Chereads / Fate: Nuevas Fronteras (Spanish) / Chapter 5 - Capitulo 5: "La Noche de la Tempestad: El Auge del Caos"

Chapter 5 - Capitulo 5: "La Noche de la Tempestad: El Auge del Caos"

Punto de vista. Tercera persona

Poco antes de la invasión

Desde la oficina del presidente del Magicongreso Único de la Sociedad Americana (MACUSA), las luces de Nueva York brillaban a través de los amplios ventanales, creando una tranquila contradicción a la tensión en el aire. En la sala, un mapa detallado de Estados Unidos dominaba el espacio, cubierto de marcas y símbolos mágicos, mientras se acumulaban informes, cada uno reforzando la gravedad de la situación.

El presidente, un hombre de mediana edad, tenía el ceño fruncido y los hombros tensos mientras revisaba un informe sobre la exposición mágica a gran escala en Nueva Jersey.

—Mmm… siguen ocurriendo problemas tras problemas—murmuró—. Ya sea una exposición masiva, esa pandemia o el comportamiento errático de los muggles, todo está poniendo a todos muy nerviosos. Y por si no fuera poco, también está esto.

 

Miró el informe enviado por el Ministerio de Magia británico hace un mes. Según el documento, una peligrosa criminal conocida como Delphini había llegado a Estados Unidos. Utilizando Legilimancia, una habilidad que permite a un mago o bruja acceder a los pensamientos y recuerdos de otra persona, algunos de sus seguidores habían filtrado información crucial: su objetivo parecía ser un conjunto de giratiempos altamente protegidos en las instalaciones de MACUSA.

 

Cada vez que recordaba lo que decía, el presidente sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. La seguridad de la comunidad mágica dependía de sus decisiones. Sabía que había que actuar antes de que Delphini lograra su objetivo, y la cooperación internacional sería fundamental en este momento crítico.

 

—Delphini... —murmuró el presidente, recogiendo el informe sobre su carácter elaborado por MACUSA—. Los ingleses la consideran una maga sin igual en cuanto a ambición y capacidad de destrucción. Es como un eco de Grindelwald, pero no tiene el deseo de proteger a los magos ni veo el hambre de poder de su padre en ella... parece otra cosa.

 

Se detuvo un momento, reflexionando sobre las implicaciones de sus palabras.

 

—¿Será la misma obsesión de resucitar a su padre que demostró la última vez? No... debe haber algo más —concluyó, su voz grave resonando en la sala.

Se enderezó en su silla, poniendo su mirada en la ciudad más allá del ventanal. A su espalda, el mapa y los informes parecían observarlo, una constante advertencia de lo que estaba en juego.

 

"Si realmente estás detrás de los giratiempos, no te permitiremos que caigan en tus manos", pensó con determinación. "Solo un poco más y todo terminará".

 

Tras una investigación exhaustiva, MACUSA había localizado su escondido hace una semana, en las afueras de la ciudad. Desde entonces, MACUSA y el Ministerio de Magia británico habían acordado enviar una fuerza para invadir su base, y hoy sería el día de hacerlo. El plan parecía ser muy sólido, pero el presidente aún no podía sacudirse el mal presentimiento que lo acompañaba.

 

La oportunidad de capturar a Delphini era crucial; perderla podría traer consecuencias irreparables, especialmente en un momento tan delicado. La pandemia mundial en el mundo muggle estaba generando tensiones sin precedentes y, en este contexto, cualquier distracción podría ser desastrosa.

 

El presidente volvió a poner su mente en observar Nueva York una vez más, tratando de encontrar confianza en la vista.

 

—No podemos permitir que esto se alargue —declaró, en un intento por convencerse a sí mismo—. Su mera presencia es una amenaza; el daño que podría causar va mucho más allá de lo que sabemos. Esto podría tener repercusiones catastróficas para el mundo mágico y, para el muggle.

 

Entonces, un sonido agudo y persistente rompió el aire: las alarmas mágicas comenzaron a resonar en todo el edificio. Un escalofrío recorrió al presidente cuando las luces parpadearon, y un asistente irrumpió en la sala, el rostro pálido y descompuesto.

