Pov. Primera persona delphine
El ruido del motor del avión era exasperante, como si cientos de murmullos cruzaran mi mente al unísono, perturbando mis pensamientos. Habían pasado seis meses desde el asalto a MACUSA; seis meses que transformé en el impulso necesario para algo más grande. Estados Unidos estaba ahora bajo mi control, o al menos la parte que realmente me importaba: militares y radicales trabajando a mi favor. Algunos se unieron voluntariamente, atraídos por mis promesas; a otros, en cambio, tuve que obligarlos.
Y ahora el siguiente paso era encontrar a Theodore Nott. La mera idea de localizarlo y obtener el giratiempo perfecto hacía que la sangre me hirviera de anticipación. Con ese giratiempo podría reescribir no sólo un momento, sino toda una historia. Cada fracaso, cada error... podría rehacerlo todo, a mi manera. Voldemort quiso un mundo puro, un mundo dominado por magos. Yo quiero algo más grande. Yo quiero tener el poder de dar forma a la misma realidad.
Al girar la cabeza, observé a mis acompañantes: agentes muggles y magos, algunos aún nerviosos
Cassius y Septimus estaban a mi alrededor en el avión. Era satisfactorio verlos ansiosos por recibir mi aprobación. Cassius, con un aire de confianza, fue el primero en hablar.
—Desde que el gobierno de Estados Unidos inició el embargo contra el Reino Unido, la tensión política mundial se ha intensificado —informó Cassius, inclinándose ligeramente hacia mí—. Las reiteradas solicitudes para que entreguen al terrorista Harry Potter no han hecho más que aumentar la presión. Aunque los británicos no han respondido aún, los informes recientes indican que están en conflicto interno con su comunidad mágica. No pasará mucho tiempo antes de que todo esto explote.
Una sonrisa lenta y satisfecha se formó en mis labios mientras observaba la mirada atenta de Cassius y la postura tensa de Septimus.
—Perfecto. Harry Potter está ahora acorralado, perseguido tanto por los muggles como por la comunidad mágica, por haberla cagado en EE. UU.—respondí felizmente, saboreando cada palabra—. Mientras él y los suyos intentan encontrar una solución y se desgastan, yo me aseguraré de que este país entero caiga en un vórtice de desconfianza y miedo. Debo admitir que este plan es el más brillante que he ideado.
Septimus asintió, su tono era adulador, pero sus ojos parecían estar evitando los míos.
—Lo mejor de todo es que los altos mandos muggles están convencidos de que cualquiera que se oponga a este plan debe estar bajo el control de esos magos que insisten en sus así llamados derechos especiales de los ciudadanos mágicos estadounidenses—añadió Septimus, con una satisfacción apenas contenida en su expresión—. La paranoia está al máximo. Si algún líder muggle titubea, sus propios aliados lo señalan como simpatizante de esos magos rebeldes.
—jejeje—Solté una risa baja y satisfecha, evaluando la situación.
—¿Espléndido, no creen? —comenté, lanzando una mirada astuta a Septimus y Cassius—. Los muggles ahora creen que los beneficios que ofrece la magia son suyos por derecho, y cualquiera que intente apartarlos de esta "alianza" se convierte en enemigo. Están atrapados en una red tejida por nosotros, convencidos de que hemos traicionado a los nuestros en nombre de su progreso, porque claro, "esos magos codiciosos" querían toda la magia para ellos.
Cassius y Septimus sonrieron, entendiendo perfectamente la ironía que me hacía reír a carcajadas. Los muggles que aún dudaban solo necesitaban un toque del encantamiento Imperius para "comprender" lo grandioso que es el poder de la magia y los beneficios de esta supuesta alianza.
—Ahora solo tengo que deslizarme hacia mi objetivo.
Septimus pareció recordar algo y bajó la voz.
—¿Nott… verdad, maestra? —dijo él, como adivinando mis pensamientos.
—Exactamente. Theodore Nott, ese brillante y esquivo genio, es el siguiente paso —contesté, entrecerrando los ojos y dejando de lado mi buen humor al pensar en lo que debía hacer para encontrarlo—. Su conocimiento sobre los giratiempos es una herramienta vital, y con ella en mis manos, tendré todo lo que necesito.
Septimus y Cassius asintieron en silencio, dando por concluida nuestra conversación. Comprendían que estábamos en un punto de inflexión crucial para mi plan.
Para recuperar mi buen humor, empecé a pensar en cosas felices. La sola idea de que Harry, ese desgraciado que ha intervenido en cada uno de mis planes, tuviera su mundo desmoronándose en este momento me llenaba de alegría. Imaginaba su desesperación y esperaba que, cuando lo volviera a ver, pudiera notar la impotencia en su máxima expresión. Esa idea me producía una profunda satisfacción.
Cuando el avión privado finalmente aterrizó en suelo británico, decidí intentar la aparición de inmediato para evitar cualquier protocolo inútil que pudiese retrasarme. Sin embargo, el hechizo se disipó al instante, chocado contra una barrera invisible. Un encantamiento anti-aparición envolvía el lugar.
—Parece que no será tan simple como pensé —murmuré, con un toque de frustración.
Septimus, siempre atento, notó mi reacción y al instante me extendió una pequeña botella. Con un leve asentimiento, tomé una dosis de la poción multijugos que me aseguraría doce horas de anonimato. Al instante, mi reflejo se transformó, y dejé de ser yo misma; ahora era solo una asistente más, una figura discreta entre el equipo de funcionarios muggles enviados para negociar.
Con mi nueva apariencia, era fácil pasar desapercibida. Esta forma me brindaba la libertad de moverme sin levantar sospechas, protegida de miradas indiscretas, tanto muggles como mágicas.
Al descender del avión, una escolta británica nos esperaba. Oficiales con semblantes serios y uniformes impecables se mantuvieron en formación, guiándonos hacia el convoy. No pasé por alto ningún detalle: sus miradas de reojo, los gestos meticulosos, el nerviosismo que algunos intentaban disimular. Sabía que el Reino Unido estaba al borde de un precipicio. La presión estadounidense para entregar a Potter como "terrorista" creaba una sombra amenazante sobre cada aspecto de estas negociaciones, y el riesgo de que todo escalara hacia un conflicto inimaginable era palpable.
Ya dentro del automóvil, llamé a Cassius y Septimus, quienes, bajo los efectos de la poción multijugos, mostraban rostros completamente distintos al habitual. Mientras las calles de Londres pasaban como sombras borrosas por la velocidad del vehículo, me acerqué a ellos y, con un tono bajo y firme, les di instrucciones precisas:
—Recuerden, manténganse en perfil bajo y atentos —murmuré sin apartar la vista del camino que se extendía frente a nosotros—. En dos días exactos, encuéntrenme en Scotland Yard.
Asintieron sin cuestionar, y al ver la confianza en sus rostros, supe que aun recordaban el plan de memoria. Aprovechando que nadie prestaba atención a unos seguidores como ellos y el hecho de que estaban dentro del auto, utilicé la aparición para desaparecer sin dejar rastro. La necesidad de mantener el factor sorpresa era crucial; no podía permitirme ser detectada.
Aparecí en un rincón oscuro y apartado de un callejón en el corazón de Londres. Mi objetivo inmediato era claro: encontrar a Theodore Nott.