Después de dar órdenes a Harry, Hermione regresó a la sala de reuniones, ajustándose la túnica con una calma aparente que ocultaba la preocupación que sentía internamente. Al entrar, vio que los representantes británicos muggles estaban inclinados sobre una pila de documentos, revisándolos con evidente atención. Sus rostros reflejaban una mezcla de interés y una cautelosa consideración.
Uno de los representantes americanos, Hayes, levantó la vista al verla. Una leve sonrisa, que no alcanzaba sus ojos, se dibujó en su rostro.
—Ministra Granger, mientras estuvo ausente, discutimos algunos términos que creemos que podrían beneficiar enormemente a ambas naciones. Por favor, revise esto —dijo, ofreciéndole una copia del documento que los británicos examinaban.
Hermione lo tomó con cautela y comenzó a leer rápidamente. A medida que avanzaba en el texto, sintió cómo el peso de las palabras la iba aplastando.
Era un acuerdo preliminar de colaboración. Los americanos ofrecían compartir información y tecnología mágica avanzada que habían desarrollado en secreto: estudios sobre teletransportación a larga distancia y técnicas avanzadas de borrado de memoria mediante magia. Sin embargo, entre las condiciones había dos cláusulas que la dejaron completamente helada: la entrega de Harry Potter y el acceso ilimitado a los conocimientos y recursos mágicos de Hogwarts.
El silencio en la sala era casi ensordecedor mientras Hermione terminaba de leer. Los representantes británicos murmuraban entre ellos, susurrando posibilidades y riesgos.
—Esto... es extraordinario —dijo finalmente uno de ellos, un hombre mayor con gafas y un tono pensativo—. Las aplicaciones de esta tecnología podrían revolucionar no solo el ámbito militar, sino también nuestras relaciones internacionales.
—Por supuesto, señor Gray —respondió Hayes, entrelazando las manos sobre la mesa con orgullo en su voz—. Pero, como mencionamos antes, necesitamos que cumplan con su parte del acuerdo.
Otro representante británico, más joven y visiblemente nervioso, se aclaró la garganta.
—Señor Hayes, una de las condiciones menciona otorgarles libre acceso a los conocimientos y recursos de Hogwarts. Eso podría exponer, y llegar a ser demasiado. Nos pides renunciar a toda nuestra infraestructura mágica... y a nuestras bases de conocimientos. Entregar algo así sería políticamente arriesgado.
Hayes mantuvo su compostura, pero su tono se volvió más insistente.
—Lo entendemos. Sin embargo, consideren esto: actualmente, nuestros dos países son los únicos con la capacidad de liderar el futuro de la magia y la tecnología combinadas. Este acuerdo asegura nuestra posición. Es una oferta más que razonable.
Hermione permaneció en silencio mientras la discusión continuaba, dejando que los demás intercambiaran argumentos. Por dentro, analizaba frenéticamente las implicaciones del trato. Cuando finalmente los americanos se levantaron para marcharse, Hayes la miró con una sonrisa en los labios.
—Esperamos su respuesta, señores. Y, Ministra Mágica Granger, la suya también. —Con un leve asentimiento, salió junto a su equipo, dejando tras de sí una atmósfera cargada de tensión.
Cuando la puerta se cerró, solo quedaron Hermione y los representantes británicos.
Un silencio pesado llenó la sala. Hermione se acercó a la mesa, dejando el documento frente a ella. Lo miró fijamente, como si las letras mismas la estuvieran desafiando. Sabía exactamente lo que significaba este acuerdo: sacrificar no solo a Harry, sino también los principios que definían al mundo mágico, a cambio de aliviar la presión económica y evitar una posible escalada del conflicto.
Uno de los británicos rompió el silencio con un suspiro.
—Ministra, debemos considerar esto seriamente. Este embargo está afectando gravemente nuestra economía, y esta tecnología podría colocarnos en una posición ventajosa frente al resto del mundo.
Hermione no respondió de inmediato. Sus manos estaban entrelazadas sobre la mesa, y su expresión era inescrutable. Por dentro, sin embargo, las emociones la sacudían como una tormenta. Sabía que rechazar este acuerdo podría tener consecuencias devastadoras para la relación entre los países. Pero aceptarlo sería traicionar a la mayoría de los magos, a Hogwarts, y al hombre que había sacrificado todo por salvar tanto al mundo mágico como al muggle.
Los representantes británicos, todavía sentados alrededor de la mesa, intercambiaron miradas antes de que uno de ellos, el hombre mayor con gafas que había hablado antes, rompiera el mutismo.
—Ministra Granger, ¿ha tomado una decisión?
