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Chapter 11 - CAPÍTULO 11

Según se suele decir, después de la tormenta viene la calma. 

Eso, de alguna u otra manera, también se aplica al Centro Zyrom.

Han pasado varios días desde que vi aquella escena que se repite en mi cabeza como una cinta que no tiene fin. 

No es sorpresa que aquí están pasando cosas raras. Lo supe desde el primer momento en el que puse un pie aquí dentro, pero jamás me hubiera imaginado que pudieran morir personas.

¿Con qué clase de monstruo estamos tratando?

Hoy Aaron parece que se ha levantado de buen humor. Nos ha reunido a todos donde siempre nos da una de sus charlas. Esta vez, no es un regaño, que es lo que todos nos esperábamos. 

Nos ha dicho que va levantar todas las restricciones y, que además, nos vamos de excursión a un campamento.

En el momento en el que lo dijo, la gente estaba feliz, eufórica… yo no era capaz de dejar de pensar en cuántos cuerpos se pueden enterrar en mitad del bosque sin dejar sospechas. 

—Destilas alegría hasta por los poros —comenta Marco, en un fallido intento de hacerme reír.

—Sí… La verdad es que una matanza en mitad del bosque a lo Viernes 13 me apetece mucho —replico, sarcástica.

—Siempre pensando en lo negativo, ¿eh?

—Tienes razón. Nunca me paro a pensar en las cosas positivas que ocurren en este sitio.

Aaron y los empleados del centro nos han dado instrucciones para que cada uno busque una cabaña. Éstas son dobles, por lo que podemos dormir de dos en dos.

Yo y Marco, que somos como pin y pon, escogimos una para los dos.

La cabaña que seleccionamos se camufla entre los árboles. Su exterior de madera rústica se mezcla con el entorno, como si hubiera crecido allí mismo. Al abrir la puerta, nos recibe un interior cálido, iluminado por la luz que se filtra a través de una ventana pequeña. Hay dos camas sencillas, una en frente de la otra. Hay una mesa de madera con dos sillas que parecen que están a punto de romperse. En una esquina, hay una pequeña chimenea de piedra, que parece no haber sido usada en años.

—No es precisamente un hotel de cinco estrellas, ¿verdad? —comenta Marco, mirando a su alrededor con cierto desagrado.

—No, pero al menos han tenido el detalle de no dejarnos dormir en el suelo en mitad del bosque —replico.

—¿Has visto la cara de Zane al llegar? —me pregunta Marco, cambiando de tema mientras dejamos nuestras cosas en la cama. 

—Sí, al parecer también le hace mucha ilusión estar aquí.

—Parece como si ya conociera este lugar —añade, frunciendo el ceño.

—No sabemos cuánto tiempo lleva él aquí.

—Por lo que sé, todos somos de la misma edad. Todos tenemos mínimo diecinueve años… Algo no cuadra.

—Vale, Marco. Ya nos hemos dado cuenta de que Zane sabe algo que nosotros no… pero ¿y qué?

—No es nada, simplemente es… intrigante.

Ruedo los ojos con hastío.

—Relaja tu vena de Sherlock Holmes y vamos a juntarnos con el resto —sugiero, saliendo de la cabaña.

Todo el mundo está reunido, en una enorme multitud escuchando atentamente a Aaron.

—Bien, como ya os expliqué, considero que ya habéis tenido suficiente castigo, por lo que, para que veáis que yo no tengo nada en vuestra contra, he organizado esta excursión para que podáis disfrutar del aire libre —anuncia, sonriente—. Y un aviso amigable: os recomiendo que no os acerquéis mucho a las vallas… Nadie puede salir, así que no lo intentéis. Dicho esto, que disfrutéis.

Diviso a Zane y al resto en un pequeño grupo, ligeramente apartado del resto.

Su cara parece un puto poema mientras mira fijamente a Aaron. Estoy segura de que ahora mismo no le pasa nada bueno por la cabeza. 

