Año: 2021
Ubicación: Mar, cerca de Azkaban
Punto de vista de delfina
La bruma del mar envolvía el bote en el que me encontraba, un pequeño refugio flotante donde el aire salado se mezclaba con el silencio. Frente a mí, Rodolphus Lestrange, mi tío, una figura desaliñada por los años y la locura. Las coordenadas que me dieron me habían guiado aquí, y ahora, tras escapar de Azkaban, él estaba esperándome. Sus ojos, hundidos y enloquecidos por el tiempo en prisión, brillaban con una intensidad inquietante, la mirada de un hombre roto pero todavía peligroso.
Lo que más me impresionaba no era el estado en el que lo había encontrado, sino su historia. Mi madre, Bellatrix, lo había traicionado, entregando su cuerpo y su lealtad al Señor Tenebroso, y aun así, Rodolphus no había alzado la mano contra ella. Había una parte de mí que lo veía como una idiota por permitirlo, pero también sabía que en su retorcida devoción, había algo que yo podía aprovechar. Me lo había demostrado al no volcar su resentimiento sobre mí. ¿Era por lealtad? ¿Por amor? O quizás, por algo más oscuro y profundo que yo no alcanzaba a entender.
—Es un gusto volverte a ver, niña —murmuró con una sonrisa torcida, mostrando unos dientes amarillentos. El viento agitaba su capa raída y su tono tenía esa mezcla de sarcasmo y cariño que sólo los dementes pueden ofrecer.
Me quedé sentado al borde del bote, mirándolo con una mezcla de desprecio y curiosidad. Sabía que compartíamos algo más que sangre; estábamos unidos por el mismo deseo insaciable de obtener lo que nos era negado. Para él, su esposa perdida. Para mí, un propósito, un significado que se me había escapado entre los dedos hasta que él me reveló mi verdadero legado. Sin embargo, ese legado ya no tenía el mismo peso después de sobrevivir al infierno que fue Azkaban. Lo que me quedaba ahora era ira, y eso era más poderoso que cualquier herencia.
—Azkaban me enseñó muchas cosas —dije, con la voz tan fría como las aguas oscuras que nos rodeaban—. La lección más importante es que no puedo hacerlo todo sola. Incluso mi padre tenía seguidores. Necesito aliados… o al menos peones.
Mis palabras parecieron provocarle algo. Sus manos temblaron levemente, y por un segundo, sus ojos, ya perdidos en la locura, se desenfocaron. El recuerdo de Azkaban lo atravesaba, pero Rodolphus no era el tipo de hombre que se desmoronaba fácilmente. La prisión lo había quebrado, pero también lo había transformado.
—Esa maldita prisión —gruñó, cerrando los ojos, como si intentara borrar las imágenes que lo atormentaban—. Me alegra que hayas salido de allí. No muchos lo logran... y menos aún, con la cabeza en su lugar.
Le lanzó una mirada fría, evaluando sus palabras. Sabía que lo que decía era cierto. Azkaban devoraba almas, pero a mí solo me había fortalecido. Mi tío, por otro lado, era un reflejo de lo que la prisión podía hacer. Su cordura pendía de un hilo, pero esa locura también era su mayor fortaleza.
—La soledad no es amiga de los ambiciosos —murmuró, con un tono más serio—. Pero ten cuidado, Delphini. Los que se ofrecen a seguirte podrían no ser tan leales como aparentan. No olvides que, al final, todos buscan algo a cambio.
Sentí la tensión en sus palabras, y algo en mí se endureció. Lealtad no era lo que buscaba, y lo sabía.
—No me interesa la lealtad, solo que sigan mis instrucciones y sean útiles cuando los necesite. No cometeré los mismos errores que otros hicieron antes que yo. Esta vez, seré yo quien los engañe a ellos.
Una sonrisa extraña cruzó el rostro de Rodolphus, una mezcla de aprobación y reconocimiento. Su locura no le impedía ver la verdad en mis palabras, y eso lo hacía útil. Podría aprovechar su experiencia, su conocimiento del submundo mágico. Aunque su entusiasmo me provocaba escepticismo, sabía que necesitaba lo que él podía ofrecerme.
