«Siempre me tendrás afecto. Represento para ti todos los pecados que nunca has tenido el valor de cometer».
El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde.

Lucas observaba desde su posición que la situación era imposible. Viese por donde le viese, las posibilidades eran pocas o nulas. Ante su pensamiento, se recargó del carrito de comprar y bostezó aburrido, esperando ver el fracaso ante sus ojos. Sería fascinante verlo derrumbarse, sollozar como un bebé.
Por supuesto, esto sin ningún fin, más que de reírse escandalosamente, con todas sus fuerzas, de su sobrino. Después de todo, solo por eso accedió a acompañarlos a la papelería.
—Mamá —llamó inseguro.
—Oh, ahí está la mirada de cachorro pateado —pensó Lucas al verlo regresarse.
—¿Qué pasó, David? —Interrogó su madre con cierta preocupación por su tono de voz—. ¿No pudiste conseguir el papel construcción?
—Hay un gran bulto de señoras frente al mostrador —explicó aterrado—. Todas se ven agresivas y tengo miedo de que me avienten contra el suelo.
—Está bien, yo...
—Dejá de mimarlo tanto, Esther —intervino seriamente—. David ya tiene edad suficiente para conseguir sus propios útiles escolares —protestó, empujando el carrito contra su sobrino—. A ver, escuincle, ve a conseguir todo lo que está en esa lista o te voy a dejar aquí tirado.
—Pero las señoras...
—A mí me vale, David Ricardo —interrumpió, llevándose la mano contra el pecho—. No sé cómo le vas a hacer, pero quiero este carrito lleno y lo quiero ahora. A ver, papito ¿qué espera? ¿El año nuevo chino? —Chasqueó los dedos—. ¡Para ayer, cipote!
David retrocedió lo suficiente para no ser arrollado por su tío. Él iba en serio con dejarlo abandonado en la papelería si no conseguía, por lo menos, el papel construcción. Fue entonces que se vio motivado a comenzar con la lista de compras.
Si no llegaba a lograrlo, Lucas se habría divertido viéndolo fracasar y era eso, lo que él deseaba conseguir desde el comienzo.
—Deja de cambiarle el segundo nombre al pobre —pidió Esther, llevando su mano al hombro de su hermano—. Qué te encanta quitárselo.
—Eso lo motiva, lo irrita y lo confunde —se defendió, sin despegar la mirada de su sobrino—. No estoy aquí para hacerlas de tío consentido. Tiene que aprender a ser más independiente de ustedes y a conseguir sus cosas o...
David, se acercó tímidamente al final de la aglomeración que tenían las señoras frente al mostrador. Al ser época de inicio escolar, era normal que las papelerías se encontrasen en rebajas y todas las madres fuesen inmediatamente a conseguir los materiales de sus hijos. La mayor parte de ellas, eran madres de infantes.
—Disculpe —murmuró David—, ¿este es el final de la...?
Esther ahogó un grito en cuanto vio a su hijo tirado contra el suelo, tal y como él temió desde el comienzo. David se encontraba desorientado, casi sin conocimiento alguno, luego de recibir accidentalmente un codazo en la nariz.
Su madre y tío se acercaron a la escena, viéndolo desde arriba. Lucas sonreía burlón, en lo que su hermana atendía al moribundo adolescente. David no podía dejar de ver aquel gesto de burla en el contrario; sospechando de que todo fue un complot para lastimarlo innecesariamente.
—Siempre será derrotado en la vida —completó su frase inicial.
Lucas se inclinó hacia David para alcanzar la hoja de compras, de la cual se aferró hasta el último segundo, antes de ser arrebatada por su tío.
—En lo que termino con esto vete a comprar un helado o un chicle —dijo, tirándole un billete—. Me traes la factura y el cambio. No te vayas a pasar de listo conmigo.
Las ruedas del carrito rechinaron cuando retrocedió, como si estuviese manejando un auto. David se reincorporó, con ayuda de su madre, logrando levantarse menos dolorido.
—¡No puede ser, las mochilas de Mickey Mouse están en promoción! —Gritó Lucas, con gran entusiasmo.
Como era de esperarse, las madres de todos aquellos fanáticos infantes del ratón abandonaron su lugar en búsqueda del artículo. Por supuesto, Lucas sabía que estaban en promoción después de pasar veinte minutos esperando que David consiguiese sus cuadernos de la lista.
Lucas siguió avanzando con su carrito a paso moderado, asomándose hacia las otras madres, más tranquilas y directas con los vendendores. Era oficial, no necesitaba ayuda para pedir el resto de cosas. Lucas lo tenía todo bajo control de forma rápida y limpia.
Esther intentó animar a su hijo, pero este se retiró apenado con el dinero que le dio su tío. Ahora, sí deseaba comerse un helado y ahogar sus vergüenzas.

[. . .]
Sentado en la orilla del pavimento, David disfrutaba de un vasito repleto de helado acaramelado. Por alguna razón, sus padres le prohibían comer chocolate y el olor nunca le ha llamado la atención, como para comprar uno de ese sabor y descubrir el qué sucedería.
