Ubicación: MACUSA
Pov. delphine
—MACUSA ha caído —murmuré, sintiendo la descarga de adrenalina y el ardor de la victoria encender cada fibra de mi ser. Observé el cuerpo sin vida del presidente a mis pies, y una oleada de satisfacción oscura se apoderó de mí. En nuestro enfrentamiento, había descargado toda la ira acumulada, la frustración que me causaba la posible muerte o captura de mi tío Rodolphus. Sus palabras de despedida aún resonaban en mi mente, pero este triunfo era el bálsamo que necesitaba para acallar esas voces.
Mis seguidores me observaban con una mezcla de miedo y expectación, aguardando mis próximas órdenes. Pero yo no tenía prisa. La victoria merecía ser saboreada, además mis ojos se habían posado en una escultura caída a pocos pasos del cuerpo inerte del presidente.
Reconocí el objeto al instante: era lo que había utilizado para invocar a esa criatura extraña, el ser que llamaban El Lobo de Ébano, un ser que había sido vencido cuando su dueño no le pudo proporcionar más magia. Me acerqué y levanté la figura con cuidado. A primera vista parecía un tallado común, pero al observarla más de cerca, distinguí diminutas marcas mágicas, grabadas con tal delicadeza que parecían grietas brillantes en la madera.
esto, sería ahora el emblema de nuestra victoria y una promesa de lo que aún estaba por conquistar.
Fue en ese instante cuando escuché pasos y voces desconocidas resonando en la puerta. Me volví y vi a varios aurores que se acercaban rápidamente, sus rostros tensos y cargados de enojo. Al notar la escultura en mis manos, uno de ellos se adelantó, señalándome con la varita, su expresión endurecida por la furia.
—¡Eso no te pertenece! —rugió un auror desde la entrada, su voz cargada de indignación y odio. Pude ver en sus ojos una mezcla de miedo y furia, como si comprendiera lo que significaba que la escultura del Lobo de Ébano estuviera en mis manos. Y aunque no pudiera entenderlo completamente, con solo ver el cadáver del presidente y los cuerpos de sus compañeros diseminados por el edificio, el mensaje estaba claro.
El auror levantó su varita, pero Cassius, uno de mis seguidores más leales, fue más rápido, lanzando un hechizo explosivo que lo arrojó a él y a los que lo seguían fuera del edificio, abriendo el caos que sabía estaba a punto de estallar. Con calma, guardé la escultura del Lobo de Ébano entre mis pertenencias y alcé mi varita, lista para el siguiente asalto.
La batalla por la entrada del MACUSA se desató con furia, extendiéndose pronto a las calles circundantes. Hechizos volaban en todas direcciones, iluminando la noche en destellos cegadores de magia y destrucción. Los aurores llegaban en oleadas, sus números contándose por cientos, mientras que mis seguidores, después de la brutal lucha dentro del edificio, apenas alcanzaban los cuarenta. Sin embargo, nuestra ventaja radicaba en dominar la entrada, forzándolos a pasar de uno en uno y dándonos tiempo para atacar en el estrecho espacio, aunque comenzábamos a sentir el desgaste.
Cada hechizo lanzado dejaba una sensación de agotamiento en mis venas; la magia de mi gente se estaba desvaneciendo. Sabía que pronto habría que hacer un movimiento decisivo, uno que asegurara nuestro escape o nos llevara a la ruina.
—Piensa, piensa, piensa… ¡Eso es! —murmuré, mientras la chispa de un plan peligroso se encendía en mi mente.
—¡Septimius, cortina de humo! —le ordené.
Septimius me lanzó una mirada rápida y asintió antes de conjurar un denso hechizo de humo en la entrada. Los aurores, momentáneamente cegados, retrocedieron confundidos. Aproveché el caos para lanzar Fiendfyre. Esta vez, a diferencia de mi enfrentamiento con el presidente, no intenté controlar las llamas; en lugar de eso, las dejé desatarse salvajemente, avanzando con furia hacia la puerta, alimentándose del desorden.
El humo se disipó justo cuando la serpiente de fuego, una colosal bestia incandescente, se lanzó hacia ellos, sus fauces abiertas y llenas de llamas vivientes. La expresión de los aurores pasó de determinación a terror, y pude verlos retroceder, conscientes de que solo un error los haría caer ante la voracidad del fuego maldito.