—Entonces, empecemos a construir ese ejército —dijo, casi con fervor—. Con las nuevas políticas de la Ministra Mágica, hay muchos magos descontentos. Algunos solo necesitan una promesa, un propósito, y estarán dispuestos a unirse. Los ex-mortífagos, los que escaparon al ministerio, los que solo quieren ver el mundo arder. Todos esos pueden ser nuestros si jugamos bien nuestras cartas.
Rodolphus hablaba con una energía desbordante, su locura alimentada por la anticipación. Yo lo escuchaba en silencio, observando cómo el viento levantaba su capa y agitaba el bote.
—Tú... —dijo de repente, mirándome con más intensidad—. Tú no te rompiste, Delphini. Azkaban no te destruyó como a los demás.
Lo miré, permitiendo que una ligera sonrisa cruzara mis labios.
—¿Por qué debería? —respondí, con calma—. No soy como los demás.
Su sorpresa fue evidente. Quizá esperaba que admitiera que Azkaban me había afectado más de lo que aparentaba, pero lo cierto era que la prisión no me había debilitado. Me había endurecido. Azkaban, para mí, fue una prueba. No una condena.
—¿Tienes algún plan? —preguntó, fingiendo indiferencia, aunque sus ojos brillaban con curiosidad.
—Sí. Quiero usar el giratiempo de nuevo —dije con frialdad—. Reflexioné y me di cuenta de que desperdicié una gran oportunidad. La posibilidad de reescribir la historia es única, y no pienso dejar que se me escape otra vez.
El silencio entre nosotros se hizo palpable. Rodolphus me observaba, sin decir una palabra más. Sabía lo que estaba pensando, sabía que comprendía mis intenciones. No buscaba redención ni restaurar el pasado. Quería venganza, quiero poder. Y él, a su manera torcida, también lo quería. Ambos sabíamos que el tiempo, la ira y la destrucción eran nuestras únicas herramientas.
El bote continuó deslizándose por las aguas negras, alejándonos de la costa. El viento seguía agitando nuestras capas, pero el silencio entre nosotros hablaba más fuerte que cualquier conversación. Rodolphus entendía que yo ya no era una fugitiva en busca de refugio; era una amenaza, una fuerza que estaba dispuesta a reescribir la historia, y a desatar un caos que haría temblar los cimientos del mundo mágico.
Y en el fondo, aunque no lo dijera, sabía que lo esperaba con la misma anticipación que yo. Porque lo que estaba por venir sería más grande que cualquier batalla o conflicto que él hubiera conocido antes.
Pov. Tercera persona
Ubicación: El Ministerio Mágico
El Ministerio de Magia, una institución oculta en las profundidades de Londres, es el epicentro de la gobernanza de la comunidad mágica de Gran Bretaña. Allí se regulan y supervisan todos los asuntos relacionados con la magia, desde la creación de leyes hasta la seguridad mágica. Es el corazón del poder político, y en tiempos recientes, ha enfrentado desafíos sin precedentes que ponen a prueba su estructura y eficacia.
Esto se podía sentir en el aire, que estaba cargado de tensión, especialmente en la sala de reuniones del Ministerio de Magia. Allí, el silencio solo se rompía por el leve crujido de las sillas de los líderes de los departamentos y los aurores que esperaban impacientes. Los rostros reflejaban el agotamiento de semanas de lucha incesante. La atmósfera era opresiva, como si el propio edificio sintiera la gravedad de los acontecimientos recientes.
Harry Potter, líder de los aurores, estaba de pie frente a ellos, observando con seriedad los semblantes de su equipo. Hermione Granger, la Ministra de Magia, se encontraba a su lado, lista para intervenir en la reunión. Aunque siempre mantenía una postura firme, había un leve brillo de preocupación en sus ojos. Habían pasado ya varias semanas desde la fuga de Delphini, y los sucesos desde entonces no hacían más que oscurecer la situación.
Harry rompió el silencio con un tono grave:
—Se ha confirmado que Delphini recibió ayuda externa durante su fuga. Hubo atentados terroristas sincronizados que distrajeron nuestra atención, y dos guardias traicionaron al Ministerio —Harry hizo una pausa, su mandíbula tensa—. Estos guardias envenenaron la comida de los prisioneros con sangre de vampiro antes de permitir su escape. Además, la reparación deficiente de la brecha que Voldemort abrió en Azkaban facilitó la fuga a gran escala.
