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El Encantador del Caos

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Synopsis
En un mundo donde las leyendas hablan de héroes elegidos, armas legendarias y misiones épicas, Ragnor Piesligeros no encaja en el molde. Su especialidad en la magia no consiste en destruir dragones ni invocar tormentas, sino en encantar objetos inútiles. Desde hacer que una silla hable hasta lograr que una cuchara baile, Ragnor es el mago del que todos se burlan, ya que su talento parece no tener utilidad… hasta que un día todo cambia. Cuando accidentalmente da vida a un sombrero de un mercader, éste comienza a lanzar insultos a todo el que se cruza en su camino, provocando el caos en la ciudad. Para empeorar las cosas, al intentar deshacerse de él, libera una antigua tetera flotante que, para su sorpresa, tiene planes propios. Mientras Ragnor trata de mantener todo bajo control, se ve perseguido por gremios de magos, guardias reales, mercenarios y fanáticos religiosos, que discutían quién tenía el derecho de prenderlo fuego primero. En medio de todo el caos, alguien señaló a Ragnor y dijo: “Ragnor, solo tú puedes salvarnos.” Y así comenzó todo. No tenía espada ni profecía, solo algo de magia, mala suerte y un sombrero que insultaba a su paso. Si buscas grandes proezas, tal vez las encuentres aquí… aunque no como esperas.
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Chapter 1 - Capitulo 1: Ragnor y la Tetera Maldita

Ragnor respiraba con dificultad mientras sus botas resonaban contra los adoquines mojados de la ciudad de Malabría. Las calles, angostas y malolientes, parecían interminables, y el grito constante del sombrero sobre su cabeza no ayudaba.

—¡Corre más rápido, inútil! ¿O acaso tus piernas son tan flacas como tu autoestima?—bramó el sombrero.

—¿Podrías callarte un momento? —espetó Ragnor, girando una esquina a toda velocidad.

Detrás de él, la tetera flotaba, emitiendo un zumbido siniestro que parecía amplificarse con cada segundo. A su alrededor, los ciudadanos huían despavoridos. No todos los días veían a un mago desquiciado siendo perseguido por su propio desorden mágico.

—¡Detengan a ese hombre! —gritó un guardia real, acompañado por un mago del gremio que agitaba un bastón luminoso.

Ragnor no se detuvo. Pensó rápido, susurró unas palabras mágicas y apuntó al poste de luz más cercano. En un instante, la farola se transformó en un caracol gigante que comenzó a moverse torpemente por la calle.

—¡Lo sabía! Tu magia es más inútil que un escudo de papel mojado —gritó el sombrero, claramente indignado por el hechizo improvisado.

Ragnor se lanzó hacia un callejón, jadeando y maldiciendo su suerte. La tetera flotó frente a él, habló con su tono agudo y burlón:

—Ragnor, querido, no puedes huir de mí. Somos almas gemelas ahora.

—¡¿Almas qué?! —gritó, buscando desesperadamente una salida.

—Oh, sí. Desde el momento en que me liberaste, estamos ligados. Y si no me ayudas a encontrar el artefacto que busco, bueno... digamos que las consecuencias no serán bonitas.

—¿Por qué tendría que ayudarte? —preguntó Ragnor, frotándose las sienes.

—Porque si no lo haces, destruiré esta ciudad. Fácil, sencillo y… muy doloroso para ti.

Antes de que pudiera responder, un grupo de guardias apareció al final del callejón. Ragnor levantó las manos, preparándose para otro hechizo improvisado, cuando una figura bajó desde el techo de un edificio cercano y aterrizó ágilmente entre él y los guardias.

—¿Es tu tetera? —preguntó la figura, una mujer con una capa oscura y un cuchillo en cada mano.

—Eh… técnicamente, sí.

—Pues ahora es mía. —Y, sin previo aviso, agarró la tetera y salió corriendo.

Ragnor parpadeó, sorprendido. Luego, un pensamiento lo golpeó con fuerza: si alguien podía causar más problemas que él con esa tetera, era una ladrona profesional.

—¡Espera! ¡Devuélvela! —gritó mientras corría detrás de ella.

Y así, sin quererlo, el encantador de cosas inútiles encontró la primera pieza de un rompecabezas que cambiaría su vida.

Ragnor corría detrás de la misteriosa ladrona con todo lo que tenía, esquivando cajas, saltando charcos y casi resbalándose sobre un gato indignado que maulló en su dirección. A lo lejos, la capa negra de la mujer ondeaba al viento, y la maldita tetera flotaba junto a ella, chillando como si disfrutara de la persecución.