La serpiente de Fiendfyre avanzaba, creando el alboroto que necesitábamos. Ahora, con su atención desviada, el camino estaba casi despejado para nuestro escape.
Mis fuerzas ya me habían abandonado; sentía el suelo bajo mis rodillas, y cada fibra de mi ser clamaba por descanso. En cualquier momento, podía desfallecer por completo, agotada de magia y de energía. Fue entonces cuando sentí las manos firmes de Cassius y Septimius sosteniéndome, ayudándome a ponerme de pie.
—¡Rápido, salgamos ahora! —grité con la voz quebrada, pero con suficiente fuerza para que todos me oyeran—. ¡Reagrupémonos en la base de los aurores muggles!
Sabía que el edificio del MACUSA estaba lleno de hechizos anti-aparición, imposibilitando cualquier escape mágico desde el interior. Era indispensable salir al exterior para poder desaparecer. Con la serpiente de Fiendfyre sembrando el caos en la entrada, nuestra única oportunidad era aprovechar el momento, así que ordené a mis seguidores que huyeran. Cada paso hacia la salida era un desafío, pero mi objetivo estaba claro: escapar, reagruparnos y prepararnos para el siguiente movimiento.
Cuando cruzábamos las puertas del MACUSA, vi cómo llegaban aún más aurores, formando una muralla de rostros tensos y decididos. Entre ellos, inconfundible, estaba Harry Potter. Al verlo, una ira profunda y voraz surgió en mi interior, una llama difícil de contener. Todo el odio, la frustración y el deseo de venganza se concentraron en ese instante, como un veneno en mi sangre. Pero no era el momento; no en mi estado, ni con mis seguidores ya agotados y la situación en contra.
Nuestros ojos se cruzaron, y en ese breve segundo pude ver en él la misma determinación con la que me había enfrentado una y otra vez. Pero esta vez sería distinto. Esta vez yo elegiría el momento y el lugar.
—¡Ahora! —susurré con apremio, y mis seguidores no dudaron. Uno a uno, comenzaron a desaparecer con la rapidez de un parpadeo, utilizando la aparición para evadir a los aurores.
Los gritos de los hechizos y los estallidos de la serpiente de Fiendfyre resonaban a nuestro alrededor, distrayendo a los aurores que intentaban controlar el fuego maldito. Mientras observaba cómo desaparecían mis últimos seguidores, dediqué a Harry una última mirada cargada de promesas antes de esfumarnos en la noche, dejando solo caos y llamas tras de mí.
Ubicación: comisaria
Cuando me desperté es estaba en un lugar extraño, con una sensación de pesadez en todo el cuerpo. Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la luz tenue, y por un momento, no reconocí el ambiente. Estaba en una pequeña y fría sala sin ventanas, y no recordaba cómo había llegado allí. El sonido de pasos en el pasillo me sacó de mis pensamientos, y pronto una mujer policía entró. Me observó brevemente, con una mezcla de nerviosismo y sumisión, y luego desapareció rápidamente, dejando la puerta entreabierta.
Poco después, vi entrar a Septimus y Cassius. Ambos tenían expresiones serias, aunque un leve alivio se reflejaba en sus ojos al verme despierta.
—Mi señora —dijo Cassius, con una leve inclinación de cabeza—, ha estado inconsciente durante dos días. El uso excesivo de magia casi agotó todas sus reservas, apenas llegar aquí te desmayaste.
Me tomé un momento para asimilar la información. Dos días… No era de extrañar que mi cuerpo se sintiera tan debilitado; invocar dos fiendfyre el mismo día además de la batalla en MACUSA había sido una prueba que sobrepasó sus reservas de magia. Mis recuerdos de los eventos se mezclaban con fragmentos de rabia y satisfacción, y la imagen de Harry Potter volvía a mi mente.
Septimus añadió, notando mi trance: —Actualmente estamos en la comisaría de policía muggle, la cual; hemos asegurado este lugar desde hace tiempo. Muchos de los agentes están bajo nuestro control mediante la maldición Imperius.
Una sonrisa helada se formó en mis labios al recordar cómo, meses atrás, habíamos ido infiltrando a mis seguidores en diferentes fuerzas armadas muggles. La policía fue una de las primeras en caer, una base segura para mantenernos en la clandestinidad mientras preparábamos nuestro próximo movimiento.