 

—¡Señor! —jadeó, apenas capaz de recuperar el aliento—. ¡Han entrado! Los muggles... ellos están... armados. Están atacando.

 

 

El presidente de MACUSA sintió un frío helado en la boca del estómago mientras asimilaba la noticia.

 

—Muggles... ¿armados? —su voz era apenas un susurro, entre incredulidad y horror justo hace poco había enviado la mayoría de sus fuerzas fuera de la ciudad—. ¿Cómo...? No puede ser...

 

Sin tiempo para procesar la situación, cruzó la sala a grandes zancadas hacia la puerta. Fuera, los pasillos vibraban de pánico y gritos; aurores y empleados corrían en todas direcciones, y algunos intentaban conjurar barreras y hechizos de protección para contener el ataque.

 

Desde las escaleras se escuchó una serie de disparos, retumbando como ecos profanos en el sagrado edificio de MACUSA. Las balas atravesaban el aire, impactando con brutalidad en las paredes encantadas, algunas dejando profundas marcas que chisporroteaban con energía mágica al intentar repararse solas. Un auror cayó al suelo, su varita aún alzada en una defensa inútil, mientras varios más se cubrían, sorprendidos y sin preparación para el caos que los muggles, controlados bajo el hechizo Imperius, estaban desatando con frialdad mecánica.

 

—¡Maldición! ¡No estábamos preparados para esto! —gruñó uno de los aurores, lanzando un "Protego Máximo" que envolvió una de las puertas para bloquear la entrada de los muggles, que disparaban sin tregua. Sin embargo, la magia y la pólvora formaban un cruce letal: el hechizo no era infalible, y cada bala que pasaba quebraba su estructura.

 

En el vestíbulo principal, Cassius observaba la masacre con una mezcla de nerviosismo y euforia. Su enérgica presencia, enmascarada bajo el traje de un empleado, le daba libertad para moverse entre los empleados y civiles que huían, y al ver una columna cercana, apuntó su varita.

 

—¡Confringó! —murmuró con fervor, y la explosión resultante fue devastadora. Fragmentos de mármol volaron por todas partes, hiriendo y desorientando a las aurores que intentaban contraatacar. Cassius irritante, el poder en sus manos le resultaba intoxicante.

 

Desde la retaguardia, Septimus se movía de manera sigilosa, asegurándose de que las puertas y ventanas quedaran selladas con hechizos para atrapar a las aurores. Su rostro que normalmente mantenía una calma ahora estaba lleno de emociones mientras observaba la destrucción, aunque su mirada reflejaba una mínima vacilación. Nunca había visto tal violencia, y aunque seguía todas las instrucciones que le daba el tio de delphine al pie de la letra, no podía evitar algo en su interior decía que el caos estaba por convertirse en algo imposible de controlar.

 

En las oficinas superiores, los empleados de MACUSA se amontonaban, desesperados. Algunos intentaban salir por los pasillos, solo para encontrarse con los armados muggles que les bloqueaban el paso. Desde la sala de control, las alarmas emitían luces rojas, intensificando la sensación de encierro.

 

—¡presidente! —exclamó un auror, apareciendo junto a un presidente, respirando con dificultad—. Están entrando por todas partes. He reconocido a dos grupos de atacantes: uno está dirigido por Septimus, el que está manipulando a los muggles, y el otro grupo se ha mezclado con los empleados y civiles para causar aún más caos. Hemos identificado a uno de ellos como Cassius; son seguidores de Delphini. ¡Nos han invadido!

El presidente apretó los dientes. Su decisión de enviar parte de sus fuerzas a las afueras, confiando en la información británica, los había dejado vulnerables en el momento más crítico.

 

—¡Contacten a nuestras aurores en misiones! —ordenó con voz firme, tratando de suprimir su furia—. Que regresen... estamos bajo ataque. Y que las aurores aún en el edificio se reúnen en el vestíbulo. ¡Es hora de contraatacar!

 

El auror ascendió y se apresuró a salir de la sala, dejando al presidente que estaba a punto de explotar de furia.