No hemos vuelto a hablar desde la última conversación que tuvimos hace un par de días. Supongo que también tiene que lidiar con sus cosas. 

Marco y yo hemos decidido subirnos a unas veletas que hay cerca de un puesto al lado del lago. 

Nos acomodamos en las veletas, con el lago bajo nosotros. El agua es tan clara que refleja el cielo. No hace falta ni remar, la brisa que se ha levantado va empujando la veleta con suavidad.

—¿Recuerdas tu vida antes de llegar aquí? —pregunto, dejando que un tono de nostalgia me invada.

Marco asiente, lentamente, su mirada perdida en el horizonte.

—Sí, recuerdo alguna que otra cosa, pero no todo —dice, como si estuviera tratando de recordar algo—. Es raro, porque a veces siento como si me hubieran arrebatado todos los recuerdos.

Le entiendo a la perfección. 

La brisa acaricia nuestros rostros mientras nos balanceamos suavemente en la veleta.

—¿Y tú? —pregunta, apartando la mirada del horizonte para encontrarse con la mía—. ¿Recuerdas?

Cierro los ojos por un momento, intentando traer a mi cabeza algún recuerdo, algún fragmento, algo.

—Algunas imágenes, pero nada coherente —respondo, sintiendo un nudo en la garganta—. A veces pienso que es mejor así porque, si no vamos a salir de aquí, pensar en el pasado tampoco nos ayudará, pero otras… siento que me falta algo importante.

Marco asiente de manera comprensiva, sus ojos reflejan una mezcla de tristeza y pesar.

—Hay rostros que reconozco en sueños, pero al abrir los ojos, no puedo recordar sus nombres o qué significan para mí.

El silencio cae sobre nosotros, solo roto por el suave chapoteo del agua contra la veleta.

De repente, veo como Marco se tensa.

—¿Has sentido alguna vez… como si te estuvieran observando? —pregunta, mirando hacia la orilla del lago.

Sigo su mirada y, por un instante, creo ver una sombra entre los árboles, pero desaparece tan rápido como ha aparecido.

—Sí —respondo, ligeramente inquieta—. Como si alguien o algo supiera más sobre nosotros de lo que nosotros mismos sabemos.

—Supongo que estamos aquí por alguna razón, ¿no? —dice, su voz llena de resignación—. Quizá algún día podamos descubrir la verdad. 

—¿Y lo que vimos el otro día? —pregunto, refiriéndome a todo lo que pasó con Erika.

—No tengo ni puta idea de qué pueda ser —confiesa.

—Ya van dos personas las que mueren… —digo y no puedo disimular la angustia en mi voz—. Y tampoco sé qué podemos hacer para pararlo.

—Zane insiste mucho en que confíemos en él —dice Marco de repente y noto el recelo en su voz—. No puedo confíar en él del todo… 

Sinceramente, no puedo culparlo por ello. Hay demasiadas preguntas sin respuestas desde que entramos aquí, y más desde que empezamos a juntarnos con ellos… Como si ellos fueran el desencadenante de todo esto en realidad. 

—Yo… No sé —confieso, rascándome la nuca con cierto nerviosismo—. El no saber qué está pasando me está volviendo loca. 

Tengo tantas dudas, tantas preguntas y tan pocas respuestas, que ya no sé qué pensar. 

Quiero confiar en Zane, de verdad quiero hacerlo. Y estoy desafiando a mi propia intuición haciéndolo. Quiero creer que él es una buena persona; que realmente piensa y quiere lo mismo que queremos nosotros: escapar de aquí.

Pero, a veces sus actitudes dejan mucho que desear. Una persona insensible, a quien no le tiembla el pulso para matar a alguien… pero otras veces se ve igual de frágil que nosotros; con los mismos miedos, las mismas inseguridades.

No sé cuál versión es la real y cuál no. 

—Lo único que tengo claro es que hay algo bastante turbio detrás de todo esto —añado, mirándole—. Y voy a descubrir el qué.

