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Chapter 13 - CAPÍTULO 13

Han pasado varios días desde que hablé con ese señor y sus palabras todavía están en mi cabeza, estancadas.

He decidido aislarme por mi propio bien durante un par de días. Estoy comprobando que mi cordura con el paso de los días está rozando su límite. 

Cuando hablé con Zane y le dije que esperaría lo que fuera a que él me contara la verdad…

Mentí.

¿Y sabéis por qué?

Porque he tomado la decisión de que, si nadie piensa darme respuestas, voy a empezarlas a buscar yo misma.

Y sí, eso implica romper reglas y, si me pillan, enfrentarme a otro castigo que quizá no sea tan benevolente. Pero me da igual.

Por eso, cuando ha caído la noche y todo el mundo está durmiendo y me he asegurado de que no haya ni un solo guardia haciendo su turno, me he colado en la biblioteca.

Y aquí estoy, rodeada de infinidad de estanterías con libros que tienen más años que el fuego. 

El acceso a los libros por parte ajena del personal del centro está estrictamente prohibido. Aunque de nuevo, no entiendo tantas prohibiciones si la gente nunca se ha planteado hacer estas cosas.

Solo yo.

La biblioteca está completamente a oscuras; la única luz que entra es la luz de la luna que se filtra a través de las altas ventanas. 

Me muevo con cautela entre los pasillos de estanterías, con la respiración contenida por momentos, intentando hacer el menos ruido posible. 

Cojo y ojeo libros, sin encontrar nada interesante. La mayoría de libros son simplemente libros antiguos en los que hay escrita la historia del pueblo. Nada específico.

Pero entonces, veo un tomo que me llama la atención. Éste parece bastante particular, y antiguo. 

Cuando lo saco de su sitio, parece que escupe una nube de polvo con él, como si nadie hubiera tocado ese libro durante siglos.

Lo pongo encima de una de las mesas y cuando lo abro parece que hasta las mismas páginas crujen protestando. Las páginas tienen un color amarillento y algunas palabras están a media tinta. 

No hay nada interesante tampoco, hasta que encuentro algo que no estaba buscando.

Hay una hoja de papel, doblada y descolorida. Ésta se cae al suelo cuando estoy a punto de dejar el libro en su sitio.

Me agacho para recogerla y al leerla, me quedo perpleja.

''Paciente número uno: Zane Clark. Resistente a los efectos. Número de dosis administradas: cuatro''. 

Entonces, más preguntas me golpean con violencia.

¿Quién cojones es Zane Clark realmente? ¿Y qué significa ser resistente a los efectos? ¿Qué efectos?

Pero hay más, al mirar más de cerca, puedo ver unas pequeñas anotaciones al margen, escritas con rapidez y como si a la persona que las hubiera escrito le temblara el pulso. Coordenadas, nombres de medicamentos desconocidos, fechas que parecen no tener sentido.

Mis manos tiemblan ligeramente mientras sostengo la hoja de papel, como si tuviera en mis manos la llave para desentrañar todos los secretos del Centro Zyrom. 

Me guardo la hoja en uno de los bolsillos de mi pantalón y continúo buscando hasta en las secciones más recónditas de la biblioteca. 

En una de las estanterías, encuentro otro libro. Éste luce diferente al resto, encuadernado en cuero con un candado oxidado. 

Lo observo, entrecerrando los ojos, lo retuerzo y, para mi suerte, el candado se rompe. 

Abro el libro y noto que entre dos páginas hay un viejo marcador de seda. Cuando lo abro, tengo que agarrarme a los bordes de la mesa para no caerme.

Hay un puto mapa.

Un mapa detallado del centro, con las salas que ya conozco marcadas en violeta. Aquí aparecen también alas ocultas, marcadas en verde; pasadizos secretos, en azul y, una que está marcada en dorado, rodeada varias veces. 

''La Caja de Música''.

Al lado, hay una especie de mariposa y una daga.

Siento como mi corazón se acelera con violencia. 

Esa sala puede tener las respuestas que estoy buscando. 

Arranco el mapa del libro, lo cierro y lo devuelvo a su lugar. 

Tengo que actuar rápido; no sé cuánto tiempo llevo aquí metida, pero supongo que lo suficiente como para que tenga que marcharme ya antes de que los guardias empiecen de nuevo su turno.

