POV: Rodolphus
Después de finalizar la comunicación con Delphini, Rodolphus se quedó solo en el segundo piso de la mansión, preparándose para lo que sabía sería su último enfrentamiento. Los ecos de su conversación con ella aún resonaban en su mente. Era extraño, casi incomprensible, sentir apego por la hija nacida de la traición de su esposa, Bellatrix, y del Señor Tenebroso. A pesar del dolor que esa realidad le causaba, había llegado a apreciarla. En los ojos de Delphini, Rodolphus encontraba un reflejo de lo que alguna vez había amado en su madre: esa intensidad y ambición que tanto lo atraían como lo repelían. Esa conexión, tan torcida y dolorosa, era lo que lo había mantenido a su lado, ayudándola en sus planes destructivos.
Mientras sus pensamientos lo envolvían, el sonido de las llamas rugiendo en la mansión lo trajo de vuelta a la realidad. Alguien había incendiado el edificio. El fuego se propagaba con rapidez, devorando las paredes con una voracidad insaciable. Los gritos de los seguidores de Delphini se mezclaban con el choque de hechizos y explosiones que llenaban el aire; el ataque de los aurores se había vuelto feroz, y Rodolphus entendía que su final estaba cerca.
Harry Potter, irrumpió en el salón principal del segundo piso, ahora se veía como un hombre de mediana edad con cabello negro desordenado y una cicatriz en forma de rayo en la frente, que refleja su identidad como el salvador, mostrando un aire de madurez y sabiduría adquirido a lo largo de sus experiencias.
Rodolphus lo esperaba en medio del caos, observándolo con una mirada calmada, aunque teñida de locura. La varita de Potter brillaba, y en un instante lanzó un hechizo letal dirigido a él. Este sería su último combate, y Rodolphus lo sabía.
Con más de sesenta años y un cuerpo que había soportado demasiado, Rodolphus era consciente de que ya no tenía el vigor de su juventud. Esa era una de las razones por las que se había quedado en la mansión con algunos seguidores, dirigiendo la operación desde la distancia. Su cuerpo se había convertido en un lastre, uno que sus aliados solo soportaban debido a su astucia y conocimiento. Su tiempo en Azkaban le había pasado una factura profunda físicamente como mentalmente. Los años de desnutrición y los dementores que le absorbían cada resquicio de felicidad, junto a la brutalidad de los guardias que habían quedado tras la partida de los dementores, habían destrozado su poder físico. Aunque su cuerpo resistía mejor que el de un muggle promedio, sentía cada día de su encierro grabado en sus huesos y músculos.
Y sin embargo, si iba a morir, prefería hacerlo luchando. La furia y el odio acumulados a lo largo de esos años en prisión se intensificaban en su interior, alimentando su determinación. Levantó su varita, encarándose con Harry, listo para un último enfrentamiento, con el fuego y el caos consumiéndolo todo a su alrededor.
Pov. Harry potter
Dos meses antes del ataque de Delphine al MACUSA
Me encontraba en el corazón del Ministerio de Magia, rodeado por veinte leales aurores que aguardaban en silencio mi decisión. La tensión en el aire era palpable; después de todo, estábamos a cargo de dar caza a Delphini, y cada paso contaba. Mientras revisaba los informes de interrogatorio, sentía las miradas de mis compañeros en mí, esperando nuestro próximo movimiento.
Desde la última reunión con Hermione, habíamos logrado capturar vivos a alguno de los seguidores de Delphine, pero la información obtenida era dudosa, fragmentada y, en el mejor de los casos, confusa. Desde entonces, repasaba cada palabra escrita en los informes, tratando de desentrañar las verdades ocultas en los recuerdos de aquellos que habíamos interrogado con legilimancia. Pero cada interrogatorio era un riesgo: algunos de ellos podrían saber oclumancia, y con esa habilidad, cualquier pista que extrajera podría ser un simple espejismo, una mentira cuidadosamente tejida para llevarnos a un callejón sin salida.
Ahora teníamos a tres de sus seguidores bajo custodia, y cada uno contaba una versión diferente de las instrucciones de Delphine. Dos de ellos aseguraban que el grupo debía dirigirse a Estados Unidos: uno hablaba de Central Park, en Nueva York, y el otro mencionaba el barrio chino de la ciudad. El tercero, en cambio, decía que el encuentro sería en Las Vegas.