—Señora, tenemos información importante que contarle —dijo Cassius, manteniendo la voz baja pero urgente.
—Primero prepárenme algo de ropa decente y comida —respondí, sintiendo que mi energía comenzaba a regresar—. Después me pondrán al tanto.
Tras una comida rápida y cambiarme a un atuendo adecuado, me senté para escuchar el informe de Cassius, cuya expresión contenía una mezcla de emoción y cautela.
—Al parecer, el Fiendfyre que conjuró en MACUSA llamó la atención del gobierno muggle —comenzó—. Cuando fueron a investigar el edificio, encontraron pruebas que les hicieron concluir que los responsables fueron los aurores, y en especial Harry Potter. Nos han dicho que lo han catalogado como un terrorista, y el Ministerio ha caído bajo una vigilancia intensa. Ahora los aurores son buscados en todo el país.
Sonreí, sintiendo una oleada de satisfacción al escuchar lo que Cassius me contaba.
—Pero eso no es todo, señora —agregó Septimus, con un brillo en los ojos—. Debido a la pandemia muggle, sus fuerzas de seguridad están en alerta máxima. Están tomando esta situación como una amenaza directa, y parece que las autoridades muggles están más movilizadas de lo que habíamos anticipado.
La situación no podía ser mejor. Si bien nuestra lucha era principalmente contra el Ministerio y MACUSA, ahora los aurores se enfrentaban a la presión de ambos mundos, debilitados y acorralados.
Una sonrisa se dibujó en mis labios al imaginarme a Harry Potter huyendo como una rata, acorralado, etiquetado como terrorista. El gobierno muggle… quizás esa era la pieza que faltaba en nuestro juego. Mi padre siempre los había considerado insignificantes, débiles. Pero a través de la manipulación de mi tio había visto de primera mano cómo, con un poco de control, los muggles podían convertirse en una fuerza útil, incluso en una herramienta poderosa si se manejaban adecuadamente.
Mis pensamientos se interrumpieron cuando Septimus, con voz temblorosa, anunció:
—Además, maestra, tenemos noticias sobre su tío…
Levanté una ceja, y vi la cautela en su expresión.
—Habla —ordené.
Septimus vaciló un momento, pero luego continuó, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Logramos capturar a algunos aurores en todo este caos. Nos enteramos de que… su tío murió por el Juramento Inquebrantable. Harry Potter intentó hacerle confesar tu ubicación, pero… el juramento lo mató antes de que pudiera decirlo.
La satisfacción que había sentido antes se desvaneció, reemplazada por un dolor punzante, aunque breve. Rodolphus había sido una persona compleja para mí, pero me había enseñado lo que significaba el odio en su forma más absoluta. Su muerte era una herida que me recordaba mi venganza.
—Con que está muerto —murmuré, sintiendo una mezcla de amargura y furia en cada palabra—. Harry Potter, otra vez quitaste algo que era mío.
La sed de venganza ardía dentro de mí, pero era consciente de mis propias limitaciones en ese momento. Aunque ansiaba encontrarme con Potter cara a cara, sabía que no estaba en condiciones para hacerlo… todavía. Necesitábamos más fuerza, aliados con influencia, y… el giratiempo adecuado. Sin ese último elemento, nuestros planes estarían incompletos.
Mientras cavilaba, observé por el rabillo del ojo cómo un policía muggle llevaba a un prisionero a su celda. No podía matar a Harry, no por el momento, pero sí podía dificultarle la vida. Con una sonrisa calculadora, me volví hacia mis seguidores.
—Cassius, Septimus —dije, dirigiéndoles una mirada severa y firme—, reúnan al resto. Quiero que consigan el control de algunos muggles en posiciones clave dentro del gobierno americano. Pero tengan cuidado, que nadie los descubra. Además —hice una pausa, mi mente ya proyectando el siguiente paso—, algunos de ustedes volverán al Reino Unido. Encuentren a Theodore Nott y averigüen exactamente dónde ha estado, cuándo y con quién se ha reunido. No me importa cuánto tiempo les tome, quiero toda la información posible.
Septimus y Cassius intercambiaron miradas antes de asentir.
—No fallaremos, maestra —prometió Cassius.
Con la tarea asignada, me recosté, sabiendo que cada movimiento nos acercaría más a nuestra meta, y a la ruina de Harry Potter.