Me deslizo fuera de la biblioteca con el mismo sigilo que una sombra, con la hoja de papel con el nombre de Zane y el mapa del centro. 

Avanzo por los pasillos que todavía están oscuros. Me recorre un escalofrío cuando siento como si en cada rincón hubiera alguien observando. 

Cuando llego a mi habitación, cierro la puerta con suavidad detrás de mí y me apoyo en ella, dejando escapar el aliento que no sabía que estaba conteniendo.

Despliego el mapa sobre la cama, las líneas y marcas brillan débilmente. 

«La Caja de Música».

Sabía que este lugar escondía muchas más salas de las que nos han enseñado, pero no esperaba que hubiera tantas. Ni que tuvieran nombres tan misteriosos.

Pero sin duda, esa sala parece ser la pieza central de un rompecabezas mucho más grande. 

Entrecierro los ojos, mientras trazo con el dedo las rutas hacia varias salas ocultas, intentando memorizar los pasadizos y puertas que tendría que atravesar en caso de que fuera.

Quería respuestas, ¿no?

Pues voy a tener que ir a buscarlas. 

A la mañana siguiente, estoy en el comedor junto al resto.

Es hora del almuerzo.

Para mi sorpresa, me encuentro a Marco sentado en la mesa dónde suelo sentarme yo siempre, así que me acerco.

Le veo barajando las opciones de comerse el puré que tiene pinta de todo, menos de puré o pasar otro día más sin comer. 

Cuando me paro en frente de él, alza la mirada. 

—Vaya, pensé que te habían atado a la cama y no podías salir de tu habitación —espeta y puedo notar la molestia en su voz.

—Tenía que estar sola —confieso, sentándome en el asiento que hay enfrente de él.

—Ya… Ya veo. Llevo tres días sin verte, espero que lo que tuvieras que pensar ya lo hayas pensado —insiste.

—Marco… He encontrado algo —digo, ignorando su comentario con la esperanza de que me escuche.

Él entrecierra los ojos mientras juega con la cuchara dentro del puré. 

Alza la mirada y puedo sentir esos ojos oscuros escanear sin piedad. 

—¿Qué cosa? —pregunta finalmente y yo suspiro, aliviada. 

—Es sobre el centro —comienzo, bajando la voz a un susurro—. Hay más aquí de lo que nos dicen. Mucho más.

Marco deja la cuchara en el plato. Su expresión cambia; la irritación ahora es una curiosidad intensa.

—¿De qué estás hablando? —pregunta, inclinándose hacia adelante—. Quiero decir, aquí han asesinado a alguien, claro que hay algo más.

Respiro hondo y saco la hoja de papel del bolsillo, deslizándose sobre la mesa hacia él. 

Marco la examina, frunciendo el ceño ante las palabras garabateadas.

—¿Zane Clark? ¿El Zane que conocemos? —murmura, y luego sus ojos se deslizan hacia las anotaciones del margen—. ¿Y estas coordenadas?

—No lo sé —admito—. Pero creo que están relacionadas con ''La Caja de Música''

Marco me mira, desconcertado.

—¿La Caja de Música? Nunca he oído hablar de eso aquí.

Asiento, sintiendo cómo la adrenalina comienza a bombear a través de mis venas.

—Es una sala aquí, en el centro. Y creo que Zane tiene algo que ver con ella.

Marco se queda en silencio, procesando la información. Luego, con un movimiento decidido, guarda la hoja en su propio bolsillo y se levanta.

—Vamos a averiguarlo —dice con determinación.

Cuando cae la noche, quedo con Marco en la puerta trasera del comedor, que conduce a los pasillos menos transitados del centro.

Al llegar a un cruce, Marco saca el mapa y lo estudia brevemente.

—Por aquí —señala, y tomamos un pasillo a la izquierda.

El pasillo es estrecho y las luces parpadean, creando sombras que bailan en las paredes. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, y cada sombra me hace saltar. Parece una puta peli de miedo. Pero seguimos adelante.

Finalmente, llegamos a una puerta sin marcar. No hay nada que indique lo que hay detrás, pero el mapa muestra claramente que esta es 'La Caja de Música'.

Marco mira hacia ambos lados del pasillo, asegurándose de que estamos solos, antes de colocar su mano en el pomo de la puerta.

