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Chapter 13 - ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

«Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó; en un sueño sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil y mil quebrantos que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara concluir así! Morir... Quedar dormidos... Dormir... Y tal vez soñar».

Hamlet, William Shakespeare.

David se encontraba soñando con un hermoso y pintoresco parque. El vívido color verde del césped, los frondosos arboles, las bellas flores de la temporada. Todo emitía un armonioso contraste de cálidos colores.

Caminó descalzo por el pequeño sendero de rocas lisas, en búsqueda de lo que ofrecía el cartel al comienzo de la entrada: Amor. Deseaba apresurarse, incluso correr y llegar más rápido, pero aquel camino que transitaba parecía traicionero. Había de tomarse las cosas con calma.

Paso a paso, el entorno cambiaba con colores más fuertes y coloridos. El corazón de David se aceleró al ver las nubes arrebolados flotando en el gran cielo de tonos rojizos; a lo lejos, el Sol se ocultaba y pronto se quedaría en la oscuridad.

El miedo de perderse o caerse lo motivó a avanzar más rápido, sin llegar al extremo de correr. Fue entonces que David se dio cuenta que cada paso que daba, el Sol avanzaba más rápido para ocultarse y abandonarlo en la oscuridad de la noche.

—¡No, espera! —Gritó aterrado, viendo por donde pisaba para no resbalarse—. ¡No me dejes aquí solo!

La eminente tiniebla se apoderó, finalmente, del ducel sueño en el parque. David se quedó inmóvil, colocándose en cuclillas para guiarse con su tacto. Ahora tendría que avanzar arrodillado, para sentir las rocas y no perder el camino.

Su nueva aventura no era más que una terrible pesadilla. Los búhos estaban despiertos, un par de lobos aullaban a lo lejos; el estremecimiento de las ramas asustaban a David y un frío abrazaba su cuerpo, acariciando cada fibra de su ser. David continuó cansado, jadeante, pero dispuesto a conseguir ese amor.

Cuando creyó que el camino no podría ser más oscuro, una tenue luz se presentó a lo lejos muy dispuesta a guiar el resto del sendero.

—¿David?

Al levantarse, se encontró a Levi con un farol colgando de su brazo. Aparentemente, estaba ciego al ver el velo en sus ojos, aunque su objetivo era guiarlo con la luz.

David se guardó silencio al verlo acercarse, entre pasos torpes y lentos, en su búsqueda. La desfavorable condición de ceguera no parecía molestarle; se veía preocupado, bastante por alguna razón.

—¿David? ¿Ya estás aquí, conmigo? —Preguntó, llegando a quedar tan cerca del contrario—. Si escuchas mi voz, responde, por favor.

David cubría su boca, acallando cualquier sonido que pudiese darle una señal a Levi. Probablemente, el resto de sus sentidos estarían agudizados y para David, era importante no ser encontrado.

«¿Él, es mi amor?». Pensó, al verlo tan cerca.

Levi parpadeaba con lentitud, permitiendo que David apreciase sus pestañas. Continuó caminando a paso lento, esperando una respuesta. Giraba el cuello hacia la izquierda, luego a la derecha siempre buscando a pesar de la ceguera.

En cambio, David observaba a detalle cada aspecto de su cuerpo, desde el cabello azabache hasta la ropa que llevaba puesta. Levi no parecía tener el aspecto de un judío, al menos, de los que se encontraban en el barrio; esto era debido a que uno de sus progenitores no era un verdadero judío de nacimiento.

La mirada de Levi, si se lo proponía, llegaba a ser hostil e intimidante; sin embargo, en esos breves momentos transmitía una preocupación desde lo más fondo de su interior. El aspecto de un buen mozo, galán, atrevido y sensual pasaba a lo lejos, cuando David se preguntaba por qué Levi estaba tan ansioso por encontrarlo.

—¿Por qué me buscas? —Preguntó con suavidad, moviéndose a los alrededores para despistarlo.

