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Chapter 8 - Capitulo 8: Cenizas y Magia

La tensión en el aire era casi tangible. Los miembros del Gremio de Magos rodeaban al grupo, sus varitas brillando con destellos de energía. A la cabeza, el Alto Mago avanzaba con una calma intimidante, su túnica negra ondeando a pesar de que no había viento.

—Ríndanse ahora y evitarán un destino que ninguno de ustedes podrá soportar —dijo el Alto Mago, su voz resonando como un trueno suave.

Sienna apretó sus dagas con fuerza.

—¿Y si te ahorramos el discurso y saltamos a la parte donde intentas matarnos?

El sombrero, desde la cabeza de Ragnor, se inclinó hacia adelante.

—Brillante estrategia, Sienna. Realmente has elevado las expectativas del grupo a niveles insuperables.

—¡Silencio, accesorio parlante! —le espetó Sienna.

Mientras tanto, Ragnor seguía tratando de mantener la compostura tras el caos de la "Ráfaga Festiva" que había lanzado momentos antes. La lluvia de rosquillas continuaba cayendo esporádicamente, aunque lo que nadie esperaba era lo que sucedió a continuación.

Con un temblor repentino, una de las rosquillas cayó al suelo frente al Alto Mago, pero en lugar de quedarse inmóvil, comenzó a inflarse rápidamente. En cuestión de segundos, tomó una forma absurda: una rosquilla gigante con brazos y piernas formados de masa glaseada. Dos ojos de crema de vainilla se abrieron en su superficie, y un río de chocolate caliente comenzó a brotar de su interior como si fuera sangre.

—¿Qué… es… ESO? —exclamó uno de los magos del Gremio, dando un paso atrás.

La rosquilla gigante soltó un rugido gutural que salpicó chocolate caliente por todos lados, y sin previo aviso, se lanzó directamente hacia el Alto Mago.

—¡Ataca con chocolate! —gritó Ragnor, señalando emocionado.

—¡¿Eso es lo único que puedes decir?! —le gritó Sienna mientras esquivaba un chorro de chocolate que pasó demasiado cerca de su rostro.

El Alto Mago, visiblemente furioso, levantó su varita para lanzar un contraataque, pero la rosquilla gigante lo interceptó con un golpe contundente de su brazo glaseado. El impacto lo envió varios metros hacia atrás, derribando a algunos de sus propios magos en el proceso.

El sombrero estalló en carcajadas.

—¡Bravo, Ragnor! Por una vez en tu vida, creaste algo que tiene utilidad! Aunque, siendo sinceros, la utilidad de una rosquilla asesina es cuestionable.

—¡Esto es increíble! —exclamó Chairald, dando pequeños saltos emocionados—. ¡Una rosquilla valiente se une a nuestra causa!

Mientras la rosquilla gigante seguía atacando al Alto Mago, el caos reinaba en el claro del bosque. Los magos del Gremio intentaban contener tanto al grupo como a la criatura de masa y chocolate, pero la situación se descontrolaba rápidamente.

—¡No podemos quedarnos quietos! —gritó Edran, esquivando un rayo mágico que pasó rozando su hombro—. ¡Esta es nuestra oportunidad!

—¡Sí, porque claramente estar en medio de una batalla entre magos y un monstruo de panadería es la oportunidad perfecta! —replicó el sombrero.

El caos en el claro del bosque era absoluto. La rosquilla gigante seguía lanzándose contra el Alto Mago, quien a duras penas lograba repeler sus ataques con escudos mágicos. Mientras tanto, el resto del grupo luchaba contra los magos del Gremio en una danza de ataques, contraataques y, en el caso de Ragnor, hechizos inútiles que sólo añadían más confusión.

Ragnor, decidido a impresionar al resto del grupo, levantó su varita y gritó:

—¡Lluvia de Rayos!

En lugar de rayos, pequeñas burbujas amarillas comenzaron a flotar por el aire, reventando contra los magos y liberando… ¿fragancia de lavanda?

