«Al de carácter firme lo guardarás en perfecta paz, porque en ti confía».
Isaías 26:3.
Silencio. Un peculiar silencio abrazaba el entorno entre David y Lucas; ya que entre ellos no se dijo una sola palabra de camino a su casa. La música a bajo volumen era todo lo que rompía un verdadero y absoluto silencio.
—¿Te gusta mi auto? —Preguntó flojo, observándolo por el rabillo del ojo.
—Es curioso, nada más. La abuela de un amigo tuvo uno de estos, pero creo que de color azul.
—No me sorprende, es un Chevy Malibu sesenta y cuatro. —Con mucha fuerza, presionó el volante—. ¿Y que le sucedió?
—Ah, nada especial... Ella falleció y su auto, a lo mejor, sigue estacionado en su cochera. —Nuevamente, el silencio cortó entre ellos—. Creo que el de ella no era convertible —comentó, analizando el marco de la puerta.
—Es un poco tedioso levantar el techo.
—Me lo imagino, ni siquiera entiendo cómo funcionan estos autos.
—¿En serio?
—Sí, en serio, no sé.
—Es muy fácil, si tienes interés —Apoyó el codo sobre el borde y recargó la cabeza—. Tal vez, te enseñe algún día.
—Sería muy bueno, sí tengo interés.
—Qué bien, es un buen pasatiempo —expresó bajo, deteniéndose frente a la cabina de seguridad—. Aprender de autos, suele ser un buen tema de conversación.
—Tío Lucas...
—Bienvenido, señor Knight —saludó el guardia de seguridad—. El señor O'Brien llegó hace poco —informó, entregándole una caja de color blanco.
—Vayan a comer y tengan una buena tarde, que no los he visto descansando desde la semana pasada. No se vayan a quedar sin piernas —bromeó, antes de extenderles un par de billetes—. Pueden darle todo el día a algo más. No solo al trabajo, si saben a lo que me refiero.
—¡Qué cosas dice, señor!
—Los veré más tarde —concluyó entre risas al ver la expresión en el guardia.
Al llegar a la casa los dos se sentaron en sofás diferentes. El único sonido que los acompañaba, era el del reloj. De cierta forma, deseaban iniciar una conversación, una menos forzada que la anterior; no obstante, ninguno de los dos deseaba estar con el contrario en esos momentos. Solo pensar en ello, hizo que se sintiesen incómodos en el silencio de la sala.
—David...
—Lucas, tesoro, dejé la caja en tu cuarto —informó una despampanante mujer en bata.
—Claro, gracias —murmuró.
—De nada, cielo. Me iré ahora, pero espero que sea suficiente para toda una semana. —Sonrió, antes de regresarse por su camino—. Por cierto, tienes una carta —añadió con alegría.
Ignorando por completo la existencia de David, la hermosa mujer de curvas salió de la casa contoneándose provocativa, con la mayor naturalidad en el mundo. Lucas se encogió en su sofá con su comportamiento.
«Oh, no. David, no vayas a decir...»
—Veo que conseguiste una amiga —murmuró, arqueando una ceja—. Eso es bueno, muy bueno. Te hace falta algo de compañía.
—Es la vecina —expresó entre dientes.
—Parecen muy unidos —murmulló.
—¡Me vende rompecabezas, no hay nada entre nosotros!
—Si compartir batas no es de amigos, no sé de qué sea.
—Olvidó pagar el agua. Se la cortaron y de todas formas, mis batas tienen estampados del logo de Batman, no son de un solo color.
—Parece que ella sí siente algo en esta relación de vecinos.
—Te pareces a tu madre. —Desvió la mirada con disgusto.
—Cualquiera te podría decir que es inusual que no tengas una pareja a esta edad.
—Solo quieren sexo y procrear —objetó enfadado.
—¡No es cierto! —La inesperada respuesta le hizo ruborizar.
—David, tengo cuarenta y ocho años, ¿quieres tratar de enseñarme algo nuevo? —Se llevó las manos contra el pecho—. A lo largo de mi vida me he dado cuenta de que eso es todo para lo que sirve un humano, solo para procrear. Dime, ¿dónde están los sentimientos?
—Los bebés nacen por el amor.
—Ajá —soltó sarcástico—. Bien, digamos que consigo una mujer, me caso con ella, tenemos sexo y nace un bebé. Luego, seguimos teniendo relaciones, con protección o sí ella quiere otro bebé, pues nace otro; pero ¿qué pasa luego?
—Tienes una familia. Deberías estar feliz si eso es lo que querías.
—Exacto, David, "si eso es lo que querías". No todos quieren tener bebés. No todos quieren tener relaciones, solo lo hacen por el que sí quiere y tú, ¿en dónde queda lo que quieres?