—¿Estás lista? —pregunta, y asiento con la cabeza.

Con un suspiro profundo, gira el pomo y la puerta se abre sin un sonido. Lo que vemos dentro nos deja sin aliento.

La sala está iluminada por una luz suave y dorada que parece emanar de las paredes mismas. Parece una sala insonorizada. En el centro, hay una caja de música de tamaño natural, su diseño es intrincado y antiguo. Pero no hay solo una caja de música; hay una consola llena de pantallas y botones, como si fuera el centro de control de todo el Centro Zyrom.

Nos acercamos, cautelosos, y Marco extiende la mano para tocar uno de los botones. 

—¡No toques! —digo, alterada y Marco salta del susto—. ¿Es que no has visto películas o qué?

—¿Qué películas?

—Donde claramente hay un botón rojo —espeto, incrédula—. Un botón que bajo ningún concepto se debe de tocar.

—Estás delirando.

—Te falta cultura audiovisual —escupo.

Marco se encoge de hombros, pero retira la mano.

—Está bien, no tocaré nada —dice y puedo notar la diversión en su tono—. Pero si quieres descubrir algo, hay que investigar.

Nos movemos alrededor de la consola, examinando cada detalle. 

La caja de música en sí parece una obra de arte, con figuras talladas con una precisión milimétrica. 

—Mira esto —Marco señala hacia una serie de símbolos grabados alrededor de la base de la caja—. ¿Qué mierda es eso?

«La mariposa y la daga».

Esa mierda parece que me persigue allá dónde voy. 

Me inclino para mirar más de cerca. Los símbolos son números, del uno al quince. A su lado, está el símbolo de la mariposa. 

—¿Crees que signifique algo? —pregunto, más para mí misma que para Marco. 

—Podría ser —responde él.

Marco estira la mano y, cuando toca el símbolo, un zumbido horrible y estridente comienza a sonar desde la caja. 

Me llevo de manera instintiva las manos a las orejas, intentando disminuir el sonido, pero este me perfora los tímpanos. 

Entonces, un trozo de una de las paredes laterales se desliza hacia dentro, revelando una escalera que desciende.

—Vaya, parece que hemos encontrado algo más que una simple caja de música —dice Marco, con una sonrisa juguetona asomando en sus labios.

La intriga y el miedo se mezclan en mi estómago y, por un momento, siento hasta ganas de vomitar. 

—Bajemos —propone, sin esperar respuesta, dirigiéndose a la escalera.

—¿Ya? —indago, incrédula—. ¿Así como así? 

—Sí, ya —responde Marco, con firmeza—. No sabemos cuando volveremos a tener oportunidad de volver aquí, si es que la llegamos a tener. Y si Zane tiene algo que ver, es mejor descubrirlo cuanto antes.

Dudo un instante, pero la curiosidad es más fuerte que el miedo.

Asiento y sigo a Marco, que ya ha comenzado a bajar por las escaleras.

Ésta es antigua. La madera cruje bajo nuestros pies y la luz de la sala anterior se desvanece a medida que bajamos.

Al final de la escalera, nos encontramos en un pasillo largo y oscuro. Solo la luz de una linterna que Marco saca de su bolsillo ilumina el camino.

—Esto es increíble —murmura Marco, completamente fascinado, como si se hubiera olvidado por un momento dónde estamos.

—Y peligroso —añado, con la voz baja y seria—. Hay que tener cuidado.

Avanzamos con cautela hasta que, finalmente, llegamos a una puerta de hierro forjado, con un mecanismo de apertura que pide una combinación específica.

—Debe ser aquí —susurra Marco.

 Señala en el mapa que saca de nuevo dónde se supone que nos encontramos ahora mismo, y coincide con el pasadizo que conecta con la sala que acabamos de atravesar. Su dedo se posa sobre las coordenadas anotadas en el margen del mapa. 

—Quizá eso no sean coordenadas, sino códigos —digo, revisando bien.

Marco frunce el ceño y asiente varias veces. Empezamos a probar combinaciones de números durante un buen rato. Después de varios intentos fallidos, escuchamos un clic satisfactorio y la puerta se abre lentamente. 

—Esto… es un laboratorio —digo, observando la sala con fascinación.