Cuando volvemos a la orilla, Marco vuelve a la cabaña, pero yo decido darme una vuelta para intentar despejarme. 

Estoy caminando tranquilamente, aún cerca del lago, cuando de repente, empiezo a escuchar los gritos de una chica en una de las cabañas que hay dispersas por aquí.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo y, por un momento, tengo ganas de correr y volver a la cabaña junto a Marco. Pero no lo hago. 

Y no sé por qué.

De hecho, me acerco a la cabaña de dónde proceden los gritos. Me agacho debajo de la ventana y me asomo de manera disimulada para ver qué está pasando.

—¡Para, por favor! ¡Cooperaré, lo prometo! —grita la chica. 

La chica pelirroja está forcejeando con una empleada del centro, y la reconozco por el símbolo que tienen bordado en el uniforme todos ellos, que son las iniciales del Centro Zyrom rodeadas por una corona de espinas. 

La mujer tiene un cuchillo en la mano y por un momento dejo de respirar, impactada.

No puedo evitar preguntarme qué mierda puedo hacer. ¿De verdad que voy a dejar que otra persona muera, y esta vez delante de mí?

Me hubiera gustado que la respuesta fuera sí, pero no es así. 

Miro hacia los lados, con la esperanza de que alguien pueda ayudarme, pero no hay nadie más que yo.

En qué puto momento he decidido salir a pasear.

La chica llora desesperada mientras le ruega a la mujer que no le haga nada, pero ésta no cede. Desde aquí logro ver la sonrisa que tiene dibujada en la cara, igual de psicópata que Aaron.

Respiro hondo y camino hacia la puerta, la abro con cuidado y me cuelo en la habitación.

La chica se da cuenta rápidamente de mi presencia. 

Camino hacia delante con cuidado y cojo lo primero que veo encima de la mesa, que parece una especie de herramienta.

Me acerco sigilosamente y, cuando estoy a punto de estamparle la herramienta en la cabeza, la mujer se gira y me hace un corte en el abdomen con el cuchillo que hace que suelte la herramienta.

—¡Joder! —grito, llevándome las manos al abdomen.

—¿Qué pretendías? —indaga la mujer, burlesca.

La herida no para de sangrar y por un momento siento que estoy a punto de desmayarme. La sensación de la hoja desgarrando mi piel es lo peor que he experimentado en toda mi vida.

Según se va acercando a mí, yo voy retrocediendo, con la poca fuerza que me queda en las piernas.

Llega un momento en el que choco contra la pared de la cabaña. No hay escapatoria y la mujer lo sabe, porque esboza una sonrisa victoriosa.

Trago saliva.

¿De verdad voy a morir de forma tan lamentable?

Cuando la mujer alza el cuchillo lista para acabar conmigo, la otra chica se abalanza sobre ella, haciendo que el cuchillo caiga al suelo, la punta atravesando el suelo de madera.

Empieza a forcejear para quitarse a la chica de encima, mientras que yo me agacho como puedo para coger el cuchillo. 

En el momento en el que consigue tirarla al suelo, doy un estirón final para agarrar el cuchillo que tiembla en mis manos y se lo clavo en todo el pecho.

La mujer me mira con los ojos desorbitados, mientras algunas lágrimas caen por su rostro.

En cuestión de segundos, cae redonda al suelo y el sonido de su cuerpo chocar contra la madera me provoca náuseas.

—¿Estás bien? —me pregunta la chica.

Estoy paralizada, sin poder ni pestañear, mirando el cuerpo de la mujer.

He… He matado a alguien.

Mis ojos permanecen fijos en el cuerpo y la realidad me golpea como un puñetazo en el estómago. He matado a alguien. El peso de haberlo hecho se asienta en mi pecho como una losa, dejándome sin aliento.

La herida ya ni siquiera me duele.

Cuando siento que todas las fuerzas me abandonan, doblo las rodillas, dispuesta a rendirme, pero la chica me agarra para evitar que me caiga y yo reacciono de nuevo.

