«Al arder el carruaje, esa mujer perecerá, sufriendo los tormentos del Infierno. Se quemarán su carne y sus huesos: será el modelo exacto que necesitáis para terminar el Biombo. No perdáis detalle cuando se derrita su carne, blanca como la nieve. Tampoco dejéis de ver cómo los negros cabellos se transforman en chispas y se elevan hacia el cielo».
El biombo del infierno, Ryūnosuke Akutagawa.
Jonatán estaba tomando su yogur de piña colada con cada bocado que le daba a sus galletas de avena. Se mecía sus piernas de un lado a otro, murmullaba una canción y pegaba brincos en su asiento. Saúl solo sonreía al verlo, ya que le parecía como ver a una niña pequeña de kínder. Era una ternura ver a Jonatán en el recreo; a pesar de ya haber atraído miradas desaprobatorias del resto, por ese mismo comportamiento.
—Ya casi acaba el recreo —comentó Saúl, agitando su bebida—. Jonatán, ¿qué opinas de tu primer día aquí?
La pregunta llamó la atención de David, quien no había parado de preguntarse en dónde estaría Levi. Jonatán observó a Saúl fijamente, bajando el pequeño recipiente de yogur para responder. Se pasó la lengua por el labio superior para lamer el exceso de piña colada y sonrió.
—¡Sin duda, este y el hermana son los peores colegios de toda Daruema! —Bajó la mirada a su pequeña bolsa de galletas para buscar la más grande—. Nunca había escuchado de una institución a la que le importase la sexualidad de sus alumnos. De donde vengo, las maestras daban palizas a los estudiantes que fuesen crueles con los ciegos, sordos o que tuviesen algún problema en las extremidades; pero poco les importaba con quién andaba fulano de tal, eso era problema del mismo fulano.
—¿Están permitido los castigos físicos? —Saúl quedó anonadado por la respuesta.
—Esto no es Estados Unidos, al menos, en mi colegio usaban las reglas de madera para castigar ese tipo de comportamientos —aclaró, antes de morder su galleta—. Si una maestra veía que estaban molestando a los sordos o que empujasen a alguno con muletas, o en sillas de ruedas... Había un gran castigo si las acciones no fueron accidentales.
—A ver, ¿y de dónde venís? —Tanto Saúl como David estaban impactados por la noticia—. Jamás había escuchado de algo así.
—Supongo que les hace falta más pueblo —confesó sin aires de ofender—. Ahora que lo pienso, aquí todos parecen tener ciertos rangos de estándares y los homosexuales están muy por debajo de la aceptación. Me parece ridículo. No creo que ser homosexual sea sinónimo de masculinidad y aquí, parece ser que significa automáticamente que son mujeres; ya de por sí, suena machista si lo ponen de esa forma. Es como decir que están mucho más abajo que una mujer y que una mujer es lo peor que existiría.
—Jonatán, ¿y tú eres gay?
David se quedó callado, incrédulo, pero callado ante la pregunta de Saúl. Jonatán no parecía tener problemas en responder a todas y cada una de las interrogantes de Saúl; pero con esa pregunta pareció que a Jonatán le incomodó.
Frunció el ceño y los labios, observando de manera autoritaria a Saúl sin permitir que la pregunta le quitase la energía de siempre.
—No, claro que no soy homosexual. Soy heterosexual. —Terminó de comerse su bocado antes de continuar—. El que haya respondido respecto al tema, no me hace automáticamente homosexual.
—Ah, ya... Perdón si te llegó a ofender o algo por el estilo.
—¡No, para nada! —Su expresión se relajó antes de bajar la mirada en búsqueda de más galletas—. Tal vez, hiciste la pregunta incorrecta. —Volvió la mirada hacia Saúl.
[. . .]
La clase favorita de David llegó, literatura. Levi ya se encontraba entre ellos, aclarando que había pasado el receso con su compañera de baile.
—¿La Divina Comedia? —Preguntó el profesor al ver a David tan separado de sus amigos y leyendo.
—Sí, lo compré ayer... Quería darme una idea de cómo es el infierno, aunque solo sea un libro —respondió bajo.
—Nunca encontrarás la descripción perfecta en un libro, señor Monroe. —Su profesor habló con seriedad y casi ofendido, como si David hubiese cometido algún pecado al leer por esos motivos—. El infierno lo construye usted mismo y lo vive en este mundo, ni más, ni menos. Si quiere leer de la construcción de un verdadero horror, mejor lea al maestro Ryūnosuke Akutagawa.
—¿Cómo puede decir que no existe? —Preguntó tartamudo.