Un auror levantó la mano, interrumpiendo brevemente la exposición.
—¿Por qué esos guardias ayudarían a Delphini?
Hermione intervino antes de que Harry respondiera, con una voz calmada pero autoritaria:
—Esos guardias se sentían amenazados por las reformas que he implementado. Algunos magos ven los cambios como una persecución hacia sus costumbres, pero la realidad es que estamos adaptando nuestras leyes a los tiempos modernos. Aquellos que no puedan o no quieran adaptarse, quedarán rezagados.
Las palabras de Hermione generaron murmullos en la sala. Algunos personas intercambiaron miradas incómodas, mientras otros fruncieron el ceño en desacuerdo silencioso.
Harry continuó sin perder el ritmo:
—El brote de vampirismo se ha descontrolado. Cuando Delphini escapó, otros prisioneros y guardias también lo hicieron, y muchos de ellos ya estaban infectados. Estos vampiros recién creados no solo buscan saciar su sed de sangre, sino que algunos están propagando la infección de manera deliberada, lo que está aumentando su número rápidamente.
El murmullo en la sala creció, mientras los aurores asimilaban la gravedad de la situación.
—¿Por qué los guardias también huyeron? —preguntó un auror joven, alzando la mano—. ¿No habría sido mejor para ellos esperar la ayuda del Ministerio?
—El vampirismo no tiene cura —respondió Harry, cruzando los brazos—. Lo único que podemos hacer es controlar a los infectados y suministrarles pociones que suprimen sus instintos, pero es una vida dura y muchos no lo soportan. Algunos prefieren convertirse en fugitivos.
El silencio volvió a instalarse en la sala, hasta que Harry añadió, con un tono sombrío:
—Lo peor es que los rumores ya se han filtrado al mundo muggle. Inicialmente, se creyó que era un virus nuevo, pero la brutalidad y la frecuencia de los ataques han despertado sospechas. El Ministerio ha intentado borrar rastros, pero las redes sociales e internet son territorios que no podemos controlar por completo.
Hermione asintió, tomando el relevo:
—Hemos contactado con el gobierno muggle británico para frenar la difusión de información, pero los esfuerzos han sido en vano. Los rumores sobre un grupo secreto que usa magia y que está detrás de la pandemia de vampirismo circulan cada vez más. Incluso algunos lo han vinculado a teorías sobre la pandemia en China.
Un auror frunció el ceño:
—¿Qué medidas podemos tomar para contener estos rumores?
—Por ahora, pocas —dijo Hermione, con voz firme—. Y eso no es lo peor. Algunos sectores del gobierno muggle están considerando que esta es la oportunidad perfecta para levantar el velo de secreto que protege a nuestra comunidad. Están evaluando hasta qué punto pueden utilizar la magia para sus propios fines, y han comenzado a discutir si deberíamos ser absorbidos por el gobierno muggle en lugar de mantener nuestra autonomía.
La idea de ser absorbidos por el gobierno muggle perturbó a todos en la sala. Un silencio incómodo cayó sobre los presentes.
—El Ministerio está bajo una presión inmensa —continuó Hermione—. La epidemia de vampirismo es solo una de las amenazas. El velo que separa nuestros mundos está al borde del colapso, y no sé si podremos detenerlo.
Harry asintió, visiblemente preocupado.
—Pero lo que más me preocupa es Delphini. La última vez, estuvo cerca de alterar la historia, y lo hizo sola. Ahora, ha estado reclutando seguidores. Es más peligrosa que nunca. Si no la detenemos pronto, su alcance será global.
Hermione se recargó en la mesa, pensativa.
—Tienes razón, Harry. Apenas recibimos las primeras noticias de la fuga, trasladamos a Theodore Nott y a otras personas clave a una ubicación secreta bajo el Encantamiento Fidelio —explicó, mirando a los presentes—. Para los que no estén familiarizados, el Fidelio es un hechizo de protección que oculta completamente la ubicación de un lugar. Solo el Fidelis, es decir, la persona en quien se confía, puede revelar la ubicación. Ni siquiera Delphini podría acercarse a ellos sin nuestra autorización.