Hermione levantó lentamente la vista, enfrentándose a los rostros expectantes de los muggles. La pregunta no era simple ni inocente; lo sabía bien. Aceptar los términos significaba, en esencia, admitir el control muggle sobre el mundo mágico. Significaba ceder la autonomía que habían protegido durante siglos. Rechazar, en cambio, equivaldría a negarse a someterse, lo que podría provocar represalias o incluso un conflicto abierto.
La carga de esa elección se sintió como un peso tangible sobre sus hombros.
Hermione mantuvo la compostura, aunque su mente seguía procesando frenéticamente. Finalmente, tomó aire y habló, su tono firme, pero cuidadosamente diplomático.
—Este acuerdo no es algo que pueda decidir unilateralmente. Necesito consultarlo con los departamentos correspondientes en el Ministerio de Magia. Implica no solo decisiones políticas, sino también legales y éticas. Les pido unos días para llevar a cabo estas discusiones.
Uno de los representantes, más joven y ansioso, frunció el ceño.
—Ministra, espero que entienda la urgencia de este asunto.
Hermione lo miró directamente, con una calma que desmentía el tumulto en su interior.
—Entiendo la urgencia, señores. Y les aseguro que haré todo lo posible para convencer a los departamentos involucrados de que consideren cuidadosamente los términos.
Su tono no dejaba espacio para discusiones, y los británicos muggles asintieron, aunque con cierta reticencia.
Sin decir nada más, Hermione se levantó lentamente de la mesa. Su rostro estaba inexpresivo, pero sus movimientos delataban el peso que llevaba. Se dirigió hacia la puerta con pasos medidos, la mirada fija en el suelo. No pronunció una sola palabra más mientras salía de la sala, dejando atrás a los representantes un poco sorprendidos por su actitud tan fuera de lugar.
En el pasillo, Hermione caminó con la cabeza baja, su mente sumida en un remolino de pensamientos. Su túnica ondeaba ligeramente a cada paso, un reflejo sutil de la turbulencia que sentía en su interior. No se detuvo ni intercambió palabras con nadie mientras avanzaba con determinación hacia el Ministerio.
Al llegar, se dirigió directamente a su oficina y cerró la puerta con un chasquido seco. Cuando ya había llegado a su oficina ya era de noche, envolviendo la oficina en una penumbra silenciosa. Solo el tenue resplandor de una lámpara sobre su escritorio iluminaba la habitación. Frente a ella, los documentos del acuerdo y varios informes ministeriales estaban dispersos, formando un caos que reflejaba el desorden en su mente.
Cuando alguien tocaba a la puerta, ya fuera un colega preocupado, su esposo, o incluso sus hijos, Hermione respondía con la misma frase, su voz firme pero agotada:
—Por favor, váyanse. Necesito estar sola.
No era hasta mucho más tarde, cerca de la medianoche, que llegó Harry. Entró con cautela, su capa aún manchada de polvo por haber estado horas vigilando Privet Drive.
—No encontré rastro de Delphini —informó, cerrando la puerta tras de sí—. El Fidelius Charm sigue intacto, y los Aurores no vieron nada fuera de lugar. Si ella estuvo allí, no dejó señales.
Hermione, que hasta entonces había estado inmóvil en su silla, asintió lentamente.
—Gracias por el informe, Harry.
Él dio un paso más cerca, observando su rostro cansado y sus ojos que apenas ocultaban el peso de lo que estaba enfrentando.
—Hermione, ¿qué está pasando? —preguntó, preocupado—. ¿Es sobre los americanos? ¿Qué paso en esa reunión?
Hermione no lo miró directamente. Solo tomó aire profundamente, manteniendo su expresión neutral.
—Necesito que te vayas, Harry. Estoy... manejando ese asunto.
Harry abrió la boca para protestar, pero algo en su expresión lo detuvo. Finalmente asintió con resignación.
—Si necesitas ayuda, sabes que estoy aquí —dijo antes de marcharse, cerrando la puerta tras de sí.
Cuando la puerta se cerró tras Harry, el silencio en la oficina se hizo abrumador. La tenue luz de la lámpara parpadeaba ligeramente, proyectando sombras en las paredes como si el ambiente compartiera la inestabilidad de su mente. Hermione apoyó los codos sobre el escritorio y enterró su rostro en las manos.
Volvió a mirar a los documentos frente a ella sin realmente verlos. Sus manos estaban entrelazadas en su regazo, los nudillos blancos por la tensión. Sentía el peso de la decisión aplastándola.
La reunión con los americanos había sido un golpe inesperado.
Cuando había entrado en la sala, confiada en que podría manejar las negociaciones, pero nunca había imaginado que se encontraría ante una oferta tan manipuladora, tan peligrosa. El acuerdo no solo ponía en juego la seguridad de Harry, sino también la autonomía del mundo mágico. Ahora, estaba atrapada entre dos opciones igualmente insostenibles: aceptar el trato y sacrificar a uno de sus mejores amigos, junto con la independencia de su comunidad, o rechazarlo y condenar al país a un aislamiento que podría destruirlo.