—¡David! —La resplandeciente sonrisa de Levi, parecía iluminar más el sendero que el propio farol—. Me alegro tanto de que hayas llegado, ¡no te imaginas cuánto tiempo te he esperado!

—Sigues sin responder —murmuró con ronquera.

—¿Cómo que, por qué te busco? ¡Porque me gustas, David! —Admitió con gran jubilo, tratando de alcanzarlo sin saber a dónde ir—. Te lo prometí. Si salías de tu burbuja, te buscaría para apoyarte y ayudarte en todo. Aquí estoy, David. No temas.

Una vez más, cubrió su boca, callando los sollozos al escuchar tales palabras. Permaneció de esa forma, observando al ciego moverse con rapidez, solo para encontrarlo.

—¿David? —Llamó preocupado, girando el cuerpo en dirección contraria.

«Dicen que el amor es ciego, pero... Creo que soy el peor de los ciegos, porque me niego a ver».

—¿En dónde estás? —Interrogó ansioso, girando bruscamente el cuello de un lado a otro—. Entiendo, supongo que ya entendí tu silencio... —Bajó los brazos, dejando caer el farol contra el suelo, dejando en total oscuridad el sendero—. Aún no estás listo para salir de aquí.

«Estoy atrapado en un closet».

[. . .]

Esther bajó, ciertamente preocupada, hacia la cocina para encontrarse con sus dos varones de muy mal humor.

David, agitaba lentamente la cuchara fuera del plato de cereal. El comedor estaba un poco manchado de leche y hojuelas. En cambio, Benjamín observaba su taza de café e intentando agarrarla, llevaba su mano por todos los bordes sin llegar a tocarla realmente. Los dos tenían una mirada sumamente siniestra, hostil e intimidante. Sin duda alguna, ambos estaban dando la advertencia de no querer ser molestados.

—Benjamín, a la izquierda —indicó, luego de sentarse a su lado—. Aquí, querido. —Empujó la taza directo en su mano.

Después de unos minutos, viendo a David comiendo cereal de aire y a Benjamín, sin levantar la taza de café, observó que ambos tenían unas ojeras pronunciadas. Esther quiso dejarlos calmados, no hablar y esperar un poco; pero ya se hacía tarde para ir a trabajar.

—¿Saben lo que le sucedió a mi maquillaje? —Preguntó, colocando su pequeño bolso sobre el comedor—. Últimamente, se me está acabando más rápido que antes y no me explico, pero siento que uno de los dos se ha estado maquillando.

Los dos observaron fijamente a Esther, sin decir nada o mostrar alguna emoción por su problema, solo estaban cansados. A pesar de que David sabía que esa mañana, luego de bañarse, vio que se estaba acabando los polvos y la base, estaba sumamente cansado como para importarle eso. Ahora, Esther estaba sin maquillar y apresurada en terminar de alistarse.

—¿Bien? —Solo le tomó unos segundos ver a cada uno por individual—. ¿Me pueden explicar qué le sucedió a mi maquillaje?

Benjamín, se llevó la taza de café a los labios y David, sumergió la cuchara en su plato. Ninguno de los dos pensaba decir algo o atender a las preocupaciones de Esther; lo cual solo la hizo molestarse y retirarse del comedor.

—Querido, ¿ya estás listo? —Preguntó desde la planta de arriba—. Recuerda que hoy tenemos que llegar temprano, Lucas nos espera.

—Lo estoy —murmuró jadeante, casi sin despegar los labios.

—¡Sí lo está, mamá! —Respondió por él.

—Bueno, termínate ese café rápido o se nos hará tarde.

—¿Aún sigue llena? —Se preguntó agobiado, inclinando levemente la taza para ver—. Oh, dulce Señor, llévame contigo —se quejó, antes de levantarse de su asiento.

David siguió con la mirada a su padre hasta el lavabo, donde dejó el recipiente con cuidado para irse de la cocina y esperar a Esther en el auto. Antes de abandonar por completo el lugar, Benjamín se quedó inmóvil frente a David.

