«El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante».
1-Corintios 13: 4.
La noche estaba completamente oscura, sin ninguna luz encendida por todo el vecindario. Era de esas noches que parecen eternas y que el Sol nunca volverá a salir; solo eres tú con las estrellas. Tu momento de soledad o de calma.
—Dios...
En el tejado de su casa, David se encontraba recostado. Un chico que comenzó a padecer de insomnio desde que su mente decidió nunca callar ante el miedo constante de su situación. Desde pesadillas hasta verlo en las noticias. Le devastaba pensar que jamás sería libre o que no podría confiar en alguien más, quien no fuese su mejor amigo.
—Dios... —Repitió con más fuerza, presionando los ojos. Manteniendo la mente despejada para meditar.
El aparecimiento de unos sonidos extraños le hicieron volver en sí mismo. Volteando a ver gateó por el tejado para asomarse y descubrir qué ocurría.
—Jesucristo —vociferó asqueado.
Al descubrir de lo que se trataba se regresó con disimulo a su lugar. Darse cuenta que solo era su vecino no era nada interesante o algo que fuese sorpresivo; luego de verlo unas dieciséis veces antes, como siempre, abriendo las piernas a un desconocido.
Podría no ser sorprendente, pero le desagradaba encontrarse con la misma escena, con un hombre diferente. A veces, se preguntaba si sería buena idea comprarle unas cortinas oscuras como un gesto de amabilidad. Tal vez de esa forma, su vecino comprendía la indirecta.
—Dios... —Exclamó suave, una vez más— ¿Cuántas veces debo repetirlo para que te hagas presente?
Murmuró, observando las constelaciones del cielo nocturno. Las estrellas estaban hermosas. David no podía dudarlo, quedando embelesado con la vista que le ofrecía su tejado.
Tomó la cruz de su rosario cuando sintió un dolor punzante en su pecho. Una vez más, estaba sufriendo en vivo aquellas pesadillas. Su corazón inmediatamente se aceleró, cuando la imagen fugaz de un rechazo aparecían en su mente.
Él solo deseaba buscar la respuesta a su pregunta. Pedía una conversación con el creador de su vida. David solo temía de morir a causa de que alguien lo golpease, hasta que dejase de respirar, solo por amar a su mismo sexo. Si Dios tenía la respuesta a su pregunta, entonces continuaría cada noche de todos los años hasta que la pregunta fuese contestada. Todas sus dudas, rodeaban el mismo tema y se enfocaban en el mismo temor.
«¿Me odiarías por serlo?».
«¿Mi mamá volvería a verme a la cara, si lo digo?».
«¿Tengo corrección...?».
«¿O mi papá se encargará de mí?».
Fueron las interrogantes que pensó. Otra noche más, nadie o nada se presentó, ni siquiera sopló el viento glaciar.
Fue entonces, que David volvió a su habitación para encender su computador y buscar alguna respuesta mundana. Como era de costumbre, no encontraba una respuesta satisfactoria. La mayoría de los foros le indicaban un final idéntico al que temía. Un largo camino de dolor, soledad y abandono fuera del closet; donde la mayoría eran asesinados por quienes alguna vez, los apoyaron incondicionalmente, aunque ese factor parecía no estar dentro de lo posible de aceptar.
Algunos, en un pequeño porcentaje, alcanzaron la felicidad al final del abandono y una muy escasa parte, vivieron felices con sus familias. Ahí sí hubo un apoyo incondicional. Para David, era tan difícil como ganar las rifas del colegio y él no había ganado ninguna a lo largo de su vida.
Una vez más pasó en vela, tratando de pensar si realmente había algo malo en lo que sentía.
No se sentía enfermo, solo un poco avergonzado al pensar en tener una pareja; pero era una pena normal, porque nunca ha tenido una cita. Su chico especial, se encontraba en alguna parte de ese pequeño país, durmiendo plácidamente; mientras David batallaba con sus pensamientos y todo lo que escuchaba de sus padres al respecto.
Lo que en su comienzo le pareció normal, estaba degradándose en su interior por los conflictos de su mente. Podía o no ser malo, pero David no tenía una respuesta para ello. Una que lograse darle la tranquilidad que necesitaba en ese momento.