Harry frunció el ceño, consciente de que esa protección, aunque poderosa, no sería suficiente.
—Eso es un buen paso, pero no podemos quedarnos en la defensiva. Sugiero formar un equipo especial de aurores dedicados exclusivamente a rastrear a Delphini y sus seguidores. Si podemos descubrir dónde se están organizando, podremos detenerla antes de que sea demasiado tarde.
Hermione asintió, pero luego hizo un gesto firme, levantando la cabeza con determinación:
—Eso será solo el comienzo. También voy a autorizar un reclutamiento masivo de aurores —anunció, sus ojos recorriendo la sala—. La situación ha llegado a un punto donde nuestras fuerzas actuales no son suficientes para manejar todos los frentes. Necesitamos más aurores en acción, magos y brujas capaces de luchar en todos los niveles: en la contención del brote de vampirismo, en la protección del secreto mágico y, por supuesto, en la persecución de Delphini y sus seguidores.
Una discusión comenzó a escucharse entre el personal presentes pero la mayoría estaba de acuerdo. Sabían que el desafío era enorme, pero la idea de reforzar sus filas les dio un renovado sentido de propósito.
Harry miró a Hermione, reconociendo la urgencia y el peso de la decisión.
—Estamos entrando en una nueva fase —dijo, con voz firme—. Si no actuamos con rapidez, la tensión entre el mundo mágico y el muggle podría alcanzar niveles irreversibles.
Hermione, con un brillo de determinación en los ojos, asintió una vez más. Sabían que la sombra de Delphini crecía, pero estaban listos para enfrentarla con todo lo que tuvieran.
—Nos aseguraremos de que este no sea el final de nuestra comunidad —finalizó Hermione, con voz decidida.
El silencio que siguió fue abruptamente roto por una voz que hasta ese momento había permanecido callada. Ron Weasley, que se encontraba al fondo de la sala, se levantó lentamente, con una expresión de preocupación en el rostro.
—Hermione —dijo, su tono más suave de lo habitual pero cargado de tensión—, no estoy de acuerdo con esto.
Todos en la sala se voltearon a mirarlo. Harry frunció el ceño, pero no dijo nada, esperando a que su amigo continuara.
—¿Qué pasa, Ron? —preguntó Hermione, mirándolo directamente. Sabía que cuando Ron hablaba en una reunión así, no lo hacía a la ligera.
—Lo que estás proponiendo... —dudó por un momento, y luego continuó con más firmeza—. Si haces un reclutamiento masivo de aurores, eso incluirá a los más jóvenes. Los hijos de muchos de los presentes aquí, incluido los nuestros —dijo, su voz temblando levemente.
Hermione pareció sorprenderse un poco, pero mantuvo la calma.
—Ron, estamos en una situación crítica. Necesitamos todos los recursos posibles para enfrentarnos a Delphini y la crisis de vampirismo. No podemos permitirnos excluir a nadie que esté capacitado para luchar.
Ron la miró con intensidad, su voz ahora un poco más dura.
—¿Y qué hay de Hugo? ¿Y de Rose? —preguntó, casi en un susurro—. ¿Los vas a mandar al campo de batalla también? —Las palabras resonaron con fuerza en la sala. Varios aurores bajaron la mirada, incómodos.
Hermione vaciló un instante, visiblemente afectada por las palabras de Ron, pero no retrocedió.
—Sabes que no quiero poner a nuestros hijos en peligro, Ron —dijo ella, suavizando su tono pero con una firmeza palpable—. Pero esto no es solo sobre nosotros. Estamos enfrentando una amenaza que podría arrasar con toda nuestra sociedad. No sabemos lo que delphine tiene planeado reclutando seguidores, y los vampiros andan sueltos, al acecho. Además, no podemos ignorar que nos falta mucho personal para hacer frente a esta crisis.
Ron sacudió la cabeza, frustrado.
—Siempre hemos sabido que esto era peligroso, pero nunca pensé que llegaría el día en que tendríamos que arriesgar a nuestros propios hijos. ¡No podemos hacerles esto! —exclamó, su voz quebrándose al final.
