La Ciudad de los Espejos se desvanecía a sus espaldas, pero el paisaje que tenían frente a ellos no era menos extraño. El grupo caminaba por un sendero flanqueado por árboles retorcidos cuyas ramas parecían susurrar con cada ráfaga de viento.
A lo lejos, el horizonte se difuminaba en una línea de grises y verdes oscuros, mientras el cielo permanecía inusualmente estático, como si alguien hubiera pintado las nubes en un lienzo y olvidado moverlas.
—¿Siempre es así en Felgaris? —preguntó Sienna, con la daga girando en sus manos para entretenerse.
Edran, que caminaba a la retaguardia, dejó escapar un suspiro cargado de resignación.
—Felgaris nunca ha sido un lugar sencillo. Antes, el equilibrio entre la magia y el orden mantenía todo en armonía, pero esas épocas quedaron atrás. Ahora, incluso la naturaleza parece estar luchando por mantener su forma.
—Ah, claro —dijo el sombrero desde la cabeza de Ragnor—. Porque lo único que faltaba era que el paisaje se deprimiera también.
Ragnor lo ignoró, más ocupado intentando que sus botas no quedaran atrapadas en el barro que parecía multiplicarse a cada paso.
—Pues a mí me encanta este lugar —declaró Chairald, moviendo sus patas de madera con energía—. Un ambiente tan misterioso es perfecto para la aventura. ¡Seguramente nos aguardan desafíos gloriosos!
No habían avanzado mucho más cuando el desafío glorioso de Chairald se presentó de una forma inesperada.
Primero fue un sonido extraño, un retumbar profundo que resonaba bajo sus pies. Sienna detuvo su andar, levantando una mano en señal de alerta, mientras Edran entrecerraba los ojos, tratando de localizar el origen.
—¿Un temblor? —murmuró Ragnor, aunque su voz sonaba insegura.
El sonido se intensificó, y entonces la vieron: una roca gigantesca, flotando a varios metros del suelo, que se dirigía hacia ellos. Era perfectamente redonda, como si hubiera sido pulida a mano, y emitía un rugido que retumbaba en el aire, como si estuviera viva.
—¿Esa roca está… rugiendo? —preguntó Sienna, sus ojos abiertos como platos.
—¡Esto es increíble! —exclamó Chairald, emocionado—. ¡Una roca viviente! ¿Qué clase de criatura es esta?
El rugido se hizo más fuerte, y la roca aceleró hacia ellos con una velocidad alarmante. Sin pensarlo, todo el grupo comenzó a correr en diferentes direcciones, gritando.
—¡Corre, corre! ¡Está ganando velocidad! —gritó Ragnor, agitando las manos como un loco.
La tetera, que flotaba detrás de él, finalmente perdió la paciencia.
—¡En vez de correr como un idiota, ¿por qué no lanzas un hechizo o algo?!
Ragnor frenó en seco, mirando a la tetera con una mezcla de indignación y resignación.
—¡Está bien, está bien!
Se giró hacia la roca, levantando su varita con nerviosismo.
—¡Quieto, Pedruscus!
Un destello de luz salió de su varita, impactando contra la roca… pero en lugar de detenerse, la roca comenzó a cambiar. Sus lados se alargaron, formando patas nudosas, mientras el rugido se transformaba en un ruido grave y rítmico.
—Está bailando. —Sienna parpadeó, claramente incrédula.
La roca gigante, ahora con patas, comenzó a moverse en círculos, realizando pasos extrañamente coordinados como si estuviera en una especie de ritual.
—¡Esto es glorioso! —gritó Chairald, avanzando hacia la roca con sus patas de madera resonando contra el suelo—. ¡Una roca que baila es el oponente perfecto para un guerrero como yo!
—¡Chairald, no! —intentó detenerlo Ragnor, pero la silla ya se había lanzado al ataque, golpeando una de las patas de la roca con su respaldo.
El impacto fue suficiente para desequilibrar momentáneamente a la roca, pero esta respondió dando un giro rápido que envió a Chairald volando varios metros.
—¡Un golpe digno! —gritó Chairald mientras aterrizaba, emocionado.
Sienna sacó su daga y corrió hacia la roca, mientras Edran se mantenía en la retaguardia, observando con calma.
Finalmente, Ragnor levantó su varita de nuevo, esta vez con más determinación.
—Está bien. Si la roca quiere bailar… ¡la congelaré en su mejor paso!
Gritó un nuevo hechizo, sin pensar demasiado:
—¡Bailarín Helado!
Un chorro de hielo salió disparado de su varita, envolviendo a la roca en una capa de escarcha brillante. La criatura se tambaleó, emitiendo un último rugido antes de caer al suelo con un impacto que hizo temblar la tierra.
—¡Lo logré! —dijo Ragnor, claramente aliviado.
El sombrero, por supuesto, no perdió la oportunidad de comentar:
—Sí, bravo. Le lanzaste un hechizo improvisado y ahora parece un adorno navideño. Un verdadero prodigio.
Tras dejar atrás el lugar del encuentro con la roca, el grupo llegó finalmente a una pequeña ciudad rodeada de murallas de piedra. El bullicio de la vida cotidiana llenaba las calles: comerciantes gritaban sus ofertas, niños corrían entre los puestos, y pequeños hechizos flotaban en el aire como decoraciones vivas.