Realmente en este momento desearía poder darles veritaserum para que confesaran, pero El veritaserum, su herramienta más confiable, se había vuelto inútil; los juramentos inquebrantables que Delphini había impuesto en sus seguidores eran más que simples palabras; eran cadenas que llevaban a la muerte a quienes los rompían. Cada paso que daba era un recordatorio de lo astuta que se había convertido su adversaria.
—Ahh… —Suspiré, cansado, mientras me levantaba de mi asiento y me dirigía hacia la puerta. Al instante, los aurores comenzaron a seguirme, pero me detuve y les dije:— No me sigan, tengo algo que hacer.
Ellos obedecieron y se detuvieron. Necesitaba un último intento para interrogar a los prisioneros. A veces, un cambio en el enfoque o en la presión aplicada podía hacer que una mente se abriera, incluso si intentaba resistirse. Después de un rato volví a mi oficina y, con un tono decidido, hablé:
—He tomado una decisión: nos vamos a Nueva York.
Inmediatamente, envié una solicitud a Hermione para obtener autorización para actuar en Estados Unidos. Ella estuvo de acuerdo, y luego esperamos la respuesta del MACUSA para que nos permitieran intervenir en su territorio. Todo el papeleo y la logística tomaron un mes más de lo previsto.
Un mes antes del ataque de Delphine
Era inusual que sacara a tantos aurores de sus puestos en Londres, pero el reciente aumento en el reclutamiento había dado al Ministerio la flexibilidad y el alivio que necesitábamos. Incluso mi propio hijo, James, había sido reclutado, algo que me llenaba de orgullo... y también de inquietud. Los tiempos eran peligrosos, y sabía bien los riesgos que todos nosotros —especialmente él— enfrentábamos en un mundo cada vez más convulso.
Pov. Harry tercera persona
Desde su llegada a los Estados Unidos, Harry se sintió extrañamente fuera de lugar al observar la manera en que los aurores de MACUSA manejaban las operaciones. Eran más formales, organizados, casi como una fuerza militar que contrastaba con el estilo más independiente de los aurores británicos. Los americanos parecían tener protocolos para cada situación, una rigidez que incomodaba a Harry. Él había pasado toda su vida enfrentándose a lo inesperado y, en cierto modo, se sentía asfixiado por esta formalidad.
Mientras caminaba por el barrio chino buscando pistas, su mente divagaba hacia el caos en el que se había convertido el mundo. La pandemia de COVID-19 estaba cambiándolo todo: tanto en el mundo mágico como en el muggle, las reglas parecían desmoronarse. Cada vez era más difícil mantener la confidencialidad de la comunidad mágica con los ojos de los muggles en todos lados, atentos a cada detalle sospechoso. Harry sintió una punzada de preocupación al imaginar cómo se vería su propio país si la situación no mejoraba. Si la pandemia y el brote de vampirismo continuaban, el secreto de la magia quedaría inevitablemente expuesto. Hermione ya estaba recibiendo presión de altos funcionarios del Ministerio para tomar medidas más extremas, y él se preocupaba por hasta dónde estarían dispuestos a llegar.
—¿Se te está haciendo difícil acostumbrarte a nuestro país?, ¿verdad? —le dijo uno de los aurores de MACUSA, notando su incomodidad. El hombre, de rostro amigable pero alerta, miraba a Harry con curiosidad.
—Sí, supongo que me resulta extraño ver las cosas tan… estructuradas. En nuestro país, las cosas suelen ser un poco menos… tediosas, supongo.
El auror estadounidense sonrió, asintiendo en señal de comprensión.
—Aquí, la burocracia es casi tan peligrosa como las criaturas mágicas. Pero sé lo que estás pensando: con una amenaza como la de Delphini, el tiempo es un lujo que no tenemos, ¿cierto?
Harry asintió; no tenía tiempo para todas estas cosas ahora. Delphini era como una sombra escurridiza, y la única pista para encontrarla era que sus seguidores debían esperar en el barrio chino o en Central Park para poder contactarla.
Y así pasaron las semanas, hasta que ocurrió que la tensión entre ambos grupos de aurores comenzó a crecer. El presidente de MACUSA había decidido monitorear más de cerca los movimientos de los aurores británicos, preocupado por los recientes incidentes de exposición mágica ante muggles. Para Harry, estaba claro que esto no era coincidencia; era otra maniobra de Delphini, similar a sus tácticas en el Reino Unido, donde sus acciones deliberadas buscaban sembrar paranoia y desconfianza entre magos y muggles.
