ZANE
Me he levantado de la cama con una sensación de cansancio que parece arrastrarse desde lo más profundo de mi ser.
Las horas muertas en mi habitación me ha dejado con una mezcla de aburrimiento y ansiedad que pesa sobre mis hombros como una losa.
Hasta que los guardias me llevaron a la sala de interrogatorios. Va a empezar la diversión.
Mis pensamientos divagan mientras espero.
Me mantengo en silencio, con los brazos apoyados en la mesa mientras Aaron me analiza con la mirada, pero mis ojos vagan por la sala de interrogatorios.
La atmósfera está cargada, con una humedad pegajosa que se siente en el aire y deja un rastro desagradable en cada respiración. Las paredes desnudas, con la pintura descascarada, de la sala parecen cerrarse sobre mí.
El olor a moho y desinfectante impregna el lugar, provocando una repugnancia que se intensifica con cada minuto que paso en esa sala. La tenue luz fluorescente parpadea de manera intermitente. El mobiliario es escaso y desgastado, con sillas de plástico que crujen al menor movimiento.
Aaron mantiene su mirada fija en mí y sus ojos examinan cada gesto, buscando cualquier indicio en la expresión de mi rostro. Puedo sentir la tensión en el ambiente.
—Esa mirada tuya es indescifrable —comenta, rompiendo el silencio—. Es como si realmente tuvieras la mente en blanco... Impresionante —sonríe.
—¿Cuánto tiempo tengo que estar aquí? —pregunto, ignorando su comentario.
—El tiempo que haga falta hasta que me cuentes la verdad —responde, echándose hacia atrás en la silla.
Miro el reloj que cuelga en la pared.
—Quedan quince minutos para el almuerzo... ¿Me lo traerán aquí?
—No, hasta que no me cuentes lo que pasó no comerás nada.
Bostezo de aburrimiento.
—Eres el único que no finge pena al ver a la enfermera... ¿Por qué? —pregunta de repente.
—Porque no me da pena —respondo sincero.
—¿Y por qué no?
—Me dio más pena Nora, al igual que a ti. Se te veía bastante afectado —replico con chulería.
Él me mira, entrecerrando los ojos, como si estuviera pensando qué responder.
—Ella era una de mis pacientes más allegadas. La visitaba mucho y me alegré cuando dijeron que su pronóstico iba a mejor —hace una breve pausa para suspirar.
Qué bien actúa.
—Pero sí, la noticia me impactó bastante —termina por decir.
—Una lástima que la matara un infarto...
—Sí... Pero al menos no sufrió —añade, recuperando la seriedad en su rostro—. Con esa pobre enfermera se ensañaron... Tenía puñaladas por todo el cuerpo. Apuesto que tuvo que sufrir mucho antes de morir...
Frunzo el ceño al oírle.
Recuerdo cuando Dom me quitó el cuchillo en la mano. Él solo le clavó el cuchillo en el cuello, que fue suficiente para que en cuestión de segundos esa enfermera muriera.
¿Acaso han asesinado a dos enfermeras diferentes? ¿O acaso solo es algo inventado?
—¿Pasa algo? Tu cara ha cambiado —pregunta de repente, sin dejar de mirarme.
—No, simplemente me pregunto quién habría sido capaz de hacer algo así —respondo sin más.
Aaron suelta una breve risotada y asiente con la cabeza.
—A mí no puedes mentirme, Zane. Recuérdalo.
Me muerdo el labio de la risa.
—Jamás lo intentaría.
Él me mira sonriente. Su mirada desprende otro nivel de locura, y parece irónico que él sea el psiquiatra. Es una mirada fría, capaz de helarte los huesos. A cualquier persona frágil ya le habría hecho hablar, pero sabe perfectamente que conmigo nada de eso funciona.
Por un momento me viene a la cabeza Nellie y lo que pudo haber dicho.
Lo poco que sé de ella es que tiene la misma condición que Dom, y más que frágiles son altamente peligrosos. Dos bombas con patas dispuestos a arrasar todo a su paso.
—He visto que has hecho buenas migas con Nellie y Marco... —comenta como si me hubiera leído la mente.
—¿Y qué?
—Nellie es buena chica, aunque tenga esos impulsos sería incapaz de matar a alguien —añade, como dándole misterio al asunto—. He tenido un pequeño altercado con ella en el interrogatorio y casi me clava el bolígrafo en el cuello, pero algo la ha detenido...