—¿Es en serio? —preguntó Sienna, esquivando un hechizo enemigo.

El sombrero soltó una carcajada.

—¡Oh, sí, porque lo que más temen los magos oscuros es oler limpio! Bravo, Ragnor, estás salvándonos con aromaterapia.

En otro lado del claro, Chairald embistió contra dos magos del Gremio con un grito de guerra ensordecedor.

—¡El respaldo indomable jamás será derrotado!

—¿Qué clase de estrategia es esa? —gritó Sienna mientras cortaba las cuerdas mágicas que un mago intentaba lanzar hacia ella.

—Es la estrategia de los valientes, amiga mía. ¡Aprende de mi ejemplo! —respondió Chairald, derribando a otro mago con un golpe que envió al enemigo directamente contra un árbol.

Mientras tanto, el sombrero no perdía la oportunidad de insultar al Alto Mago cada vez que veía una abertura.

—¡Oye, tú, farsante de túnica barata! ¿Esas habilidades son de verdad o sólo las alquilaste por la tarde? ¡He visto flanes con más carisma que tú!

El Alto Mago giró hacia el sombrero con una mirada furiosa.

—¿Quién eres tú para insultarme?

—Soy un accesorio mágico con más estilo y utilidad de las que tú jamás tendrás. Ahora regresa a tu escuela de magos mediocres y pídele un reembolso a tu maestro.

El Alto Mago, evidentemente irritado, lanzó un rayo de energía hacia el grupo, pero este fue bloqueado por Edran, quien conjuró un escudo mágico a tiempo.

—¡Concéntrate! —gritó Edran hacia Ragnor, mientras repelía otro ataque.

Ragnor, aún desconcertado por el fracaso de su hechizo de rayos, intentó improvisar otro.

—¡Campo de Prisiones!

Esta vez, un grupo de pequeñas jaulas de luz apareció… pero en lugar de atrapar a los magos enemigos, capturó a un grupo de ardillas que pasaban corriendo cerca del campo de batalla.

—¡Por supuesto que atrapaste ardillas! —se burló el sombrero—. ¿Por qué no también un picnic o un puesto de limonada?

El combate se interrumpió de golpe cuando una explosión de energía oscura sacudió el claro. Los árboles alrededor del lugar temblaron, y una onda de poder barrió tanto a los magos del Gremio como al grupo, obligándolos a retroceder.

Desde las sombras del bosque emergió una figura alta y encapuchada, su túnica negra decorada con líneas brillantes que parecían grietas de magma. Su rostro estaba cubierto por una máscara de obsidiana, y de sus manos fluía una energía caótica que chisporroteaba como si estuviera viva.

—Un Errante del Caos —susurró Edran, con el rostro pálido.

La figura habló con una voz profunda y resonante.

—Todos ustedes son insignificantes. El Corazón no pertenece a ninguno de ustedes.

Sin previo aviso, el Errante levantó una mano y desató un torrente de energía oscura que impactó tanto a los magos del Gremio como al grupo, dividiendo el campo de batalla en un caos aún mayor.

—¡Ahora estamos peleando contra dos bandos! —gritó Sienna mientras esquivaba un rayo negro que destrozó un árbol cercano.

El Errante no parecía tener un objetivo claro; atacaba indiscriminadamente a cualquiera que estuviera cerca. Un mago del Gremio intentó conjurar una barrera, pero la energía caótica del Errante atravesó el escudo como si fuera papel, enviándolo volando por los aires.

Ragnor, con su magia aún más impredecible bajo presión, intentó contrarrestar al Errante.

—¡Invocación del Dragón!

En lugar de un dragón, un pequeño lagarto apareció sobre su hombro, lanzando un débil hilo de humo por la nariz antes de quedarse completamente inmóvil.

—¡Increíble! —gritó el sombrero—. Si seguimos a este ritmo, tal vez para el año que viene invoques una luciérnaga.