—Porque verá, señor Monroe, usted solo tiene una vida; a lo largo de ella deberá encontrar el equilibrio entre lo bueno y lo malo —respondió seguro de sus palabras, antes de acomodarse los lentes—. Existen personas que no tuvieron la elección y fueron condenados desde su nacimiento a vivir múltiples desgracias, por ejemplo, las personas con trastornos mentales quienes sufren más que usted o que mi propia persona; porque además de vivir como adolescentes, deben convivir con el tormento de sus mentes y al crecer como adultos, sin un verdadero tratamiento, los horrores que viven son más escalofriantes que olvidar pagar la hipoteca de la casa.
—¿Y qué piensa usted del infierno de Dante?
—Es una excelente elección para un religioso, pero me temo que hoy no toca lectura intensiva —respondió alzando un manojo de papeles—. Tienen que iniciar sus proyectos en parejas de mitad de año.
—Oh... Está bien. —Se encogió en su asiento, después cerró el libro para guardarlo en su mochila.
—Muchachos, hoy se inicia el proyecto de mitad de año. Aquí traigo el material para veinte parejas, así que pasaré asistencia y escogeré yo mismo a su compañero. Trabajaran la primera página. —La mitad de la población se quejó por su elección—. Estoy seguro que no harían el trabajo si permitiese que escogiesen su propia pareja.
—Espero que me toque a David —susurró Saúl—. Que me toque David, Dios mío.
—El karma, no funciona de esa manera —aseguró Levi.
David perdió la concentración, una vez más, sumergiéndose en sus pensamientos y negaciones. La voz del profesor se escuchaba muy lejos, a pesar de que él se había quedado frente a David en lo que pasaba la lista de asistencia.
Con cada estudiante afirmando su presencia, se le asignaba una pareja y los pupitres rechinaban sobre el suelo. David observó, entre los múltiples documentos que llevaba su profesor, el nombre del autor mencionado.
Los vellos se le erizaron al leer el título de la obra. El infierno, parecía un lugar creado para la eterna agonía y la depresión más profunda de los sentimientos humanos. David se quedó hipnotizado con los nombres de los libros. El infierno de la Biblia, el de Dante o el de Ryūnosuke Akutagawa; cualquiera de los tres no parecía alejarse tanto del tormento de ese día.
Atrapado, sin poder decir una sola palabra. Temeroso, de que sus emociones fuesen el delator de su vida. Podía ser demasiado tarde para disculparse; pero David ya no era consciente de a qué debía pedir perdón, si era por los comentarios ofensivos o a sí mismo, por no tener una respuesta clara de sus deseos.
En esos momentos, pidió una vez más que Dios se presentase para otorgarle una respuesta. Nadie estaba exento del pecado; sin embargo, David quería saber si el amor sería un pecado divino de los que pudiesen ser perdonados. Tal vez, la Biblia tenía todas esas respuestas. David se sentía incapaz de encontrarlas aunque Jonatán le pidiese leer cada libro una y otra vez.
El mismo Jonatán, con una seguridad envidiable confesó su sexualidad, sin doblegarse o tartamudear. David, sintió celos por esa gran confianza en sus palabras.
«Solo debo rodearme de mujeres y todo será claro».
Sus dudas iniciaron, recordándose una y otra vez que la culpa de sus emociones era el entorno; que los hombres aman a otros hombres cuando están completamente rodeados de su mismo sexo, al igual que ocurría con las mujeres del instituto vecino.
—Levi irá con David —anunció el maestro.
Sus nombres sonaron como eco en los oídos de David. Se escuchaba como una burla del destino y la ironía; no obstante, las palabras de Levi cobraron sentido, era un karma por sus ofensivas palabras del día anterior. No era nada menos que atraer a lo que se le teme.
El pupitre de Levi sonó con una gran suavidad, era igual a un sonido a la lejanía, como si estuviese tan distanciados uno del otro que jamás llegaría a sentarse a su lado durante la clase. En el momento que sus pupitres se unieron David sintió un enorme dolor en su cabeza.
Llegaron a él los recuerdos de su nueva compañera de baile, la hermosa Paris. La perfecta sonrisa, resaltando la blancura de sus dientes; el largo y sedoso cabello rubio cayendo desde lo alto de su coleta. David, no pensaba ser grosero con ella, al ser una mujer.
En esos momentos, entre el baile y las risas de Levi, David jamás había deseado con tanta fuerza que una persona se alejase, no como en ese momento que sintió el roce de los pequeños senos de Paris chocando contra su abdomen. Ambos eran bastantes torpes en el vals, pero ese detalle incomodó a David; era posible que Paris ni siquiera tuviese un sostén puesto en ese momento, cuando David sintió con vergüenza sus pezones endurecidos.
Un gran dolor surgió finalmente comenzando desde lo más bajo de su abdomen, muy cerca del estómago, tratando de desgarrarlo desde el vientre hasta el cuello y dejar expuesto su corazón que latía con gran rapidez a punto de explotar.
«No soy gay...». Fue su último pensamiento.