Ante esta situación, Harry solicitó una reunión con el presidente de MACUSA para exponer el modus operandi de Delphini y el caos que había provocado en su país. Durante la reunión, el presidente escuchó con atención mientras Harry explicaba cómo Delphini manipulaba cada movimiento para crear un clima de inestabilidad. Al final, el presidente comprendió la gravedad del problema y aceptó la explicación, calmando las tensiones entre ambos equipos, al menos por el momento.
Las sospechas sobre su equipo se calmaron, pero el problema de encontrar pistas persistía. El barrio chino era enorme, y la cantidad de aurores que había traído resultaba insuficiente para cubrirlo completamente. La frustración era palpable; incluso algunos de sus aurores comenzaron a unirse a las operaciones de MACUSA para investigar los incidentes de exposición, aunque al final no lograron encontrar ninguna pista significativa.
El tiempo pasó rápidamente, y casi dos meses después de su llegada, la paciencia de su grupo comenzaba a agotarse. Harry podía sentir el creciente desespero, y algunas ideas peligrosas empezaban a flotar entre ellos: desde emboscar a posibles aliados de Delphini hasta realizar una intervención directa en algunos lugares sospechosos. Sin embargo, antes de que alguien pudiera tomar medidas drásticas, un evento inesperado cambió las cosas.
Una noche, Harry fue despertado por un auror británico, quien le informó que había visto a un mago comportándose de manera sospechosa. Este mago observaba con intensidad a un muggle y, según el auror, lanzó un hechizo, tras lo cual el muggle lo acompañó a un callejón oscuro. Harry sabía que la razón por la que preguntaba era que estaban en otro país y no querían actuar antes de conseguir una autorización de él o del MACUSA por miedo a malinterpretar la situación. Harry sabía que tenía que detener a ese mago por abusar de su poder, así que ordenó a su equipo que lo siguieran con cautela.
Al llegar al callejón, Harry se encontró con una escena esperada: el mago, con los pantalones bajados, parecía estar manipulando al muggle para darse placer, quien estaba de rodillas, evidentemente bajo los efectos de un hechizo de control mental. Sin perder tiempo, Harry apuntó su varita y, con un movimiento firme, lanzó un "Petrificus Totalus" que inmovilizó al mago en el acto.
El mago cayó al suelo, paralizado. Harry se acercó con cautela, observando su rostro.
—Estás bajo arresto, sucio criminal —dijo en un tono frío y bajo. Entonces, se dio cuenta de algo: conocía a este mago pervertido. Era uno de los seguidores de Delphini. Por fin tenían una pista sólida del paradero de Delphini.
El hombre, atrapado y aún paralizado, miró a Harry con una mezcla de miedo y pánico.
Harry intentó rápidamente usar legilimancia, pero pronto descubrió que no podía penetrar en la mente del hombre. Era evidente que su cautivo dominaba la oclumancia y no estaba dispuesto a jugar el mismo juego que los otros seguidores capturados. Con pocas opciones y el riesgo creciente de que Delphini escapara, Harry decidió recurrir a una medida extrema: el Veritaserum. Sabía que, en sus últimos momentos, los seguidores capturados solían verse obligados a decir algunas palabras reveladoras.
Había notado este patrón en los últimos interrogatorios en el Reino Unido. El primer seguidor, al ser cuestionado sobre la ubicación real de Delphini, respondió con apenas un susurro: "tercero... no es", y murió al instante. Los siguientes prisioneros dieron respuestas similares antes de sucumbir: "el primero es...", "el segundo está...", y después, el silencio final.
Harry, determinado a obtener respuestas, ordenó a uno de sus aurores que administrara una dosis de Veritaserum al cautivo. Tras unos segundos, el prisionero comenzó a temblar. Harry se inclinó hacia él y, en un tono firme, preguntó:
—¿Dónde se está escondiendo Delphini?
El mago prisionero comenzó a murmurar en un tono débil, y Harry se acercó aún más, concentrado en captar hasta la última sílaba. Finalmente, con una voz entrecortada, el hombre logró decir:
—Mansión… afuera…
Y, con ese último suspiro, cayó en el silencio del juramento inquebrantable, dejando a Harry con apenas un hilo de pista.