La energía del Errante seguía intensificándose, creando grietas en el suelo mientras el grupo intentaba reorganizarse. Chairald, por supuesto, no mostró ninguna duda y se lanzó contra el Errante con un grito de guerra.

—¡Por la gloria del respaldo indomable!

El Errante apenas pareció inmutarse cuando Chairald lo golpeó, pero el impacto lo hizo retroceder ligeramente, lo suficiente para que Sienna pudiera lanzar un par de dagas hacia él.

Edran, mientras tanto, intentaba desesperadamente analizar el patrón de ataques del Errante.

—Es pura energía del Corazón. No tiene control total sobre ella. ¡Eso podría ser nuestra ventaja!

A pesar de su poder, el Errante también mostraba signos de inestabilidad, sus movimientos erráticos y descoordinados comenzaban a afectar tanto a los magos del Gremio como a sí mismo.

Edran finalmente levantó la voz, su tono cargado de urgencia.

—¡Tenemos que salir de aquí! Esto no es una batalla que podamos ganar.

La tetera, que había estado flotando con su brillo púrpura cada vez más intenso, lanzó un hechizo sin previo aviso. Una barrera de energía oscura y brillante apareció entre el grupo y sus enemigos, bloqueando tanto al Errante como a los magos del Gremio.

—¿Desde cuándo puedes hacer eso? —preguntó Sienna, con el ceño fruncido.

—¿Desde cuándo me haces preguntas innecesarias? —respondió la tetera, claramente evitando el tema.

El grupo comenzó a correr, adentrándose en el bosque mientras el caos continuaba detrás de ellos. Sin embargo, justo cuando estaban por desaparecer entre los árboles, Ragnor miró hacia atrás y vio a la rosquilla gigante derrumbándose al suelo, derrotada por el Alto Mago.

—¡No, la rosquilla! —exclamó Ragnor con tristeza.

El sombrero soltó un suspiro teatral.

—Sí, una gran pérdida para la panadería mundial. Estoy seguro de que se convertirá en un mártir para todos los dulces de su especie.

El Alto Mago observaba la escena desde una pequeña elevación, con las manos cruzadas detrás de su espalda. Su túnica negra, bordada con filigranas plateadas, apenas se movía, y sus ojos, fríos y calculadores, recorrían cada detalle del desastre que se había desplegado frente a él.

El claro del bosque estaba en ruinas. Fragmentos de árboles, tierra levantada y marcas de energía mágica cubrían el lugar. Una rosquilla gigante, ennegrecida y partida por la mitad, yacía inmóvil en el centro del campo de batalla. De su interior aún rezumaba chocolate caliente, formando pequeños riachuelos pegajosos que se mezclaban con la tierra quemada.

—Inaceptable —murmuró, su voz como un eco bajo.

A su alrededor, los pocos magos del Gremio que aún podían levantarse trabajaban para atender a los heridos. Un joven mago se acercó a él, cojeando, con una mezcla de miedo y vergüenza en su rostro.

—Maestro… lograron escapar. El grupo, y… la criatura del Caos también.

El Alto Mago giró lentamente hacia él, su mirada penetrante haciendo que el joven mago diera un paso atrás.

—¿Eso crees? —dijo el Alto Mago, su tono gélido. Lentamente, levantó una mano y la extendió hacia el joven, cuyas rodillas temblaban—. Dime, ¿qué hiciste tú para evitarlo?

—Y-yo intenté—

—Exactamente —interrumpió el Alto Mago, bajando la mano sin siquiera tocarlo. El joven mago cayó al suelo como si una fuerza invisible lo hubiera aplastado.

El Alto Mago regresó su atención al centro del claro. Las marcas de energía caótica aún chisporroteaban débilmente en el aire, dejando un rastro que sólo alguien con su nivel de percepción podía notar.

—El Errante… su presencia es una complicación inesperada. —Frunció ligeramente el ceño, un gesto casi imperceptible en su rostro normalmente impasible—. Pero una que puede usarse a mi favor.