 

El presidente se dirige con determinación hacia las escaleras, sin dar lugar a la desesperación. Por mucho que el edificio temblara bajo la brutalidad de los atacantes, estaba dispuesto a luchar hasta el final para impedir que Delphini y sus seguidores tomaran el control de MACUSA.

 

El presidente descendió las escaleras con pasos firmes, y este comenzó a sacar cosas de su bolsa mágica mientras sus ojos se endurecían, preparados para el combate. Los aurores restantes se reunían en el salón principal, algunos lanzando barreras mágicas mientras otros se armaban con grimorios, pociones y artefactos mágicos en un último intento por contener el ataque.

 

El presidente, un hombre alto de piel oscura y porte majestuoso, tenía un aire imponente que infundía respeto y confianza a quienes le rodeaban. Se había quitado la camisa y llevaba varios objetos mágicos alrededor de su cuello, una mezcla de diversas culturas africanas y tradiciones mágicas nativas americanas. Lo único similar a otros magos de la era que utilizaba una varita, pero esta estaba tallada a mano con diseños geométricos y emanaba un brillo rojo, destacando entre la multitud de aurores estadounidenses que usaban trajes formales, como era costumbre en el país.

 

—¡Formación defensiva! —ordenó con voz potente, dirigiendo a las aurores a bloqueando las puertas y las ventanas mientras ellos mismos se posicionaban alrededor de la sala en círculo.

 

Cassius, notando la organización de sus oponentes, sonriendo con arrogancia y gritó a sus compañeros—. ¡Vamos, mantengamos la presión! ¡Ya no tienen salida!

 

El presidente elevó su varita con movimientos suaves, trazando patrones en el aire que parecían bailar al compás de su voluntad. Con un giro de muñeca, conjuró un Mazi Odi, un hechizo de origen yoruba, creando una barrera de energía incandescente que envolvió a sus compañeros como un escudo, bloqueando balas y hechizos. A diferencia de un Protego Máximo, esta barrera se regeneraba con cada impacto, absorbiendo la energía de los ataques para fortalecerse.

 

—¡Cubran las entradas con todo lo que tengan! —dijo, mientras los hechizos y las balas chocaban contra la protección.

 

Septimus, desde un rincón oscuro, observó la situación y decidió que debía destruir la barrera antes de que llegaran los refuerzos. Con un susurro suave, comenzó a invocar un hechizo de drenaje, haciendo que una neblina de energía verde envolviera la barrera, debilitándola lentamente.

 

El presidente, notando el cambio en la energía, dio un paso adelante y lanzó un hechizo de contraataque: Ubatama Nyoka. Era una magia compleja, inspirada en antiguas tradiciones de guerra, que conjuraba serpientes de humo negro para rodear a los oponentes y distraerlos. Las serpientes se movían con rapidez, enredándose alrededor de los brazos de Cassius y Septimus, inmovilizándolos brevemente.

 

—¡Ahora! —gritó el presidente, aprovechando la distracción para guiar a sus aurores hacia una formación de ataque. Sabia que tenía que terminar con esta invasión antes que delphine apareciera.

 

Cassius, aunque inexperto, recuperó rápidamente la compostura y lanzó un potente Expulso, un hechizo de impacto que envió una onda expansiva hacia el frente, rompiendo la formación defensiva de los aurores y deshaciéndose de las serpientes de humo. Las ondas de energía chocaron con las paredes, haciendo temblar el edificio.

 

El presidente esquivó la explosión con agilidad, girando en el aire y aterrizando con un chasquido de su varita que desató un Ndoto Pata, un hechizo que conjuraba cadenas etéreas desde el suelo. Estas serpenteaban hacia Cassius, buscando amarrarlo a la piedra del suelo.

 

—Eso es todo lo que tienes? —se burló Cassius, con el rostro cubierto de polvo y una chispa de emoción en sus ojos. Aún novato, sintió una adrenalina incontenible al enfrentarse al presidente de MACUSA.

 

—Solo hemos comenzado —replicó el presidente, con una calma feroz.