Sin embargo, pasó otra noche sin obtener una iluminación, respuesta, epifanía o cualquier cosa que fuese capaz de llevarse ese temor de su vida.
—Tal vez, después de todo, no me gusten los chicos... —Bostezó con fuerza, observando la pantalla apagándose—. Tal vez, solo estoy confundido, igual que ellos.
Sus ojos comenzaron a pesarle, pero sus emociones seguían muy alerta de todas las preocupaciones en su mente. David estaba sumamente cansado, sin poder conciliar el sueño. Sin darse cuenta las dudas comenzaron a invadirlo, para hacerlo debatir en lo que estaba bien o mal. Su cuerpo cayó desmayado con el gran dolor de cabeza que sintió, segundos previos antes del colapso.
No era sano, pero se había convertido en la única escapatoria de David para dormir o eso, era lo que sentía al despertar. Un mal sueño del que despertaba.
[. . .]
Al despertar, fue porque su madre llegó a sacudirlo. Era domingo y eso significaba una tortura menor para David; ya que iría a la iglesia a sentirse mucho mejor.
Tomó una ducha rápida para luego colocar un poco de crema para sus ojeras y cuando se secará, retocar con el maquillaje de su madre; así parecía menos cansado de lo que en realidad se encontraba.
Seguido de vestirse con un elegante traje esmoquin bajó con lentitud las gradas, tratando de no caer por el agotamiento. Llegó al comedor desplomándose en la silla, observando que su plato de comida se había duplicado. Un mal movimiento y llamaría la atención de sus padres si llegaba a escoger erróneamente. David nunca creyó que llegaría a ver doble.
—Buenos días, hijo.
—Buenos días —respondió a media voz.
—Bien —habló su madre, extendiendo sus brazos para tomar las manos de su esposo e hijo—. Benjamín, es tu turno.
David se quedó dormido en cuanto cerró los ojos. Tuvo la suerte de que le tocase guiar la oración a su padre; quien se tomaba su tiempo para hacerlo y demoraban más de la cuenta.
—Amén —concluyó con una ronca voz.
David se despertó para responder y comenzar su desayuno. Se sintió avergonzado por haberse quedado dormido; pero no negaba que esos minutos de sueño hicieron un buen trabajo para despertarlo.
No tardaron más de unos quince minutos para llegar a la iglesia, lo que fueron segundos para David. La verdad, no era uno de sus lugares favoritos, pero había un motivo especial por el que le agradaba asistir cada domingo. De hecho, era por una sola persona.
—¡Jonatán, espera! ¡No corras!
David se giró para poder verlo; sin embargo, con la lentitud en que lo hizo el joven mencionado ya había llegado a la puerta principal.
Cuando la familia de David entró, pudo apreciarlo de rodillas frente al altar. Una sonrisa se dibujó en sus labios al ver su más grande motivo para asistir a misa, su mejor amigo de la infancia.
—Jonatán —lo llamó en voz baja, acercándose lentamente.
—Ven, ven aquí conmigo —susurró, corriéndose un poco para hacerle espacio.
Al ver que David seguía de pie Jonatán agitó con rapidez su mano, para llamarle la atención.
—¿Cómo estás? —Preguntó una vez de rodillas a su lado.
—Mejor que nunca —respondió alegre, uniendo sus manos—. Dios me escuchó, las pastillas ahora saben a fresas.
Al saber su motivo, para agradecer frente al altar, David se alegró por su amigo que padece de hiperactividad. Mucha energía le provoca problemas nerviosos que solo unas pastillas le ayudan a controlar. Era sabido por David que hace un par de días atrás, Jonatán se quejaba por el feo sabor a sandía que tenían estas y ahora, misteriosamente, sabían a fresas. El sabor favorito de Jonatán.
David bajó la mirada al comprender la diferencia entre los dos. Jonatán no era un hombre homosexual; por supuesto que Dios sí le escucharía a él.
Ambos permanecieron unos segundos más, hasta que se dieron cuenta que la eucaristía estaba por iniciar. Fueron a sus asientos compartiendo la misma banca y siguieron la rutina cotidiana.