—Pero nadie te obliga a hacerlo.
—Justamente ahora, tú solo te das las respuestas. Nadie me obliga. Estoy más que satisfecho solo con esta vida que llevo; si otros son felices con sus familias, entonces es bueno para ellos.
—No tengo problema con tu vida de soltero; es más, ni siquiera me importa con quién salgas o si ocultas tu relación con la vecina. —Apartó la mirada en cuanto Lucas puso en blanco los ojos—. Pero a mi madre le gusta saber cómo te encuentras. A ella, sí le preocupas mucho.
—Estoy conforme, ¿sí?
—Sí, lo entiendo.
—¿Qué hay de ti? ¿Eres como yo?
—No... —Negó con la cabeza—. La verdad, no tengo tiempo para buscar novia ahora. Estoy en último año, solo quiero concentrarme en mis estudios.
—Parece gustarte mucho leer.
—Sí... —Se aferró del actual—. Tú me diste mi primer libro —respondió con suavidad, recordando el escenario.
—¿Sí? Bueno, siempre he sido de la opinión que si deseas tener un mejor amigo, debes crearlo por tu cuenta desde cero —comentó, acariciando la portada de su tomo, antes de cerrarlo—. Lo único que te distancia de una buena relación, es la dependencia emocional; aunque, quisiera creer que hice un buen trabajo contigo. —Volvió su mirada hacia él—. Jamás me has querido, pero siempre me necesitarás y eso, es muy distinto a quererme y necesitarme cada segundo de tu vida.
—Significa, que eres mi amigo, ¿no?
—¿Lo soy, David? Pregúntatelo tú. Yo sé quién soy para ti, solo que es una versión muy distinta de lo que tienes en mente. —Se alzó de hombros—. Al final, te darás cuenta que solo me hablaste porque estás aburrido y quieres matar el tiempo en lo que llega Esther a recogerte. Cuídado, David, el tiempo es quien te está matando a ti.
—Eso sonó muy tétrico —confesó con una suave risa, bastante nerviosa—. Pareces tener todas las respuestas del mundo, pero solo eres un simple hombre.
—No hablemos de mí, no ahora o jamás me callaré.
—Ahora que lo pienso, no sé nada de ti, más que tienes una biblioteca a lo príncipe Bestia —admitió cautivado, observando los altos estantes.
—Puedo prestarte uno, si quieres. —Se removió del sofá, causando un leve rechinido.
—¿En serio? —Un brillo invadió sus ojos, ya que sabía lo que podría deparar una afirmación.
—Las ventajas de ser soltero, David. —Alcanzó un libro delgado del tercer librero, acto seguido, se lo extendió—. Toma, es uno de mis escritores favoritos.
—Gabriel García Márquez —leyó el nombre del autor—. También... Él es un buen escritor; también me gustan sus libros.
—Entonces el coronel te va a gustar. Cuando acabes con este, puedo prestarte la edición limitada de "Cien Años de Soledad".
—¡Gracias! —gritó con emoción, aceptando el libro—. Lo siento, no quise...
—No tienes que fingir ser como ellos cuando estés conmigo. —Su mirada se volvió penetrante, como si pudiese saber lo que David temía.
—Supongo, que no sé cómo soy en realidad —susurró, con una diminuta sonrisa al ver el libro en sus manos—. No sé quién soy.
—No te atormentes tanto con eso. La vida es corta, David.
[. . .]
La bocina del auto anunció la llegada de Esther, interrumpiendo a los varones que por primera vez sentían que eran familiares y no desconocidos. David agradeció el libro en lo que se dirigía hacia el vehículo. Una vez dentro, sintió la fragancia del perfume que solo podía causarle una increíble calidez y comodidad. Esther, sonrió ampliamente al verlo, se veía sumamente hermosa esa tarde.
—¡Hola, mamá! —La sonrisa fue contagiada.
—Vine lo más rápido que se me fue posible, ¿no te causó problemas?
—No, más bien, me prestó un libro muy interesante y estuvimos hablando de otros autores. Un poco más y nos hubiésemos puesto a recrear una obra de teatro —comentó risueño, recordando a su tío recitando.
—Me alegro mucho. —Arrancó el auto—. Iremos al supermercado primero, espero que no te moleste ayudarme con las compras.
—No tengo ningún problema.
—¿Y cómo está tu tío?
—¡Fabuloso! Confirmé que está muy bien. No tienes que preocuparte por él, mamá.
Esther logró escuchar a David con dificultad, pero solo hasta darle un pequeño vistazo se dio cuenta que estaba comiéndose una rebanada de Cheesecake. La forma tan esponjosa, suave y deliciosa solo podía darle una idea a Esther.
—¿Lucas, te regaló pastel?