Harry, que había estado observando en silencio, intervino con suavidad.
—Ron, entiendo lo que sientes. Yo tampoco quiero ver a mis hijos en este conflicto. Pero no se trata solo de nosotros. Los hijos de todos los magos y brujas estarán en peligro si no hacemos algo ahora. No estamos reclutando a nadie a la fuerza. Todos tendrán una opción.
Ron miró a Harry, y luego de nuevo a Hermione, con la incertidumbre en sus ojos. Sabía que sus amigos tenían razón, pero la idea de ver a Rose y Hugo en el frente de batalla le resultaba insoportable.
Hermione dio un paso hacia él y, con voz firme pero comprensiva, dijo:
—Ron, siempre nos hemos enfrentado juntos a lo que ha venido. Nuestros hijos son fuertes, y confío en que tomarán las decisiones correctas. No puedo garantizar que estarán a salvo todo el tiempo, pero sí puedo prometer que haremos todo lo posible para protegerlos, como siempre lo hemos hecho.
Ron se quedó en silencio por unos largos segundos, mirando el suelo. Finalmente, suspiró profundamente y asintió, aunque a regañadientes.
—Está bien —murmuró, con voz ronca—. Pero si algo les pasa…
—Lo sé —respondió Hermione en voz baja, mirándolo con cariño, sabiendo lo que le estaba costando aceptar la situación.
La tensión en la sala disminuyó un poco, pero la gravedad de las palabras de Ron había dejado huella en todos los presentes. Incluso en medio de la aprobación general, sabían que las decisiones que estaban tomando cambiarían sus vidas para siempre.
Hermione miró de nuevo a los aurores, y con un último suspiro, añadió:
—Este reclutamiento no será fácil, pero es necesario. Que todos estemos en esto juntos es la única forma en que venceremos.
El ambiente quedó marcado por el peso de la decisión, pero no había vuelta atrás.
Pov - Delphini
Ubicación: Un almacén cualquiera
Caminaba por un callejón oscuro junto a este hombre que pretendía ser mi tío. Las sombras parecían devorar lo poco que las luces parpadeantes de los faroles dejaban ver. El aire estaba denso, cargado de tensión, pero para mí era reconfortante. Me había acostumbrado a esto en Azkaban: al frío silencio de la noche y al eco de nuestros pasos resonando en el vacío. Cada paso nos acercaba más al almacén abandonado donde mis seguidores aguardaban. Sabía que pronto comenzaríamos una nueva fase, una que cambiaría todo.
—¿Te aseguraste de que todos hicieran el Juramento Inquebrantable? —pregunté sin detenerme, con la dureza evidente en mi tono, un reflejo de la seriedad de lo que estábamos a punto de enfrentar.
Podía sentir la mirada de mi tío sobre mí, una mezcla de resentimiento y aprecio torcido. En sus ojos había una admiración que nunca se atrevería a pronunciar. Para él, yo era lo único que le quedaba: no solo la heredera de una causa mayor, sino también su última esperanza. Una sonrisa torcida cruzó su rostro por un instante, casi como un destello de orgullo oculto.
—Sí, tranquila. Todos lo han hecho —respondió con su voz ronca y áspera, dañada por los años en Azkaban—. Los que se negaron… bueno, ya sabes qué pasó con ellos. Están muertos.
Asentí brevemente. No podía permitirme traiciones, y el Juramento Inquebrantable era mi garantía. Uno traiciona, y muere. La simplicidad de la muerte tiene una belleza que muy pocos aprecian.
Mi tío, caminando a mi lado con su paso pesado, dejó escapar una risa seca, casi divertida.
—Por cierto, se han visto aurores rondando cerca —dijo, con un tono despreocupado que contrastaba con la gravedad de la situación. Siempre parecía disfrutar del peligro, como si lo alimentara.
Una sonrisa leve cruzó mi rostro. Su locura, cultivada durante años en Azkaban, se había convertido en una ventaja para mí.
—No me preocupan —respondí con seguridad. El miedo no tenía cabida en mis planes—. Incluso con el reclutamiento masivo, después de la reunión de esta noche nos moveremos a Estados Unidos. Todo está planeado.