Se arrodilló frente a las marcas de energía caótica en el suelo y colocó una mano sobre ellas. Una onda de energía negra surgió de su palma, y por un momento, el claro volvió a brillar con la intensidad de la batalla que acababa de ocurrir. Vio destellos de lo que había sucedido: el Errante atacando indiscriminadamente, el grupo huyendo, y la barrera púrpura que los había separado.

—La barrera… no vino del Errante. —El brillo de sus ojos se intensificó mientras volvía a observar el residuo mágico—. Esa energía… era diferente.

Se levantó lentamente, observando a sus subordinados con una expresión que mezclaba desdén y calma calculadora.

—No son ellos. Es algo que llevan con ellos… algo mucho más antiguo.

De su cinturón sacó un pequeño artefacto, un orbe negro que parecía latir con un ritmo irregular. Cuando lo sostuvo hacia las marcas de energía, el orbe respondió, proyectando una serie de imágenes borrosas: un corazón palpitante, una torre que se alzaba en el horizonte, y una figura encapuchada que susurraba algo ininteligible.

—El Corazón está más cerca de lo que pensaba —murmuró el Alto Mago, cerrando la mano sobre el orbe.

Giró hacia los magos que aún quedaban en pie, su voz cortante como un látigo.

—Reúnan a los Cazadores. No podemos permitir que lleguen primero.

Un mago más veterano, con cicatrices en el rostro, se adelantó.

—Maestro, ¿y el Errante? Su interferencia fue significativa.

El Alto Mago lo miró con una ligera sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Déjalo. Su obsesión con el Corazón será su propia ruina. Si encontramos el Corazón antes, él no será un problema… y si no, el Caos lo destruirá antes de que alcance su objetivo.

El veterano asintió y comenzó a reunir a los demás.

El Alto Mago permaneció inmóvil un momento más, mirando hacia la dirección en la que el grupo había huido. Podía sentir la presencia de la energía que lo intrigaba, que se le escapaba como agua entre los dedos. Pero esta vez, no los subestimaría.

Mientras se giraba para marcharse, el orbe en su mano volvió a pulsar, y por un breve momento, una voz susurró desde su interior:

Abre la puerta… pero no la cruces.

El Alto Mago cerró los ojos por un instante, como si el mensaje lo irritara, y luego guardó el orbe.

—Pronto, todo estará en su lugar.

Ragnor y grupo no se detuvieron hasta que el bosque comenzó a cambiar. Los árboles se volvían más altos y retorcidos, y el suelo parecía pulsar con una energía viva. Finalmente, llegaron a un claro donde un enorme árbol se alzaba en el centro, sus raíces entrelazadas formando runas que brillaban débilmente.

La tetera flotó hacia el árbol, atraída por las runas. Cuando se acercó, estas reaccionaron, emitiendo un destello que envolvió al grupo.

De repente, todos se encontraron en un lugar completamente diferente. Estaban en un salón oscuro, rodeados por figuras encapuchadas. En el centro del salón había un altar, donde un corazón negro y palpitante emitía un brillo ominoso.

Una de las figuras se giró hacia ellos. Era la misma figura encapuchada que la tetera había visto en su flashback, con ojos ardientes que parecían atravesar el alma.

El Corazón no es un arma; es una puerta. Y sólo uno puede cruzarla.

La visión comenzó a desmoronarse, pero antes de que se desvaneciera por completo, una voz resonó en sus mentes:

El precio será más alto de lo que están dispuestos a pagar.

El grupo despertó bruscamente, jadeando, en un lugar completamente diferente. El árbol había desaparecido, y en su lugar había un terreno desolado, con la Torre de las Almas Errantes visible a lo lejos.

Sin embargo, algo había cambiado en la tetera. Su brillo púrpura ahora era más oscuro, casi negro, y flotaba en silencio, como si estuviera procesando algo.

—¿Qué diablos acaba de pasar? —preguntó Sienna, rompiendo el silencio.

Nadie tenía una respuesta. Pero en ese momento apareció…