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Chapter 3 - Examen de ingreso

Cuando estaba a punto de salir de la biblioteca, una voz familiar me habló desde atrás.

—Mira quién vino a esta casa, mi querida hijastra. ¿Para dónde llevas esos libros? —dijo mi madrastra.

—Mi padre me prestó estos libros y tranquila, no me los voy a robar. Cuando termine de estudiarlos, te los devuelvo, querida madrastra —le respondí, con un tono sarcástico.

Ella se rió.

—No me digas, Ana, que tú estás estudiando, ¿o es para tus hijos? —se burló.

—No son para mis hijos, son para mí, ya que voy a entrar a la universidad —le dije con firmeza.

—No sabía que eras buena para contar chistes. Tal vez deberías dedicarte a la comedia. Ya no eres una joven par ir a la uni—dijo, riendo despectivamente.

—Puede que no sea una niñita, pero mi edad no es excusa para no ir a la universidad. Yo sí quiero ser alguien en la vida, no como que tú solo eres una trepadora que se aprovechó del dolor de mi padre por su dinero. Jamás serás la mujer que fue mi madre —le respondí con desdén.

En ese momento, vi cómo levantó la mano, pero notó que venía la empleada de la casa, así que, mejor, dio la vuelta y se marchó.

Al llegar a casa, proveniente de la casa de mi padre, mi suegra me ayuda a abrir la puerta, ya que yo estaba encartada con los libros. Ella notó la rabia en mi rostro, que me consumía por culpa de la mujer de mi padre.

En eso, mi suegra me pregunta:

—¿Estás bien, Ana? ¿Algo te pasó? —pregunta mi suegra.

—Es que fui a casa de mi padre por estos libros, pero me encontré con la oportunista de su esposa que tiene. Si no fuera porque llevaba estos libros en mis manos, juro que la hubiera cogido de las greñas —respondo.

—No debes caer en el juego de esa mujer. Sin modales , tú eres una dama. Ella lo único que quiere es que tú pierdas los estribos —me dice mi suegra.

—Por eso debo jugar a mi manera. Mis reglas me darán la victoria sobre aquella mujer. No me dejaré vencer tan fácil. Vamos a ver quién de las dos se quedará con la compañía —le afirmo.

—Debes defender lo que por ley es tuyo. Tienes que luchar hasta el final, sin importar el método que uses. Lo que importa es ganar —me aconseja.

Al hablar con mi suegra, pude desahogarme un poco y sacar esa rabia que llevaba dentro. No sé cómo logré contenerme cuando tuve a esa mujer frente a mí, porque si no, la agarró del pelo y la arrastro por toda la casa.

Dejé de lado esos pensamientos y me dirigí a mis estudio para dedicarme a estudiar para el examen que era la semana que viene. Puse los libros encima de mi escritorio y me dediqué a leer su contenido. Con una libreta que tenía, empecé a tomar apuntes de lo más importante que contenían los libros. Lo que no estaba en los libros, busqué en internet. Llené toda mi habitación con notas era todo un desorden. Caminaba alrededor de mi escritorio y, en momentos, llamaba a Isabel para que me hiciera preguntas de lo que ya me había aprendido. Me estaba dando un poco de dificultad algunos ejercicios, tanto que tuve que buscar tutoriales en YouTube de cómo se hacían. Así pasé el resto de los seis días estudiando. Solo dormía unas pocas horas ya que me acostaba muy tarde y estaba comiendo muy poco. Mis deseos íntimos desaparecieron, y además, sentía las consecuencias de no descansar. Ya sentía mi cuerpo muy agotado sentía que en cualquier momento me iba a desmayar por el esfuerzo que estaba haciendo en estos días. Ya había perdido la noción del tiempo; no sabía qué hora era.

Cuando estaba repasando lo último, mi esposo interrumpió en mi estudio con un rostro furioso y alzándome la voz:

—Cariño, son las 11 de la noche. Si sigues aquí, todo este esfuerzo va a ser malo para tu salud. Ya deja de estudiar tanto; descansa un poco —dijo Marcos.

—Lo siento, cariño, por preocuparte, pero debo seguir estudiando, aún me falta mucho por aprender y, además, mañana es el examen —le explico.

—Basta ya. Si no paras de estudiar en este momento, me veré obligado a llevarte a la fuerza a nuestra habitación para que puedas descansar. ¿No ves que si no descansas será desastroso para ti? Todo ese esfuerzo se irá a la basura, ¿lo entiendes? —me dice Marcos.

—Está bien, cariño, voy a parar. Ya feliz —le contesto.

En eso, me doy cuenta de que tiene razón. Ya que mañana es mi examen, tenía que estar muy concentrada; si mi cansancio me afectaba en las pruebas, no me podría concentrar de la mejor manera para enfrentar ese desafío. Por eso me levanto, acomodo un poco mientras él me espera en la puerta del estudio. Sentía un dolor muy fuerte en mi espalda por estar sentada en la misma posición. Mientras camino hacia él, pierdo el equilibrio por culpa del cansancio. Mi esposo reacciona de inmediato, me sostenía en sus brazos para que no me fuera de cara hacia el suelo. En eso, él me carga y me lleva a nuestra recámara, donde me acuesto al lado de la cama donde duermo. Después se dedica a quitarme mis zapatos, dejándolos en el suelo. Luego, se dedica a hacerme un masaje en mis pies, que lo necesitaban Al terminar de hacer eso, se dedicó a quitarme la ropa. Primero, el pantalón; luego, la camisa, dejándome en ropa interior sobre la cama. Cuando pudo, arrojó mi ropa a una de las sillas del cuarto y continuó quitándome la ropa interior, dejándome desnuda a su vista. Lo vi mover la cabeza de un lado a otro, como si sacara de su mente sus pensamientos sucios.