—Perdón, olvidé ofrecerte un poco —dijó avergonzado, cortando un trozo grande—. ¡Está delicioso! Un amigo suyo trabaja en un restaurante y le lleva la comida; pero como que hoy le añadió el postre o algo así me explicó.
David le dirigió la mirada, llevándose la sorpresa de encontrar una expresión de aflicción en su madre. Analizando mejor su reacción, ya no parecía abatida, sino víctima de un profundo temor.
—Mamá —llamó con suma preocupación.
—¡Oh, lo siento! —Se apresuró a cambiar su expresión facial, volviendo a su carismática sonrisa—. Me quedé pérdida en mis pensamientos. El trabajo me tiene en todo, querido. Disculpa, David, ¿me decías?
—Ah... No, nada, solo te ofrecía una parte de la rebanada.
—Gracias. Algo dulce me vendría muy bien ahora —comentó con ternura, aceptando que David le diese el bocado.
—¿Estás bien?
—¡Lo estoy, cien al cien! Solo me distraje un poco —respondió, mascando rápidamente—. En fin, ¿qué más me decías de Lucas?
—Nada, en realidad, lo dije todo —murmulló pensativo—. No, no pasó más.
—Entonces ¿él está bien? —Preguntó nuevamente, con un descenso de voz.
—Lo está, mamá. No te preocupes. Lucas lo tiene todo bajo control.
—Sí, supongo que es así —murmuró.
Al llegar a su hogar, luego de las múltiples compras, David se encargó de llevar las bolsas al interior. Ayudó a preparar la cena, ya que Esther era consciente de los extravagantes resultados en la cómoda que preparaba su hijo.
David, se acercó a su madre desde el frente, sin darle mucha sorpresa en cuanto la abrazó. Su padre solía decirle que era mejor dirigirse directamente hacia ella, en vez de intentar sorprenderla. Esther vio de forma curiosa a David, al no entender el motivo de su abrazo o el beso en su mejilla; pero él solo deseaba aferrarse a los mejores recuerdos de su madre y sentir su cariño maternal.
Con su constante temor, cada minuto al lado de su progenitora era una bendición. Si un día llegase a confirmar sus miedos, probablemente los mejores momentos de su vida se quedarían a su lado. Momentos hermosos como ese.
—Te quiero, mamá —confesó con suavidad, recargando la mejilla contra el hombro de Esther—. Eres la mejor, siempre lo serás para mí.
—David...
—¡Ya llegué a casa! —Anunció Benjamín, un tanto irritado y muy cansado.
Al verlo ingresar, para subir las escaleras, David fue a recibirlo con un abrazo sorpresa, aferrándose con fuerza a él.
—David, ¿qué pasó? —Preguntó sorprendido, dándole unas palmadas contra la espalda—. ¿Me perdí de algo?
—Te escuchabas muy mal, pensé que esto podría ayudar a hacerte sentir mejor —respondió con ternura—. Bienvenido a casa, papá. ¡La cena ya está lista, no demores mucho!
En el comedor, David les habló a ambos de lo bien que le estaba yendo en las clases –a pesar de haber iniciado hace poco–; a cambio, dio su total atención a sus padres cuando llegó el turno de ellos. Cada palabra que ellos trasmitieran, frustración, reclamo, cansancio o angustia. No importaba de qué se tratase, pero David estaba escuchando atentamente sus voces y atendiendo a sus emociones.
Sus padres podrían enfrentarse en el futuro al simple hecho de que su hijo prefiriese la compañía masculina. No era nada comparado a administrar encargos, preparar embarcaciones y hablar con otros contactos en diferentes idiomas; como debían hacer cada día en el trabajo.
Sin embargo, David había leído tantos testimonios en aquellos foros donde, en su mayoría, narraban el abrupto cambio en los padres luego de enterarse. David no deseaba imaginar que la hermosa pareja frente a sus ojos, llegarían a discutir entre ellos para descubrir quién tuvo la culpa de su decisión.
Con el paso de las horas, sus padres se fueron a descansar primero luego de que David confirmase que se encargaría de todo. Verlos tan cansados era una de las razones para ayudar en el aseo. Ellos no tenían que preocuparse por más labores innecesarios, cuando él podía encargarse sin problema alguno.
—Hola, te estaba llamando para disculparme por no haber llegado hoy —murmuró apenado al correo de voz—. Intentaré llegar mañana para seguir avanzando con los temas. Espero que estés descansando y no desvelándote con la Biblia —suspiró, dirigiendo la mirada al reloj—. Buenas noches, Jonatán.
Finalizada la llamada fue a su lugar favorito en el tejado, dándose el tiempo de admirar las estrellas y sentir el fresco viento en su rostro. Otra noche más, nuevamente, era momento de probar suerte con Dios.
—Gracias por este día.