Se acercaba la primera lectura. Todos permanecían en silencio cuando mencionaron el nombre de Jonatán para leerla. El chico comenzó a sentirse nervioso, lo demostraba dando pasos en el mismo punto. Finalmente, le pidieron levantarse a lo cual casi saltaba, para llegar hacia el podio.
—Primero de Corintios, capítulo trece: Nada más perfecto que el amor.
Luego de la introducción, recitó la palabra que se le imponía teniendo la total atención de los feligreses. Al terminar de leer el párrafo asignado, no se quedó corto solo con ello. A Jonatán le gustaba expresar su punto de vista, acerca de la lectura.
—Quisiera dar mi expresión con respecto a la palabra —pidió, observando a su público.
El sacerdote accedió, esperando con debida calma a que el joven comenzase. No era la primera vez y esperaba que no fuese la última.
—Aquí tanto madres, como padres, deben tener presente esto, ya que el amor es el motor que mueve mundos enteros y salva a los seres humanos de la oscuridad; pero también opino que los jóvenes deberían ir considerando lo que significa esta palabra —aclaró con esperanza—. Es bonito estar en una relación, independientemente de la unión, aunque en cierto momento pienses que esa persona no es la indicada. Amigos, matrimonios, encuentros; dudas, inseguridades, pesimismo... Solo estás pasando por una prueba y si la pasas entonces encontraras felicidad —alzó la voz, creyendo desde lo más profundo de su ser en sus propias palabras—. Estamos conectados, deberíamos sentir que hacemos las cosas por gusto y no solo por hacerlo. Si vamos a lograrlo que sea bien, que sea dándolo todo, incluso lágrimas amargas para llegar a dulces canciones.
David sonrió, sintiéndose pleno con solo escucharlo hablar. Los dos se conocían desde una edad muy temprana y desde ese entonces, nunca se han separado.
Aunque Jonatán no estuviese enterado de lo que le ocurría a su amigo cada noche, siempre hacía el mejor esfuerzo por hacer las cosas con sentimientos puros y auténticos. No cualquiera apreciaba eso, es más, se podría decir que solo David sentía aquella alegría emanando del chico.
Finalizando su discurso, que se alargó unos cuantos minutos más, Jonatán regresó a David ansioso e inquieto. Continuaron en silencio, hasta que no pudo soportarlo más.
—¿Cómo lo hice? —Interrogó tartamudo—. ¿Crees que me escucharon? ¿Lo expresé bien? —Volvió la mirada al altar, frotándose las sudadas manos en el pantalón—. Espero no haber blasfemado en alguna cosa.
—Tranquilo, lo hiciste maravilloso —afirmó sin vacilar—. Jonatán, escúchame, es tu segunda vez hablando en público. ¿Crees que si no lo hubieras hecho bien la primera vez, te hubiesen dejado hablar de nuevo hoy?
—Tienes razón —murmuró, pensándolo mejor—. ¡Oh, las hostias! Vamos, vamos, David, vamos —repetía enérgicamente.
—Yo...
—¿No te has confesado? —Preguntó suave, dirigiéndole la mirada.
—No, yo... Lo olvidé la última vez —se excusó, encogiéndose.
—Oh, entonces no iré —anunció, tomando asiento nuevamente—. Cuando acabe la misa iremos a confesarnos para el próximo domingo.
—Pero es tu parte favorita —murmuró culpable.
—No importa, no importa —repitió alegre, antes de frotarse la nuca—. Quiero que lo hagamos juntos todo, todo, todo juntos —exclamó confuso, sin saber cuál era la expresión correcta.
—De acuerdo. —Sonrió antes de sentarse a su lado—. Prometo recompensarte esto. ¿Quieres ir a pescar, después de la misa?
—¿Pescar? —Repitió interesado, antes de volver la mirada a la fila y murmullar pensativo—. Sí, sí, hoy es un buen día. Sí podemos pescar hoy. Hoy, sí podemos pescar. —Acarició su cuello—. David...
—Tranquilo, Jonatán, no te vayas a exaltar mucho intentando hablar; ambas expresiones son correctas.
[. . .]
