Me llamo Ana, tengo 46 años y les contaré la historia que viví en estos últimos siete años. Mi familia es una de las más ricas de la ciudad porque mi padre es dueño de una de las compañías más importantes del país. Sin embargo, la compañía estaba en peligro desde que mi padre se volvió a casar tras la muerte de mi madre. Se casó con una de 35 años que tiene dos hijas gemelas de 12 años, que no son hijas de mi padre. Las intenciones de esa mujer son quedarse con la compañía de mi familia.Hace 7 añosEse año, yo tenía 40 años recién cumplidos, y era madre de dos hermosos hijos: Lían, de 15 años, y Mateo, de 17, quien estaba cursando el último año en el colegio. Estaba felizmente casada con mi esposo, Marcos, desde hacía 20 años.Una tarde, mientras estaba sentada en una silla, pensaba en cómo podría deshacerme de la influencia de mi madrastra en la compañía. No quería que esa mujer se quedara con lo que era de mi familia, pero no sabía nada sobre cómo manejar una empresa, ya que no tenía un título universitario. Por eso, tomé la decisión de ingresar a la universidad. Sabía que a esa edad sería objeto de burlas, pero era la única forma que tenía de estar al frente de la empresa.En ese momento, tocaron la puerta. Reconocí la voz de la empleada de la casa, Isabel.—Señora Ana, es para avisarle que los jóvenes Lian y Mateo ya llegaron del colegio —dijo Isabel.Salí de mi estudio rumbo a la sala para saludar a mis hijos.—¿Cómo les fue a mis niños hermosos? —pregunté.—Madre, ¿cuántas veces te hemos dicho que ya no somos unos niños chiquitos para que nos trates de esta forma? —respondió Mateo.—No importa que ya no sean niños, para mí seguirán siendo niños, ¿oyeron? —dije, abrazándolos.En ese momento, llegó mi esposo Marcos, a quien recibí con un beso de bienvenida. Lo tomé de la mano y lo llevé a nuestro cuarto para hablar con él sobre mi decisión de ingresar a la universidad. Él estaba un poco nervioso, sin saber qué esperar.—Tengo que decirte algo importante, cariño —comencé.—¿Qué es tan importante que no podías decirme abajo con nuestros hijos? —preguntó Marcos.—Es que voy a entrar a la universidad —respondí.Él soltó una carcajada.—¿Es en serio lo que estás hablando, cariño? ¿Ir a la universidad? —dijo con incredulidad.—Estoy hablando en serio, cariño. Debo ir a la universidad para estudiar administración de empresas. Así podré estar al frente de la compañía —expliqué.—¿Esto lo haces por competir con tu madrastra, para ver quién se queda con esa patética empresa? —replicó Marcos.—No puedo dejar que una desconocida se quede con lo de mi familia —repliqué con firmeza.—Ana, ya no eres una joven de 20 años para ir a la universidad. Tienes 40 años, dos hijos y una casa que cuidar —dijo él.En ese momento, le di una cachetada y antes de salir le dije:—¿Por qué no me quieres apoyar en esto? Yo siempre me sacrifico por ti.Salí de mi cuarto con algunas lágrimas, no se por que no me quería apoyar en algo tan importante para mí. Mientras bajaba las escaleras, me limpié las lágrimas para que mis hijos no vieran que estaba llorando. Los encontré viendo televisión. Mateo me hizo una señal para que me acercara, así que me acomodé entre los dos en el sofá.—¿Esta vez por qué pelearon tú y mi padre? —preguntó Lían.—Son cosas de adultos hijos —respondí.Mateo interrumpió con un tono de voz elevado:—¡Somos tus hijos! Escuchamos los gritos de nuestro padre. Él no puede gritarte de esa forma, madre. ¿Por qué lo hizo?—Fue porque le dije que quería entrar a la universidad y por eso se enojó —respondí.Lian, riendo, comentó:—¿No eres un poco vieja para eso, madre?Mateo le dio un puñetazo en el hombro.