo está ligeramente levantada.
La enfermera se acerca a ella y le da varias palmaditas en la cara, haciendo que ésta se despierte.
Reacciona incorporándose de golpe y yo doy un paso hacia atrás del susto.
—Directora, ¿cómo se encuentra? —indaga la enfermera Thorn, esbozando una sonrisa triste.
—Has venido… —dice ella, en un susurro.
—Le dije que le iba a ayudar.
La directora le pone una mano en la cara y sonríe.
Thorn le ayuda a incorporarse en el sofá y saca una inyección de su bolsillo.
—Esto le molestará un poco, ya lo sabe.
La directora asiente con la cabeza, como si ya estuviera acostumbrada y no le diera ni la más mínima importancia.
—¿Quién es? —le pregunta a Thorn, mirándome fijamente.
—Es el hijo de Kaín, Zane Clark.
Ella abre los ojos, sorprendida.
—¿Y qué hace aquí?
—Estamos trabajando para poder irnos todos de aquí —le explica la directora.
—Ya veo… Eres igualito que tu padre —comenta, mirándome—. Thorn, no tenemos mucho tiempo.
—Lo sé.
—La policía seguramente llegue en menos de una hora.
—Por eso estamos aquí, directora —esta vez intervengo yo—. Tenemos un plan.
Ella alza una ceja y hace una pequeña mueca de molestia cuando Thorn le clava la aguja.
—¿Qué plan, muchacho?
—Sabemos que se ha estado oponiendo a las órdenes del jefe —explica Thorn—. Pero queremos que haga lo contrario, directora. En la redada, necesito que dé la cara por el centro.
Puedo notar la confusión en su cara.
—¿Para qué?
—Tengo ligeras sospechas de algo, pero me lo guardaré para mí misma por si acaso —dice, retirando la aguja del brazo de la directora y tirando la inyección en un cubo que hay.
—Entiendo… —murmura—. Entonces, ¿solo tengo que dar la cara?
—Sí —dice Thorn.
—Lo que tiene que lograr es que la policía se retire —añado yo, acercándome un poco más a ambas.
—¿Y cómo voy a hacer eso?
—Es fácil, solo tiene que agarrar de los huevos al jefe de la policía —digo.
Ella frunce el ceño.
—Pero… ¿literalmente?
No puedo evitar soltar una carcajada.
—No, literalmente no… Al menos por el momento.
La directora suelta un resoplido que parece más una risotada.
—¿Entonces?
—Hay un infiltrado de la policía dentro del centro.
Eso parece tomarla por sorpresa, pues pone los ojos como platos y da la sensación de que se le van a salir de las cuencas.
—¿Un infiltrado dices?
—Sí, su nombre es Marco —digo, con total certeza.
—¿Y cómo sabes que es hijo de la policía?
Respiro hondo y les cuento exactamente lo que pasó:
La charla con Aaron me ha dejado la cabeza embotellada.
Someterme a una de esas dosis después de lo que he hablado con Nellie me da un poco de respeto. Aunque todo es parte del plan.
Me ha acompañado hasta el comedor mientras me iba contando datos, resultados y otras cosas que mi cerebro ha borrado por completo. Ni siquiera eran importantes.
Cuando terminamos de sellar el trato, cada uno se ha ido por su lado.
Y ahora, con un montón de ideas suicidas pasándome por la cabeza, estoy de camino al bosque.
Se supone que dentro de unas horas voy a empezar con el ''tratamiento'', así que voy a aprovechar para hablar con Dom, contarle todo lo que tengo planeado y sacarme, de una vez por todas, esta pequeña espinita que tengo clavada de manera profunda.
Pero, al llegar, oigo una voz que me resulta bastante familiar.
Lo primero que hago es esconderme detrás de un árbol, con el mayor sigilo posible para que no haya ni una remota posibilidad de que me escuche llegar.
Cuando me asomo, veo a Marco parado en frente de la tumba de Dom. Está de espaldas, así que no logro ver nada más allá.
Pero cuando se gira, tengo que reprimir una risotada de lo irónica que me parece la situación.
Marco tiene un móvil pegado en la oreja.
Se supone que las comunicaciones con el exterior están estrictamente prohibidas —y supongo que no hace falta ni que explique el por qué—. De hecho, lo primero que hicieron cuando llegamos aquí fue registrarnos para asegurarse de que no llevábamos nada que pudiera dar al resto del mundo señales de que seguimos vivos.
Y verle ahí, charlando tranquilamente en mitad del bosque, me parecía de las situaciones más surrealistas que había vivido.
—¿Papá? —dice y su rostro se ilumina cuando supongo que por fin el móvil ha pillado cobertura—. Sí, soy yo, Marco.
Hay una pausa, así que supongo que su padre estará diciéndole algo al otro lado de la línea.
—Todo está yendo según lo planeado. Nadie sospecha nada… He conseguido mantenerme fuera del radar.
Se pasa una mano por el pelo, en un gesto nervioso.
—Tengo toda la información que necesitábamos. Sí, solo es cuestión de tiempo antes de que podamos actuar.
Otro silencio mientras Marco escucha con atención las palabras de su padre, asintiendo de vez en cuando.
—Entendido, me aseguraré de que todo esté listo para cuando lleguen —hace una pausa, mirando hacia la tumba de Dom—. No, no hay cambios en el plan. Os avisaré para que podáis hacer una redada toda la malla.
Marco termina la llamada y guarda el móvil con rapidez, echando un vistazo a su alrededor. No parece notar mi presencia, y por un momento, me siento como un fantasma.