 

Pero mientras las cadenas se enroscaban alrededor de Cassius, Septimus avanzó, lanzando un Finite Incantatem para deshacer la magia de las cadenas. Aunque lograba liberar a su compañero, el costo de deshacer múltiples hechizos tan poderosos comenzó a agotarlo. Aún así, continuó con firmeza, decidido a cumplir la misión de Delphini.

 

La sala se llenaba de gritos y estallidos, cada hechizo resonando como un trueno que retumbaba en el mármol y metal del edificio. Los aurores y los seguidores de Delphini se mantenían en un constante intercambio de fuego cruzado. Los aurores, que hasta hace unos minutos habían sido tomados por sorpresa, ahora daban pelea con una ferocidad que empezaba a mermar las fuerzas de los atacantes.

 

El presidente conjuró una tormenta de chispas con Utu Kimbunga, un hechizo que lanzaba un estallido de energía a través del suelo, derribando a varios muggles y obligando a los magos atacantes a retroceder. En medio del caos, la voz grave del presidente resonó, calmada pero decidida.

 

—Escuchen, todos. Este edificio representa la magia, nuestra historia y nuestra fuerza. ¡No permitiremos que caiga ante esta tiranía!

 

Cassius, entre jadeos y respiraciones pesadas, miró a Septimus y gritó—. ¡No nos dejaremos vencer! ¡por este tipo raro!

 

Ambos bandos se encontraban en un punto muerto, un equilibrio frágil y agotador donde cada hechizo lanzado drebaba energías y dejaba a los magos al límite de sus fuerzas. La barrera del presidente comenzaba a fallar bajo el constante ataque, mientras Cassius y Septimus, junto a sus fuerzas restantes, intentaban mantener el asedio sin dejar de lanzarse con una intensidad desbordante.

 

Y entonces, en ese instante de tensión, el presidente observará a su alrededor y supo que el próximo movimiento decidiría el curso de la batalla. Su determinación era absoluta; no dejaría que MACUSA cayera en manos de Delphini. Con un último y profundo suspiro, levantó su varita para lanzar uno de sus conjuros más poderosos, consciente de que ambos lados estaban al borde del agotamiento…

 

 

Punto de vista de Delphine

 

Mientras comenzaba el caos y el estruendo en el vestíbulo, avancé rápidamente hacia los niveles inferiores del edificio, oculta bajo la capa de un civil a quien había desarmado discretamente al entrar. Con cada paso, las sombras se extendían a mi alrededor, y no pude evitar sonreír al ver cómo mi plan se desarrollaba a la perfección. Pensé que sería más complicado, pero resultó sorprendentemente fácil. Sabía que los magos estadounidenses estaban siempre ocupados escondiendo su presencia, dejando a la mayoría de los aurores fuera, ocupados con falsas pistas que sembramos cuidadosamente.

 

—¡Vamos! —ordené a mis seguidores, mi voz cortante y firme—. ¡Los giratiempos no están lejos!

 

Nos acercamos a una puerta imponente custodiada por dos guardias de piedra. Era casi ridículo lo rápido que cayó; Parecían temibles, pero la mayor resistencia fue la puerta, reforzada con hechizos de seguridad. Sin titubear, levanté mi varita y, junto a mis seguidores, lanzamos una explosión que retumbó en los muros hasta que la puerta pasó. No importaba qué tipo de hechizo utilizaran para evitar que pasamos; si la puerta no podía aguantar el poder bruto, no servía. Al abrirse, reveló una cámara iluminada por el brillo dorado de los giratiempos, alineados y protegidos dentro de vitrinas encantadas.

 

—Aquí están —murmuré, contemplando esoss artefactos con una nostalgia que no esperaba.

 

No sentí euforia ni satisfacción. Tenía los giratiempos al alcance, pero no me traían la alegría que había imaginado. Solo sentí una calma helada, ese vacío que reemplazó mi anhelo cuando lo único que quedó fue ambición. Mientras uno de mis seguidores guardaba cuidadosamente los giratiempos en un saco protegido, observé esos dispositivos, conscientes de que eran capaces de cambiar el destino de cualquiera, de girar la historia entera, igual de fácil que romper un hilo.

 

—Ya tenemos lo que vinimos a buscar —dije con indiferencia—. Vámonos.

