«Con sus seis ojos lloraba, y por sus tres mentones caía el llanto y la sangrienta baba. En cada boca trituraba con los dientes a un pecador, como machacándolo, y así a tres de ellos sufrir hacía».
La Divina Comedia, Dante Alighieri.
Saúl y David se encontraban sentados frente a su confiable mesón. Las rutas de buses habían llegado temprano esa mañana, por lo que Levi –quien suele ser el primero en llegar– no estaba presente con ellos.
—David, ¿qué lees?
La respuesta del contrario fue un murmullo. Nada que pudiese darle a Saúl como una respuesta clara.
—Hace ya treinta minutos atrás que no has despegado la mirada de ese libro, ¡ni siquiera parpadeas!
Un nuevo murmurllo fue escuchado. Estaba sumamente distraído en su lectura, tanto que Saúl dio por perdido intentar conseguir una respuesta.
—Bien, ya entendí... —Suspiró mientras visualizaba el nombre del libro por el lomo del mismo—. ¿La Divina Comedia? No sabía que te gustaba el género de humor, pero no te has reído en ningún momento.
Lo menos que Saúl pudo esperar, y de hecho así pasó, fue conseguir el insistente murmullo de respuesta que David había estado emitiendo a lo largo de la mañana.
—¡David, David, buenos días, David! —A lo lejos, su amigo gritó con energía.
—¿Jonatán? —El susodicho tumbó a David, cuando este se giraba en su asiento—. ¡Jonatán, casi me matas!
—Lo siento. —Entre risas se aferró a David con un fuerte abrazo, afirmando que pronto lo ahogaría si se mantenía de esa forma—. ¡Te miré y decidí sorprenderte!
—Ah, sí, ¿hola? —Saúl los observaba con una confusión absoluta. Simplemente, alzó una ceja al verlos tan amorosos en el suelo—. ¿Estoy pintando o qué?
—Jonatán, él será tu compañero también, es mi amigo desde hace...
—¡Hola! Gusto en conocerte. —David se quejó en cuanto Jonatán pellizcó sus mejillas con brusquedad—. David, no me dijiste que habías hecho nuevos amigos. —Lo observó berrinchudo, mientras fruncía los labios y jalaba con una desmedida fuerza.
—¡Ah! Sí te lo había dicho. —Lo sujetó de las manos—. Él es Saúl, recuerda que una vez te lo presenté; inclusive dijiste...
—¡Saúl mató a mil y David a diez mil! —Exclamó Jonatán con alegría—. Ahora sí me acuerdo. ¡Te había olvidado, lo siento! ¡Lo siento, te olvidé!
—¿Sabes? —Saúl le sonrió al menor—. Lo busqué la última vez que me lo dijiste porque no había entendido nada, en verdad me dejó impresionado de que mi nombre estuviese escrito en la Biblia. Es más, me siento poderoso de saber que él fue un rey que equivale a presidente en estos tiempos.
—¿Ves, David? —No dudó en apoderarse con más fuerza de las mejillas de su amigo—. Todos leen la Biblia menos tú, que solo lo haces cuando te pido que me recites.
—¡Os imploro piedad! —Habló con un notable acento español, una de sus armas infalibles. Una pequeña lágrima se deslizó por su mejilla ya que estaba siendo torturado y Jonatán, no pareció caer en su trampa—. ¡Ya! ¡De acuerdo! ¡Ganas, tú ganas! ¡Leeré la Biblia!
—No le escuches —interrumpió Saúl con malicia, tomando la situación como venganza—. Mira que ahora tiene un nuevo libro, ni siquiera me hizo caso hasta que tú llegaste. —Sonrió ampliamente, admirando la expresión de incredulidad en David.
—Pero si es que eres un doble cara —lo regañó sin dudar—. ¿Por qué eres así con tus amigos? Cuando estás conmigo me das atención, siempre dejas de lado tu lectura; pero es poco creíble que seas malo con el resto. —Jonatán jaló de su piel haciendo que David chillará por no querer gritar—. Ahora que estoy aquí, espero que no me den más quejas de tu comportamiento, jovencito.
—Sí, mamá... —Susurró con la voz temblorosa.
—Bien. —Lo soltó finalmente, al menos, por los momentos.
—Vaya, miren que hermoso tomatito el que tenemos aquí. —Saúl contuvo las ganas de reírse al ver las hinchadas mejillas del contrario.
—Siento que me arde hasta el alma —murmuró David mientras miraba a Saúl estallar en las carcajadas que no logró contener más—. Ya vas a ver, me las vas a pagar.
—David... —Jonatán observó a su alrededor tratando de encontrar al ausente chico—. ¿Dónde está el judío del que me comentabas? He esperado muchísimo para encontrarme a un hijo de Israel.
—Llegaste temprano —respondió Saúl—. Levi viene tarde.
—Oh, así que se llama Levi. —El contrario asintió—. ¡Qué lindo nombre, igual a una de las doce tribus de Israel!
—¡Demonios David, tu cara! —Saúl no evitó sobresaltarse en su asiento.