—¡Más rápido, piernas de mantequilla! —gritó el sombrero desde la cabeza de Ragnor, ahora completamente entregado al espectáculo.

—¿Quieres ayudar un poco? —respondió Ragnor, jadeando.

—Claro, si tuviera piernas. Pero soy solo un sombrero, campeón, ¿lo recuerdas? Aunque, si te sirve de consuelo, te ves como un verdadero idiota corriendo así.

El callejón desembocó en un mercado nocturno. Las luces parpadeaban, los tenderos cerraban sus puestos, y el aire estaba cargado con el olor a especias y pescado. La ladrona se movía con una agilidad que irritaba profundamente a Ragnor. 

Ella saltó sobre una mesa cargada de frutas, tirando naranjas y manzanas por todos lados. Cuando Ragnor intentó imitarla, tropezó y se llevó por delante un puesto entero.

—¡Maldito sea el día en que aprendí a usar magia! —masculló, levantándose mientras un tendero furioso agitaba un pescado en su dirección.

Finalmente, cuando estaba a punto de darse por vencido, un brazo lo agarró por la túnica y lo empujó contra una pared oscura. Antes de que pudiera reaccionar, una daga reluciente estaba peligrosamente cerca de su nariz.

—¿Quién eres y por qué me sigues? —demandó la ladrona, sus ojos brillando como dos brasas bajo la capucha.

—¡Esa tetera es peligrosa! ¡Tienes que devolvérmela! —dijo Ragnor, levantando las manos en señal de rendición.

La tetera, que flotaba entre ellos, se giró hacia la ladrona y dijo:

—¿Ves? Él es un idiota. Un encantador de cuchillos danzarines, sillas parlantes y cucharas bailarinas. Te lo aseguro, no tiene idea de lo que está haciendo.

—¿Es cierto? —preguntó la ladrona, arqueando una ceja.

—Bueno… Técnicamente, sí, pero tú tampoco sabes lo que estás haciendo, ¿verdad? —replicó Ragnor.

Ella lo miró fijamente durante un segundo y luego, para su sorpresa, comenzó a reír. La risa era baja, casi ronca, pero tenía algo contagioso.

—Me llamo Sienna. —Guardó la daga, pero no soltó su postura defensiva. Luego añadió:— Dime, mago. ¿Por qué debería confiar en ti?

Ragnor suspiró y señaló a la tetera.

—Esa cosa no es solo una tetera. Es un espíritu antiguo que probablemente quiere destruir el mundo o convertirnos en algún tipo de sopa mágica. Si no la detenemos, el gremio de magos, los guardias reales y quién sabe qué más vendrán detrás de nosotros. Créeme, no quieres ese problema.

Sienna pareció considerar sus palabras. Finalmente, le lanzó la tetera, que Ragnor atrapó torpemente.

—Bien, entonces trabajaremos juntos. Pero si me estás mintiendo o intentas dejarme atrás, te juro que te haré bailar como una de tus cucharas encantadas. ¿Entendido?

Ragnor asintió, algo intimidado.

—Perfectamente claro.

—Bien, porque tenemos compañía. —Sienna señaló detrás de él.

Al voltear, Ragnor vio a un grupo de mercenarios armados hasta los dientes entrando al mercado, liderados por un mago del gremio.

—Por todos los dioses rotos… —susurró Ragnor.

El líder de los mercenarios levantó una mano y gritó:

—¡Ragnor Piesligeros, en nombre del Gremio de Magos, entrégate ahora!

—¿Piesligeros? —Sienna lo miró, claramente conteniendo una carcajada.

—¡Es un apellido muy respetable! —respondió Ragnor, encendiendo sus manos con una magia improvisada.

—Seguro que sí. —Sienna desenfundó sus dagas.

Los mercenarios cargaron, y el caos estalló.

Ragnor, fiel a su naturaleza, decidió improvisar. Movió sus manos en un gesto rápido y lanzó un hechizo hacia el puesto más cercano. Una docena de pescados comenzaron a levitar y, para sorpresa de todos, a girar como si fueran frisbees embrujados.

—¡Ataquen, mis caballeros del mar! —gritó, apuntando hacia los mercenarios.

Los pescados voladores impactaron contra los enemigos, dejándolos confundidos y, en algunos casos, apestosos.

—¿Esto es tu idea de magia? —gritó Sienna, saltando hacia uno de los mercenarios y desarmándolo con un movimiento ágil.

—¡Funcionó, ¿no?! —respondió Ragnor mientras esquivaba un rayo lanzado por el mago enemigo.

La tetera, flotando a un lado, comenzó a reír con un tono burlón.

—Esto es ridículo. Me encanta.

