«—Dime, qué comemos. —
El coronel necesitó setenta y cinco años –los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto– para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
—Mierda».
El Coronel No Tiene Quién Le Escriba, Gabriel García Márquez.
David, sentía un cosquilleo en su mano y no entendía a qué era debido. Llevaba un tiempo distraído, era mucho más su curiosidad por su entorno, que por saber qué estaba causándole cosquillas en la palma de la mano.
Existían muchas cosas que, en una amistad, eran muy validas. Bromear entre ellos, salir a comer, jugar –independientemente de lo que tuviesen en común o tolerasen bien– escandalosamente. David, incluso había visto a varios de sus compañeros –sumamente heterosexuales, si había posibilidad de confirmarlo– actuando de forma afeminada y burlesca, con voces agudas, ademanes exagerados, caricias indiscretas y sobre todo, haciendo este tipo de gestos frente a un, confirmado, varón homosexual.
Jonatán, era su único mejor amigo en la vida y de esa forma, su mayor consuelo en tiempos difíciles. David podía recordar momentos como su día de pesca, donde se quedó dormido –muy bien acurrucado– del pequeño cuerpo del contrario. Él era consciente de la gran fuerza que poseía su mejor amigo, como para ser cargado en su espalda a pesar de su baja estatura.
Fácilmente, hacer ese tipo de acciones podrían ser muy mal vistas en su institución. David pasó el resto del día analizando a todos sus compañeros, los más escandalosos hasta los tranquilos y correctos. Jonatán asistiría muy pronto a clases, por lo que estaba dispuesto a frenar cualquier tipo de contacto afectuoso que dirigiese la atención sobre ellos. Claramente, David reconocía todas sus emociones al estar con él; pero dado su actual atracción hacia Levi, no deseaba que él –siendo un judío– se apartase por un malentendido.
El no saber lo que Levi pensaba al respecto de esos molestos chicos o incluso, del pobre que era humillado cada tarde al salir de la mano con su novio, era frustrante y peligroso. No parecía importarle ninguno de los dos, ni nada en concreto. Todo lo que Levi observaba, siempre que podía, era la pantalla de su celular. El mundo parecía ser menos importante, aburrido y sin validez.
—David, tienes que comer un poco más o serás un hueso de pollo —Levi murmuró, antes de bostezar y alcanzar su rodilla para rascarse—. Estás bien huesudo. Me molesta la nuca.
—¡Espera un momento! —Gritó atónito, sintiendo las mejillas encendiéndose en un flamante rosa—. ¡¿A qué hora te me veniste a echar?!
—Saúl, ¿cuánto llevo aquí? —Giró levemente la cabeza, logrando ver al contrario—. A ver si le podes aclarar a David.
—Me preocupas bastante —comentó, devolviendo la mirada a David—. O sea, Levi lleva ahí desde que le diste permiso. ¿No te acuerdas?
—Mejor me aparto, no sea que me vayas a zafar la pierna —exclamó perezoso, tratando de reincorporarse, pero sin éxito alguno—. Bueno, hice todo lo que pude —aseguró, acomodándose nuevamente en el regazo de David.
Él no lo estaba confirmando. Dada la casualidad, David estaba demasiado distraído pensando en el resto de sus compañeros, como para no haberle prestado la debida atención a Levi.
Lo único que David sabía en la actualidad, era que tenía a su amor platónico recostado a lo largo de la banca, pero con la cabeza apoyada sobre su esquelético regazo. Para colmo, el cosquilleo en su mano era debido a que de por sí, estaba acariciándole el cabello con suavidad. Inmediatamente, frenó.
—¡No! —Levi canturreó, alzando la única pierna buena y acentuando su papada al encogerse—. No te detengas, David, que le haces bien rico.
—¡Levi, por Dios, estoy comiendo!
—¡Bah! Yo no soy el de la mente cochina —refunfuñó. Una brillante luz iluminó su rostro, pero David no podía ver qué era—. Anda, sigue acariciándome —insistió más animado, presionando con rapidez las teclas de su celular—. Haré lo que tú quieras.
—¿Lo que sea? —Saúl preguntó con picardía, riéndose al ver el comportamiento tan infantil de Levi—. No sea que te vayas a echar para atrás.
—Ay, Saúl, no soy pastor, pero necesitas una purificación inmediata y exprés. Estoy tratando de hablar con David y venís con esas cosas.