—¡¿Qué te pasó?! —Con suma preocupación interrogó Jonatán—. Tu rostro está rojo, rojo, rojo.
—¿Qué? —David se cubrió las mejillas, girando rápidamente la cabeza para no ser visto—. Debe ser por lo de Jonatán.
—No, David, toda tu cara está roja como si estuvieses por llorar.
—¿Te sientes bien? —Nuevamente, Jonatán preguntó intentando revisarlo—. Espero no haberte enfermado en los días que fuiste a mi casa.
—Iré... Iré al baño —informó tartamudo.
Sin esperar aprobación de ninguno de los dos huyó rápidamente al interior del edificio, tratando de no hacer contacto con ningún estudiante más.
En el silencio del tocador, David se observó en el espejo notando que realmente estaba enrojecido. Se mojó el rostro varias veces sintiendo que de su piel emanaba vapor cada vez que el agua hacia contacto con su piel.
«No debí venir a clases. No después de lo que sucedió con Levi».
La campana sonó sin darle más opción que salir solo con las mejillas ruborizadas, el resto de su cara ya estaba mejor que antes. En las escaleras se encontró a Jonatán hablando acerca de los reyes israelíes según la Biblia, mientras Saúl apuntaba algunas cosas en su libreta, cuando los dos vieron que David se encontraba mucho mejor que antes cambiaron de tema para que pudiesen participar todos.
[. . .]
—Oye, aparta tu mochila. —Un robusto chico le reclamó a Saúl. Se veía dispuesto a molestarlo más si no obedecía a sus exigencias.
—Aquí va Levi, así que búscate otro asiento —respondió calmado, antes de regresar la mirada a Jonatán y sonreír con malicia—. Después de eso, David estaba...
—Está prohibido apartar lugares, ya deberías saberlo, negro —interrumpió con molestia.
—Escucha... —Se levantó de su pupitre con calma, en cambio el contrario se vio intimidado al tener que alzar el cuello por la altura de Saúl—. Tampoco está permitido el racismo. Ninguno de los dos está cumpliendo con las reglas, así que, sería bueno que no acudamos a la violencia.
—Buenos días, alumnos. —Bostezó el maestro que entraba a la pieza.
—Profesor, Saúl está apartando asientos. —Una sonrisa se dibujó en su rostro, a pesar que el comienzo de sus palabras flagelaron por su susto anterior—. No me quiso hacer caso.
—Saben que está prohibido... —Con un perezoso tono de voz el adulto los observó a ambos—. A ver, ¿qué pasó?
—Pero si es para Levi, profesor. Solo digo. —Le tocó sonreír esta vez a Saúl con evidente inocencia.
—¿Levi no ha venido? —Preguntó asombrado mientras lo buscaba en los demás lugares—. No, no, si es para él entonces que se siga apartando el sitio.
—¡Pero profesor...!
—Sin pero, Levi es el único alumno de este salón que vale la pena en física elemental y matemáticas. No se ofendan el resto —pidió, esbozando una mueca al darse cuenta que lo dijo en voz alta—. Usted busque otro lugar, allá en la esquina que ni siquiera me presta atención como para reclamar el primer lugar en la fila. —Suspiró con pesadez al verlo murmurar enfadado—. Bien muchachos, tenemos dos horas hoy, así que, esperemos unos cinco minutos a que llegue Levi. —Observó su reloj de mano.
—Hey, David —Jonatán susurró, inclinándose hacia él.
—¿Sí?
—¿Todos los maestros aquí tratan a los alumnos por su primer nombre?
—No. Es que Levi es especial para los maestros de física elemental, matemáticas, lógica simbólica, química, biología e informática, entonces ellos solo a él lo tratan como un colega más.
—¡Oh ya, qué privilegio! Por suerte es nuestro amigo, porque no soy tan bueno en esas materias —comentó risueño.
—Sí... —Se volteó en su asiento—. Nuestro amigo.
—David —Saúl le llamó a susurros.
—Dime.
—¿Qué le ocurrió a Levi? Es inusual que no haya venido temprano. Tú estuviste ayer con él, tienes que saber algo, ¿no?
—Ah, Bueno... No sé —balbuceó a media voz. Se encogió en su pupitre y llevándose la mano a su cuello, se rascó levemente—. Yo me fui a la casa de Jonatán después de comprar.
—¿Dejaste que escogiera su propio taxi? —Preguntó algo preocupado.
—Sí... —Respondió bajo al recordar el problema que tenía Levi con los transportes públicos—. Sí, ya me di cuenta del error que cometí.
—Esperemos a que esté a salvo en algún lugar.
El profesor se dispuso a adelantar un poco, empezando a escribir los temas que verían durante las dos horas de clases, basándose solamente en ejercicios prácticos y las fórmulas a usar.
David comenzó a sentirse culpable, entendiendo ahora el motivo por el que deseaba regresarse ayer, y era porque Levi nunca dependió de los transportes por lo que no sabía cuáles eran los que lo llevarían a su vecindario, ni siquiera podría averiguar la diferencia entre un taxi seguro a uno totalmente peligroso.
