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Chapter 3 - Capitulo 3: La Ciudad de los Espejos

El amanecer pintaba el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras el grupo dejaba atrás el bosque. El aire fresco traía consigo una calma engañosa, pero las risas apagadas de Chairald rompían cualquier sensación de serenidad.

La silla caminaba torpemente por el sendero, levantando sus patas de madera con movimientos exagerados mientras gritaba:

—¡Uno, dos, tres! ¡Es hora de entrenar! ¡Estoy listo para la próxima batalla!

Chairald se abalanzó contra una rama caída, partiéndola en dos con un crujido seco. Después, giró triunfante hacia el grupo.

—¿Lo vieron? ¡Eso, amigos, es habilidad pura!

Sienna, que caminaba justo detrás de él, se pasó una mano por la cara, claramente al borde de la exasperación.

—Es una rama, Chairald. Una rama seca.

El sombrero, desde la cabeza de Ragnor, no perdió la oportunidad para intervenir:

—¡Bravo! ¡Qué valiente, enfrentarte a un enemigo tan temible! Seguro que las hojas temblaron de miedo ante tu gran poder.

—¡Tú cállate, trozo de tela insultante! —respondió Chairald, dando un paso desafiante hacia el sombrero.

—Oh, por favor, ni siquiera tienes trasero para sentarte. ¿Cómo se supone que voy a tomar en serio a una silla que no puede hacer su trabajo principal?

—¡Eso lo dices porque tienes miedo de que sea más útil que tú! —replicó Chairald con indignación.

Ragnor suspiró, tratando de evitar que la discusión escalara.

—¿Podemos concentrarnos? Estamos buscando una ciudad mágica y posiblemente peligrosa, ¿recuerdan?

Sienna, ignorando a ambos, avanzó por el camino.

—Quizás la ciudad nos encuentre primero si seguimos gritando como idiotas.

Y, como si sus palabras fueran una profecía, el aire alrededor comenzó a cambiar.

El sendero que atravesaban se abrió lentamente hacia un valle rodeado de montañas bajas y cubiertas de niebla. Pero lo que atrapaba la atención no era el paisaje, sino el resplandor extraño y casi etéreo que parecía emanar del centro.

La Ciudad de los Espejos flotaba ante ellos, oculta tras un velo de luz brillante que danzaba como una cortina de agua. Desde fuera, apenas podían distinguir sus contornos: altas torres que relucían como cristal, calles sinuosas que parecían reflejar el cielo, y una atmósfera que transmitía tanto maravilla como inquietud.

El aire estaba cargado de una energía peculiar. Cada respiración hacía que los sentidos se agudizaran, como si la ciudad misma les estuviera observando. Un extraño murmullo parecía venir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo, un susurro que no lograban comprender pero que helaba la sangre.

—Esto es… impresionante. —Ragnor dio un paso adelante, sus ojos reflejando la luz del velo.

—Impresionante no es la palabra que usaría —murmuró Sienna, con una mano sobre la empuñadura de su daga—. Es… incómodo. Como si alguien estuviera hurgando en tu mente.

La tetera flotaba cerca de Ragnor, su brillo púrpura mezclándose con los tonos de la ciudad.

—Ah, sí. Lo típico de lugares mágicos como este. Seguramente quieren confundirnos o, con suerte, matarnos.

Chairald, ajeno a las tensiones, se lanzó hacia el velo con entusiasmo.

—¡A la carga! ¡Voy a partir este velo en dos!

El sombrero dejó escapar un suspiro exagerado.

—Oh, claro, porque una silla puede atravesar una barrera mágica. Esto será divertido.

Cuando Chairald chocó contra el velo, salió rebotado hacia atrás, cayendo torpemente sobre sus patas.

—¡Es más fuerte de lo que parece! —declaró, sacudiéndose como si hubiera ganado algo.

Sienna soltó un bufido, pero sus ojos seguían fijos en el resplandor.

—¿Y ahora qué hacemos?

La tetera giró lentamente hacia el grupo, su tono burlón transformándose en una especie de advertencia.

—Para entrar, tendrán que enfrentarse a las ilusiones de la ciudad. Y créanme, no serán amables.

El grupo se acercó al velo con cautela, mientras la energía mágica se intensificaba. Ragnor fue el primero en extender una mano, dejando que los destellos de luz envolvieran sus dedos. En cuanto cruzó el umbral, todo cambió.