Las paredes están cubiertas de pizarras llenas de símbolos y gráficos; mesas con tubos de ensayo, matraces y aparatos que parecen sacados de una película de ciencia ficción.

O de terror.

En el centro hay una gran mesa que está repleta de documentos y pantallas que muestran varios datos.

—Parece el puto centro de investigación del gobierno —dice Marco, incrédulo.

Mis ojos recorren con rapidez los documentos que hay encima, y entonces algo me llama la atención. Me detengo en los nombres escritos con una caligrafía meticulosa.

''Zane Clark''.

El nombre de Zane vuelve a aparecer aquí y tampoco es sorpresa, pero luego veo el de Dom y, para mi asombro, también veo el mío.

—Mira esto —digo, señalando los nombres en el documento.

Marco se acerca y observa por encima de mi hombro. Su ceño se frunce aún más.

—¿Qué significa esto? —pregunta, cargado de confusión y sospecha.

—No lo sé, pero es evidente que estamos más involucrados en todo esto de lo que pensaba —respondo, sintiendo como la curiosidad se enlaza con una punzada de ansiedad.

Los nombres están acompañados de fechas y notas en los márgenes, referencias a experimentos y protocolos que no logramos entender del todo. 

Pero hay algo más, algo que llama mi atención y me obliga a leer en voz alta.

—Dice aquí que ''Los sujetos seleccionados para el Proyecto Mariposa han demostrado una capacidad excepcional para…' —mi voz se desvanece mientras intento procesar la información.

—¿Capacidad excepcional para qué? —indaga Marco, impaciente.

Tomo aire, intentando calmar la ansiedad que me aprieta las entrañas.

—... para desvincularse emocionalmente de sus acciones. No muestran remordimiento, ni empatía, ni miedo. Máquinas de matar perfectas, entrenadas para ejecutar sin cuestionar''.

Las palabras salen de mi boca como un susurro.

Marco palidece, su rostro se tensa. 

—O sea que sí, estamos tratando con asesinos —dice.

Asiento, sintiendo una punzada en el pecho.

—No solo asesinos, Marco. Asesinos incapaces de sentir. 

Marco se pasa una mano por el cabello, desordenándolo aún más. 

—Tu nombre también aparece ahí —apunta Marco, mirándome—. Pero no pareces nada de lo que describen. 

El hecho de que mi nombre aparezca entre todos esos documentos es lo que más miedo me da de todo. 

—De hecho, no tiene ningún puto sentido, porque Zane supuestamente es uno de ellos, ¿no? —Marco empieza a dar vueltas, pensativo—. Si es una máquina entrenada para ejecutar sin cuestionar, ¿por qué quiere escapar de aquí? ¿Por qué se ha rebelado en contra del Centro?

Marco tiene razón.

Ahora mismo, con la información que tenemos en las manos, nada parece tener sentido. 

—Supongo que nos falta un buen trozo de la historia.

—Y tanto… hay tantas… lagunas.

—Tenemos que averiguar más —digo—. Esto va más allá que el simple asesinato de Nora. 

Marco asiente y juntos empezamos a hurgar entre los papeles, buscando cualquier pista que pueda arrojar luz sobre la situación.

De repente, un ruido sordo nos hace detenernos.

Alguien está intentando abrir la puerta.

—Mierda —grita Marco, mirándome con ojos muy abiertos—. No estamos solo.

Reaccionamos rápido y nos escondemos detrás de una de las mesas, conteniendo la respiración.

La puerta se abre lentamente, y una figura encapuchada entra en la sala. No podemos ver su rostro, pero algo me dice que no es trabajador.

Ésta se dirige hacia la mesa central, extiende la mano y agarra varios de los documentos que acabamos de leer. Su otra mano se desliza hacia el interior de su chaqueta y puedo ver el destello metálico de un arma. 

—Tenemos que salir de aquí —susurro, tirando del brazo de Marco- 

Nos deslizamos silenciosamente hacia la salida, evitando hacer el menor ruido posible. Justo cuando estamos a punto de alcanzar la puerta, un sonido agudo rompe el silencio.

Han activado una alarma.

—¡Corre! —grito.

Marco y yo salimos hacia el pasillo, con la adrenalina bombeando a través de nuestras venas.

El sonido de pasos pesados nos sigue, y sabemos que la caza ha comenzado.