—Cuenta con nosotros, madre. Tal como dices, hay que perseguir nuestros sueños sin importar la edad que tengamosAl terminar de hablar con mis hijos, sintiendo que contaba con su apoyo, los abracé muy fuerte. De repente, sonó el timbre de la puerta. Me sorprendí al ver que era mi suegra, quien iba a quedarse un tiempo en nuestra casa. La saludé con un abrazo, ya que la quería como a una madre. Siempre se había portado muy bien conmigo, pero al verme con el rostro triste, enseguida me preguntó si todo estaba bien en casa. No sabía cómo mentirle.—¿Qué fue lo que pasó entre tú y mi hijo, Ana? —preguntó mi suegra.—Lo que pasa es que le dije una cosa estúpida, y él se enojó de la nada. Le di una cachetada —respondí.—¿Por qué le diste una cachetada a mi hijo? ¿Cuál fue eso estúpido que le dijiste? —insistió.—Le dije que iba a entrar a la universidad a estudiar administración de empresas, y él se enojó conmigo. Me dolió que no me apoyara en algo que tanto quiero —expliqué.—Tranquila, Ana. Yo hablaré con él para hacerle entender que te apoye en tu meta, así como tú lo apoyas en todo a él —dijo mi suegra.Ella se fue a hablar con mi esposo mientras yo me dirigí al patio de la casa para meditar un poco y despejar mi mente. No entendía por qué mi esposo no me apoyaba en algo que tanto deseaba: retomar mis estudios que había dejado hace 20 años para formar esta familia que tanto quiero. Me quedé mirando las hermosas montañas que rodeaban la ciudad y deseé que mi madre estuviera a mi lado para apoyarme. Sabía que, desde arriba, ella me estaría cuidando.Mientras contemplaba cómo el sol se escondía detrás de las montañas, sentí una presencia detrás de mí. Al voltear, vi a mi esposo haciéndome señas para hablar. Su rostro mostraba una expresión de arrepentimiento, quizás influenciado por lo que le había dicho mi suegra.—Cariño, perdóname por la forma en que reaccioné cuando me dijiste que ibas a inscribirte en la universidad —dijo Marcos.Me quedé callada por unos segundos antes de responder.—Sabes que siempre te apoyo en todo, pero a la primera que pido tu apoyo, no lo haces —le dije.—Lo siento por todo, por no apoyarte. Sé del sacrificio que hiciste hace 20 años cuando nos casamos, dejaste todos tus sueños por mí. Por eso he decidido apoyarte en que entres a la universidad —contestó Marcos.Le di un abrazo a mi esposo mientras él me besaba con mucha pasión. Luego, le dije que entraría a la casa por que Isabel hizo una rica cena que nos había preparado Isabel, quien tenía un don para la cocina y sabía hacer la mejor comida casera. Mientras cenaba me imaginaba cómo reaccionaría mi padre al enterarse de que su hija de 40 años iba a estudiar en la universidad. Por un lado, sabía que me apoyaría, y por otro, que no lo haría, lo que me llenaba de pensamientos contradictorios.Terminé de cenar y mandé a cada uno de mis hijos a sus cuartos, ya que al día siguiente tenían clases.Entré al baño para darme un baño y dormir fresca, ya que había sido un día muy caluroso. Sentía cómo el agua refrescaba todo mi cuerpo desnudo, y cómo el agua fría hacía que mis pezones se pusieran un poco duros. A pesar de tener 40 años, me cuidaba mucho y hacía ejercicio, y me sentía orgullosa de tener un cuerpo espectacular. Mientras pasaba mis manos por mis pechos, dejé escapar un leve gemido. Terminé de bañarme, me puse mi pijama y salí del baño.Vi que mi esposo ya estaba dormido. Salí de mi cuarto y entré al de mi hijo mayor, quien se sorprendió un poco al verme entrar.