Ubicación: Azkaban
Año: 2020
Punto de vista de delfina
La prisión de Azkaban se alza imponente en medio del mar, como un oscuro titán que desafiaba a las tormentas. Sus murales de piedra negra, parecían desafiar al cielo perpetuamente nublado que las cubría. La neblina densa se adhiere a las paredes, envolviendo todo en un manto de muerte lenta y desesperanza, como si el lugar mismo se alimenta de los sufrimientos de aquellos que habían sido atrapados en su interior.
Dentro de esos muros, la atmósfera era aún más opresiva. Los pasillos, angostos y húmedos, parecían comprimirme, robando el aliento y la dignidad de cualquiera que se atreviera a recorrerlos. El frío constante se infiltraba en mis huesos, un ladrón silencioso que me despojaba del calor y la vitalidad. Las celdas, pequeñas y austeras, eran sepulcros de esperanza, diseñadas para quebrar incluso a los más fuertes, reduciéndolos a meras sombras de lo que alguna vez fueron.
En el centro de esa oscuridad, estaba yo, Delphini Riddle, me encontraba atrapada. Mi celda, un cubículo de piedra desnudo, era un reflejo físico de mi derrota. Sin embargo, a pesar de las circunstancias, mis ojos, aunque cansados y llenos de cicatrices invisibles, ardían con una intensidad que pocos podían soportar. Desde el momento en que había sido arrojada a este infierno, me había convertido en el blanco de la crueldad de los guardias, quienes, privados de los Dementores, se deleitaban en infligir su propia forma de tortura.
—Eres una vergüenza —gruñó uno de ellos, arrojando mi ración diaria de comida al suelo, como si me alimentara a una bestia. La desdén en su voz y la malicia en sus ojos me recordaban que estaba en el lugar más bajo que uno podría imaginar—. Incluso tu padre te despreciaría si te viera así, arrastrándote en tu propia miseria.
Con un hilo de sangre goteando de mi labio partido, lo miré fijamente, mis ojos ardían con un odio que parecía consumirlo todo a su paso. Una risa amarga se escapó de mi garganta.
—Mi padre entendía el poder de la sangre —respondí, cada palabra impregnada de veneno—. Algo que ustedes, sangre sucia, nunca podrán comprender.
Mis palabras encendieron la furia del guardia. En un arrebato de ira, arrojó la puerta de mi celda y se lanzó sobre mí. Con manos fuertes, me tomó del cuello, levantándome del suelo, mientras su mirada se llenaba de una ira ciega.
—¡Vas a pagar por cada una de tus palabras! —gritó, apretando más fuerte mientras luchaba por respirar.
Lo que siguió fue una ráfaga de golpes brutales. Con puños y botas, el guardia descargó su frustración y odio sobre mí. La sangre brotaba de las heridas abiertas, manchando el suelo de mi celda mientras mi cuerpo se doblaba bajo el peso de la paliza. El sonido de huesos rompiéndose resonaba en el pequeño espacio, mezclándose con el ruido del mar y mis gemidos sofocados.
Finalmente, el guardia me soltó, dejándome caer al suelo como un trapo viejo. Se inclinó sobre mí, con una sonrisa cruel en sus labios.
—No eres más que una sombra de lo que tu padre fue —espetó—. Y aquí es donde vas a pudrirte, hasta que no quede nada de ti.
Apenas consciente, lo observé salir de mi celda, mi cuerpo hecho un amasijo de dolor. La sangre nublaba mi vista, pero aún podía sentir el calor del odio en mi pecho. No había lágrimas ni súplicas, solo una furia fría que se cocía en mi interior.
—Je, je… Estos estúpidos guardias realmente creen que pueden quebrarme —murmuré, dejando escapar una risa ahogada que se transformó en un gemido de dolor. Cada golpe que recibía solo fortalecía mi determinación; avivaba el fuego de mi resentimiento y locura.
Tirada en el suelo, en un charco de mi propia sangre, la realidad de mi situación se hacía más clara que nunca. Si continuaba en este lugar, mi vida llegaría a su fin. No podía depender de que esos guardias se contuvieran; ya había notado que cada vez eran más despiadados.