Luego, me dio la espalda y se dirigió al armario, donde sacó mi pijama. Cuando la tuvo en sus manos, se acercó a mí y me ayudó a ponerme la pijama. Cuando terminó, salió del cuarto y, segundos después, regresó con un vaso de agua. De la mesita de noche que estaba a mi lado, sacó una pastilla para el dolor de espalda y me la entregó para calmar el dolor que sentía. Él se acostó a mi lado y yo me acurruque a su lado hasta quedarme dormida.

Al día siguiente, me desperté y vi que eran las 7:30 de la mañana. Observé que en la mesita de noche había una nota con algo escrito. Me percaté de que era la letra de mi esposo, dándome suerte para mi examen de ingreso a la universidad. En ese momento, me di cuenta de que el examen era hoy; tenía poco más de media hora. "¡Mierda, voy a llegar tarde!", ya que me habían notificado que el examen de ingreso no iba a ser virtual, no presencial.

Di un salto, me levanté de la cama, quitándome la pijama mientras corría hacia el baño para darme una ducha rápida. Al salir del baño, me puse la ropa y agarré mi bolso. Al salir de mi casa, para mi mala suerte, las vías de la ciudad estaban colapsadas por las obras del metro. Cada tanto, hacía sonar la bocina de mi coche con rabia, ya que apenas avanzaba. Pero el tiempo pasaba muy rápido y, cuando finalmente logré salir del tráfico, aceleré mi coche al límite, pues solo me quedaban unos minutos descanse cuando llegue a la universidad y me baje del coche.

Caminé hacia la portería para obtener información sobre dónde se llevarían a cabo las pruebas de nuevo ingreso.

le pregunté al vigilante.

—Disculpe, señor, ¿me podría informar en qué lado se están llevando las pruebas de nuevo ingreso? —pregunté .

Él me respondió algo titubeante y un poco sonrojado.

—¿Me das tu número de identificación, señora? Así puedo ver en qué aula te toca.

Le entregué mi identificación y, mientras él buscaba en el sistema de la universidad, me di cuenta de que se quedó mirándome. Cuando terminó de buscar, me informó:

—Tu examen se llevará a cabo en la Torre Uno, segundo piso, aula 1. Que tengas un gran día.

Me despedí del vigilante y me dirigí a la Torre Uno de la universidad. Al llegar a la entrada del edificio, me llevé una gran sorpresa al ver mi reflejo en la puerta; me había olvidado de acomodar bien la blusa al salir de casa y no llevaba ropa interior. Fue entonces que entendí por qué el vigilante estaba tan nervioso; había estado mirando mi pecho semi desnudo. Me acomodé la blusa y miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie más me hubiera visto.

Tras arreglarme, ingresé, tomé el ascensor hasta el segundo piso y me acerqué al salón 1. Pude ver que ya había mucha gente ocupando sus asientos y la maestra me señaló que al fondo del salón estaba mi pupitre, así que me dirigí hacia allí. En el escritorio estaba el folleto con las preguntas y una hoja para las respuestas, además de otra para los ejercicios. Me sorprendí un poco al ver que las preguntas de inicio eran muy fáciles, lo que me hizo pensar que sería pan comido. Pero mi emoción no duró mucho ya que la dificultad de las preguntas iba en aumento.

Conforme pasaban los minutos, seguía sin entender varias preguntas. Los nervios me estaban consumiendo, y había olvidado lo vergonzoso de la entrada con el vigilante. El dolor de cabeza me atormentaba. Cuando algunos empezaron a entregar sus exámenes, sentí una creciente desesperación al ver que solo quedábamos cuatro personas para entregar. Estaba tan sudorosa y nerviosa que no sabía cuánto tiempo me quedaba.

Finalmente, al responder la última pregunta, grité en voz alta:

—¡Por fin terminé!

Todos en el salón se giraron, incluyendo a la maestra, quien me miró con desaprobación desde su escritorio.

—Señora, ¡puede hacer silencio! No todos han terminado su examen —dijo la maestra.

—Lo siento mucho, es que me emocioné —respondí, avergonzada.

—Sí, ya terminaste. Ven y tráeme tu examen —ordenó la maestra.}

—¿Y cuándo salen los resultados de estas pruebas, maestra? —pregunté.

—En cinco días, se le estará avisando si pasó o no. Que tengas un gran día. Ya te puedes ir.

Una vez afuera del edificio, un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar lo que había pasado en la mañana. Mis mejillas se pusieron rojas de la vergüenza mientras apresuraba el paso hacia mi coche. Una vez dentro, me relajé un poco, contenta de haber completado las pruebas. Solo faltaba esperar a que me dijeran si había pasado o no. Saqué mi celular de mi bolso y llamé a mi esposo para invitarlo a almorzar juntos.

—Hola, cariño —dije.

—Hola, amor, ¿cómo te fue en el examen? —respondió Marcos.

—Creo que bien, cariño. Te llamaba para ver si podríamos ir a comer algo en este momento. Hace mucho que no salimos los dos solos —le expliqué.

—Corazón, es que no puedo en este momento porque tengo un almuerzo con unos clientes de la constructora. Estoy al norte de la ciudad —me respondió.

Al escuchar que mi esposo no podía por asuntos de su trabajo, me desanimé

Ya habían pasado seis días desde que realicé el examen de ingreso a la universidad. Ese día me encontraba trotando por el parque que está a unas cuadras de mi casa cuando recibí una notificación en mi celular. Al abrir el correo, vi que era de la universidad, informando que había pasado el examen de ingreso. Di un brinco de felicidad al saber que había logrado mi objetivo. De inmediato dejé de hacer ejercicio y me dirigí a casa para contarles a mi suegra y a mis hijos, quienes estaban en el comedor porque ese día no tenían clases.