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Chapter 9 - Capitulo 9: Viejos amigos, nuevas complicaciones

El aire estaba enrarecido. El grupo seguía procesando la extraña visión del árbol y las palabras crípticas que habían escuchado. Todo se sentía demasiado confuso, demasiado apresurado. Incluso el silencio de la tetera, cuyo brillo púrpura ahora parecía teñido de negro, les ponía nerviosos.

—Esto no tiene sentido… —murmuró Sienna, mirando a la tetera con desconfianza—. ¿Y ahora qué?

Antes de que alguien pudiera responder, un sonido inesperado interrumpió la atmósfera. Al principio, parecía un murmullo en el viento, pero luego se hizo más claro: era una melodía desafinada acompañada de lo que sólo podía describirse como pasos excesivamente dramáticos.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Ragnor, girándose hacia el origen del ruido.

De entre los árboles emergió un hombre delgado y exageradamente gesticulador, con un laúd al hombro y una sonrisa desbordante de autocomplacencia. Su ropa estaba cubierta de plumas y lentejuelas que reflejaban la luz de una manera molesta, y su barba perfectamente recortada parecía haber requerido más atención que cualquier otra cosa en su vida.

—¡Ah, el Gran Mago del Sombrero Quemado! —exclamó el hombre, abriendo los brazos como si esperara aplausos—. ¡Por fin nos reencontramos!

Ragnor parpadeó.

—Oh, no…

—¿Quién es este? —preguntó Sienna, con los ojos entrecerrados.

—Yo —dijo el hombre, llevándose una mano al pecho y haciendo una reverencia exagerada—, soy Bertram El Bardo, trovador de historias épicas y leyendas inmortales. Y este joven mago fue mi compañero en una de las aventuras más gloriosas jamás narradas.

El sombrero se inclinó hacia adelante y dijo en un tono seco:

—Esto va a ser doloroso.

La escena se desvaneció y dio paso al recuerdo de una ciudad bulliciosa, llena de gritos de mercaderes, risas de niños y el ocasional sonido de un gato que huía de algún desastre.

Ragnor estaba en una plaza, mirando un pequeño pergamino de hechizos que acababa de comprar con sus escasas monedas. Su túnica aún estaba en un estado decente, aunque sus bolsillos estaban llenos de baratijas mágicas completamente inútiles.

—¡Tú, joven mago de prometedor talento! —gritó una voz detrás de él.

Ragnor se giró para ver a un hombre extravagante con un laúd. Era Bertram, quien inmediatamente lo agarró del brazo con entusiasmo.

—¿Te interesa la fama? ¿El reconocimiento? ¿Las monedas de oro que llueven como el maná celestial?

—Bueno… —Ragnor titubeó—. Supongo que sí.

—¡Entonces eres mi hombre! —gritó Bertram, sin escuchar nada más.

Bertram convenció a Ragnor de que lo ayudara en una actuación callejera, prometiéndole que los efectos mágicos lo convertirían en una leyenda local. El plan parecía sencillo: Bertram tocaría una balada heroica mientras Ragnor conjuraba una lluvia de luces mágicas para embellecer la actuación.

Pero las cosas no salieron según lo planeado.

Cuando Ragnor levantó su varita para lanzar el hechizo, gritó un comando que creyó correcto.

—¡Luz Radiante!

En lugar de luces delicadas, una bandada de gansos gigantes apareció en el aire, graznando furiosamente y atacando a la multitud. La plaza se convirtió en un caos, con los ciudadanos huyendo mientras los gansos derribaban carritos de fruta y destrozaban sombreros.

—¡Corre! —gritó Bertram, tomando su laúd y huyendo junto a Ragnor.

El flashback terminó con ambos escondidos en un callejón, jadeando mientras escuchaban a lo lejos el alboroto que habían dejado atrás.

—Eso… fue culpa tuya —dijo Ragnor, todavía sujetando su varita.

—¡Por supuesto que no! —protestó Bertram, ajustándose las plumas de su ropa.

De vuelta en el presente, Edran, que había estado escuchando con atención el intercambio entre Ragnor y Bertram, frunció el ceño y levantó una mano para interrumpir.

—Espera… ¿dónde exactamente se conocieron ustedes dos?

Ragnor miró hacia un lado, claramente incómodo.

—Bueno… es una larga historia.

Antes de que pudiera continuar, Bertram se adelantó, su rostro iluminado por una sonrisa radiante.

—¡Déjame contarte la verdadera versión! —exclamó, colocándose en una pose dramática.

Sienna resopló, cruzando los brazos.

—Por supuesto que hay una "verdadera versión"…

Bertram sacó su laúd, tocó un acorde desafinado y comenzó a narrar con voz impostada:

—Era un día glorioso en la bulliciosa ciudad de Malabría. Yo, el gran Bertram, me encontraba entreteniendo a las masas con una balada que movía corazones y derribaba lágrimas. Cuando de repente, una tormenta oscura se cernió sobre la ciudad. ¡El cielo rugía, y las calles temblaban!

Ragnor frunció el ceño.

—Eso no pasó.

Bertram ignoró la interrupción y continuó:

—Pero yo no estaba solo. ¡No, mis amigos! Junto a mí estaba Ragnor el Temerario, mago extraordinario, quien con su brillante sombrero y su mágica varita conjuró un ejército de gansos guardianes para proteger a la ciudad del inminente ataque de los bandidos. ¡Fue una obra maestra de valentía y magia!

El sombrero soltó una risa seca.

—¡Oh, claro, porque todos sabemos que los gansos son la primera línea de defensa en cualquier situación de emergencia!

Bertram levantó un dedo en el aire.

—Y aunque algunos dirían que los gansos fueron… difíciles de controlar, al final, juntos logramos salvar la ciudad.