—Pero esta vez… ese maldito sangre sucia casi se pasa de la raya y termina matándome —susurré, arrastrando mi cuerpo destrozado hacia la pared para apoyarme.
Con cada respiración dolorosa, la desesperación comenzaba a apoderarse de mí, pero no permitiría que me dominara. Tenía que recordar mis objetivos: la venganza, la esperanza de escapar de allí, aunque esa esperanza viniera de dos ilusos guardias.
A ese par de guardias, los había llegado a conocer poco después en mi de quinto mes de encarcelamiento. recuerdo que eran dos figuras temblorosas, sus ojos revelaban tanto admiración como miedo. No eran como los otros guardias; estos no me miraban con odio, sino con algo cercano a la expectativa.
—¿Qué quieren? —les preguntaron fríamente, sin disimular mi desdén.
—Venimos a ayudarte —dijo uno, su voz temblando de emoción—. Sabemos quién eres… y lo que representas. Queremos liberarte, queremos que traigas de vuelta el orden de la sangre pura.
Sus palabras, al principio, me parecieron absurdas. ¿Dos jóvenes guardias creyendo que podrían liberarme? Mi escepticismo se manifestó en una risa amarga.
— ¿De verdad piensan que soy tan ingenua para caer en su trampa de tercer grado? —les respondí, observando sus uniformes arrugados y varitas temblorosas, como si fueran niños jugando como adultos.
—¡Pero decimos la verdad! —exclamó otro, su voz quebrada por la desesperación—. Aunque el salvador te golpeó tan mal que no pudiste levantarte… incluso si después los hijos del salvador y su grupo te dieron una paliza que te hizo rogarles que te perdonaran… ¡creemos que puedes devolvernos nuestra posición y restaurar nuestro lugar como nobles honrados!
Esas palabras, rumores esos, esas mentiras hicieron que mis heridas comenzaran a empeorar. Podía sentir cómo la frustración brotaba como un volcán. La rabia me invadió al darme cuenta de que mis enemigos estaban usando esas mentiras para atormentarme.
—Lárguense. No quiero escuchar más de sus tonterías —les espeté, sintiendo cómo la ira y la amargura se entrelazaban en mi interior.
Después de marcharse con una apariencia apática, regresaron al día siguiente con el mismo entusiasmo de antes. Eran realmente irritantes. Día tras día, esos dos seguían apareciendo, incluso después de las brutales golpizas que recibía. Venían y curaban mis heridas con una diligencia que no podía ignorar. Aunque inicialmente mi actitud era de indiferencia, esa postura comenzó a desvanecerse lentamente. Hasta que un día, en mi mente: tal vez estos idiotas sean de ayuda, pensé.
— ¿Cuáles son sus nombres? —pregunté débilmente, sintiendo que cada palabra era un esfuerzo titánico.
—Somos Cassius y Septimus —respondió el más joven de los dos, ahora conocido como Cassius.
—Muy bien —susurré, con una voz apenas audible, pero cargada de determinación—. Aceptaré su ayuda... pero deben seguir mis instrucciones al pie de la letra, sin cuestionar nada. Quiero que vayan a un lugar específico y dejen una marca en la tierra.
Cassius y Septimus intercambiaron miradas emocionadas, con una mezcla de entusiasmo y reverencia. Sin duda, ya estaban preparados para actuar, listos para cumplir con lo que les había ordenado, como si mi aceptación fuera de un regalo que habían estado esperando.
Así, la semilla de mi escape había sido plantada. En ese momento, sentí una mezcla de desconfianza y necesidad, pero sabía que tenía que comenzar a trazar mi camino fuera de la oscuridad de Azkaban. Confiar en aquellos dos era arriesgado, pero mientras pudiera cumplir con lo indicado, sería más que suficiente.
Eso fue hace un mes. Ahora mismo, sólo tengo que concentrarme en sobrevivir este día. Delphini, debilitada y herida, usé un poco de magia sin varita para curarme lo mejor que pude, dejando que el tiempo pasara lentamente.