—¡Nada de esto funciona! —susurró para sí misma, su voz rota por la frustración.
No tenía opciones.
La quimera de encontrar una tercera vía que pudiera salvar a todos comenzaba a desmoronarse. ¿Era esto lo que sentía un líder cuando no había salidas? ¿Cuándo cualquier camino implicaba traicionar algo en lo que creías profundamente?
Había pasado horas evaluando posibles salidas. Intentó imaginar un contraataque político, pero la influencia de los americanos era demasiado fuerte. Pensó en buscar aliados internacionales, pero sabía que la Confederación Internacional de Magos muy poco podía ayudar en un conflicto interno del país. Incluso había considerado recurrir a métodos poco ortodoxos, como el uso de magia oscura.
—¿Qué puedo hacer?... ¿Qué puedo hacer...? —murmuraba para sí misma, casi en un trance.
Los recuerdos de la reunión volvían a su mente con una claridad dolorosa. Esa sonrisa molesta de Hayes, las condiciones humillantes del acuerdo, y la mirada de sus propios representantes muggles, tentados por lo que parecía un paso sólido para una ventaja internacional. Hermione sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba.
Un pequeño ruido la sacó de su trance. Era un retrato mágico en la pared, un antiguo Ministro de Magia que la observaba con ojos sabios y llenos de preocupación.
—Ministra Granger —dijo el retrato en la pared, su tono cargado de una sabiduría que solo los años podían conferir—. Lo que cargas ahora es un peso que pocos comprenderían.
Hermione levantó la vista, enfocándose en el retrato. Era un retrato de un antiguo Ministro de Magia, un hombre de aspecto severo pero sabio, que había guiado al mundo mágico en tiempos de gran turbulencia.
—Pero debo recordarte —continuó el retrato— que actualmente miles de magos dependen de ti. La decisión que tomes no será una simple elección; afectará al mundo mágico, ya sea para bien o para mal.
El retrato no hablaba con reproche, sino con un entendimiento profundo de la gravedad de su situación.
—Nosotros, los que hemos pasado al otro lado —dijo, haciendo un gesto hacia los otros retratos que adornaban las paredes, todos observándola con una mezcla de respeto y preocupación—, no podemos darte la solución. Eso es algo que no tenemos. Pero lo que podemos ofrecerte es un consejo: enfréntate a lo imposible con la determinación de proteger a aquellos que confían en ti.
La mirada de Hermione se suavizó ligeramente, aunque el peso en su pecho no disminuyó. Los rostros en los retratos, que representaban siglos de liderazgo y sacrificio, la observaban con una expectativa silenciosa. Cada uno de ellos había enfrentado sus propias pruebas, desafíos que en su tiempo parecían igualmente insuperables.
—Ministra Granger —añadió otro retrato, un ministro conocido por su peculiaridad de comunicarse soplando humo de la punta de su varita. —, tus acciones ahora definirán no solo tu presente, sino el futuro de todos. No permitas que el miedo o la desesperación te desvíen de tu camino. A veces, lo correcto no es lo que parece más seguro o beneficioso, sino lo que protege el alma de nuestro mundo.
Hermione se quedó en silencio, absorbiendo las palabras de aquellos que habían estado en su lugar antes que ella. Sintió una extraña mezcla de consuelo y presión. Sabía que no podía dejarse llevar por la desesperación, pero encontrar la fuerza para seguir adelante parecía una tarea monumental.
Finalmente, después de un largo silencio, Hermione habló, su voz temblorosa pero firme.
—Gracias. No sé si tengo una solución, pero sé que no puedo rendirme ahora.
El retrato asintió solemnemente.
—Nadie espera que tengas todas las respuestas, Ministra. Solo que no te detengas en la búsqueda de ellas.
Hermione cerró los ojos, dejando que esas palabras calaran hondo.
No había opciones fáciles. No había soluciones inmediatas. Pero sabía que no tenía que rendirse, no mientras hubiera algo que proteger. Tenía que proteger a esas personas que ella tanto quería, incluso si lo que estaba a punto de hacer no lo pareciera así.
Cuando finalmente llegó la mañana, Hermione había pasado la noche luchando con sus demonios internos. Su rostro estaba marcado por la fatiga, pero había una chispa de determinación en sus ojos. Salió de su oficina con pasos firmes, consciente de que aún quedaba una batalla por librar.
Nota: no estoy satisfecho con este capítulo, siento que algo está fallando, pero no logro encontrar lo qué es.