Finalmente, llegamos al almacén. Era un lugar en ruinas, con ventanas rotas y muros cubiertos de grafitis. Las vigas de metal oxidadas sobresalían del techo como costillas expuestas, y el polvo cubría cada rincón. Al entrar, vi a casi un centenar de personas: mis seguidores. Figuras sombrías que esperaban en el interior, magos resentidos, antiguos mortífagos y otras almas perdidas, traicionadas por un sistema que nunca las apoyó. Cada uno tenía una razón distinta para estar aquí: algunos anhelaban un nuevo orden, otros buscaban venganza, y algunos solo deseaban caos. Y yo, como su líder, les ofrecería a todos lo que anhelaban.
Con paso decidido, me erguí en el centro del almacén. La luz tenue iluminaba mi figura imponente. Con una sonrisa enigmática, comencé a hablar:
—Bienvenidos, mis leales seguidores. Soy Delphini Riddle, la heredera de Voldemort. Mi padre, el más temido de todos, dejó un legado que estoy decidida a revivir, pues muchos lo han olvidado.
Al emplear la identidad de mi padre, sabía que podía ganarme la confianza de los ex-mortífagos y hacer que creyeran en mi fuerza. Además, no tenía que preocuparme por que me cuestionaran; cuando fui derrotada por primera vez, el Ministerio había utilizado mi nombre para golpear a criminales y desestabilizar a quienes se oponían a ellos. Ese reconocimiento me otorgaba un respaldo que pocos se atreverían a desafiar.
El murmullo en la sala creció, y vi cómo las miradas de mis seguidores se llenaban de reconocimiento y fervor. En ese instante, comprendí que la sombra de Voldemort podía ser mi mayor aliado en esta nueva etapa. Estaba lista para canalizar su legado y transformarlo en la base de mi fuerza.
—Y para eso, nuestro objetivo es claro —continué, mi voz resonando en el espacio cerrado—. El Ministerio Mágico estadounidense tiene algo que necesitamos: giratiempos, en perfecto estado. No solo uno, sino varios.
Miré a mis seguidores, sintiendo la expectación en el aire. Mi tío se colocó a mi lado, su expresión revelando un interés palpable en mis siguientes palabras.
—Y cuando los consigamos —añadí, con una sonrisa desafiante—, no habrá nada que detenga nuestro avance.
Uno de mis lugartenientes, un mago que me ayudó a escapar de Azkaban, arqueó una ceja con escepticismo.
—¿No fue un giratiempo lo que causó tu último fracaso? —preguntó, su tono una mezcla de cautela y curiosidad.
Hice una pausa, observándolo detenidamente, permitiendo que mi silencio causara más efecto que cualquier respuesta rápida. Luego, esbocé una sonrisa paciente, más por diversión que por la preocupación implícita en su pregunta.
—La última vez estaba sola —respondí con calma, dejando que mis palabras calaran hondo—. Ahora los tengo a ustedes. Esta vez es diferente. Cambiaremos, modificaremos y reconstruiremos cualquier cosa que se interponga en nuestro camino. Y eso solo será posible con los giratiempos.
El escepticismo seguía presente en algunos rostros. Sabía que algunos dudaban de mí, pero también sabía que la duda era temporal. El poder tiene una forma especial de imponerse, y yo lo poseía.
Uno de los más jóvenes levantó la voz, su tono impregnado de temor.
—¿No es peligroso usar giratiempos? Podría causar una paradoja... algo que nos mate a todos.
Su preocupación resonó en el aire, y sentí que la tensión aumentaba. Sin embargo, mi mirada se mantuvo firme, y respondí con seguridad:
—Eso sería cierto si usáramos los viejos giratiempos. Sin embargo, los nuevos nos protegen de las paradojas. Nos permiten viajar en el tiempo ilimitadamente. Y esos son los que necesitamos.
Otro mago, nervioso pero intrigado, intervino.
—Entonces, ¿para qué necesitamos los viejos? Además, ¿cómo conseguiremos otros si los únicos avanzados fueron destruidos en tu batalla contra Harry Potter y el resto fue destruido poco después?