Comenzó a pensar en lo rápido que pasaron las vacaciones. Para David, era emocionante regresar a clases; aunque la verdad, su motivación residía en ver a sus amigos, más que en recibir su último año de bachillerato.
—¡Huesos, por aquí!
David alzó la cabeza al escuchar esa familiar voz. Fue interesante sostener la idea de que pensar en sus amigos, revelaría sus más honestas emociones con respecto a sus metas de último año.
El joven azabache, atravesaba velozmente el pavimento contrario, cruzando la calle. David se sorprendió al ver una de sus piernas enyesadas, mientras avanzaba apresurado. No demoró mucho en divisar al can siguiéndolo desde atrás, junto con tres perros más.
David se quedó sumamente quieto en cuanto lo vio frenar, para esperar a sus mascotas. A pesar de que eran amigos, David no deseaba que el azabache notase su presencia. Esperaba ser lo suficientemente invisible entre el espacio que ocupaba entre los autos de su madre y tío, para no llamar su atención.
—¿De quién te estás ocultando? —Lucas susurró en su oído.
Todo esfuerzo por ser discreto desapareció con el grito de David, llamando la atención del azabache, el cual se asustó.
En cuanto sus miradas se cruzaron él sonrió ampliamente, recargando su peso en las muletas para alzar la mano. David le regresó el gesto, sacudiéndola levemente y esbozando, una tímida sonrisa.
El azabache se retiró cuando sus canes lo alcanzaron. No sin antes, despedirse de David con un ademán.
—¡Nos vemos después! —Aseguró, marchándose apresurado.
—¿Quién era? —Consultó su tío, abriendo la cajuela del auto.
—Un compañero de clases —respondió tartamudo, tratando de no alargar el asunto—. Aquí tienes tu cambio.
—Perfecto —exclamó, sin tomarlo—. Ve a comprarme un cono de doble bolas —ordenó, acomodando las bolsas de compras—. Hoy, tengo ganas de un negro —informó, sonriendo con malicia al ver las ruborizadas mejillas de su sobrino—. Ay, cochino, si yo estoy hablando del chocolate negro. ¿Qué estabas pensando? —Preguntó con inocencia.
A David le gustaba pasar tiempo con su madre; pero cuando debían llevar a Lucas con ellos, siempre terminaba abrumado y sonrojado por los comentarios del mayor.
Desde que cumplió los quince, las cosas se volvieron de ese modo. Lucas confirmaba que su sobrino iba aprendiendo a encontrar doble sentido en sus palabras; lo cual le indicaba que en su colegio, escuchaba cosas más obscenas y era posible, que él mismo David las dijese. Solo por ello, Lucas comentaba con mucha frecuencia sus comentarios, con tal de molestarlo.
Mientras esperaba ser atendido en la tienda de helados, David se preguntaba qué estaba haciendo el azabache con todos esos perros siguiéndolo. Una nueva pregunta surgió en su mente, el qué le había ocurrido para quedar enyesado. Su mente se obstruyó con las suposiciones y teorías.
—Buenas tardes, ¿qué le sirvo? —Preguntó la encargada.
—Dos bolas negras en un cono —respondió automáticamente sin pensarlo bien, hasta que se escuchó—. ¡Perdón...!
—¡Ya sale una torre de chocolate! —Anunció alegre, retirándose del mostrador.
—¡Dios mío, me entendió! —Pensó estupefacto.
Al salir de la tienda, se encontró a su tío hablando con su madre. Lo bueno del momento es que David ya no tendría que pasar pena al lado de Lucas, siendo víctima de su influencia mental y caprichos para burlarse de él.
Lucas tomó el cono dando una gran mordida a la bola superior, llevándosela completamente al interior de su boca. Tanto su hermana como su sobrino observaron atónitos la escena, viendo el descenso del chocolate por la garganta del contrario.
—Ya me tengo que ir —informó tranquilo—. Me llaman cuando lleguen a casa, ¿entendido?
—Ah, sí, claro —respondió Esther, sintiendo un dolor en sus muelas con solo imaginarse intentando lo mismo que su hermano—. Cuídate.
David se mantuvo distante, esperando que su tío se marchase, finalmente, para sentirse tranquilo y a salvo. No le gustaba llamar la atención.
—Mamá, sé que la familia es importante y que es mi único tío, pero ¿es necesario que siempre venga con nosotros?
—Sí, es necesario —respondió suave—. Dale una oportunidad, por favor, sé que un día va a encontrar una buena pareja y dejará este comportamiento.
—Dudo que alguien sea capaz de hacerlo abandonar su estilo de vida —murmuró, observando el auto—. Él, siempre tiene que...
Wake me up before you go-go
Don't leave me hanging on like a yo-yo
Al encender su vehículo la canción se reprodujo con un alto nivel de volumen. Esther y David se apartaron, tratando de desviar las miradas del resto de personas que volvieron su atención al auto de Lucas, antes de que abandonase el lugar.
—Mamá, perdón, pero ese hombre no tiene remedio —sentenció, subiéndose al vehículo—. Siempre tiene que andar llamando la atención.
—Paciencia, David, paciencia —pidió avergonzada—. Tengo fe en él.