—Joder… —digo de repente—. ¿Estás bien? —pregunto.

—Sí, muchas gracias —dice, su pecho sube y baja igual de rápido que el mío—. Hay que hacer algo con esa herida —señala mi abdomen.

Asiento y me ayuda a sentarme en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. 

Me pregunto cuánto tardarán en darse cuenta de que alguien más de su equipo ha muerto. Y lo peor de todo, cuáles serán las consecuencias. 

La chica comienza a buscar algo para ponerme sobre la herida, como una venda, pero no encuentra nada.

—Al menos servirás de algo —espeta, mirando el cuerpo de la mujer. Empieza a desgarrar la tela de su uniforme.

Se acerca a mí y me coloca la tela alrededor del abdomen, haciendo presión.

—Apriétate un poco para que deje de sangrar —me sugiere—. Luego habrá que curarla para que no se infecte. No es una buena zona, la verdad.

—Gracias… —digo, con la poca fuerza que me queda.

Empiezo a sentir como el juicio me abandona. Gotas de sudor me recorren la frente, como su hubiera corrido durante kilómetros; hasta el color empieza a abandonarme la cara. 

—¿Tienes amigos? —me pregunta mientras me zarandea suavemente, evitando que me desmaye—. ¿Alguien que pueda ayudarte?

Yo asiento levemente.

—Vale, vamos a buscarlos —sugiere.

Me carga con cuidado sobre su espalda. La verdad es que al principio parecía ser muy poca cosa, pero consigue llevarme encima sin ningún problema. 

Empieza a caminar durante unos minutos, buscando al resto, mientras se va asegurando de que sigo consciente.

—¿Nellie? —pregunta una voz. Marco—. ¿Qué ha pasado?

Se acerca rápidamente.

—Me ha salvado la vida —responde la chica—. ¿Dónde está tu cabaña?

—Aquí, ven —responde apresurado, caminando hacia la cabaña y abriendo la puerta.

Algo me dice que no es la nuestra.

Marco y la chica me ayudan a tumbarme en una de las camas.

—¿Nellie? —pregunta Theo.

—Está bien —se apresura en decir la chica—. Pero hay que curarle esa herida.

—Zane se va a volver loco —dice Diana, mirándome—. Voy a buscarle.

—¿Y tú quién eres? —pregunta Dom, mirando fijamente a la chica, con cierta desconfianza.

—Soy Yaritza.

Diana atraviesa la puerta junto a Zane, quien parece haber corrido el maratón del siglo.

Se arrodilla a mi lado y toca mi frente.

—Traedme un paño con agua y buscad algo para desinfectarle la herida —dice Zane, su voz impaciente exigiendo acción.

Diana, Marco y Dom salen rápidamente en busca de suministros para ayudarme.

—Te vas a poner bien, ¿vale? —me asegura Zane.

Asiento con debilidad, apenas con fuerzas para moverme.

—¿Cómo ha pasado? —pregunta, su preocupación palpable en cada palabra.

—Estaba en mi cabaña cuando llegó una mujer del campamento para hacerme pruebas raras... Al parecer, el resultado no fue bueno y trató de matarme —comienzo a contar, llamando la atención de Zane—: Afortunadamente, Nellie pasaba por ahí y me ayudó.

—¿Y la mujer?

—La matamos. Sigue tirada en mi cabaña —responde.

Zane suspira profundamente.

—Hay que deshacernos del cuerpo —declara.

—¿Cómo? Esta vez no podemos evitar la culpa —replíca Theo.

—Podemos prender fuego a la cabaña y decir que ha sido un accidente —sugiere Yaritza.

—¿No es eso demasiado drástico? —cuestiona Theo, cruzándose de brazos.

—¿Tienes alguna otra idea? —pregunta ella.

—Podríamos simplemente enterrar el cuerpo —sugiere Theo.