—Madre, toca antes de entrar a mi cuarto —dijo Mateo.—¿Qué estarías haciendo, hijo? No me digas que te estabas tocando o viendo videos de adultos —le respondí en tono de broma.—No digas eso, madre. Solo me sorprendí un poco —contestó Mateo.—Solo vine a darte un beso de buenas noches, y además, toqué la puerta —dije.—Estás más contenta que como estabas por la tarde —comentó.—Sí, porque tu padre me va a apoyar para ingresar a la universidad —le respondí.—Me alegra, madre, que te haya apoyado —dijo Mateo.—Antes de irme, cuéntame cómo te fue en tu primer día de clases de tu último año en el colegio —le pedí.—Bien, madre. Estoy contento de haber empezado mi último año. Creo que elpróximo año estaré en la universidad contigo —dijo Mateo, riendo.Nos reímos juntos y le di un beso en la frente de buenas noches. Salí del cuarto de mi hijo y entré al de Lian, quien estaba jugando en su celular.—Hijo, deja de jugar con el celular. Es hora de descansar. ¿No quieres que te quite el celular por un mes? —le advertí.—Ya me voy a acostar, madre. Mañana, después de clases, voy a ir a la casa del abuelo —dijo Lian.—Dale saludos a tu abuelo de mi parte, pero no le digas que voy a ir a la universidad, ¿entendido? —le pedí.—No le diré nada al abuelo —prometió Lian.Le di un beso en la frente a Lían y le deseé buenas noches. Salí de su cuarto y me dirigí al mío. Al entrar, me acosté junto a mi esposo y le hablé al oído para ver si estaba despierto, pero un ronquido de él me desilusionó. Deseaba tener una noche de pasión con él, ya que llevábamos días sin tener relaciones. Me puse boca arriba, mirando el techo, mientras sentía una calidez en todo mi cuerpo.Me sentía muy caliente y eso me llevó a tocarme un poco con mis dedos en la entrepierna, mordiendo la sábana para no dejar escapar mis gemidos. Sería vergonzoso que me viera tocándome. Sentía que estaba cerca del clímax, así que me paré y me arrodillé en el suelo, quitándome el short de la pijama y poniendo el tapete que estaba al lado de mi cama.Mordí más fuerte el colchón cuando llegué a mi orgasmo, sintiendo cómo mis fluidos bajaban por mis piernas. Deje escapar un leve gemido y, al mismo tiempo, mis piernas temblaban. Caí al piso, sentada, mientras mi respiración se agitaba. Miré hacia mi esposo para asegurarme de que no se había despertado.Después de eso, me levanté y fui al baño, donde tomé un paño para limpiar mis piernas. Cuando terminé, regresé a mi cuarto, metí el tapete mojado debajo de la cama, me puse de nuevo el short de mi pijama y volví a acostarme hasta quedarme profundamente dormida.Al día siguiente, me desperté y noté que mi esposo ya no estaba; había tenido que madrugar para ir a su trabajo. Al salir de mi cuarto, fui a la cocina, donde mis hijos ya estaban desayunando para ir al colegio. Cada uno me saludó y me dijeron que mi esposo les había comentado que llegaría un poco más tarde porque tenía reuniones en la compañía.Terminé de desayunar y volví a mi cuarto, donde cambié mi pijama por ropa cómoda. Antes de salir, le dije a Isabel que no me interrumpiera porque estaría en mi estudio.Al entrar en mi estudio que estaba algo oscuro, encendí las luces y me acerqué a la ventana, corriendo las cortinas para que entrara un poco de luz del hermoso día que había afuera. Me senté en la silla de mi escritorio y abrí mi laptop. Comencé a navegar por Internet, viendo el catálogo de universidades. Fui descartando opciones una por una, quedándome con las tres mejor rankeadas de la ciudad. Finalmente, decidí quedarme con la primera de la lista, ya que era número uno en todo el país.