Ragnor levantó un barril con otro hechizo y lo hizo rodar hacia los mercenarios, derribando a dos de ellos. Sienna, mientras tanto, se movía con la gracia de un gato, incapacitando a sus oponentes sin mucho esfuerzo. Sin embargo, el mago del gremio no se iba a quedar de brazos cruzados.

—¡Por la gloria del gremio! —gritó, levantando su bastón y lanzando un hechizo que convirtió el aire en torno a ellos en cuchillas invisibles.

—¡Agáchate! —gritó Ragnor, lanzándose al suelo justo a tiempo para evitar las cuchillas.

Mirando a su alrededor, pensó rápido. Apuntó al sombrero en su cabeza y dijo:

—¡Tú, di algo realmente ofensivo!

El sombrero, encantado por la solicitud, gritó:

—¡Oye, mago barato! ¡Tu bastón parece un palo de escoba usado!

El mago enemigo, distraído por el insulto, giró la cabeza hacia Ragnor con una expresión de incredulidad. Ese fue el momento que Sienna aprovechó para lanzarle una daga que cortó el bastón en dos.

El hechizo se desvaneció, y el mago cayó de rodillas, derrotado. Los mercenarios restantes, al ver a su líder derrotado, retrocedieron lentamente antes de huir.

—Bueno, eso fue fácil. —Sienna guardó sus dagas y le dio una palmada en el hombro a Ragnor.

—Sí, claro. Fácil. —Ragnor jadeaba, cubierto de sudor y oliendo a pescado.

La tetera flotó entre ellos y dijo, con una voz extrañamente satisfecha:

—De acuerdo, Ragnor. Quizás no seas tan inútil después de todo.

Ragnor rodó los ojos.

—Gracias, supongo.

Sienna lo miró fijamente y dijo:

—Si vamos a trabajar juntos, necesito saber exactamente qué es lo que estamos enfrentando.

Ragnor suspiró y sostuvo la tetera frente a ellos.

—Muy bien. Esto no es solo un espíritu. Es algo llamado un Antiguo Fragmento del Vacío. Y lo que busca es un artefacto llamado El Cetro de las Cosas Rotas. Si lo consigue… bueno, digamos que hasta los sombreros parlantes dejarán de ser graciosos.

Sienna frunció el ceño.

—Entonces más vale que lo encontremos antes que ellos.

Ragnor asintió, pero en el fondo de su mente, no podía dejar de pensar que estaba completamente fuera de su liga.

Y así, el improbable dúo comenzó su viaje hacia La Biblioteca de los Fracasos, el único lugar donde podrían encontrar las respuestas que necesitaban… y tal vez, solo tal vez, salvar el mundo.

La noche había caído sobre los caminos que llevaban fuera de Malabría. Las estrellas brillaban pálidamente en el cielo, como si estuvieran demasiado cansadas para iluminar el mundo con entusiasmo. 

Ragnor y Sienna avanzaban por un sendero polvoriento, rodeados de campos vacíos y el susurro ocasional del viento. La tetera flotaba cerca, callada por primera vez en horas, y el sombrero de Ragnor parecía haber entrado en un extraño estado de contemplación silenciosa.

—¿Entonces... a dónde vamos exactamente? —preguntó Sienna, rompiendo el silencio.

—A la Biblioteca de los Fracasos. —Ragnor señaló hacia el horizonte con un gesto teatral, pero sus ojos se entrecerraron con duda—. Bueno, creo que está en esa dirección.

—¿"Crees"? —Sienna se detuvo, cruzando los brazos con impaciencia.

—Es un lugar legendario. No tiene un letrero que diga "¡Pasa por aquí para encontrar todos los errores mágicos de la historia!" Además, el camino cambia dependiendo de quién lo busque.

Sienna suspiró.

—Perfecto. Entonces básicamente estamos siguiendo a un mago incompetente hacia un lugar que puede o no existir.

—¡Oye! —Ragnor frunció el ceño—. No soy incompetente. Sólo… tengo un enfoque único de la magia.

—Sí, claro. Porque hechizos de pescados voladores son justo lo que el mundo necesita.

Antes de que Ragnor pudiera responder, la tetera comenzó a hablar, su voz chillona rompiendo la tranquilidad de la noche:

—Es fascinante verlos discutir. Como un par de ratones peleando por un trozo de queso envenenado.

—¿Puedes guardar silencio un rato? —gruñó Ragnor, sintiendo una punzada de irritación en la nuca.

—Claro, claro. Después de todo, estoy solo aquí atrapado en una miserable tetera, dependiendo de un mago de segunda y una ladrona aficionada para cumplir mi propósito cósmico. —El espíritu soltó una risita burlona—. Seguro que todo saldrá bien.