—¿Y qué hacemos con los restos de sangre en la cabaña? —rebate Yaritza.

Theo suspira y se deja caer en una de las camas.

Diana, Dom y Marco entran a toda prisa con un botiquín de primeros auxilios.

Zane revisa mi temperatura de nuevo y trata con cuidado mi herida.

Me aplica antiséptico y coloca una venda limpia sobre ella.

Con un trapo mojado en agua del lago, comienza a limpiarme la frente, la cara y los hombros.

—¿Me oyes? —pregunta.

—Sí —respondo débilmente.

—Ya te he curado la herida, ¿vale? Ahora tienes que descansar —me sugiere—. Nosotros veremos qué hacer con ese cuerpo.

Me arropa y todos salen de la cabaña, dejándome sola.

Yo, del cansancio y malestar que tengo, me quedo dormida en cuestión de minutos.

Abro los ojos lentamente y, por la oscuridad, intuyo que es tarde.

Me incorporo y veo a Zane cerca de una ventana.

—¿Zane? —llamo. Él se gira—. ¿Qué haces despierto?

—Vigilaba que no te diera fiebre durante la noche —responde, acercándose—. ¿Cómo te encuentras?

—Aturdida, pero creo que bien —respondo sinceramente.

—Me alegro mucho —dice él, sentándose a mi lado—. Has sido valiente.

Le miro.

—¿Tú crees?

Asiente.

—Has arriesgado tu vida para salvar a otra persona. Eso no lo hace cualquiera —responde, mirándome.

—Supongo...

—La vida nos pone en aprietos y es ahí cuando nos damos cuenta de lo que realmente somos capaces de hacer y de los límites que nosotros mismos nos imponemos —continúa hablando, mirando hacia la ventana—: A mí no me gusta matar gente, pero cuando mi vida o la de la gente que aprecio corre peligro, me llevo a quién sea por delante.

—No me creí capaz de hacerlo —confieso, dejando escapar un largo suspiro.

—Lo sé, pero has visto que sí. Nuestras fortalezas nos llevan más allá de lo que nosotros pensamos. En tu caso… —hace una pausa para mirarme fijamente—. Tu fortaleza es la bondad. Nunca la pierdas, Nellie, es lo más valioso que tendrás.

—Esa bondad casi me mata —bromeo.

—Has sido descuidada, nada más. La bondad salva vidas —añade.

Comienzo a jugar con mis manos, nerviosa.

—Cuando te conocí, supe que eras diferente —comienza a hablar. Le miro—: No por ser como Dom, sino por ser un rayo de luz en la oscuridad. Desde entonces, he sentido la necesidad de cuidarte —me mira en silencio por unos segundos, apretando la mandíbula—. Sé que he sido brusco contigo, pero necesitaba que abrieras los ojos, sabía que alguien intentaría aprovecharse de ti.

No puedo apartar la mirada, como si estuviera hipnotizada; pero tampoco puedo hablar, como si me hubieran cortado la lengua. Solo le miro mientras habla. Escucharle me calma por dentro.

Zane estira una mano y la coloca sobre la mía, con cuidado, esperando una reacción negativa que no llega.

—Tampoco he sido del todo sincero contigo, pero aún así has confiado en mí... —la otra mano la posa en mi cara, con algo de inseguridad, sin dejar de mirarme—. Y te lo agradezco, de verdad. Porque te necesito conmigo, Nellie —termina.

—Yo… He sido egoísta pidiéndote que me contaras las cosas sin pensar en cómo te podía afectar a ti... Lo siento, pero necesito que seas sincero conmigo. Quiero que confíes en mí igual que confío en ti, Zane —digo sinceramente.

—Confío en ti, Nellie, te lo aseguro. Si no, no me habría arriesgado por ti. No es una cuestión de confianza, es algo que... No sé, está atascado y no sé cómo sacarlo —responde con tristeza.

—Está bien, Zane. Te daré el tiempo que necesites, ¿vale? —digo, colocando mi mano sobre la suya en mi cara.