 

Pero justo cuando iba a dar la orden de retirada, una voz áspera y cansada resonó en mis oídos. Era mi tío, contactándome a través del hechizo de comunicación. Me detuve un instante, parpadeando mientras su tono urgente atravesaba el vínculo.

 

—Delphini... tenemos problemas en la mansión. Harry Potter y varias aurores han llegado. Han matado a varios de los nuestros; Los demás resisten, pero no por mucho.

 

El nombre de Potter surgió una chispa de rabia en mi interior. Volví la mirada hacia la dirección de la mansión, mis ojos destellando con furia mientras procesaba sus palabras. No era sorpresa, sino una molestia profunda la que me dominaba.

 

¿Harry Potter? —repetí, casi aburrida, con un tono peligrosamente calmado—. Parece que esta vez llega tarde. No importa. Seguimos adelante. Si lo encontramos, lo matare junto con todos los demás.

 

Pero la voz de mi tío se volvió incierta, casi temblorosa, con una gravedad inusual.

 

—Potter ha rodeado la mansión. Colocó barreras antiaparición. No creo que logre salir —dijo, su tono grave—. Sé que no tienes el poder abrumador de un Señor Oscuro... así que, si vienes a ayudar, será un suicidio.

 

Durante un breve instante, sentí una inquietud que se reflejó en mi rostro: la aparición de un hechizo que te permite teletransportarte a lugares conocidos. Era muy útil y cualquier mago decente lo conoce; sirve para salvarte la vida en circunstancias peligrosas. Y ahora, mi tío no podía utilizarlo para escapar, lo que significaba que, en ese momento, mi rostro se endureció por un fugaz instante mientras comprendía sus palabras.

— ¿Eso te preocupa? —pregunté, afilando mis palabras ante esta situación tan irritante—. ¿Crees que volveré a perder ante Potter? Estoy segura de que esta vez…

—¡Escucha, Delfini! —me interrumpió con una desesperación que jamás había visto en él—. No tengo tiempo para discutir. Solo te pido que no regreses aquí. Este lugar será destruido pronto. Termina tu plan. Conviértete en algo más allá de tu padre, más allá de cualquier otro mago. —Mientras decía esto, sentí que usaba algún tipo de magia, y de pronto pude ver lo mismo que él estaba viendo.

 

Al otro lado de la ciudad, él inclinaba la cabeza, compartiendo su perspectiva conmigo. Desde la ventana observaba cómo cientos de aurores avanzaban, enfrentándose con brutalidad a los últimos seguidores que defendían nuestra base. Entonces su mirada se encontró con la de Harry Potter, y la determinación en los ojos de Harry era clara: no se detendría hasta destruirnos.

 

—Deshazte de Potter —fue lo último que me dijo, con amarga resignación—. Haz lo que sea necesario. Si no puedes, asegúrate al menos de que sienta el sufrimiento.

 

Cerré la conexión abruptamente. Había conocido a ese hombre hacía menos de un año, y aunque no había afecto entre nosotros, compartíamos un lazo complejo. No era cariño, sino una especie de respeto y pertenencia, algo que cirugía de nuestra conexión con mi madre y mi padre. Ahora él parecía decidido a partir, quizás para siempre.

 

El sentimiento de pérdida me incomodaba, pero no era momento para sentimentalismos. La situación era crítica, y ahora comprendía por qué la invasión a MACUSA había sido tan fácil: la mayoría de los aurores no solo estaban ocupados intentando controlar las fugas de información falsa que habíamos implantado, sino que también se habían reunido para atacar nuestra base. Fue pura suerte que escogieron justo este momento.

 

Tenía que mantenerme enfocada y actuar con decisión. Mientras me dirigía hacia la salida, los gritos y explosiones en la distancia ya no me producían euforia, sino una creciente irritación. Eran un ruido molesto que ya no tenía interés en escuchar.

 

Mientras subía hacia los niveles superiores, la ruidosa pelea a mi alrededor se hacía cada vez más intensa, y una extraña irritación crecía dentro de mí. Sin embargo, justo al llegar a la planta central, una figura inesperada me hizo detenerme en seco.