Sienna sacó una daga y la apuntó hacia la tetera flotante.

—¿Quieres saber qué tan rápido puedo convertirte en una pila de chatarra mágica?

—¡Ya basta! —dijo Ragnor, levantando las manos entre ambos—. Nos guste o no, estamos atrapados juntos. Si queremos salir de esto vivos, necesitamos trabajar como un equipo.

La tetera, sorprendentemente, se quedó en silencio, aunque todavía flotaba con un aire de superioridad. Sienna, por su parte, guardó su daga, pero su mirada dejó claro que no confiaba ni un poco en el espíritu.

El sendero frente a ellos comenzó a transformarse lentamente. Los árboles, que antes eran simples robles retorcidos, ahora tenían hojas que brillaban como farolillos, y el aire estaba impregnado con el aroma dulce de flores que Ragnor no podía identificar. 

De pronto, una gran puerta de hierro apareció frente a ellos, oxidada pero imponente, como si hubiera estado esperando allí durante siglos.

—¿Esto es…? —comenzó Sienna.

—La entrada a la Biblioteca de los Fracasos. —Ragnor avanzó hacia la puerta, sus manos temblorosas de emoción y nerviosismo.

Cuando empujó las enormes hojas de hierro, estas se abrieron con un gemido profundo y ominoso, revelando un interior que no se parecía a nada que hubieran visto antes.

La biblioteca era un caos organizado: estanterías torcidas llenas de libros cuyos títulos brillaban, flotaban o, en algunos casos, se quejaban de que nadie los leía. Velas parpadeantes iluminaban el lugar, aunque algunas se apagaban y se encendían al azar, como si estuvieran de mal humor. 

En el centro de la sala principal, un enorme globo terráqueo flotaba en el aire, girando lentamente, con continentes que parecían cambiar de forma cada vez que uno parpadeaba.

—Esto es... increíble. —Ragnor miró a su alrededor con los ojos muy abiertos.

—Es un desastre. —Sienna levantó una ceja, esquivando un libro que había decidido volar por sí mismo.

Una voz grave resonó desde las sombras.

—¿Quién osa entrar en la Biblioteca de los Fracasos?

De las sombras emergió una figura alta y encorvada: un hombre con una barba tan larga que arrastraba por el suelo y ojos que brillaban como brasas. Vestía una túnica hecha de pergaminos y llevaba un bastón decorado con plumas de colores.

—Yo soy el Bibliotecario. Guardián de los errores, protector de los olvidos. ¿Qué buscan en mi dominio?

Ragnor dio un paso adelante.

—Necesitamos información sobre el Cetro de las Cosas Rotas.

El Bibliotecario lo miró fijamente, sus ojos pareciendo perforar el alma de Ragnor. Finalmente, suspiró.

—Ah, el cetro. Un artefacto de magia caótica, diseñado para deshacer lo que fue hecho. Peligroso, incluso para los más sabios. ¿Por qué lo buscan?

Antes de que Ragnor pudiera responder, la tetera flotó hacia adelante.

—Es asunto mío, viejo archivista. No tuyo.

El Bibliotecario frunció el ceño, su bastón golpeando el suelo con un estruendo que hizo temblar las estanterías.

—Espíritu del Vacío, no tienes lugar aquí. Esta biblioteca no es para ti.

Ragnor levantó las manos en señal de paz.

—¡Espera! Nosotros… queremos asegurarnos de que el cetro no caiga en malas manos.

El Bibliotecario los miró largamente antes de hablar.

—El cetro no está aquí, pero la clave para encontrarlo yace en este lugar. Si desean obtener esa información, deberán pasar una prueba.

—¿Qué clase de prueba? —preguntó Sienna, alerta.

—Una prueba que examina sus fallos. Esta es la Biblioteca de los Fracasos, después de todo. Aquí, sus errores más grandes cobrarán vida, y deberán enfrentarlos si desean avanzar.

Ragnor tragó saliva.

—Bueno, eso suena… horrible.

—Entonces es adecuado para ti. —El Bibliotecario chasqueó los dedos, y el suelo bajo ellos comenzó a temblar.

Ragnor, Sienna, el sombrero y la tetera cayeron en un abismo de sombras. Cuando tocaron el suelo (o lo que parecía suelo), se encontraron en un espacio extraño, como si estuvieran dentro de una burbuja de cristal. Frente a ellos, se materializó la figura de un hombre joven con una túnica raída y una varita rota.

—¿Quién es él? —preguntó Sienna.

Ragnor tragó saliva.