De repente, se encontró en un gran salón iluminado con candelabros de oro. Decenas de magos lo rodeaban, aplaudiendo y lanzando vítores. En el centro de la sala, una estatua gigante de sí mismo se alzaba, con la inscripción: Ragnor Piesligeros, el Mago Más Grande del Mundo.

—¡Esto es increíble! —dijo, mirando alrededor con los ojos abiertos de par en par.

El sombrero, que seguía en su cabeza, soltó una carcajada.

—¡Increíblemente estúpido! ¿De verdad crees que esto es real?

—¡Claro que es real! ¡Mira esa estatua! ¡Tiene hasta los detalles de mi varita!

—Ragnor, escucha, si alguna vez te hacen una estatua, será para advertir a los demás magos sobre lo que no deben hacer.

Ragnor abrió la boca para replicar, pero algo en los rostros de los magos comenzó a cambiar. Sus sonrisas se torcieron en muecas inquietantes, y sus ojos brillaron con una luz extraña.

—¿Por qué siempre tiene que ser así? —suspiró, levantando su varita.

Mientras Ragnor observaba cómo los rostros de los magos en su ilusión se deformaban, el salón comenzó a temblar. Las paredes doradas se desmoronaron, revelando un abismo negro que parecía tragarse todo a su alrededor.

—¡Ragnor, idiota, haz algo antes de que termines como estatua de sal! —gritó el sombrero desde su cabeza, claramente irritado.

Ragnor agitó su varita con torpeza, murmurando un hechizo para intentar disipar la ilusión. Sin embargo, lo único que logró fue que los candelabros empezaran a lanzar fuegos artificiales que explotaban en colores chillones.

—¡Esto no está ayudando! —exclamó, dando un paso hacia atrás mientras las figuras distorsionadas se acercaban con pasos lentos y amenazantes.

El sombrero soltó una carcajada cargada de sarcasmo.

—Claro que no está ayudando. ¡Nada de lo que haces ayuda! Si hubiera una estatua tuya, la inscripción diría: Aquí yace el peor mago del mundo, un peligro para sí mismo y para todos los que lo rodean.

—¡Cállate! —gritó Ragnor, desesperado, justo cuando una de las figuras lo alcanzó y le agarró la muñeca.

Pero antes de que pudiera entrar en pánico, todo desapareció. La ilusión se disipó como humo, y Ragnor cayó al suelo, jadeando.

El sombrero se burló sin piedad.

—Bravo, sobreviviste a tu propia estupidez. Es un milagro que sigas respirando.

Ragnor rodó los ojos y se puso de pie, sacudiéndose el polvo.

—Gracias por el apoyo. Realmente lo aprecio.

Cuando se giró, vio a Sienna de pie frente al velo, inmóvil, con los ojos fijos en algo invisible para él.

Para Sienna, el mundo había cambiado en el instante en que cruzó el velo. Ya no estaba en el bosque ni cerca de la ciudad. Ahora se encontraba en una calle sucia y mal iluminada, rodeada por edificios viejos con ventanas rotas. 

Reconoció el lugar de inmediato: era su hogar de infancia, en un barrio pobre donde las oportunidades eran pocas y los peligros abundaban.

Frente a ella, una figura emergió de las sombras: un hombre alto y delgado con una capa gris raída y una sonrisa que nunca llegaba a sus ojos.

—Sienna, niña, volviste —dijo el hombre, su voz cargada de una falsa amabilidad.

Ella retrocedió instintivamente, sintiendo un nudo en el estómago.

—No puede ser. Tú… tú no deberías estar aquí.

—Oh, pero estoy. Después de todo, fui yo quien te enseñó todo lo que sabes, ¿no? —El hombre avanzó un paso, y su sombra parecía alargarse como si intentara atraparla.

La figura era su antiguo mentor, un ladrón llamado Gregor, quien la había reclutado cuando era una niña sin hogar. En ese entonces, le prometió una vida mejor si lo ayudaba, pero todo resultó ser una mentira. Gregor la había usado para sus robos, poniéndola en peligro innumerables veces y traicionándola cuando ya no le resultaba útil.

—Esto no es real. —Sienna apretó los dientes, tratando de ignorar la voz de Gregor.

—¿No es real? —Gregor se rió suavemente, aunque su tono era gélido—. Claro que lo es. Y sabes que lo mereces. Toda tu vida has sido una sombra, una ladrona, alguien incapaz de confiar en nadie. ¿Crees que este grupo con el que viajas es diferente? Cuando las cosas se compliquen, te dejarán atrás, igual que yo lo hice.

Sienna sintió cómo la ira y el miedo se entrelazaban dentro de ella. Su mente sabía que era una ilusión, pero sus emociones reaccionaban como si fuera real.