—Solo intento darle la confirmación de que harías lo que sea.
—Mira, hago de todo, menos lamer pies —aclaró, arrugando la nariz con disgusto—. A eso no le entro. Lamer patas, no es mi pasión... —Calló repentinamente, murmullando como si se estuviese quejando o pensando en retractar sus palabras—. Extrañamente, a mis perros les huele a Cheetos y eso no me molesta nada. No sé qué pasó ahí, pero siempre me abre el apetito cuando despierto por las mañanas y me ponen las patas en la...
Si antes, no habían llamado la atención, fue suficiente con escuchar a Saúl carcajear con un bocado de hamburguesa a medio masticar, para que todos a su alrededor volviesen la mirada al trio de amigos.
David no lo pensó muy bien, pero cómo culparse si desde el inicio del día no había estado pensando detenidamente bien las cosas.
—¡Lo siento, fue sin querer! —Se llevó las manos a la boca.
David estaba anonadado del gran golpe que se dio Levi, solo por haberse removido de la banca. En el momento que Levi levantó un poco la cabeza, fue automáticamente que David se quitó, pensando en la idea de quitarse a Levi del regazo.
—Ah, ya, que bueno —Levi balbuceó, sintiendo la lengua hinchada luego de morderse. Saúl no paraba de reírse, echándose para atrás en su asiento al escucharlo hablar—. Si te hubieran dado ganas, ya me habría arrancado la lengua.
—Te juro que no sé qué me pasa... Levi... —Su voz se cortó, temblando al llamarlo y ver su disgusto en el rostro del contrario—. ¿Te gustaría ir conmigo a comprar condimentos? —Preguntó con rapidez, trabándose en algunas palabras.
—Por casi se arranca la lengua y tu mejor consuelo es ir de compras —comentó Saúl, cesando levemente con la risa—. Ustedes dos son todo un caso.
—Está bien.
—¿Cómo dices? —David amplió la mirada. Sus piernas temblaron al escuchar la voz de Levi, sonando ronca y seria.
—Que sí, te acompaño —respondió, acariciándose el mentón—. No quiero imaginar que andes por allí, comprando sin pensar bien y termines haciendo algo imprudente; así que, sí —afirmó una vez más, encogiéndose de hombros—. Vayamos de compras.
«Tengo... una cita». David pensó con cierta emoción.
Levi, no quiso comentar nada al respecto, esto más que todo por respetar a David. Desvió la mirada en cuanto vio los ojos de su amigo brillando, emocionados, estremecidos, incluso con la pupila dilatada.
Él, ya había visto el comportamiento tan inquieto y nervioso de su amigo antes, pero ahora podía confirmar sus leves sospechas. David era bueno para recitar en la clase de literatura, aunque no fuese el mejor en ocultar sus emociones al leer o hablar con las personas.
Levi, se reincorporó en la banca, encorvando un poco la espalda. Lentamente, sacó un pequeño rectángulo rosa de su paquete vacío de cigarrillos y se metió el chicle a la boca. Estaba ansioso. Ambos estaban en último año de secundaria y Levi necesitaba que David fuese honesto.
Era mejor ahora, que en el futuro. Dependiendo de la respuesta que consiguiese de David, Levi seguiría en el colegio. No quería pasar su último año de secundaria, sintiéndose incómodo; solo David podría darle la respuesta que necesitaba.
[. . .]
Ese día, David estaría especialmente ocupado y no solo por su aparente cita con Levi. Cada cierto tiempo Lucas llegaba a almorzar. David no entendía las razones, pero su tío no faltaba nunca en estas ocasionales citas para almorzar y era obligatorio, que todos estuviesen juntos como familia.
Al llegar a casa, se encontró con la sorpresa de que él ya había llegado. David se dio leves golpes en la frente, con la esperanza de que su cerebro despertaría. El auto de su tío estaba estacionado y no lo vio, hasta regresarse para confirmar si había llegado a pie o por qué medio de transporte.
Se apresuró a subir las escaleras, dejar sus cosas y bajar para almorzar.
—No, no te quiero ver usando el uniforme —su tío lo regañó, negando con la cabeza—. Te me vas a cambiar, ahora mismo. Bien te podemos esperar.
—David —Esther lo llamó con dulzura—. No te preocupes, tómate tu tiempo en vestirte.