—Soy… yo. Hace años.

El joven Ragnor los miró con una mezcla de desprecio y tristeza.

—¿Recuerdas esto, Ragnor? Tu primer intento de encantar algo realmente útil.

El entorno cambió, y ahora estaban en un taller lleno de objetos destrozados. En el centro, un espejo dorado con grietas por todas partes brillaba tenuemente.

—Quise crear un espejo que mostrara la verdad interior de las personas —explicó Ragnor en voz baja—. Pero salió mal. En lugar de reflejar la verdad, reveló los miedos más profundos de quien lo mirara. Provocó… mucho daño.

La versión joven de Ragnor levantó una varita y dijo con dureza:

—¿Te atreves a enfrentarte a tus fracasos?

El espejo comenzó a brillar, y una figura oscura emergió de él, envuelta en sombras y con ojos rojos como brasas. Ragnor sintió que el miedo lo paralizaba, pero Sienna lo sacudió.

—¡Ragnor! ¡Esto es tuyo! Enfréntalo.

Él levantó las manos, convocando su magia con esfuerzo.

—¡No soy el mismo de antes! ¡He aprendido de mis errores!

La criatura cargó hacia él, pero en lugar de retroceder, Ragnor lanzó un hechizo, imbuyendo su magia en el espejo. Este se rompió en mil pedazos, y la criatura desapareció.

Sienna lo miró, impresionada.

—Bueno, tal vez no seas tan incompetente.

El entorno volvió a cambiar con un temblor bajo sus pies. Ahora estaban en un campo abierto, pero no uno cualquiera. Era un lugar absolutamente absurdo: los árboles estaban hechos de pan, las nubes eran de algodón de azúcar, y pequeños animales bailaban al ritmo de una música que parecía venir de ninguna parte.

—Por todos los hechizos fallidos del mundo, ¿dónde estamos? —preguntó Ragnor, frotándose los ojos.

—Definitivamente no en un lugar normal. —Sienna apartó a un conejo bailarín que intentaba hacerle un paso de baile.

La voz del joven Ragnor volvió a sonar, resonando desde el aire como si fuera parte del extraño paisaje.

—Este fue otro de tus grandes fracasos, Ragnor. Recuerda el "Hechizo de Realidad Dulzona".

Ragnor palideció.

—Oh, no.

—¿Qué es eso? —preguntó Sienna con un deje de alarma.

—Intenté crear un mundo de ensueño para mi examen final en la Academia. Algo que impresionara a los maestros. Lo que obtuve fue esto… —Ragnor señaló a su alrededor justo cuando un grupo de pollos gigantes con alas de mantequilla apareció trotando alegremente hacia ellos—. …y las criaturas no eran precisamente amigables.

Los pollos, que al principio parecían encantadores, soltaron un cacareo gutural y cargaron hacia ellos, moviendo las alas grasientas de forma amenazante.

—¿Me estás diciendo que vamos a morir aplastados por pollos de mantequilla? —gritó Sienna, sacando sus dagas.

—¡No te preocupes, puedo arreglar esto! —Ragnor levantó las manos, murmurando un hechizo apresurado—. ¡Alas pegajosas, detenedlos!

En un instante, los pollos se detuvieron en seco… pero no porque el hechizo funcionara correctamente. No, en lugar de eso, las alas de los pollos se transformaron en brazos humanos que empezaron a aplaudir con entusiasmo.

—¡Por qué siempre pasa esto! —gimió Ragnor mientras los pollos se acercaban, ahora mucho más extraños y perturbadores.

Sienna no se detuvo a pensar. Saltó encima de uno de los pollos y lo usó como un trampolín para impulsarse hacia un árbol de pan, donde rompió una rama y comenzó a usarla como un garrote improvisado.

—¡Haz algo, Ragnor! —gritó mientras golpeaba a uno de los pollos en la cabeza, que explotó en un montón de migas.

Ragnor intentó de nuevo, esta vez apuntando a una nube.

—¡Tormenta de algodón, desátate!

La nube de algodón de azúcar se oscureció y comenzó a llover jarabe pegajoso. Los pollos, ahora cubiertos de jarabe, se resbalaron entre sí, cacareando furiosamente mientras intentaban levantarse.

—¿Eso era lo que querías hacer? —preguntó Sienna, mirando el desastre.

—Más o menos… —Ragnor murmuró, claramente inseguro.

La voz del joven Ragnor volvió a sonar.

—¿Ves? Siempre improvisando, siempre fracasando. Nunca controlas la magia. ¿Cómo piensas salvar el mundo si no puedes manejar unos simples pollos?