Los detalles eran escasos, pero bastaron para reactivar la investigación. Coordinando esfuerzos con el MACUSA, se comenzó a rastrear las mansiones en las afueras de la ciudad, enfocándose en aquellas más aisladas y con poca vigilancia, perfectas para ocultarse.
Gracias a esta búsqueda, encontraron una mansión en las afueras de Nueva York que, tiempo atrás, había pertenecido a un mafioso. Ahora, sin embargo, un grupo de desconocidos parecía estar usurpándola. Al observar detenidamente, Harry reconoció a varios seguidores de Delphine. Finalmente, tenían el escondite de sus enemigos en la mira.
Podían acabar con Delphine y sus seguidores, pero primero necesitaban un plan bien pensado. Tanto MACUSA como Harry comenzaron a preparar una estrategia meticulosa para terminar de una vez por todas con la amenaza.
Sin embargo, llevarlo a cabo requeriría una semana de preparación. Durante ese tiempo, los equipos de Harry y MACUSA realizarían un reconocimiento exhaustivo del terreno y establecerían una vigilancia constante para asegurar que nadie escapara de la mansión ni sospechara del ataque inminente. Además, necesitaban coordinar la llegada de refuerzos de ambas instituciones para asegurar que todos los puntos de escape quedaran cubiertos. Solo con un equipo bien preparado y el área completamente asegurada, estarían listos para lanzar el ataque final.
Día del Ataque de Delphine y el día del ataque de la mansión
Una semana de meticulosos preparativos había llegado a su fin, y finalmente el día del ataque a la mansión se cernía en la fría penumbra de la madrugada. La propiedad permanecía envuelta en sombras, como si la oscuridad misma la protegiera de la inminente embestida. Los aurores tomaban sus posiciones, moviéndose entre las sombras con una precisión mortal. Harry, al frente, mantenía una expresión firme y calculadora, observando con una concentración casi helada cómo los aurores de MACUSA y su equipo se desplegaban con sigilo para rodear el lugar. Cada punto de acceso y posible salida estaba bajo vigilancia estricta, y la barrera mágica anti-aparición ya estaba activa, sellando cualquier vía de escape de la mansión.
El plan estaba meticulosamente trazado. Los aurores se habían dividido en dos equipos: el equipo de asalto, encargado de neutralizar a los seguidores de Delphine, y el equipo de contención, liderado por MACUSA, que aseguraría el perímetro y evitaría que cualquier aliado externo intentara interferir. Harry, que había revisado cada detalle, había instruido a cada auror sobre su papel en la operación, en un intento de minimizar los riesgos y evitar sorpresas. Sabía que cualquier fallo en la coordinación podría ser fatal.
Cuando todo estuvo listo, Harry levantó la mano, la señal silenciosa que desencadenaría el ataque. Con un solo gesto, los aurores avanzaron, deslizándose por el terreno en completo silencio, los crujidos de la vegetación siendo apenas perceptibles en la quietud tensa de la noche. El corazón de Harry latía con fuerza, la adrenalina intensificaba su concentración. Cada paso lo acercaba al momento decisivo, al enfrentamiento directo con Delphine.
Sin embargo, cuando los aurores se aproximaron a la mansión y las primeras luces de sus hechizos iluminaron las ventanas, algo extraño ocurrió. Desde el interior, apenas surgieron unos pocos hechizos en respuesta, como si la resistencia hubiera sido diezmada antes de comenzar. Harry frunció el ceño. Según los informes, dentro de la mansión había casi un centenar de seguidores de Delphine, pero ahora, a lo sumo, parecían haber unos diez.
Sus sentidos estaban alerta: no era raro que los seguidores respondieran, pues era probable que ya se hubieran dado cuenta de que estaban rodeados y sellados con un hechizo anti-aparición. Pero lo desconcertante era la escasa resistencia, como si las filas de Delphine se hubieran desvanecido en silencio o si todo aquello fuera una estrategia para distraerles. La duda comenzó a crecer en la mente de Harry. ¿Era posible que Delphine hubiera escapado? No podía ser. Habían vigilado la mansión día y noche, cada acceso, cada esquina de la propiedad estaba bajo una estricta supervisión.