Retrocedió lentamente, viendo la expresión de disgusto en Lucas con las palabras de Esther. David, era bastante consentido por su madre y él notaba que ella siempre debía suavizar todas las ordenes o regaños que lanzaba Lucas. Una vez más, no entendía por qué había tanto conflicto. No le molestaba.
Fue beneficioso cambiarse de ropa, ya que solo terminaría de almorzar y podría marcharse. Esperaba poder visitar a Jonatán, finalmente, para hacerle esa sopa.
Una vez vestido, bajó las escaleras escuchando ciertos gritos de emoción en su padre, acompañados de algunos aplausos. Al menos, David sí sabía a qué se debía eso. Fue por eso que caminó muy lento hacia el comedor, solo para darles tiempo y espiar un poco. Ese tipo de escenarios, eran prohibidos para él.
Benjamín, se encontraba sentado frente a la isla de la cocina observando con una gran sonrisa a su cuñado. Lucas estaba haciendo malabarismo con los vasos de cristal, como todo un barman de entretenimiento. Esther era la menos confiada, a pesar de que no era la primera vez que su hermano hacía eso; pero verlo cada vez, era demasiado estresante para ella.
—¿Quieres ron? —Lucas preguntó, lanzando en el aire la botella, solo para atraparla con la otra mano. Le presentó la marca, haciendo varios ademanes a lo largo de la etiqueta y cambiando la botella de posición, mostrando mejores ángulos—. ¿O prefieres algo más fuerte?
—No, no, Esther me mataría —respondió entre risas—. Deja el ron.
—¿Y tú, hermanita? —Consultó, nuevamente lanzando uno de los pequeños vasos de cristal al aire, para atraparlo y dejarlo frente a ella—. ¿Qué te sirvo? —Inesperadamente, Benjamín ya tenía su ron servido causando que este volviese a aplaudir sorprendido—. Tú sabrás qué tienes aquí, solo dime y veremos qué hacer con tus gustos.
—Me gustaría que dejes de hacer malabares con mis cosas —murmuró, extendiendo con lentitud el vaso—. No quiero alcohol, mejor dame una piña colada virgen, por favor.
—Ya va en camino —canturreó, dirigiéndose al refrigerador, no sin antes servirle más a Benjamín, cuando este se encontraba distraído—. ¿En dónde guardas la leche condensada?
David, ya no estaba seguro de entrar en ese momento o esperar a que Lucas preparase la piña colada. Era consciente de que esa escena cambiaría con su presencia. La sonrisa de su padre no era frecuente; por solo decir que David conocía su sonrisa cuando su tío se ponía a hacer malabares, de otra forma, Benjamín jamás sonreiría.
—David, ¿sabes que es malo espiar? —Lucas, ni siquiera se volvió para reprenderlo, estaba más ocupado quitándole la tapa a la lata—. ¿Vas a querer piña colada o te sirvo un trago?
Benjamín, se encorvó al escuchar a su cuñado hablar, girando el cuello hacia el otro lado. David se encogió en su lugar al verlo, sabiendo que se mantendría serio el resto del almuerzo.
Existían muchas cosas que David desconocía, tanto de las personas como de su propia familia y peor aún, de sí mismo.
La jugosa carne estaba deliciosa ese día. Esther siempre cocinaba con gran esmero los días en que llegaba Lucas a almorzar. Todos estaban sentados alrededor del pequeño comedor. David y Benjamín a los lados de Lucas, y Esther, delante de él.
Hace algún tiempo atrás que el almuerzo se sintió sumamente incómodo. La pequeña familia de tres usaba sus servilletas sobre el regazo, cortaban la carne con el cuchillo y tragaban la bebida sin mucho ruido. Lucas estaba haciendo todo lo contrario, terminando embarrado por el contorno de su boca con barbacoa, así como los dedos e incluso, podía haber algunos granos de arroz dentro de las uñas.
Nadie se animó a iniciar una plática, tampoco de reprenderlo para que dejase de beber a sonoros tragos su cerveza. Sin duda alguna, Esther se encontraba sumamente avergonzada por el comportamiento de su hermano mayor. Ella sabía que él no era así, como también, que Lucas no pediría una segunda botella lo cual hizo luego de terminarse la primera.
Esther brincó en su asiento al sentir los zapatos del contrario, golpeando sus tobillos. Lucas no parecía darle mucha importancia a su comportamiento; solo se limitaba a comer con voracidad y actuar sin etiqueta alguna.