—¡Ya lo hice! —gritó Ragnor, señalando el caos—. Más o menos…

Pero algo cambió en ese momento. Las criaturas y el paisaje comenzaron a desvanecerse, como si el hechizo hubiera reconocido que su creador ya no tenía miedo de admitir sus errores.

Sienna bajó del árbol de pan, cubierta de jarabe y con una expresión de exasperación.

—Por favor, dime que no hay más mundos extraños como este en tu lista de fracasos.

Ragnor le dedicó una sonrisa culpable.

—Define "extraño".

El entorno volvió a cambiar una vez más. Ahora estaban en una sala oscura y vacía. Solo había un espejo gigantesco frente a ellos, tan grande que parecía tocar el techo invisible.

—Esto… no me gusta nada. —Sienna se acercó al espejo, pero no reflejaba su imagen. En su lugar, mostró una figura oscura y enorme que parecía estar hecha de sombras y chispas de magia descontrolada.

Ragnor se quedó helado.

—Ese… soy yo.

—¿De qué hablas? —preguntó Sienna.

—Es mi lado oscuro. Mi magia está ligada a mi imaginación y emociones. Cuando era joven, me dijeron que mi magia era un "desastre ambulante", que nunca sería un mago respetado porque todo lo que hacía era "inútil". 

—Ragnor apretó los puños, mirando fijamente a la criatura en el espejo—. Y esta cosa… es el resultado de todas esas dudas, de todos esos pensamientos de que nunca sería suficiente.

La criatura salió del espejo, materializándose frente a ellos. Era una versión gigante y grotesca de Ragnor, con una sonrisa torcida y ojos que brillaban con una luz malévola.

—Ragnor Piesligeros, el mago que no sirve para nada. ¿Crees que puedes salvar al mundo con trucos de feria? —gruñó la criatura, su voz resonando como un trueno.

Sienna desenvainó sus dagas.

—¿Cómo lo derrotamos?

Ragnor dio un paso adelante.

—No podemos atacarlo como si fuera cualquier enemigo. Es parte de mí. Si lo destruyo, destruyo una parte de lo que soy.

La criatura se abalanzó hacia ellos, pero Ragnor levantó una mano.

—¡Espera!

Sienna lo miró incrédula.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy enfrentándome a mí mismo.

Ragnor respiró hondo y miró a su contraparte oscura.

—No voy a huir más. Sí, soy un mago raro. Mis hechizos son impredecibles y muchas veces ridículos. Pero son míos. Mi magia refleja quién soy, y no voy a avergonzarme de eso nunca más.

La criatura se detuvo, como si estuviera considerando sus palabras. Finalmente, comenzó a desmoronarse, deshaciéndose en motas de luz que se disiparon en el aire.

Sienna lo miró con una mezcla de sorpresa y respeto.

—Bueno… no estuvo mal, mago.

Ragnor sonrió tímidamente.

—Gracias.

La voz del Bibliotecario resonó de nuevo.

—Has enfrentado tus errores, y eso te hace digno de continuar. La información que buscas está ahora al alcance de tu mano.

De repente, volvieron a estar en la biblioteca, frente al Bibliotecario. Este les entregó un pergamino antiguo y dijo:

—El Cetro de las Cosas Rotas está escondido en la Torre del Gremio de Magos, en una cámara que solo puede abrirse con un hechizo de caos puro.

—Espera, ¿caos puro? —preguntó Sienna, frunciendo el ceño.

El Bibliotecario asintió.

—La magia de Ragnor es única. Sus "fracasos" son en realidad la clave para desbloquear el poder del cetro. Pero cuidado, porque si cae en las manos equivocadas… bueno, lo saben.

Ragnor asintió lentamente.

—Lo entiendo.

Con la nueva información en sus manos, Ragnor y Sienna se prepararon para el enfrentamiento final en la Torre del Gremio, conscientes de que su mayor batalla aún estaba por venir… pero también sabiendo que estaban listos para enfrentarlo juntos.

La Torre del Gremio de Magos se alzaba en el corazón de Malabría como una aguja de piedra que parecía atravesar las nubes. Era imponente, decorada con gárgolas que emitían un brillo tenue y ventanales por los que se filtraba una luz azulada, creando la sensación de que el edificio entero respiraba magia.

—Bueno, estamos aquí. —Sienna se encogió de hombros, mirando hacia arriba—. ¿Cómo planeas entrar a un lugar lleno de magos entrenados que probablemente quieran matarte?

—Con una combinación de astucia, sigilo y… ¿espera? —Ragnor giró hacia ella con una expresión de duda—. ¿Sigilo?