 

Allí estaba él, un hombre de mediana edad con el torso desnudo, imponente y decidido. Su puerta desprendía autoridad, y en su indumentaria llevaba objetos mágicos de diversas culturas; Pude identificar amuletos de origen africano y nativo americano. Me oculté en las sombras, observando con cautela mientras escudriñaba el caos a nuestro alrededor y medía cada detalle de su presencia. En un vistazo supe que este hombre era fuerte y además vi como manejaba una magia desconocida para mí. En sus ojos vi una resolución inquebrantable, parecida a la de Potter cuando lo observó a través de la mente de mi tío. Aquello me molestó más de lo que debería.

 

El mago inspiró profundamente, reuniendo su poder en un solo gesto, y se arrancó un collar lleno de plumas y cuentas, dejándolas volar en el aire. Levantó su varita y conjuró un hechizo que generó una potente onda de luz, expandiéndose en un resplandor cegador que lanzó a varios de mis seguidores hacia atrás. Una barrera comenzó a formarse, crepitando con un poder abrumador mientras avanzaba rápidamente. Absorbía la energía de cualquiera que intentara acercarse, drenándolos mientras se fortalecía. Las aurores permanecían ilesos, pero mis seguidores y la mayoría de los muggles quedaron paralizados, sus cuerpos exhaustos y vulnerables.

 

Sabía que debía intervenir, o mis seguidores caerían, dejándome sin fuerza en esta batalla.

 

No había venido hasta aquí para ser una sombra. La irritación latía en mi interior, lista para desbordarse. Ese hombre, con su falsa nobleza y sus ideales caducos, representaba todo lo que debía desaparecer. Sin dudarlo, apunté con mi varita y avancé, dejándome viera por primera vez.

 

—¡Fuego demoníaco! —pronuncié con voz firme, invocando llamas demoníacas que se retorcieron en el aire antes de impactar contra la barrera. Las llamas empezaron a devorarla, abriendo paso mientras la magia oscura emitía un silbido siniestro.

 

El mago se giró hacia mí, con los ojos endurecidos por una resolución férrea. Apenas parecía sorprendido por mi ataque, y justo cuando las llamas estaban a punto de alcanzarlo, conjuró un poderoso escudo que desvió mi hechizo con una fuerza que no esperaba. La barrera se disipó en el aire, pero el agotación era evidente en su rostro, y vi cómo su respiración se volvía errática.

 

Sin darle tiempo para recuperarse, aproveché su fatiga. —¡Avada Kedavra! —grité, y el rayo verde voló hacia él. Sin embargo, el impacto fue absorbido por un amuleto colgado de su cuello, que se destelló con luz antes de deshacerse en pedazos. Me detuve por un instante, sorprendida; no cualquiera podía sobrevivir a la Maldición Asesina. La irritación aumentó en mí, y lo miré con desprecio.

 

—Eso es todo lo que tienes, presidente? —le murmuré, dejando que el sarcasmo destilara en cada palabra—. No me impresionas, estásndo. Al ritmo que vas, acabarás muerto.

 

—Tus palabras son como veneno, señorita, pero no importa, pues la historia está llena de gente como tú: vulgares, destructivas y, al final, fugaces. Y hoy, te aseguro que te convertirás en una más.

 

Su respuesta solo avivó mi ira, y mientras estaba distraída, sin perder tiempo lanzó el primer ataque, desatando un hechizo desconocido para mí. No dudé en enfrentarme a él; mi varita reaccionó de inmediato, conjurando Avada Kedavra.

 

Los dos hechizos se encontraron en el aire, y nuestras fuerzas competían en una batalla implacable, hasta que la tensión culminó en una explosión de energía brutal, que lanzó destellos verdes y carmesíes en todas direcciones. La sala se llenó de un estruendo ensordecedor mientras aurores, mis seguidores y los muggles bajo control reiniciaban una lucha caótica. El espacio se convirtió en un campo de batalla incontrolable, donde hechizos letales volaban de un lado a otro, chocando contra las paredes y dejando marcas ardientes en el suelo.