—No voy a escuchar esto. No voy a escuchar a ti. —Con un movimiento rápido, desenfundó una de sus dagas y la lanzó hacia Gregor.

La ilusión se rompió en mil pedazos como un espejo que cae al suelo. El callejón desapareció, y Sienna volvió al bosque, jadeando.

Ragnor estaba de pie frente a ella, con una expresión preocupada.

—¿Estás bien?

Sienna asintió, aunque su voz era más fría de lo normal.

—Estoy bien.

El sombrero, por supuesto, no pudo resistir hacer un comentario.

—Seguro que está bien. Sólo parece que quisiera destripar a alguien. Quizás a ti, Ragnor.

Sienna lo fulminó con la mirada, pero no respondió.

Cuando finalmente cruzaron el velo, la ciudad se desplegó ante ellos como un sueño hecho realidad… o una pesadilla. Las calles estaban pavimentadas con cristal pulido, reflejando el cielo de forma casi perfecta. Los edificios, altos y delgados, parecían construidos completamente de espejos, lo que hacía que todo el entorno fuera desorientador.

Cada esquina reflejaba no sólo al grupo, sino también cosas que no deberían estar allí. A veces, un reflejo mostraba a Ragnor sosteniendo una varita dorada y luciendo triunfante; otras veces, lo mostraba encadenado, con los ojos apagados.

Sienna evitaba mirar demasiado los espejos. En uno de ellos, vio una versión de sí misma vestida con ropas finas, sentada en un trono dorado, pero con una expresión fría y sin vida.

—Esto está mal —murmuró, apartando la vista.

Chairald, sin embargo, no tenía problemas con los espejos. De hecho, parecía emocionado.

—¡Miren! ¡Es un digno rival! —gritó mientras se lanzaba contra su propio reflejo, golpeando el cristal con sus patas de madera.

El sombrero estalló en carcajadas.

—¡Esto es maravilloso! Una silla que pelea contra su propia sombra. Ragnor, deberías tomar notas. Quizás podrías aprender algo de valor por primera vez.

Ragnor suspiró.

—Estoy empezando a pensar que mi vida sería más fácil sin este grupo.

En el centro de la ciudad, encontraron un enorme salón cubierto de espejos desde el suelo hasta el techo. En uno de los espejos más grandes, una figura estaba atrapada: un hombre mayor, con barba gris desordenada y túnicas desgastadas que parecían haber sido elegantes en algún momento.

Sus ojos, cansados pero astutos, se iluminaron al verlos.

—¡Por fin alguien llega!

Ragnor se acercó con cautela.

—¿Quién eres?

—Soy Edran, historiador del reino. Llegué aquí hace décadas buscando la verdad sobre el Corazón del Caos… y terminé atrapado por las ilusiones de esta ciudad.

El hombre tenía un aspecto desgastado, pero su voz conservaba una autoridad que parecía incongruente con su situación. Las arrugas en su rostro hablaban de años de sabiduría, pero sus manos, apretadas en puños, mostraban una frustración latente.

—¿Y por qué deberíamos liberarte? —preguntó Sienna con desconfianza.

Edran sonrió débilmente.

—Porque conozco cosas sobre el Corazón que ninguno de ustedes sabe. Y si no me liberan, este lugar podría atraparlos a ustedes también.

Chairald dio un paso al frente, golpeando el suelo con decisión.

—¡Un guerrero atrapado es un desperdicio! ¡Libérenlo ahora!

El sombrero suspiró.

—Oh, claro, porque liberar a un extraño en un lugar lleno de trampas mágicas nunca sale mal.

El grupo intercambió miradas, debatiendo qué hacer, mientras el aire en la ciudad comenzaba a sentirse más pesado, como si el lugar estuviera reaccionando a su presencia.

El aire dentro del salón era pesado, casi opresivo, como si los espejos alrededor del grupo estuvieran conteniendo la respiración. Edran, atrapado en el cristal, los miraba con una mezcla de súplica y determinación.

—El tiempo es esencial —dijo con una voz grave—. No estoy aquí por accidente. Si este lugar los ha traído, es porque están destinados a encontrar el Corazón del Caos. Pero necesitarán mi ayuda para lograrlo.

Sienna no dejó de observarlo, sus ojos analizando cada movimiento, cada palabra, buscando cualquier signo de engaño.

—¿Por qué estás tan seguro de que podemos confiar en ti?

Edran sonrió levemente, aunque había tristeza en su mirada.