Asiente levemente.

Nos quedamos mirándonos, en silencio. Me siento nerviosa. Toda mi sangre sube hacia mi cara en cuestión de segundos.

Y el movimiento de su nuez subiendo y bajando solo lo empeora. 

Pero entonces, Dom abre la puerta.

—Zane... —le llama—. Nellie... Tenéis que ver esto.

Zane me ayuda a levantarme y seguimos a Dom.

—¿Qué pasa? —pregunta Zane.

Dom señala un enorme agujero en la tierra, vacío.

—¿Qué demonios? —murmura Zane—. ¿Y la otra chica? —indaga, desconfiando.

—Yaritza está con Theo en su cabaña. No han salido desde que enterramos el cuerpo —responde Diana.

—Así que ya saben lo que hemos hecho —digo.

Zane asiente.

—Es cuestión de tiempo antes de que lleguen las consecuencias —añade.

Decidimos volver a las cabañas, hacernos los locos. Total, eso es casi nuestra especialidad. 

He vuelto a mi cabaña.

Marco está durmiendo plácidamente como si nada hubiera pasado en su cama. Yo estoy en la mía, intentando conciliar el sueño.

Entonces, veo la figura de Zane, sentado a mi lado en una silla. 

Ninguno de los dos hablamos, simplemente nos miramos.

—¿Crees que vendrán a por nosotros? —indago, rompiendo el silencio.

Zane me mira, sus ojos reflejan algo más oscuro.

—Si vienen, estaremos listos —responde, con voz firme—. No dejaré que nos pase nada.

No puedo evitar sentirme protegida por sus palabras. Las posibilidades están en nuestra contra. La noche avanza y con ella, la incertidumbre se vuelve más pesada. 

De repente, un sonido sutil, casi imperceptible, llega a nuestros oídos. Al principio, parece ser el viento, pero pronto se hace evidente que es algo más. Pasos. Alguien se acerca a la cabaña.

Zane se pone de pie de un salto, su postura alerta.

—Quédate detrás de mí —ordena en un susurro.

Me levanto, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Los pasos se hacen más claros, más cercanos. Alguien está justo fuera de la puerta.

Entonces, sin previo aviso, la puerta se abre de golpe. Una figura encapuchada entra, la luz de la luna iluminando su silueta. Por un momento, el miedo me paraliza, pero entonces la figura baja la capucha, revelando un rostro familiar.

—¿Qué…? ¿Cómo…? —balbuceo, incapaz de formar una pregunta coherente.

Es la mujer que todos creíamos muerta, la que supuestamente Yaritza y yo habíamos enterrado. Pero ahí está ella, viva, con una mirada que no presagia nada bueno.

—Pensasteis que me habíais matado, ¿verdad? —dice con una sonrisa torcida—. Va a hacer falta más que eso para deshacerse de mí.

Zane da un paso adelante, interponiéndose entre ella y yo.

—¿Qué quieres? —pregunta con voz dura.

—Venganza —responde ella, su voz tan fría como el hielo—. Y la voy a obtener, de una forma u otra.

El aire se vuelve aún más denso, si cabe. La tensión es como una cuerda estirada al máximo, lista para romperse en cualquier momento.

La mujer saca un cuchillo y se abalanza sobre nosotros. Veo como el despiadado metal atraviesa el pecho de Zane. La sangre me salpica toda la cara y no puedo evitar gritar.

El cuerpo de Zane cae redondo al suelo y la mujer se me queda mirando, con el cuchillo todavía firme entre sus dedos. Cada gota que resbala por éste me provoca un escalofrío.

Cuando está a punto de repetir lo mismo conmigo, ruedo sobre mi cama y me acerco a Marco para despertarle, pero ya no está.

Trago saliva y me giro para ver a la mujer que está justo a centímetros de mí.

No me da tiempo a reaccionar cuando clava su cuchillo sin piedad alguna sobre mi pecho.