 

Aurores y seguidores se enfrentaban con igual ferocidad; los primeros, movidos por la determinación de detenernos a toda costa, y los segundos, guiados por una lealtad feroz hacia mí y una desesperación palpable. Los pocos muggles controlados se lanzaban con movimientos torpes pero implacables, como peones forzados en una partida en la que no tenían nada que ganar. Algunos, heridos y sangrando, aún seguían atacando, apenas conscientes del riesgo, disparando a los aurores y recibiendo hechizos que los empujaban hacia atrás como muñecos rotos.

 

 

—¡No tienes idea de lo que he sacrificado para llegar aquí! —le espeté con furia mientras un Confringo brotaba de mi varita. La explosión sacudió las paredes, lanzando polvo y escombros y forzándolo a retroceder unos pasos—. ¡No eres más que un obstáculo en mi camino! Un peón apenas más fuerte que los demás.

Él me observó con el rostro ensombrecido, dando un paso atrás antes de hablar en tono amenazante:

 

—Crees que me importa lo que tuviste que hacer. Ha osado atacar mi tierra, y eso no tiene perdón. No habrá piedad para ti.

 

Con un grito furioso, el presidente sacó de su cinturón un extraño amuleto en forma de perro tallado con símbolos extraños y lo lanzó al aire. De inmediato, el objeto brilló y se expandió, tomando la forma de un lobo gigantesco hecho de energía verde y sombras profundas, como si fuera una encarnación de antiguas fuerzas olvidadas. La criatura tenía ojos centelleantes y una mandíbula capaz de atravesar el acero. Con su primer rugido, la temperatura bajó y la atmósfera se tensó con una vibración mágica que parecía una advertencia.

 

El lobo avanzó hacia mí con una rapidez salvaje. Apenas alcé un escudo antes de que el espíritu rompiera la barrera en mil pedazos, forzándome a retroceder. Cada paso que daba resonaba en el suelo como una onda de choque, y en el aire, su presencia hacía que mi piel hormigueara de energía antigua y poderosa. Sabía que no era un hechizo común; era una criatura materializada de las artes oscuras y rituales que no comprendía.

 

Con un movimiento rápido de mi varita, conjuré un rayo de energía oscura, apuntando directamente a su flanco. El rayo lo impactó en el costado, creando una pequeña explosión que solo lo hizo retroceder un paso. El lobo sacudió su melena etérea, soltando un gruñido y, con las fauces abiertas, se lanzó sobre mí. Me lancé a un lado, esquivando por poco, pero al pasar cerca de mí, una oleada de energía agotadora recorrió mi cuerpo, haciéndome tambalear. Sentí que la criatura drenaba la vitalidad misma de mi magia cada vez que se acercaba.

 

El presidente observaba la batalla, tenso, con una sonrisa satisfecha en el rostro.

 

—¿Aún no lo entiendes? —dijo con una calma cruel, aunque el sudor en su frente revelaba el esfuerzo que requería controlar a su bestia—. Un solo toque de mi Lobo de Ébano y te destruirá. Ríndete, y podrías evitar una muerte dolorosa.

 

Una carcajada escapó de mis labios, resonando en el aire tenso de la sala.

 

—¿Rendirme? —repliqué con desprecio—. Tu lobo es impresionante, pero no más que un obstáculo temporal para mi victoria.

 

Mis palabras parecieron enfurecerlo. Su mirada se endureció mientras aumentaba su control sobre la criatura, que lanzó un rugido ensordecedor y se lanzó a la carga. Levanté mi varita y conjuré un hechizo cortante, que cruzó el aire en un haz de luz brillante. El lobo, con una agilidad sobrenatural, saltó para interceptar el hechizo y, con un mordisco feroz, lo deshizo en partículas, avanzando hacia mí con un odio casi tangible.

 

Me preparé para esquivarlo de nuevo, pero un nuevo sonido llenó la sala: los gritos de guerra de mis seguidores, que entraban triunfantes desde el corredor, habiendo aniquilado a los aurores. Esto sorprendió a mi rival, quien se dio cuenta de que sus aliados habían sido rápidamente eliminados. Para mí, era obvio que mis seguidores ganarían, y que lo harían pronto. El MACUSA estaba casi vacío cuando llegamos, y el ataque de los muggles había diezmado a una parte considerable de los aurores. Los pocos que quedaban no podrían crear un milagro, al menos no sin la ayuda del presidente, quien parecía ser el mago más fuerte de todo el MACUSA.