Varios aurores lograron avanzar a través de las escasas andanadas de hechizos y se adentraron en la mansión, donde los seguidores de Delphine les esperaban para una confrontación directa. En el interior, la lucha se intensificó rápidamente; el destello de los hechizos iluminaba los pasillos y salones mientras el sonido de las maldiciones y contrahechizos llenaba el ambiente.
Harry avanzaba hacia la entrada principal, sus pensamientos enredados en la inquietante falta de resistencia inicial. ¿Había algo que no estaban viendo? Mientras caminaba, con los sentidos alerta, percibió una mirada fija sobre él. Alzó la vista hacia una de las ventanas superiores y, entre las sombras, distinguió la figura imponente de Rodolphus Lestrange, la mano derecha de Delphine.
Los ojos de Lestrange se encontraron con los de Harry, y en esa mirada oscura y penetrante había una resolución inquebrantable. Su expresión revelaba la voluntad de luchar hasta el final.
Harry le devolvió la mirada a Rodolphus con una determinación igual de firme y, sin desviar la vista, entro a la mansión y comenzó a subir las escaleras hacia el segundo piso, consciente de que sería una batalla entre ellos. Justo entonces, notó que el olor a humo impregnaba el aire. Alguien había prendido fuego al edificio; no sabía qué lado había sido, pero esto podría ser un poco peligroso si no tenia cuidado
En ese momento, un auror apareció a su lado, el rostro pálido y el pecho jadeante.
—Harry —dijo, sin rodeos—, el MACUSA ha sido atacado. Delphine y sus seguidores... están pidiendo refuerzos.
La noticia le golpeó como un jarro de agua fría. Delphine lo había planeado desde el principio. Había usado esta misión como una distracción, orquestando un movimiento maestro para dejar al MACUSA vulnerable mientras todos sus aurores estaban aquí. Apretó los puños; se daba cuenta de que, sin saberlo, había sido una pieza crucial en el plan de Delphine, facilitando la invasión de la organización mágica americana.
Pero no era el momento de lamentarse. Necesitaba actuar rápido. Con un asentimiento firme, despachó al auror para que organizara una retirada parcial de sus efectivos y enviara refuerzos al MACUSA. El resto del equipo permanecería allí. Sabía que existía una alta probabilidad de que, al llegar, ya fuera demasiado tarde. Delphine era astuta, y lo más probable es que solo hubieran dejado el caos a su paso. Pero había una oportunidad de capturar a Rodolphus, y esa captura podía cambiar el rumbo.
Con el humo espesándose a su alrededor y las llamas rugiendo cada vez más cerca, Harry llegó al segundo piso. Allí estaba Rodolphus Lestrange, firme, mirándolo con una calma que apenas enmascaraba el odio en sus ojos. Sin decir una palabra, Harry levantó su varita y lanzó un hechizo directo hacia él, buscando terminar rápidamente la confrontación. Como esperaba, Rodolphus desvió el ataque con un ágil movimiento de su propia varita, su rostro ahora iluminado por los destellos de los hechizos y las llamas.
—Rodolphus Lestrange —la voz de Harry atravesó el crepitar del fuego con una frialdad cortante—, serás enviado de vuelta a Azkaban.
Ese nombre —Azkaban— cayó sobre Rodolphus como una maldición, y algo en su expresión se quebró. La calma que había mantenido hasta ese momento se desmoronó. Sus manos comenzaron a temblar mientras una oscuridad aún más peligrosa se apoderaba de su mirada. No permitiría que lo enviaran otra vez a ese lugar de pesadilla. Azkaban lo había destrozado una vez, y preferiría morir luchando antes que regresar a ese infierno helado.
—¡Potter! —rugió con un odio feroz, su voz cargada de furia y desesperación—. ¡Nunca volveré a ese maldito lugar!
Harry se detuvo a unos metros de Rodolphus, su mirada fija y dura. Observó cómo la mención de Azkaban había desencadenado una reacción intensa en el hombre, casi desquiciada. No estaba cuerdo; eso quedaba claro. Tal vez, pensó Harry, podía aprovecharse de esa debilidad para hacer que perdiera el control y así terminar con el enfrentamiento rápidamente.