Repentinamente, se detuvo sin razón aparente. Su rostro reflejaba cierto enfado, así como ansiedad. Con lentitud, movió los dedos golpeando levemente su pierna. Uno a uno, como si estuviese contando razones.

David continuó comiendo, esta vez, prestando su debida atención a la comida al darse cuenta que la leche se había enfriado. Era sábado y no era un día particularmente bueno, en realidad, era de los días más holgazanes para él. Sin embargo, Benjamín lo sorprendió al tomarlo con fuerza del rostro, hundiendo los dedos en sus mejillas obligándolo a escupir la leche.

David observó con temor a su padre, notando en sus ojos una rabia interna. No gritó, esperando que su madre llegaría pronto a llevárselo. Su cabeza temblaba por la fuerza en que Benjamín lo sostenía, solo con una mano, estrujando con fuerza su quijada. David ya no pudo contener el dolor en sus mejillas y los dientes, la palma de su mano estaba impidiendo que abriese la boca para llamarlo.

No tenía la suficientemente fuerza para quitárselo, pero intentó empujarlo o darle una señal de lo mucho que estaba doliendo. A los ojos de David, Benjamín quería quebrarle los dientes solo ejerciendo presión.

—¡Querido, ya vámonos! —Gritó Esther desde la puerta—. ¡Lucas nos está esperando!

Con la misma fuerza deslizó los dedos por sus mejillas hasta caer fuera de su rostro. David se apartó un poco, asustado y confundido, fuera del comedor. Benjamín estaba revisando sus dedos manifestando el mismo disgusto que al comienzo.

—Hablaremos de esto cuando regrese —vociferó, enseñándole el maquillaje manchándole dos dedos—. A mediodía, llama a tu tío y dile:

»Lucas, necesito dinero para Esther«.

—Y te irás al centro comercial a comprarle nuevos polvos a tu mamá.

—¡Benjamín Monroe, ven ahora mismo!

Rápidamente, tomó una servilleta para limpiarse los dedos, escuchando a su esposa gritar furiosa y con mucha razón, ese día era sumamente importante para ellos. Estaban llegando sumamente tarde.

David se quedó petrificado en su silla, una vez que escuchó el auto marchándose. Sintió el dolor en sus mejillas, sin saber cómo atender el malestar. El corazón comenzó a palpitarle de una forma peculiar y dolorosa; no obstante, se dijo a sí mismo:

—No quiero morir de esta forma.

La charla de Benjamín, jamás llegó porque ese mismo día durante la noche llegó Lucas a cenar. David fue partícipe en la noticia de que a su padre lo habían ascendido. Esther estaba muy emocionada, feliz y radiante, tanto que no le importó mucho el maquillaje nuevo que apareció en su bolso.

Sin embargo, Benjamín no se veía animado por su logro. Implicaría mayor esfuerzo, horas extra y un cambio de cubículo. Ahora, trabajaría en la misma sección que Esther y eso, ya era un privilegio en su área de trabajo. Todo el día había estado recibiendo elogios de sus compañeros; pero le era imposible sentirse feliz por algo que solo él conocía por completo.

Benjamín, no volvió a dirigirle la palabra a David, pero siempre se aseguraba de que su hijo no llevase maquillaje puesto. Lo que él no sabía era que compró para su uso personal, más el reemplazo para Esther y solo lo usaba, cuando sus padres se marchaban de la casa.

Fue de ese modo como transcurrieron dos semanas muy tensas en casa; pero normales en las clases. Aquel grupo de amigos continuaban con sus actividades cotidianas en los equipos de trabajo; en la iglesia, el par de mejores amigos participaban en la eucaristía; por las noches, las mismas preguntas –ahora más vitales que antes– se repetían una y otra vez sin respuesta alguna.

Todo parecía marchar con tranquilidad, a pesar de que una tensión, se formó entre padre e hijo.