—Ya tardó mucho —murmuró el profesor al ver su reloj de muñeca—. Bien jóvenes, hagan grupos de tres.
—David, tenemos que hacer algo, si Levi viene tenemos que meterlo para que nos ayude con los problemas —susurró Saúl—. No quiero reprobar la materia como el año pasado, la recuperación fue un infierno.
—Yo le preguntaré si se puede —se ofreció Jonatán.
—Tranquilo, yo lo haré —murmuró David—. Recuerda que te enfermaste por mi culpa.
—Buenos días. —El sonido de las muletas emocionó al adulto, ya que admiraba al joven—. Lamento la tardanza. —Sus amigos lo observaron entre ellos con alivio, aunque David comenzó a sentir nervios.
—¿Sucedió algo? —Le interrogó con suma preocupación.
—¡No, ¿cómo cree?! —Entre risas el joven lo observó—. El tráfico estaba terrible, me vine caminando para variar.
—Toma asiento, rélajate que son dos horas así que podrás resolver fácilmente los ejercicios.
—¿Movimiento rectilíneo? —Obervó a la pizarra mientras se sentaba—. Creo que los quiere matar, más con el inciso tres del problema siete.
—¿Tú crees? —Bufó exasperado—. Ayer estaba buscando lo más difícil para la clase. Deberé buscar de nuevo para la próxima semana.
—¡Profesor, no están solos! —Reclamaron un grupo formado.
—¡Bah! Me van agradecer cuando tengan mentes increíbles.
—David, ahora, pregúntale. —Saúl dio un par de codazos al contrario.
—Profesor... —David levantó la temblorosa mano—. ¿Se puede formar grupo de cuatros? Hay un nuevo alumno y...
—Tienes razón, hoy llegaba carne fresca. —El maestro revisó unos papeles—. Sí, aquí está. ¿Quién es Jonatán?
—Aquí, profesor. —Agitó la mano desde su asiento.
—Bien, entonces solo por hoy formen de cuatro todos, que no sobre ninguno.
Todos, menos Levi, levantaron sus pupitres sabiendo que a ese profesor en especial le molestaba e irritaba enormemente el ruido de los asientos siendo arrastrados. Nadie quería enfadarlo ese día.
Saúl se colocó al lado del lisiado, mientras David comenzó a lidiar mentalmente en una buena posición para sentarse; en parte creyó totalmente que Levi no llegaría a clases, aunque eso hubiese sido dramático luego de lo ocurrido.
«Si me coloco a su lado, estaré obviamente más cerca de él; pero viendo las posibilidades, si Jonatán se pone a su lado, yo estaré enfrente de Levi...». Pensó David en lo que sus notorias manos temblorosas lo delataban. A penas y sostenían la silla con firmeza.
—Aquí David, a mi lado —dijo Jonatán, quien se fue al lado de Saúl.
«Me toco al lado de él». Nuevamente pensó.
—Disculpa, Saúl. —Jonatán lo llamó, observando seguidamente de señalar el respaldo—. Soy zurdo, ¿te molesta si apoyo mi brazo aquí?
—¡Oh, claro que no! Adelante, pequeño. —Le sonrió amable sintiendo una ternura emanado del contrario con su dulce voz—. Que coincidencia, eres el segundo zurdo de nuestro grupo.
—¡Profesor! ¡¿Se pueden hacer grupos de diez personas?! —Gritó paranoico David desde su asiento, sabiendo que Levi le pediría lo mismo.
—¡No! —Le respondió del otro lado del salón—. ¡Pónganse a trabajar!
—¿Qué fue eso? —Saúl soltó una ligera risa, sin atender al nerviosismo de David— Tú, ¿haciendo grupo con diez personas? Calmado orador, solo eres bueno en literatura.
—¿Algún problema? —Preguntó exaltado—. ¡Siento el espíritu del compañerismo hoy, Saúl! —Respondió ansioso.
—Hola, soy Jonatán. —Se presentó para iniciar una conversación en voz baja con el contrario.
—Levi. —Le estrechó la mano que había extendido Jonatán.
—Disculpa por el atrevimiento, pero... —Se inclinó para pasar desapercibido entre los otros dos, quienes seguían discutiendo por el grupo de diez personas—. ¿En verdad a los hebreos le hacen una circuncisión?
—Sí —respondió con una pequeña risa—. ¿Quieres ver? —Preguntó con sarcasmo.
—¿Me dejarías?
—Que lindo. —Volvió a reír, un poco avergonzado—. Eres curioso, pero bueno, si quieres te dejo ver. —Su risa subió de tono.
—¿De qué ríen? —Preguntó Saúl.
—¡El grupo de allá empiecen a trabajar o los separo de Levi! —Gritó el profesor.
—Terminemos con esta cosa. —Levi reía por las palabras de Jonatán. Cogiendo su lápiz, apoyó su codo en el respaldo de la silla de David sin siquiera preguntar por ello.