—¿Y qué me quieres decir con eso? —inquiero.
—Apuesto lo que sea a que tú sí lo hubieras hecho —añade, mirándome fijamente.
Apuesta segura.
—¿Cómo podría ser yo capaz de algo así? —replico irónico.
Entonces, me agarra el brazo con fuerza y estira de la manga de mi camiseta hacia arriba, dejando ver el tatuaje en mi muñeca.
Es una mariposa atravesada con una daga.
Rápidamente tiro el brazo hacia atrás y me suelto de su agarre.
—No vuelvas a tocarme —amenazo.
—Punto débil, ¿eh? —sonríe con malicia.
Me bajo la manga de la camiseta sin decir nada.
Aaron se recompone en su silla, aún sonriendo, y cambia el tono de su voz a uno más macabro.
—Todos tenemos puntos débiles, y todos tenemos historias que no queremos que salgan a la luz.
—No necesito enfrentar nada —respondo con firmeza, cruzándome de brazos.
—Tarde o temprano, la verdad sale a flote, como un cadáver en el agua —continúa.
—¿Estás insinuando que tengo algo que ver con lo que pasó a la enfermera?
—No insinúo nada. Solo observo y escucho —responde sin mirarme, escribiendo algo en su libreta.
—Pues observa y escucha esto: no tengo nada que ver con esa muerte —digo, levantándome de la silla con un movimiento brusco
Él me observa, como si estuviera intentando ver algo más allá de mis palabras. Tiene esa facilidad para leer a la gente que es casi sobrenatural, pero conmigo no le funciona.
—Bueno, ya hemos terminado. Te tendré vigilado, Zane, recuérdalo —zanja la conversación.
Me quedo de pie, mirando a Aaron con una mezcla de desafío y desdén. No me intimida su amenaza, pero tampoco puedo negar la curiosidad que sus palabras despiertan en mí.
—Vigílame todo lo que quieras —digo con una sonrisa torcida—. No encontrarás nada que no quiera que encuentres.
Aaron se levanta también, su estatura imponente no logra hacerme retroceder. Hay un brillo en sus ojos que no me gusta, como si disfrutara este juego de gato y ratón más de lo que debería.
—Eso está por verse, Zane. La verdad tiene una forma peculiar de revelarse, incluso cuando uno cree tener todo bajo control —responde, acercándose a la puerta.
—¿Y qué si se revela? —pregunto, siguiéndolo con la mirada—. ¿Qué cambiaría?
—Todo cambia con la verdad —dice antes de salir de la habitación, dejando la puerta entreabierta tras de sí.
Aaron se detiene en el umbral de la puerta y se vuelve hacia mí, su silueta recortada contra la luz del pasillo. Hay una pausa cargada de tensión antes de que hable.
—La verdad, Zane, es como un bisturí —dice con una voz baja pero clara—. Puede ser usada para sanar o para herir. Y en manos hábiles, puede cambiar el curso de una vida.
Me quedo en silencio, sopesando sus palabras.
—¿Estás amenazándome? —pregunto, aunque ya conozco la respuesta.
—No es una amenaza —responde Aaron, y hay un destello de algo oscuro en su mirada—. Si tienes algo que ocultar, te aconsejo que lo reveles antes de que lo haga otro por ti. Y créeme, tengo los medios para descubrirlo.
Enseguida, los guardias de detrás de la puerta entran para llevarme a mi habitación.
Me escoltan por los pasillos con una eficiencia silenciosa, mientras sus pasos resuenan en el suelo de linóleo.
No hay palabras, solo el sonido sordo de las puertas cerrándose tras nosotros. Según lo que sé, Aaron tiene prohibido a todos los empleados del centro mantener una conversación con nosotros, excepto los psiquiatras, obviamente, aunque sus conversaciones con los pacientes son siempre grabadas.
Al llegar a la puerta de mi habitación, uno de ellos abre la puerta y me hace un gesto para que entre.
Nunca voy a acostumbrarme a esta mierda de sitio.
La habitación es austera, con paredes desnudas y una cama que parece más un catre militar que un lugar para descansar.