Con un suspiro pesado, Marco se aleja de la tumba y sale de las profundidades del bosque, directamente hacia el centro.
Me quedo allí, detrás del árbol, procesando lo que acabo de escuchar.
Pero entonces, oigo unas pisadas que me toman por sorpresa y cuando veo alguien moverse entre los arbustos, un escalofrío me recorre la pierna.
Lo peor es cuando me doy cuenta de que esos mechones pelirrojos los he visto antes.
—¿Alguien más también escuchó la conversación? —indaga la directora.
—Sí, eso me temo —digo.
—¿Y sabes quién?
—También tengo mis sospechas, pero no quiero confirmar nada aún, sería bastante precipitado —respondo con cautela.
—Por eso Aaron sabía sobre la redada —dice la directora, como si hubiera terminado de encajar todas las piezas en su cabeza—. Está bien, déjame revisar algo.
La directora se levanta y saca una enorme carpeta con muchas hojas dentro. Empieza a pasar una por una con una velocidad que parece sobrenatural.
—Aquí está —dice, señalando la hoja que tiene enfrente.
Asomo ligeramente la cabeza y veo una foto de Marco. Parece su expediente.
—¿Tienes una hoja igual para cada paciente? —indago, sorprendido.
—Sí, claro. Aquí están registrados todos y cada uno de los pacientes que han pasado por este centro.
—Ya veo.
—Bueno, directora, ¿le está haciendo efecto el medicamento? —indaga Thorn, con una ligera preocupación.
—Sí, cielo, gracias —esboza una sonrisa—. Si no fuera por ti, me la pasaría drogada todo el tiempo.
—Tengo una pregunta —digo, llamando la atención de ambas—. ¿Por qué usted es la directora si el que ejerce todo el poder es Aaron?
La directora no retira la mirada, de hecho, se profundiza más.
—Aaron tampoco es el que ejerce todo el poder —me explica y me toma por sorpresa.
—¿Quién es entonces?
Se toma unos segundos, sopesando si realmente vale la pena decírmelo o no.
—Alec, el hijo de Aaron.
Alzo una ceja, sorprendido.
—¿Aaron tiene un hijo?
La directora niega con la cabeza.
—No, tiene dos —me corrige—. Un hijo y una hija.
—¿Cómo se llama la hija? —indago, curioso.
La directora se inclina para susurrarme el nombre en el oído y, cuando lo hace, tengo que agarrarme para no caerme al suelo.
—Es broma, ¿verdad?
Ella niega con la cabeza.
—Es la paciente número cero, la original. La que empezó todo esto.
Siento que el aire deja de llegar a mis pulmones durante un par de segundos. De hecho, he perdido la noción de cómo mierda se respira.
—¿Y usted por qué está en contra de todo esto? —indago—. Si es la directora, algo debe de saber.
—Yo cree este centro, eso sí es cierto —comienza a hablar—. Pero con otro fin completamente diferente. Yo fui una niña que se fue de casa debido al maltrato psicológico al que mis padres me sometían. Y yo sabía que fuera había mucha gente como yo, así que, cuando tuve los recursos necesarios, mandé construir este centro con el dinero que tenía ahorrado, para que, los niños que abandonaran sus casas, tuvieran un lugar dónde sentirse acogidos.
Trago saliva.
—Debió ser duro.
—Lo fue —admite, y deja escapar un resoplido—. Pero cuando acogí a los primeros niños, me sentí orgullosa. Porque sabía que estaba dándoles hogar a unos niños que sentían que todo el mundo iba en contra de ellos.
» Entonces conocí a Aaron, el novio de mi hermana. Él se ofreció a ayudarme, ofreciendo sus conocimientos como psiquiatra. Él empezó a juntarse con Kaín, tu padre, y empezaron a desarrollar un suero que fuera capaz de alterar el comportamiento. La idea era única y exclusivamente para tratar patrones alterados como psicopatías en niños jóvenes, sin embargo, cuando a tu padre lo asesinaron, Aaron y su hijo empezaron a usar el suero en niños, incluida su propia hija. Y luego llegó el resto.
—Que idea tan… macabra —digo.
—Sí, pero tampoco lo hacían con el fin de tratar, sino porque descubrieron que el suero podía inhibir ciertas emociones, además, como efecto secundario está la pérdida de memoria… Lo quieren usar para crear un ejército de personas sin alma, literalmente. Quieren usar a todos los que hay aquí para fines mucho más oscuros que un simple experimento.
» Yo obviamente me he negado a formar parte de esto desde que me expusieron la idea, pero a ninguno le importa mi opinión, así que la solución es mantenerme drogada todo el tiempo.
—Claro… porque en el caso de que todo esto se descubra, realmente la directora eres tú —digo.
Y todo cobra sentido.
—Exacto. Toda la culpa recaería sobre mi nombre y es por eso que sigo siendo la directora, aunque las funciones como tal las ejerzan Aaron y su hijo.
—Por eso, cuando me enteré he estado investigando una solución que inhibe los efectos de esa droga —me explica Thorn.
—Sí… La verdad es que, si no fuera por ella, no sabría ni por dónde me da el aire —comenta, con un ligero toque de humor.
—Pues hay que hacer algo rápido —comento—. Como habéis dicho, la policía ya está enterada y no tardará mucho en venir, así que tienes que estar ahí para ponerte de parte del centro, directora.
Ella asiente y suspira.
—Eso haré.