El tiempo en Azkaban era un concepto difuso. No había nada que indicara la hora, salvo el cambio de guardias. Aturdida por el dolor y la pérdida de sangre, finalmente sucumbí al agotamiento. Mis ojos, hinchados y morados, se cerraron lentamente mientras mi mente caía en un abismo oscuro, libre de las torturas físicas, aunque sólo fuera por un breve momento.
Pero el descanso fue efímero.
El sonido metálico de una cerradura al girar rompió la frágil quietud de la celda. La puerta se abrió con un crujido sordo, y dos figuras se deslizaron silenciosamente en el interior. A pesar del cuidado con el que se movían, mi instinto, forjado en años de desconfianza, me despertó de inmediato. Mis ojos se abrieron, alertas, aunque mi cuerpo aún dolía con cada movimiento.
—Tranquila —susurró una de las figuras, una voz familiar que reconocí al instante. Era uno de los guardias, el más joven, Cassius, con el rostro pálido y el ceño fruncido por la tensión.
El otro guardia, Septimus, ligeramente más alto, se arrodilló junto a mí, sacando un pequeño pergamino arrugado de su túnica. Con manos temblorosas, me lo extendieron. Lo tomé, mis dedos ensangrentados manchando el borde del papel.
— ¿Qué es esto? —susurré, mi voz ronca por la falta de uso y el dolor.
Septimus no respondió de inmediato. En cambio, observó mi expresión con una mezcla de ansiedad y esperanza mientras desenrollaba el pergamino.
En el papel, con una escritura pequeña y apretada, había unas coordenadas, y debajo de ellas, un mensaje breve:
"Durante la próxima semana, crearé distracciones para mantener ocupada a la Asociación Mágica. Aprovecha para fugarte durante estos acontecimientos. Recuerda cómo yo salí de ese lugar; todo lo demás depende de ti."
El corazón de Delphini se aceleró. Estaba claro quién había enviado el mensaje: Rodolphus Lestrange, el esposo de su madre, aquel que le había hablado sobre su legado. Era su salvaguarda si la atrapaban, y ahora ese salvoconducto se estaba poniendo en práctica.
Frunció el ceño; aún desconfió de la información. ¿Y si era una trampa? No, era demasiado elaborado. Además, ya estaba atrapada; ¿Qué más podrían esperar de ella? Aunque la desconfianza la asaltaba, la oportunidad era tentadora. Era la única que había estado esperando, y tenía que correr ese riesgo.
—En una semana... —murmuró para sí misma, sus pensamientos comenzando a girar en torno a posibles planos de escape. Se dio cuenta de que, al final, todo dependía de ella, tal como decía el mensaje. No habría margen de error.
Las aurores intercambiaron miradas nerviosas, esperando su reacción. Finalmente, Delphini se levantó con esfuerzo, sus músculos protestando con cada movimiento.
—Díganme en qué día estamos —demandó, su voz cargada de una mezcla de impaciencia y determinación.
—Estamos en febrero veintiuno —respondió Cassius rápidamente, sus ojos brillando con ansiedad.
—No, idiota, quiero el nombre del día —replicó Delphini, cansada de su falta de atención.
—Hoy es jueves —dijo Septimus, su voz temblorosa.
Bien, aún faltan cinco días para que comiencen las distracciones. Hay tiempo de sobra para prepararme, pensó Delphini, sintiendo una chispa de esperanza encenderse en su interior.
—Tengo algo que pedirles —les dijo, su voz baja pero firme—. Si fallan, haré que ese sea su último error.
Ambos asintieron rápidamente, sus rostros pálidos reflejando el peso de la misión que ahora les había sido encomendada. Sabían que su vida estaba irrevocablemente entrelazada con la de ella, y cualquier error les costaría más que su libertad.
Delphini presionó el pergamino en su mano, sintiendo el peso de las palabras escritas. Era un riesgo, pero uno que estaba dispuesto a tomar. Azkaban, con toda su oscuridad, no sería su tumba. En cinco días, sería su última oportunidad, y estaba decidida a aprovecharla.