 

La distracción creada por mis seguidores fue momentánea, pero suficiente. A pesar de su mirada furiosa, el presidente cometió el error de voltear un instante hacia la entrada, sorprendido por la llegada de mis aliados. Aprovechando la oportunidad, canalicé todo mi poder y conjuré Avada Kedavra, dirigiéndolo directamente a su pecho. Su varita brilló mientras intentaba levantar un escudo, pero fue demasiado lento. Uno de sus amuletos en el cinturón se rompió, absorbiendo el impacto letal antes de hacerse trizas. El presidente jadeó, y vi un destello de verdadero miedo en sus ojos; por primera vez, parecía darse cuenta de que la derrota era inminente.

También me di cuenta, a través de su expresión, de que parecía ser el último amuleto salvavidas que tenía. Cuando intenté seguir con la victoria y lanzarle otro hechizo, vi que la criatura aún se dirigía hacia mí, emitiendo un aullido de furia al ver a su amo en ese estado. Se abalanzó sobre mí, pero varios de mis seguidores se interpusieron rápidamente, lanzando una serie de maldiciones hacia el lobo, lo que lo hizo detenerse en seco.

 

Al ver esto, dirigí lentamente mi varita hacia el presidente, una sonrisa de triunfo dibujándose en mi rostro.

 

—¡Acaben con él! —les grité a mis seguidores, mi voz resonando con un júbilo contagioso.

Cassius y Septimus se unieron a la ofensiva sin dudar. Cassius lanzó un "Fulgur" —una descarga de rayos azules que chisporrotearon en el aire, buscando herir y desorientar tanto al presidente como a su lobo etéreo— mientras Septimus conjuraba un "Petrificus Tempestas", creando un torbellino de energía petrificante que envolvió a la criatura, intentando inmovilizarla. El lobo titubeó bajo los ataques, pero, con un aullido salvaje, avanzó nuevamente, lanzándose con una embestida feroz hacia Cassius. Varias maldiciones explosivas lanzadas en rápida sucesión por los otros seguidores lo hicieron detenerse, dispersando un humo espeso en el aire.

 

Aproveché la distracción y apunté mi varita directamente hacia el presidente, conjurando un "Avada Kedavra" con un solo pensamiento de victoria. Sin embargo, él levantó su varita y, con evidente esfuerzo, logró bloquear el hechizo mortal, aunque su postura delataba el agotación.

 

Aún conservaba la determinación del principio, pero ahora se podía ver destellos de miedo en sus ojos, un reconocimiento de su inevitable fracaso. La batalla se hacía cada vez más difícil para él.

—Parece que te estás quedando sin energías, presidente —le espeté con frialdad, deleitándome en su desesperación.

 

Sin decir una palabra el, levantó su varita con dificultad, intentando un contraataque. Fue entonces cuando Septimus lanzó su propia maldición mortal. El presidente apenas logró conjurar una barrera de protección que absorbió el impacto, pero el esfuerzo lo obligó a caer de rodillas, jadeando.

 

Sin dudarlo, levanté mi varita por última vez.

 

—Avada Kedavra —susurré, con la mirada fija en su rostro. La luz verde impactó en el pecho del presidente, y su vida se extinguió en un instante, dejando un pesado silencio en el ambiente.

 

El cuerpo del presidente se desplomó, y su lobo etéreo comenzó a desvanecerse lentamente, disolviéndose en el aire al detenerse la magia que lo sostenía. Cassius y Septimus se acercaron a mí, respirando con dificultad, pero con una chispa de satisfacción en sus miradas.

 

—MACUSA ha caído —murmuré, sintiendo la adrenalina del triunfo arder en mis venas mientras observaba el cuerpo sin vida del presidente a mis pies. La irritación que sentí por lo ocurrido con mi tío Rodolphus se alivió un poco.