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Chapter 12 - CAPÍTULO 12

¿?

Hoy es un buen día. Según lo que llevo viendo estos meses, todo marcha según lo previsto. Cada mínimo detalle está precisamente calculado y medido para que suceda, para que todo lleve al gran desenlace. 

Doy un sorbo a mi copa de vino, justo después de tomar la medicación, consciente de que en cualquier momento, la directora cruzará esa puerta para echarme la bronca del siglo.

—¿¡En qué estás pensando!? —inquiere enfurecida.

Sonrío y me giro para verla.

—Estás muy guapa hoy. El rojo te favorece —comento, ignorando su pregunta.

—No me enfades más de lo que ya estoy —me advierte, avanzando hacia mí—. Otra persona más ha muerto.

—¿Y qué quieres que haga? Es inevitable —respondo sin darle importancia—. Si sueltas a los perros, te arriesgas a que estos te muerdan.

—Esto no es un puto juego. Acuérdate de lo que hablamos —espeta molesta.

—No es un juego, directora. Es un experimento social —le corrijo.

Ella me mira rabiosa, dispuesta a clavarme cualquier cosa en los ojos.

—Nunca sabes de lo que es capaz alguien hasta que le llevas al límite —añado, sonriendo—. Y eso es lo que quiero comprobar.

—Nellie ha sido la que la ha matado —dice de repente, tomándome por sorpresa.

—¿Nellie? —pregunto, dejando la copa de vino encima del escritorio—. Interesante…

—¿Cómo que interesante? ¡Estás volviendo a estos pobres en asesinos!

—No te confundas, directora —digo, levantándome de la silla y acercándome a ella, encarándola—. No estoy convirtiendo a nadie en nada, solo les estoy quitando la máscara.

—¿Qué máscara? ¡Apenas tienen dieciocho y diecinueve años! Les estás arruinando la vida.

—Estoy potenciando sus habilidades. Les doy salida a su condición… ¿Cómo podría llamarse a eso arruinarles la vida?

—Son simples críos con una condición mental que se soluciona con un tratamiento —refuta con ira—. Tú, lo único que estás haciendo es desquiciarles y sacar lo peor de ellos.

Chasqueo la lengua con molestia.

—Mañana daré la cara y hablaré con ellos. Nos iremos al centro y todo el mundo volverá a su casa —sentencia decidida.

—Eso no pasará —refuto.

—¿Quieres acaso que te recuerde quién está al mando aquí? —replica ella, dominante.

Esbozo una sonrisa ladeada y niego con la cabeza.

Meto la mano en mi bolsillo y saco una jeringuilla.

—No hace falta, directora —digo, acercándome más a ella. Le clavo la jeringuilla en el brazo, inyectándole el líquido de dentro. Ella ni se resiste porque sabe que es una pérdida de tiempo, como las otras veces—. Todo el mundo sabe que quién manda aquí soy yo.

Al terminar de inyectárselo, se desmaya y la agarro antes de que caiga al suelo.

Me gusta más cuando está callada.

La acuesto en el sillón y la arropo.

Yo me vuelvo a sentar en la silla de mi escritorio y agarro la copa de vino, sonriente.

Nellie, eh… Quién lo hubiera pensado.

La más inocente al fin ha sacado ese lado del que tanto ha intentado renegar. Pero estaba claro que en algún momento iba a explotar.

La diversión corre por mis venas, alborotada.

Agarro el móvil y marco un número.

—¿Sí? —pregunta una voz desde el otro lado.

—Hay que prepararse. La recta final ha comenzado. Hay que dar la alerta roja —digo, sonriendo.

—¿Alerta roja? —la voz al otro lado del teléfono parece confundida—. ¿Estás seguro?

—Más que nunca —respondo con firmeza.

Cuelgo el teléfono y me quedo pensativo. La revelación sobre Nellie no solo me sorprende, sino que también me llena de una extraña satisfacción. Después de todo, ella y yo compartimos más de lo que nadie podría imaginar... La oscuridad que habita en nosotros.

—¿Qué estás tramando? —la voz de la directora, ahora débil, me saca de mis pensamientos.

—Oh, nada en particular —digo con una sonrisa tranquilizadora—. Solo el acto final de nuestra pequeña obra maestra.

Ella intenta hablar, pero el sedante hace efecto y su voz se desvanece en un murmullo incoherente. La observo un momento más antes de volver a mi escritorio. Hay papeles que firmar y llamadas que hacer. 

El experimento está llegando a su clímax, y yo, como el director de esta orquesta, debo asegurarme de que la sinfonía termine con una nota inolvidable.

—Nellie —susurro para mí—. La pieza clave que ni siquiera sabía que estaba jugando.

NELLIE

La luz del amanecer se filtra a través de las rendijas de la cabaña, bañándolo todo en un suave resplandor dorado. Me despierto sobresaltada, con el corazón latiendo con fuerza y la respiración agitada. Por un momento, me quedo inmóvil, tratando de procesar dónde termina el sueño y comienza la realidad.

Todo había sido un sueño, un sueño tan vívido que por un instante me cuesta creer que no es real. La mujer que regresaba de entre los muertos, su venganza… todo ha sido producto de mi imaginación.

Me levanto de la cama, aún con la sensación amarga resonando en mi mente. Miro alrededor, buscando alguna señal de que algo de lo soñado hubiera ocurrido, pero todo está en calma.

—¿Nellie? —indaga Marco, frotándose los ojos con las mangas de su sudadera—. ¿Estás bien?

Dejo escapar un largo y profundo suspiro y me siento en el borde de mi cama. 

—Sí… Solo he tenido una pesadilla. 