—Oh, no. Nada de sigilo contigo. —Sienna negó con la cabeza—. Probablemente harías que las puertas cobraran vida y empezaran a cantar.

Ragnor levantó un dedo, indignado.

—¡Eso sólo pasó una vez!

El sombrero, que había estado relativamente tranquilo durante el viaje, decidió intervenir con un tono sarcástico:

—Oh, no. Seguro que esta vez será diferente. Vamos a confiar en el mago que convierte botas en patos bailarines.

—¡Cállate tú, prenda impertinente! —gruñó Ragnor, jalándose el sombrero hacia abajo, como si intentara ahogarlo.

—¡Ay, ay, cuidado con las orejas! —se quejó el sombrero—. Si me maltratas, prometo insultarte tan fuerte que llorarás como cuando intentaste hechizar ese pastel y te salió una cucaracha gigante.

Sienna soltó una carcajada, claramente disfrutando del espectáculo.

—De verdad, ¿cómo sigues vivo?

Ragnor suspiró y señaló una entrada lateral.

—Vamos. Tengo un plan.

—Oh, sí. Seguro que tu plan es un éxito. —El sombrero continuó, burlándose con entusiasmo—. ¿El plan incluye gritar "¡No me maten, soy adorable!" cuando nos atrapen?

—¿Alguien tiene una bolsa para callar a este sombrero? —preguntó Ragnor, apretando los dientes mientras Sienna se reía en voz baja.

Llegaron a una puerta lateral de madera que parecía abandonada. Ragnor extendió las manos y murmuró unas palabras mágicas. La cerradura parpadeó con un destello dorado antes de abrirse con un leve chirrido.

—Bueno, eso no estuvo tan mal. —Sienna lo miró sorprendida.

—Gracias. Veo que mi magia tiene sus momentos.

En cuanto dieron un paso adentro, la tetera rompió el breve momento de calma:

—¿Sabían que esta torre tiene trampas mágicas que podrían convertirnos en gelatina? No que me importe, claro, porque yo soy indestructible. Pero ustedes dos probablemente terminarán como postres mal preparados.

—¿Qué clase de espíritu eres? —murmuró Sienna, mirándola con irritación.

—El tipo que dice la verdad. —La tetera flotó en círculos como si estuviera aburrida—. Por cierto, me encanta cómo la ladrona experta sigue a un mago cuyo plan es básicamente "improvisar y rezar". Muy profesional.

Ragnor ignoró la burla y siguió adelante, aunque su paciencia estaba peligrosamente cerca de agotarse.

Avanzaron por un pasillo lleno de retratos que seguían sus movimientos con los ojos. Sienna, siempre alerta, notó que uno de los cuadros tenía algo extraño.

—Espera, este está parpadeando.

—Todos están parpadeando —respondió Ragnor, con el ceño fruncido.

—No, éste tiene algo… diferente.

De repente, el cuadro se iluminó y una voz resonó por el pasillo.

—¡INTRUSOS!

—¿En serio? —Sienna giró hacia Ragnor—. ¿Ni una pizca de sigilo?

—¡No fue mi culpa! ¡El cuadro me estaba mirando raro! —gritó Ragnor mientras el sonido de pasos apresurados llenaba el pasillo.

El sombrero decidió aportar su granito de arena:

—¡Por supuesto que fue tu culpa! ¡Siempre es tu culpa! Ragnor Piesligeros: destruyendo la discreción desde el día que nació!

Sienna lo agarró del brazo y lo arrastró hacia una escalera.

—¡Sube, sube!

Subieron corriendo mientras los guardias del gremio aparecían detrás de ellos, lanzando hechizos que chisporroteaban contra las paredes.

La escalera parecía no tener fin. Cada pocos metros, Ragnor intentaba ralentizar a sus perseguidores con su peculiar magia. En un tramo, murmuró un hechizo que convirtió un escalón en gelatina, haciendo que dos guardias resbalaran y cayeran como sacos de patatas.

—¡Eso estuvo bien! —gritó Sienna desde más adelante.

—Gracias, gracias. Lo llamo "Hechizo de Inestabilidad Momentánea". —Ragnor sonrió con orgullo.

Pero la tetera, que había estado flotando cerca, no podía evitar comentar:

—¿Sabías que ese hechizo también puede convertir el piso en helado? Podría ser útil si no fueras un completo desastre.

—¡Cállate, maldita tetera! —gritó Ragnor, mientras otro guardia esquivaba por poco un hechizo suyo y terminaba estrellándose contra una pared.

Finalmente, llegaron a la cima de la torre, donde una enorme puerta de hierro los esperaba. Grabados arcanos cubrían su superficie, y las runas brillaban débilmente con una luz roja ominosa.