Me siento en el borde de la cama, escuchando como la puerta se cierra con un clic que parece definitivo. Estoy solo de nuevo, pero las palabras de Aaron siguen aquí conmigo, flotando en el aire como si fueran fantasmas.
«La verdad tiene una forma peculiar de revelarse».
No puedo dejar de pensar en lo que significa eso.
Miro a través de la pequeña ventana con barrotes —porque sí, mi ventana es la única que los tiene—. El cielo está cambiando de color y eso solo significa que la noche está al caer.
Me levanto de la cama y comienzo a caminar de un lado a otro, repasando cada palabra, cada mirada, cada encuentro, como un verdadero maníaco, mientras intento hacer que las horas muertas pasen con un poco más de rapidez.
Hay algo que se me escapa, un detalle que podría cambiarlo todo. Y es algo que tengo que encontrar antes de que Aaron lo haga.
Cuando finalmente llaman a la puerta para avisarme de que es hora de cenar, me detengo y respiro hondo.
Tengo que pensar un plan.
NELLIE
—¿Es que acaso te has vuelto loco? —inquiere una voz femenina, muy enfadada.
—No te preocupes. Nadie los echará en falta —responde otra voz. Ésta es masculina.
—Son niños, no puedes hacer eso —replica la mujer.
—Mejor todavía, más posibilidades de éxito.
—No puedo apoyarte en esto... Lo sabes —dice ella. Suena defraudada.
—Si todo sale bien, no volverán a sufrir. En un futuro incluso me lo agradecerán —insiste el hombre.
—¡Es totalmente inmoral! —exclamo yo.
—Les estoy curando, ¿es que no lo entiendes?
—Les estás arrebatando todo. Eso no es curar —replico.
—El día de mañana nadie será capaz de hacerles daño, solo ellos mismos. ¿Qué hay de malo en eso? —pregunta el hombre, incrédulo.
—¡Todo! —grita la mujer.
—¡Shhh! No grites... No querrás despertarlos —la calma él.
Abro los ojos y me levanto de la cama despacio, con la intención de escucharles mejor.
Me asomo por el marco de la puerta y entonces los veo.
Ambos están mirándose fijamente, de pie.
Entonces, la madera debajo de mí cruje y los dos me miran fijamente.
El hombre me dirige una oscura mirada, acompañada de una extraña sonrisa mientras se acerca lentamente.
—Tranquila, pequeña, no te haré daño —dice mientras sigue avanzando.
Mi instinto me hace levantarme y salir corriendo por la otra puerta, mientras el hombre grita mi nombre.
Sigo corriendo a través de un pasillo que se hace eterno mientras el hombre me sigue.
—¡No puedes huir! ¡Deja de correr! —grita.
Mi corazón palpita peligrosamente rápido. El miedo recorre cada rinconcito de mi cuerpo y me impide frenar.
Llego hasta la puerta principal y tiro, pero ésta no se abre.
Sigo intentándolo mientras oigo la risa del hombre detrás de mí.
—Te atrapé...
—¡Noooo...! —grito alterada.
—¡Nellie, tranquila! —exclama una voz mientras me zarandea.
Abro los ojos y me siento en la cama de golpe.
Sacudo la cabeza varias veces y veo a Zane, quien me mira fijamente.
—¿Zane? —pronuncio su nombre, extrañada.
—Estás bien, ha sido una pesadilla, ¿vale? —dice él, tranquilizándome.
—¿Qué haces aquí? —indago incrédula, casi sin aliento—. No podemos salir de nuestras habitaciones.
—Lo sé —dice sin darle importancia.
—¿Y cómo has podido salir? Si están todas las habitaciones custodiadas.
Zane se lleva una mano a la nuca, despreocupado.
—Digamos que el guardia que estaba vigilando mi puerta y la tuya se están echando una siesta. Pero eso no es lo importante.
Alzo una ceja, confundida.
—¿Qué es entonces? —indago.
—Necesito que veas algo. Voy a meterme en muchos problemas, pero necesito que lo veas —se apresura en decir, poniéndose de pie.
—¿El qué?
—Sígueme —dice, dirigiéndose en la puerta—. Sé que no eres capaz de confiar en mí del todo por mi forma de hacer las cosas, así que espero que esto te abra los ojos —termina por decir, saliendo de la habitación con cuidado.