—¿No quieres ir a Azkaban? —dijo Harry, imitando la forma en que Draco hablaba durante su vida en Hogwarts, con una voz cargada de desprecio—. Tal vez preferirías quedarte aquí, Rodolphus. Podríamos charlar sobre cómo Voldemort se follo a tu mujer. Incluso la dejó embarazada... ¿Te gusta cuidar a la hija de otro hombre? ¿Realmente no sé cómo pudiste ser leal al hombre que se cogió a tu esposa?
El rostro de Rodolphus se contrajo, y sus ojos chispearon con una furia devastadora. La provocación de Harry había alcanzado su objetivo, desatando un odio tan visceral que consumió cualquier rastro de cordura en él. Un grito de rabia, casi animal, estalló de su garganta mientras levantaba la varita y lanzaba un potente rayo de magia oscura hacia Harry, movido solo por el impulso de destruir.
—¡Maldito seas, Potter! —rugió Rodolphus, su voz rasgada por la rabia y el humo espeso que llenaba la sala—. ¡No entiendes nada! ¡Ella fue obligada! ¡sé que ella sentía amor por mí!
Harry lo miró con una sonrisa burlona, como si le preguntara: ¿en serio? No respondiendo verbalmente.
—Dime, Rodolphus, ¿cómo se sintió que te hicieran un NTR? —continuó Harry, su tono ahora tan afilado como una cuchilla—. Sabías que Bellatrix estaba enamorada de Voldemort. Pero, aun así, aceptaste ser su peón, su perro faldero, mientras ella se entregaba a otro. Y tú solo podías escuchar desde la otra habitación.
Las palabras de Harry cortaron más profundo que cualquier hechizo. La cara de Rodolphus se contorsionó de dolor y rabia, y la furia en sus ojos alcanzó un nivel de demencia. Harry había dado en el blanco, rompiendo cualquier barrera de autocontrol que aún pudiera quedarle a su oponente. Cegado por la humillación y el odio, Rodolphus lanzó un poderoso hechizo explosivo, que impactó contra una pared cercana. El estallido fue brutal, y una sección del techo se desplomó en un estruendo ensordecedor, lanzando fragmentos de piedra y madera por todas partes.
Harry, preparado, conjuró un "Protego" que desvió los escombros que caían, protegiéndolo del derrumbe. Pero la rabia de Rodolphus no mostraba señales de menguar. Al contrario, su magia se volvía más errática, cada hechizo cargado de un poder destructivo cada vez mayor. El salón se estremecía bajo la intensidad del duelo, mientras el fuego seguía avanzando, envolviéndolos en un calor sofocante.
Para Harry, la batalla ahora era cuestión de aguantar, de dejar que Rodolphus se consumiera en su propio odio hasta que quedara vulnerable.
—¡Cállate! —rugió Rodolphus, con los ojos desorbitados de ira y desesperación—. ¡No sabes nada de nosotros!
Harry dio un paso adelante, imponiendo, una mirada de frio desprecio. Rodolphus, atrapado entre su propio odio y el fuego que consumía el edificio, se sentía como una bestia acorralada frente a su cazador.
—Solo sé —replicó Harry, su voz helada— que ahora estás cuidando a la hija que tuvo con otro hombre. Me pregunto si alguna vez lo consideraste un honor —hizo una pausa, dejando que las palabras se impregnaran de veneno—, que tu amo Voldemort se acostara con tu esposa. ¿Sientes que fue una bendición?
Rodolphus temblaba, sus manos crispadas en torno a la varita, pero Harry no se detuvo.
—Y hablando de eso, ¿por qué prefieres llamarte "tío" y no asumir tu nombre? Quizás... —Harry lo miró con desprecio— ...no quieres que te asocien con ella. Después de todo, Bellatrix fue una posesión más de tu amo, ¿verdad? No tu esposa, sino un trofeo que ni siquiera tú pudiste reclamar.
Esas palabras fueron el golpe final, la chispa que encendió la última chispa de cordura en Rodolphus, sumiéndolo en una locura absoluta. Con una expresión de furia y dolor, alzó la varita, su mirada enloquecida y fija en Harry, su único objetivo.
—¡Avada Kedavra! —gritó Rodolphus, el verde destello de la maldición iluminando su rostro contorsionado por la locura.
Harry reaccionó en el último instante, lanzándose a un lado mientras el rayo verde cruzaba el aire y se estrellaba contra una pared, desintegrando parte de la estructura en una explosión cegadora. Mientras el polvo y los escombros se asentaban, Harry se alzó de nuevo, su varita lista.