—Esto debe ser la cámara del cetro —dijo Sienna, inspeccionando la puerta con cuidado—. ¿Cómo la abrimos?

La tetera flotó hacia adelante con un aire de superioridad.

—Es simple. Necesitan magia de caos puro.

Sienna lo miró fijamente.

—¿Qué significa eso?

—Significa… que yo puedo hacerlo. —Ragnor tragó saliva, mirando la puerta como si fuera un dragón dormido.

—Espera, espera. —El sombrero se animó, obviamente disfrutando del momento—. ¿Estás diciendo que tienes que lanzar el hechizo más caótico de tu vida? Esto será glorioso.

—Glorioso para ti, quizás. —Ragnor levantó las manos, cerró los ojos y comenzó a conjurar. Su mente estaba llena de ideas, ninguna particularmente lógica. El resultado fue un estallido de energía tan colorido como caótico.

De repente, la puerta no sólo se abrió, sino que también se transformó en un enorme arcoiris viviente que comenzó a cantar.

—¡Somos libres! ¡Cantemos sobre los colores del caos! —gritó el arcoiris, mientras bailaba alrededor de la sala.

Sienna se llevó una mano a la cara.

—De todos los hechizos posibles…

—Funcionó, ¿no? —Ragnor entró a la cámara con confianza.

En el centro de la cámara estaba el Cetro de las Cosas Rotas, flotando sobre un pedestal rodeado por un remolino de energía oscura. Pero no estaban solos.

Un grupo de magos del gremio, liderados por un archimago con túnicas doradas, los esperaba.

—Ragnor Piesligeros. Sabíamos que vendrías —dijo el líder, su voz goteando con desdén.

—¿Ah, sí? Bueno, aquí estoy. Y no pienso dejar que tomen el cetro. —Ragnor intentó sonar valiente, aunque estaba sudando.

El archimago levantó una mano, invocando un hechizo que llenó la sala de relámpagos.

—¿De verdad crees que puedes detenernos con tus trucos de feria?

Ragnor respiró hondo, mirando a Sienna y luego al sombrero y la tetera.

—No estoy solo.

Sienna se lanzó hacia los magos con una agilidad impresionante, desarmando a uno y esquivando los hechizos de otro. Mientras tanto, Ragnor usó su magia para "activar" a las estatuas decorativas de la cámara, que comenzaron a bailar y lanzar cosas aleatorias contra los enemigos.

El sombrero, desde la cabeza de Ragnor, gritaba:

—¡Eso es! ¡Atáquenlos con estilo!

La tetera, flotando sobre el cetro, añadió:

—¡Y cuidado con no romperlo, o nos vamos todos al vacío eterno!

Ragnor finalmente llegó al cetro. Sus manos temblaban mientras lo agarraba, sintiendo un torrente de energía que casi lo derribaba.

—¡Haz algo útil por una vez! —gritó Sienna, esquivando otro hechizo.

Ragnor levantó el cetro y gritó:

—¡Hechizo Final del Todo o Nada!

El cetro liberó una explosión de magia que transformó la sala en un caos absoluto: los magos fueron envueltos en burbujas gigantes, las paredes comenzaron a emitir risas histéricas, y el techo se llenó de confeti brillante.

Cuando todo se calmó, los magos enemigos habían sido neutralizados, y Sienna, Ragnor, el sombrero y la tetera seguían en pie.

—¿Qué hiciste? —preguntó Sienna, todavía sorprendida.

Ragnor sonrió con cansancio.

—Improvisé.

De regreso a las afueras de Malabría, Ragnor sostuvo el cetro envuelto en una tela mágica.

—Entonces… —dijo Sienna, cruzando los brazos—. ¿Qué hacemos ahora?

—Lo escondemos donde nadie lo encuentre. —Ragnor miró al sombrero y la tetera, que flotaban en silencio inusualmente cómplice.

—Por cierto… —El sombrero finalmente habló—. Creo que esto fue lo más divertido que hemos hecho. Tal vez no seas tan inútil después de todo.

La tetera agregó:

—Aunque no esperen que me quede tranquila por mucho tiempo.

Sienna suspiró y comenzó a caminar.

—Bueno, al menos el mundo no terminó en caos absoluto.

—Por ahora. —Ragnor sonrió y siguió sus pasos, mientras el sombrero insultaba a unos pájaros que pasaban volando y la tetera tarareaba una canción burlona.

Y así, aunque el caos nunca estuvo demasiado lejos, parecía que el improbable grupo estaba listo para lo que fuera que el destino les arrojara a continuación.