Ragnor se llevó una mano al rostro, murmurando para sí mismo.

—Eso definitivamente, no fue lo que pasó…

—Claro que no —dijo el sombrero, con sarcasmo—. Esa historia es tan verídica como un dragón que hace jardinería.

Bertram, sin embargo, parecía completamente convencido de su versión, y el grupo, resignado, dejó que terminara su relato.

La sonrisa de Bertram se ensanchó mientras adoptaba una pose heroica.

—Pero esa es sólo una de mis muchas hazañas. Hoy, estoy en una misión aún más importante. ¡Uno de los grandes nobles de Malabría me ha encargado recuperar un artefacto místico, una reliquia de incalculable valor!

Sienna levantó una ceja, claramente escéptica.

—¿Y cuál es ese artefacto exactamente?

Bertram titubeó por un segundo antes de improvisar:

—Es… un tesoro perdido que tiene el poder de… iluminar la oscuridad.

—Eso no tiene sentido —dijo el sombrero de inmediato—. Deberías escribir libros. Libros malos, pero libros al fin.

—¡Calla, insolente prenda de cabeza! —replicó Bertram, apuntando hacia el sombrero con su laúd como si fuera una espada.

Sienna suspiró.

—¿Y dónde está esa cueva que mencionas?

Bertram se aclaró la garganta, bajando el laúd lentamente.

—Ah, esa es la parte interesante. No necesito un mapa, porque el poder del bardo me guiará hacia ella.

Hubo un momento de silencio.

—¿Qué? —dijo Edran, sin comprender del todo.

El sombrero inclinó su ala hacia Bertram.

—Traducción: no tiene idea de dónde está y está esperando que nos perdamos mientras él canta hasta que algo nos ataque.

Bertram se irguió indignado.

—¡No insultes la magia del arte bardil! Mis cánticos son capaces de mover montañas.

—Oh, claro. ¿Y si movemos montañas, podríamos aplastarte bajo una de ellas?

Ragnor suspiró profundamente.

—¿Qué necesitas?

Bertram sonrió ampliamente.

—Sólo que me sirvan de escolta. Nada complicado.

—Esto es ridículo —murmuró el sombrero—. Podríamos estar salvando al mundo y, en cambio, estamos perdiendo el tiempo con un payaso con plumas.

Sienna chasqueó los dedos para llamar la atención del grupo.

—Bien, genial. Vamos. Pero si esto resulta ser una pérdida de tiempo, dejaré que los murciélagos mágicos te devoren entero.

El grupo avanzó a través del bosque, siguiendo las indicaciones ambiguas de Bertram, quien a cada rato se detenía para cantar sobre su supuesta heroicidad.

—♪ ¡Por los caminos de Felgaris viajó, con magia y valor a mi lado! ♪ —entonaba mientras Edran murmuraba algo sobre pedirle silencio.

En un punto, el grupo se encontró con un río que bloqueaba su camino. Bertram, por supuesto, insistió en cantar una balada motivadora para animarlos a cruzar.

—¡Detengan su paso y dejen que el poder del canto inspire nuestra travesía! —dijo, comenzando a tocar.

Apenas terminó el primer verso, una bandada de patos mágicos descendió sobre ellos, graznando furiosamente y picoteándolos como si defendieran su territorio.

—¡Maldición, Bertram, deja de atraer cosas aladas! —gritó Sienna, lanzando una daga hacia los patos.

Cuando finalmente llegaron a la cueva, la entrada estaba marcada con dibujos antiguos que parecían hechos por niños en lugar de magos ancestrales. Bertram, sin embargo, se puso dramático.

—¡Las marcas de una civilización perdida! Debemos proceder con cuidado.

Dentro, el grupo fue recibido por un enjambre de murciélagos mágicos que cantaban desafinados. Su canto no solo era molesto, sino que causaba un dolor de cabeza insoportable.

—¡El poder de la música debe combatir la música! —gritó Bertram, comenzando a tocar su laúd para contrarrestar el ruido.

Esto sólo empeoró las cosas, haciendo que los murciélagos se volvieran aún más agresivos.

Chairald se lanzó al combate, golpeando a los murciélagos con su respaldo mientras gritaba:

—¡Canten más alto, cantores oscuros, porque Chairald jamás se rendirá!

Ragnor intentó lanzar un hechizo para calmarlos.

—¡Silencio Armonioso!

En lugar de silencio, un coro de voces infantiles comenzó a cantar sobre las hazañas de un tal "Rey Confeti". Los murciélagos se detuvieron un momento, confundidos, pero luego volvieron al ataque.

Al final, fue Sienna quien resolvió la situación al encontrar un antiguo gong en la cueva y golpearlo con fuerza. El sonido profundo y resonante dispersó a los murciélagos, dejándolos en paz.

En el centro de la cueva, Bertram recogió una vieja taza rota, levantándola como si fuera un cáliz sagrado.

—¡El artefacto perdido! Lo hemos conseguido.

—¿Eso? —preguntó Sienna, claramente al borde de perder la paciencia—. ¿Hemos pasado por todo esto por una taza rota?

Bertram asintió solemnemente.

—Es más simbólico de lo que parece.

Cuando finalmente salieron de la cueva, Edran parecía absorto en sus pensamientos, murmurando algo sobre lo que Bertram había dicho durante su búsqueda.

—¿Qué pasa? —preguntó Sienna, mirándolo.

—Creo que el noble que contrató a este bardo está relacionado con una facción peligrosa… —respondió Edran.

Antes de que pudiera continuar, una figura apareció en la distancia, caminando hacia ellos con paso firme. Aunque estaba envuelta en sombras, su presencia era inconfundible.

—Oh, claro, porque lo que necesitábamos ahora era más problemas —dijo el sombrero, inclinándose levemente hacia adelante.