Lanzando un potente "Confringo" que impactó de lleno en Rodolphus, arrojándolo violentamente contra una pared.
Rodolphus cayó al suelo, aturdido, con el cuerpo cubierto de polvo y heridas. Intentó levantarse, pero su cuerpo traicionaba cada esfuerzo; la furia que antes lo impulsaba había comenzado a desaparecer. Harry se acercó lentamente, su varita en alto y la mirada implacable.
—Este es tu fin, Rodolphus —declaró Harry, su voz cargada de una severidad que no admitía réplica—. Volverás a Azkaban
—¡Noooooo! —gritó Rodolphus, herido y sin esperanzas, haciendo un último esfuerzo alzando su varita en un acto desesperado de desafío. Pero Harry fue más rápido. Con un "Stupefy" preciso y decisivo, desarmó a Rodolphus, y el sonido de la varita cayendo al suelo resonó en el espacio, seguido por el golpe sordo de su cuerpo al desplomarse, inconsciente.
Mientras Harry lo observaba yaciendo en el suelo, sintió el peso de la victoria asentarse sobre sus hombros, un peso más amargo que triunfante. Rodolphus estaba derrotado, pero Harry sabía que esto no era más que una batalla ganada en una guerra aún en curso. Delphini seguía libre.
Dejando de pensar en ello, Harry lo levantó y comenzó a sacarlo de la mansión con un hechizo de levitación, su mirada fija en el rostro inconsciente de Rodolphus mientras las llamas se intensificaban a su alrededor, proyectando sombras inquietantes sobre las paredes destrozadas de la mansión. La frustración hervía en su interior.
Ya afuera, intentó calmarse mientras evaluaba la situación. Había tratado de usar la legeremancia, pero había subestimado las defensas mentales de Rodolphus. Aquel hechicero oscuro tenía su mente protegida por una oclumancia que, más que simples bloqueos, parecía envuelta en capas de oscuridad impenetrable. Cada intento de acceder rebotaba contra una muralla densa y sombría, bloqueando todo acceso a la información que buscaba.
—No está funcionando —admitió Harry en voz baja, retrocediendo mientras su mente sopesaba alternativas.
Uno de los aurores se acercó, observando la situación con cautela.
—¿Y ahora qué hacemos, Harry? ¿Regresamos a MACUSA para reforzar la defensa o intentamos sacar algo de información con Veritaserum? —preguntó, visiblemente tenso.
Harry reflexionó un instante. Veritaserum era una opción, pero no tenían tiempo era mejor ir a ver el resultado de la batalla de MACUSA.
—No podemos perder más tiempo aquí —respondió Harry con determinación—. No sabemos cuánto avanzó el plan de Delphini ni cuántos de nuestros efectivos pueden necesitar ayuda en MACUSA.
Miró de nuevo a Rodolphus, quien seguía inmóvil, ajeno al caos que había dejado atrás.
—Llévenselo bajo custodia —instruyó Harry—Quizás podamos sacarle más información a este desgraciado después.
Los aurores asintieron y comenzaron a asegurar a Rodolphus para transportarlo.
Pero antes de que pudiera dar nuevas órdenes, uno de los aurores que había estado en contacto con el cuartel apareció corriendo desde el otro extremo del perímetro, con el rostro pálido y la respiración agitada.
—¡Harry! Acabo de recibir noticias de MACUSA —dijo el auror, los ojos desbordantes de urgencia—. Los aurores que enviamos como refuerzos encontraron a Delphini y a sus seguidores. La pelea ha estallado en plena calle; parece que han lograron interceptarlos a tiempo.
Harry sintió un vuelco en el estómago. Esta podría ser la oportunidad de atraparla: si Delphini estaba luchando contra MACUSA y sus fuerzas estarían debilitadas, así el margen de error debería ser menor. Sabía que, con ella agotada, la posibilidad de detenerla de una vez por todas era más real.
—Reúnan a todos los aurores disponibles —ordenó, poniéndose de pie con rapidez—. Nos vamos de inmediato.
La mansión en llamas quedaba atrás, un símbolo del caos que Delphini había desatado, pero Harry lideraba ahora a sus aurores con una determinación férrea. Sabía que esta batalla estaba lejos de terminar.