Tengo muchas preguntas que hacerle en este momento, pero me las ahorro para después y simplemente decido seguirle.
Bajamos a la última planta y parece que está todo despejado.
Zane me guía a través de un par de pasillos hasta que damos con una puerta que luce totalmente diferente al resto.
Ésta luce mucho más siniestra que las demás y a su lado hay un panel con números.
Zane se queda en silencio mirando el panel fijamente. Entonces, introduce una combinación que hace que la puerta se abra automáticamente.
Me hace una señal para que entre y ambos lo hacemos.
Lo de dentro es una simple habitación insonorizada, pero la verdad es que da una vibra bastante macabra.
—¿Qué me quieres decir con esto, Zane? —indago confundida.
—Solo dame un momento —dice él, mientras inspecciona las baldosas del suelo.
Yo le miro extrañada, como si estuviera viendo a una persona que está totalmente ida de la cabeza.
Entonces, comienza a levantar baldosas dejando al aire una especie de puerta secreta.
Se levanta del suelo y me mira fijamente.
Yo me mantengo en silencio.
Él se acerca despacio hacia mí y se queda a escasos pasos.
—Nellie... —murmura—. Lo que vas a ver ahí no vas a poder olvidarlo nunca.
—¿Cómo sabes lo que hay dentro? —indago—. ¿Acaso ya has estado ahí?
Zane asiente con la cabeza levemente.
—¿Cuándo? ¿Y por qué?
—Te lo explicaré todo en otro momento —me asegura—. Pero por ahora solo necesito que confíes en mí.
Le miro extrañada y totalmente desconfiada.
—¿Cómo puedes pedirme que confíe en ti si no eres más que un chico misterioso que por alguna extraña razón sabe más que nadie? ¿Cómo sé yo que no me estás intentando utilizar para..., para algo? Eres igual de raro que el otro...
Zane frunce el ceño, confundido.
—¿Qué otro? —indaga.
—Nadie.
Me pone las manos en los hombros, demandante.
—Nellie, ¿qué otro? —inquiere, esta vez más serio.
—Un tipo enmascarado que viene a verme a veces.
—Supongo que no te habrá enseñado la cara, ¿no?
—No, que va. Ni siquiera me ha dicho cómo se llama —él me suelta y suspira profundamente, lo que me hace preguntarme por qué tanta insistencia—. ¿Por qué?
—No-...
—No puedo decírtelo todavía —le interrumpo, terminando la frase por él—. Ya, me lo imaginaba. Entonces no sé cómo me pides que confíe en ti si no eres capaz de decirme absolutamente nada —espeta, molesta.
—Te juro que te contaré todo, pero-...
—Me ha parecido escuchar algo —dice una voz desde fuera de la habitación.
Miro a Zane asustada y éste se asoma al marco de la puerta.
—Vamos a tener que correr —dice.
—¿Qué-...?
Zane se acerca para agarrarme de la mano y tirar de mí tan fuerte que en menos de un segundo estamos corriendo pasillos a través.
—¡Eh! ¡Quietos! —advierte uno de los guardias.
Ambos seguimos corriendo como alma que lleva el diablo, sin mirar atrás.
Atravesamos tantas puertas y pasillos que yo ya no sé ni en qué rincón me encuentro. Cuando les llevamos mucha ventaja, Zane me arrastra dentro de una habitación totalmente oscura. Cierra la puerta y nos agachamos justo al lado.
Cuando empezamos a oír los pasos de los guardias, me aprieta contra él y me tapa la boca con la mano, evitando que se escuche mi respiración —que parece la de un rinoceronte—.
—¿Has conseguido ver quiénes eran? —pregunta uno de ellos.
—No, pero el chico era alto con el pelo negro y ella un poco más baja que él, rubia.
—No sé por qué, pero me da la ligera impresión de que ya sé quiénes son —comenta uno de ellos.
Cuando los pasos de los guardias dejan de escucharse, Zane aparta su mano.
—Joder... Zane... Casi me asfixio —digo recuperando el aire que me faltaba.
—Vámonos antes de que alguien nos vea aquí —sugiere, ayudándome a levantarme.
Cuando abre la puerta, lo único que deseo es no haberme despertado de esa pesadilla.
—¿Ibais a algún sitio? —pregunta Aaron, esbozando una sonrisa diabólica.
Mierda.