Mi sonrisa se amplió, como si la respuesta fuera obvia, pero disfrutaba del suspense en el aire antes de revelarla.
—Entiendo sus preocupaciones, pero déjame eso a mí —dije, mirando a cada uno de mis seguidores para que sintieran la confianza en mis palabras—. Lo único que deben hacer es centrarse en conseguir esos giratiempos. Son esenciales para lo que viene.
El almacén cayó en un silencio tenso. Sabían que mis palabras eran tanto una promesa como una advertencia. Los giratiempos eran la clave, y cualquier error podría costarnos caro. Cassius, uno de los guardias que me ayudó a escapar, alzó la voz.
—Entonces, ¿cuál es el plan para conseguir los giratiempos? —preguntó con curiosidad—. Siempre escuché que los magos estadounidenses adoptan un enfoque pragmático, utilizando una variedad de hechizos y rituales, además de objetos mágicos.
—Cuando lleguemos a Estados Unidos, les daré los detalles del plan —respondí, y a través de mi tono se notaba que no revelaría nada sobre el plan de nuestra misión—. Por ahora, preocúpense de cómo llegar allí. Los magos estadounidenses no serán un problema.
Septimus, mi otro guardia leal, intentó aliviar la tensión.
—¿Qué diferencia hay entre el Ministerio estadounidense y el nuestro, Delphini podrías al menos decirnos esto? —preguntó—. Siempre escuché que son más discretos.
Le dediqué una sonrisa. Cassius y Septimus eran los únicos en quienes confiaba, aunque solo parcialmente. Habían demostrado ser útiles.
—Exactamente —respondí—. Son más discretos, lo que los hace predecibles. Mientras nuestro Ministerio sigue una jerarquía rígida, ellos tienen un enfoque más democrático. Se centran en ocultar la magia a los muggles, lo que los convierte en un blanco más fácil.
Miré a Cassius y Septimus directamente. Les debía más de lo que admitiría, y ellos sabían que serían recompensados cuando llegara el momento.
—Eso es todo por ahora. Aseguraremos esos giratiempos, y cuando lo hagamos, el tiempo estará de nuestro lado. Nadie podrá detenernos —dije con confianza—. Si no tienen más preguntas, no dispersaremos.
Un joven levantó la mano de nuevo, interrumpiendo el silencio.
—Disculpa por hablar en este momento, pero dijiste que solo teníamos que preocuparnos de cómo llegar. Entonces, ¿no nos moveremos juntos? ¿Qué significa eso?
El aire se volvió denso nuevamente, y la atención se centró en mí. Sabía que la respuesta era crucial para mantener la cohesión entre mis seguidores.
—No, no nos moveremos juntos —respondí, con voz firme—. Mover a tanta gente de una vez llamaría la atención de las aurores. Cada uno irá por su cuenta. Pero antes de que se vayan, tengan en cuenta que el Ministerio Mágico recientemente hizo un reclutamiento masivo así que tiene mucho personal. Así que tengan cuidado.
—Y no olviden que el Ministerio Mágico también está trabajando con los muggles. Tienen ojos en todas partes, y cualquier movimiento inusual podría alertarlos. Es crucial que mantengan un perfil bajo. No queremos atraer la atención antes de estar listos para actuar.
—Además —continuó mi tío, su mirada fija en el grupo—, recuerden que, cuando lleguen a Estados Unidos, deben dirigirse a Nueva York, específicamente al barrio chino. Allí solo tienen que esperar a que los contacten.
Lo miré con un destello de complicidad en los ojos. A pesar de su dureza y locura, su mente funcionaba con una claridad impresionante, lo que lo hacía indispensable. Era brutal, implacable y una estratega hábil; Incluso el plan para colapsar el Ministerio estadounidense había sido mayormente concebido por él. Sabía que, aunque su locura podía ser un riesgo, su experiencia era un activo valioso que no podía permitirme ignorar.
Asentí, reconociendo la importancia de sus palabras. Cada detalle contaba en este juego de poder.
Recuerden Cuando todo esto termine —dije, mi voz resonando con una certeza inquebrantable—, el mundo será nuestro para moldearlo a nuestra voluntad.