—¿Sobre qué? —indaga, incorporándose también.

—Sobre la enfermera que matamos… que maté ayer.

Todavía me cuesta asumir todo eso. Que haya sido capaz de matar a una persona. Una vida a cambio de otra, supongo.

—No le des más vueltas, Nellie —dice Marco, su tono cubierto de preocupación—. Hiciste lo que tenías que hacer. Yo también lo hubiera hecho.

—Marco, he matado a alguien. Yo, la misma persona que dijo hace días que jamás sería capaz de hacerlo —espeto con rabia hacia mí misma.

Marco se acerca y agarra mis manos entre las suyas, en un gesto tranquilizador.

—Nellie, era cuestión de tiempo —dice—. Ya nos avisaron. Un día matará uno, otro día otro, y así… 

—Pero es que yo no quiero seguir con esta mierda —escupo, furiosa. 

—Ni tú ni nadie, créeme. Por eso debemos hacer todo lo posible para escapar de aquí, aunque tengamos que llevarnos a gente por delante. 

—No sé cómo eres capaz de decirlo así —digo, apartando mis manos de las suyas, con cierto recelo.

—Valoro mi vida… Y después de lo que vi allí abajo —hace una breve pausa para suspirar—. Zane tiene razón. Y mira que me jode tener que darle la razón a alguien en quién no confío plenamente. Solo hay monstruos aquí. 

Dejo escapar un suspiro.

Decido dejar el tema aparcado y empiezo a guardar mis cosas, al igual que el resto.

Mientras lo hago, mi mente vuelve a la enfermera muerta. 

«No ha sido en vano», me digo a mí misma.

«Fue una decisión terrible, pero necesaria». 

Es un mantra que repito, tratando de convencerme. 

Puedo ver como Marco me observa, con una de esas miradas suyas cargadas de compresión, ni siquiera necesita palabras para transmitirlo.

Aaron ha dicho que hoy volveremos al Centro y, eso solo significa una cosa: han descubierto el cuerpo.

La luz del amanecer se intensifica mientras todos nos reunimos frente al bus que nos va a llevar de vuelta.

En el trayecto, no puedo dejar de pensar en las palabras de Marco. Tiene razón; no hay lugar para la debilidad aquí. No cuando cada decisión, cada movimiento que hacemos, puede ser la diferencia entre seguir vivos o acabar muertos.

El bus nos deja justo en las puertas del Centro Zyrom y todos nos bajamos. Los guardias que hay esperando en la puerta nos llevan a las habitaciones.

A todos, menos a mí.

Cuando veo que el trayecto de los guardias se desvía hacia otro pasillo que no logro reconocer, el miedo empieza a crecer en mi interior.

Estos se paran frente a una puerta de metal, la cual se abre a través de un panel, justo como la sala donde encerraron a Zane. Atravesamos un par de pasillos más y abren la puerta de una sala a la cuál me meten de un empujón. 

Es una especie de despacho, pero bastante sombrío. Todo el mobiliario es de color negro; las paredes son de un color gris oscuro y el suelo es de madera de roble oscuro. 

Enfrente de mí, hay un escritorio y una silla de terciopelo negro dándome la espalda.

—Qué placer tenerte por aquí, Nellie —dice una voz áspera, a través de un modulador. La frialdad con la que pronuncia cada palabra hace que mi cuerpo tiemble como gelatina.

Me recuerda exactamente a Aaron.

—¿Quién eres? —indago.

—No estamos aquí para presentarnos… Al menos por el momento —dice, sin darse la vuelta—. Estamos aquí para hablar sobre tu castigo.

Alzo una ceja.

—¿Qué castigo? 

—No creerás que después de asesinar a un miembro de mi personal saldrás impune, ¿no?

Trago saliva y siento como ésta se me atasca en la garganta.

Intento mantener la compostura, aunque por dentro estoy luchando contra el pánico.

—No tuve elección —digo, mi voz apenas es un susurro—. Era ella o nosotras. 

—Eso es lo que todos dicen una vez cometen el crimen, ¿eh? —puedo notar la diversión en su voz—. Las reglas son las reglas. Y deben de ser aplicadas. 

—¿Y cuál es mi castigo? —pregunto, intentando acabar con esto cuanto antes.

Se levanta de su silla, aún sin girarse. Su espalda es ancha y, y ni siquiera su traje negro es capaz de disimularlo. 

—Tu castigo será… especial —dice—. No te haremos daño físico. Eso sería… ineficiente. En cambio, tengo una tarea para ti.

—¿Una tarea? —repito, confundida pero ligeramente aliviada de que no vaya a ser algo peor.

—Sí… Una tarea que, si la completas con éxito, perdonaremos lo que has hecho. Pero si fallas… —hace una pausa, dejando que la amenaza cuelgue en el aire por unos segundos—. Bueno, por tu bien, no falles. 

Siento como mi corazón late con violencia. 

—¿Y si me niego? —pregunto, aunque sé que tampoco tengo otra opción.

—Entonces… Tus amigos pagarán el precio de tu desobediencia.

No hay elección. No realmente.

—Ni siquiera sé quién eres.

El hombre se vuelve a sentar en la silla y oigo cómo suelta un suspiro.

—No necesitas saber quién soy para entender la gravedad de lo que has hecho —responde con un tono que destila autoridad—. Pero te daré una pista: soy alguien que no se toma a la ligera las transgresiones contra su personal.

Me quedo en silencio.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunto finalmente. 

El hombre empieza a contarme cuál es mi tarea. Yo me limito a escuchar con atención cada una de sus instrucciones. Una vez termina de hablar, me siento aturdida.

Asiento lentamente unos segundos después.

—Lo haré.