Llegaron al lago más cercano, después de avisarle a sus padres y de cambiarse la ropa. Tomaron el primer bus cuando se encontraron en la parada.
—David, David —llamó exhausto, llegando a recostarse sobre el pasto—, ayer volví a leer la Biblia. No quería dormir hasta acabarlo, pero el sueño me venció cuando iba por Mateo.
—No sé cómo logras leer tanto en tan poco tiempo —dijo en lo que avanzaba para acompañarlo en el suelo.
—¡Es asombroso! Me gusta mucho leerla —afirmó, buscando su caña para prepararla.— ¡Es como un bum!
—¿Un bum? —Preguntó confundido, lanzando el anzuelo.
—Sí, es como ver fuegos artificiales —aseguró sonriente. Amplió la mirada, eufórico—. ¡David, ¿te lo dije?! ¿Te lo dije antes o alguna vez?
—¿El qué? —Volvió a verlo.
—¿Qué nuestros nombres salen en la Biblia? ¡Incluso ellos eran mejores amigos! —Lanzó el hilo más lejos que David—. Asombroso ¿no lo crees? ¡Estamos destinados a ser amigos por siempre!
—¿En serio? No lo sabía —confesó sereno, regresando la mirada al lago—. Supongo que debería ponerme a leerla también.
—¡Me siento feliz, tendré un amigo por el resto de mi vida! —Lo observó con una amplia sonrisa—. Vayamos juntos a Israel.
—¡Wow, tranquilo! —La sorpresa fue más grande con solo escucharlo decirlo—. Debemos conseguir dinero para un viaje tan largo, ¿no lo crees?
—¡Problema resuelto! —Gritó, moviendo su caña—. No te lo dije, porque quería que fuese una sorpresa, pero desde muy pequeño he ahorrado hasta hoy para ese viaje. Tal vez me falte un poco —admitió penoso—. Sé que no sería mucho dinero.
—Ay, Jonatán. —Soltó una ligera risa—. A veces, me sorprendes, aunque... ¿Qué quieres hacer allá?
—¡Muchas cosas! ¡Hay tantas, pero tantas cosas que quiero hacer en Israel! —Siguió abanicando la caña—. Tengo una lista de deseos, siempre escribo algo nuevo que se me ocurra.
—Si quieres que vayamos, vamos a ir a Israel —prometió sonriente.
—¡Viva! —Gritó, antes de sentir la tensión del hilo—. ¡Un pez!
Entre ambos enrollaron el hilo, peleando con lo que parecía un gran pescado. Lograron, finalmente, sacar uno de enorme tamaño.
Jonatán saltaba de un lado a otro sin saber qué hacer ahora. No tuvo que preocuparse más cuando David lo colocó en la canasta, hasta que el pez muriese.
—Tranquilo —dijo Jonatán, rozando la yema de sus dedos por el animal—. Ahora gozas de dicha y paz en la gloria del Señor.
—Creí que el cielo solo era para humanos —comentó David, guardando la carnada.
—Somos animales. Todos vamos a donde pertenecemos —aclaró, antes de apartarse—. Bueno, hay que bendecir la comida cuando regresemos a casa. Su vida fue sacrificada para alimentarnos.
—¿Quieres irte ya? —Interrogó suave.
—No. —Se recuestó en el pasto, a una distancia de la canasta—. Solo admiremos el cielo unos minutos. Hablemos de cualquier cosa.
—Espero que no te moleste... —Se recuestó a su lado, más cerca que antes— Tengo muchísimo sueño. No tengo fuerzas para conversar.
—¡Descuida! Duerme tranquilo, que yo cuidaré de ti y te despertaré cuando se haga tarde.
—Gracias —murmuró somnoliento.
Jonatán, amablemente, lo rodeó con su brazo, haciéndole un espacio para que se recostase en su abdomen. David se acomodó, sintiendo la calidez del buen día, quedándose dormido con las gentiles caricias de su amigo en su cabellera marrón.
En efecto, los domingos eran malos cuando su temor crecía, pero aquel chico hiperactivo lograba despejarlo de sus pesadillas y hacerle sentir que todo estaba bien. Al lado de Jonatán, había esperanza en su turbulenta mente.