—No estoy seguro de que puedan. Pero si no lo hacen, el gremio de Sombras llegará antes que ustedes al Corazón. Y cuando eso ocurra, este mundo no será el mismo.

Ragnor, mientras tanto, observaba el espejo con nerviosismo. La idea de liberar a alguien atrapado en un lugar como este lo inquietaba, pero no podía ignorar la posibilidad de que Edran dijera la verdad.

—¿Cómo terminaste atrapado aquí? —preguntó.

Edran suspiró, como si esa pregunta lo llevara a un recuerdo que preferiría olvidar.

—La Ciudad de los Espejos no es un lugar fácil de atravesar. Vine buscando respuestas, pero subestimé las ilusiones. Pensé que podía enfrentarlas solo.

Chairald, que había estado escuchando en silencio (algo raro en él), dio un paso al frente, golpeando el suelo con una de sus patas de madera.

—¡Un guerrero atrapado no es un guerrero perdido! ¡Debemos liberarlo y enfrentarnos juntos al enemigo!

El sombrero soltó un bufido dramático.

—Oh, claro. Escuchemos a la silla maniaca. Porque nada grita "gran idea" como confiar en alguien que quedó atrapado en un espejo por su propia incompetencia.

Sienna rodó los ojos, claramente cansada de los comentarios del sombrero, pero no dejó de lado su cautela.

—Si te liberamos, ¿qué garantizas?

Edran la miró fijamente, y por un momento su expresión cambió. Parecía menos un hombre desesperado y más alguien que había visto demasiado, cargando con un peso invisible.

—Garantizo que sabrán cómo encontrar el Corazón antes de que sea demasiado tarde.

Ragnor dio un paso adelante, apretando su varita con inseguridad.

—No tenemos muchas opciones. Si él sabe algo que nosotros no… necesitamos esa ventaja.

Sienna lo miró con desconfianza, pero finalmente asintió con resignación.

—Está bien. Pero si esto es una trampa, me encargaré personalmente de que lamentes haber salido de ese espejo.

Edran sonrió levemente, inclinando la cabeza en un gesto de respeto.

—Acepto las condiciones.

Ragnor levantó su varita, cerrando los ojos mientras intentaba concentrarse en un hechizo lo suficientemente fuerte como para romper la prisión de cristal sin causar un desastre mayor.

—Por favor, por favor, que esto no explote —murmuró.

El sombrero, incapaz de resistirse, intervino con sarcasmo:

—Oh, claro. Porque tus hechizos nunca explotan. Estoy seguro de que esto será un éxito rotundo.

Ragnor ignoró el comentario y lanzó el hechizo. Una chispa dorada salió de la punta de su varita, impactando contra el espejo. Por un momento, nada sucedió. Luego, el cristal comenzó a resquebrajarse lentamente, emitiendo un sonido agudo que resonó por todo el salón.

Edran cerró los ojos mientras su figura se desvanecía de la superficie del espejo, reapareciendo frente al grupo en el centro del salón. Se tambaleó ligeramente al principio, pero rápidamente recuperó el equilibrio.

—Gracias —dijo, con un tono sincero—. Han hecho bien.

Pero antes de que pudieran responder, los espejos alrededor del salón comenzaron a brillar intensamente, como si reaccionaran a la liberación de Edran. Una voz profunda y autoritaria resonó en el aire, llenando el espacio con una sensación de inminente peligro.

—Han alterado el equilibrio de la Ciudad. Ahora enfrentarán las consecuencias.

Las imágenes en los espejos comenzaron a distorsionarse, mostrando reflejos deformados y oscuros de cada miembro del grupo. Las figuras reflejadas comenzaron a moverse por su cuenta, saliendo lentamente del cristal hasta materializarse frente a ellos.

Chairald fue el primero en reaccionar, avanzando hacia su reflejo con entusiasmo.

—¡Finalmente, un rival digno! ¡Prepárate para ser pulverizado, falso Chairald!

El sombrero, mientras tanto, soltó un suspiro exagerado.

—Oh, perfecto. Porque lo que realmente necesitábamos era pelear contra nosotros mismos. ¡Qué idea tan original!

Sienna desenfundó sus dagas, mientras Ragnor levantaba su varita, sintiendo el peso de la situación caer sobre él. Edran, ahora libre, dio un paso atrás, observando con una expresión de preocupación.

El grupo ahora rodeado por sus propios reflejos oscuros, está listo para enfrentar un desafío que no habían anticipado. Mientras las luces de la ciudad parpadean ominosamente, prometiendo que lo que viene será aún más peligroso y caótico.