—Lucas, ¿has crecido? —Preguntó incómoda, viendo al suelo—. Apuesto a que sí.
—No seas ridícula, Esther, uno deja de crecer antes de llegar a los veintitrés; pero veamos, si aún me llegas sobre los pezones, entonces no he crecido nada —respondió, cortando con los dientes un trozo de carne—. En cambio, si llegas arriba, entonces tú creciste y eso no tiene nada que ver conque mis pies golpeen tus tobillos.
—No seas tan degenerado —lo regañó David, frunciendo los temblorosos labios—. No lo digas de esa forma.
—No me digas. —Se rio, antes de tragar en compañía a la cerveza—. ¿Cómo le dicen a los pezones, ustedes los jóvenes conservadores?
—No somos...
—Cállate, Benjamín, estoy hablando con David —vociferó autoritario, logrando hacerlo encogerse. Volvió la mirada a su sobrino—. Responde, ¿cómo le dicen? ¿Botoncitos?
—¿Qué sucede? —La suave voz de su hermana llamó inmediatamente su atención—. Estás siendo sumamente desagradable y tú no eres así; ni siquiera te gusta agarrar la carne con las manos. No esa en especial —protestó con tristeza, causando que Lucas se encorvase—. ¿Qué te pasa? ¿No querías venir a almorzar con nosotros?
—Supongo que desde el comienzo de este año, las cosas son más excitantes que antes —contestó con una ronca voz, seguido de ello, suspendió la cerveza—. Sabes a qué me refiero, Esther.
David bajó la mirada al confirmar que su madre comenzó a llorar, sollozando en voz baja; fue lo mismo que hizo su padre, ya que ambos estaban seguros que era un problema entre hermanos. Sin embargo, él quería saber cómo se vería su tío luego de tal escenario, si este se sentiría mal por hacerla llorar o si llegaría a disculparse.
Esther se levantó de su lugar, retirándose fuera del comedor acallando sus sollozos, cubriéndose la boca con la mano. David volvió la mirada encontrándose con la penetrante mirada de su tío, observándolo fijamente –y David no tenía noción del tiempo en qué momento, Lucas comenzó a verlo–.
En todo ese momento, tenso e inquietante entre ellos, no vio ni un tan solo rastro de culpabilidad en él. Lucas, no parecía lamentar una sola palabra de lo que dijo. Continuó bebiendo, desviando la mirada.
—Benjamín, ve con Esther —ordenó, logrando llamar su atención. Cruzaron miradas por un breve momento—. No te preocupes, David estará bien —soltó con burla, riéndose con cierta malicia—. Anda, ve con ella.
Por un momento, Benjamín dudó de moverse, hasta que escuchó una vez más la orden de Lucas. Su voz se tornaba cada vez más ruda y pesada, llegando a sentir que estaba siendo regañado. Sin duda alguna, eso logró hacerlo marcharse fuera del comedor.
—¿Por qué? —David preguntó, con cierta tristeza y muy desorientado—. ¿Sucedió algo antes de que llegase?
—¡Vaya, que sorpresa! ¡Me hablaste aun sin su presencia! —Alzó las manos, aplaudiendo con gran sarcasmo al mismo tiempo en que se reía—. Que gran hipócrita que eres, David. Tratando de enfrentarme con Benjamín presente, pero doblengándote sin ellos. —Arqueó las cejas y finalmente, le dirigió la mirada—. Ahora sé que estarías hablando una y mil desgracias a mis espaldas.
—Pensé que... estábamos bien —musitó, bajando la cabeza en un intento por no llorar—. Creí que seríamos amigos, después de compartir libros y comida.
—David...
Un corto silencio los distanció, regresando de cierta forma al ambiente hostil que siempre los rodeaba. David, sintió escalofríos con la atmósfera de su entorno, ya que había logrado conversar con su tío y lograr algo en conjunto.
Alzó la cabeza, cruzando mirada con aquel par de ojos pardos que lo observaban con seriedad; pero en el fondo, David sentía que Lucas se encontraba cansado. No era un simple agotamiento de trabajo, como el de sus padres; parecía una agonía insufrible y muy bien ocultada.
David sintió escalofríos con solo pensar en ello, al verlo a los ojos. Era todo lo que observaba, sin importar cuántas veces pestañease.
—No quiero ser tu amigo —concluyó con una voz quebrada.