—Por fin, algo de civilización —murmuró Sienna, claramente aliviada.
—Sí, pero hay un pequeño problema… —dijo Ragnor, revisando sus bolsillos con creciente preocupación.
—¿Qué problema? —preguntó Sienna, aunque su tono ya insinuaba impaciencia.
Ragnor levantó las manos, mostrando que estaban vacías.
—No tenemos dinero.
El sombrero soltó una carcajada.
—¡Por supuesto que no tienes! Eres como un agujero negro de incompetencia: todo lo que toca desaparece, incluyendo las monedas.
Sienna lo fulminó con la mirada, mientras Edran fruncía el ceño, claramente menos que impresionado.
—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó Sienna.
—Podríamos intentar vender algo —sugirió Ragnor, aunque inmediatamente se dio cuenta de que no tenían nada de valor.
Intentó un hechizo improvisado, levantando su varita.
—¡Tesoro Emergente!
El resultado fue un ratón de queso que apareció de la nada, con ojos diminutos y una expresión de disgusto.
—¿Qué estás mirando, mago mediocre? —dijo el ratón antes de desaparecer en una nube de humo.
El sombrero, entre risas, agregó:
—¡Un hechizo perfecto para describir tu carrera como mago! Apariciones insignificantes que insultan y desaparecen.
Mientras discutían cómo solucionar su falta de dinero, Edran explicó brevemente el sistema monetario de Felgaris. En lugar de monedas tradicionales, la economía se basaba en fulgoritas, pequeñas piedras mágicas que brillaban con diferentes intensidades. Cuanto más fuerte era el brillo, mayor era su valor.
—Eso explica por qué nunca nos alcanza —dijo Sienna con sarcasmo—. Viajamos con alguien cuya magia sólo produce ratones y caos.
Mientras caminaban por las calles en busca de soluciones, un comerciante se detuvo a mirar fijamente a Ragnor y, más específicamente, al sombrero.
—¡Qué sombrero más raro! —dijo el hombre, acercándose.
El sombrero, fiel a su naturaleza, respondió de inmediato:
—¡Y qué nariz más grande tienes tú! ¿Es por el aire fresco o porque te gusta meterte en conversaciones ajenas?
El comerciante, ofendido, llamó a un guardia, y el grupo terminó huyendo por las calles mientras Sienna gritaba:
—¡Maldito sombrero, cállate de una vez!
La posada, llamada El Cuerno Plateado, era un edificio modesto de madera oscura con ventanas amplias y faroles mágicos que flotaban en la entrada, proyectando sombras suaves sobre el suelo. En la puerta había un cartel con un dibujo de un gallo y un rinoceronte, evidentemente el símbolo de la posada.
A un lado en la pared adyacente a la puerta, había un cartel escrito a mano llamó la atención del grupo y tras leerlo se adentraron en la posada.
El dueño, un hombre corpulento con barba espesa y un delantal manchado, los recibió con una mirada mezcla de curiosidad y cansancio.
—¿Buscan hospedaje?, o vienen a ayudarme con el pequeño problema peculiar —dijo, cruzando los brazos.
Sienna arqueó una ceja.
—¿Peculiar?
El posadero señaló al corral detrás del edificio.
—Mi gallinoceronte se escapó. La criatura más valiosa que tengo. Si lo traen de vuelta, les daré una habitación, cena caliente y algo de fulgoritas por las molestias.
Ragnor tragó saliva.
—¿Un gallinoceronte? ¿Es… exactamente lo que parece?
El posadero dejó escapar una carcajada.
—Oh, sí. Una bestia mitad gallina, mitad rinoceronte. No es fácil de atrapar, pero tampoco imposible. Sólo tengan cuidado con el cuerno.
El gallinoceronte, como su nombre indicaba, era una criatura surrealista: un cuerpo emplumado de color blanco brillante con patas gruesas y escamosas, coronado por un pequeño pero afilado cuerno que sobresalía de su frente. Cuando el grupo lo encontró, estaba picoteando agresivamente una pila de cajas, destrozándolas con su cuerno mientras cacareaba como un lunático.
—Es más grande de lo que esperaba —murmuró Ragnor.
—Y mucho más ruidoso —añadió Sienna, desenfundando sus dagas.
Chairald avanzó con entusiasmo.
—¡Es el rival perfecto para mi siguiente batalla gloriosa! ¡Prepárense!
El gallinoceronte cacareó furiosamente y cargó hacia ellos con sorprendente velocidad. Sienna intentó saltar hacia un lado, pero el cuerno rozó su capa, casi haciéndola caer.
Ragnor levantó su varita y gritó:
—¡Patas Pegajosas!
En lugar de atrapar al gallinoceronte, el hechizo pegó las patas de Chairald al suelo.
—¡Estoy inmovilizado! —gritó Chairald, pero luego añadió con emoción—. ¡Esto sólo hace que mi lucha sea más épica!
Sienna intentó usar una red improvisada para atraparlo, pero el gallinoceronte la rompió con un solo movimiento de su cabeza. Finalmente, Ragnor gritó otro hechizo:
—¡Pollo Congelado!
Un chorro de hielo envolvió al gallinoceronte, transformándolo en una estatua rígida que se quedó inmóvil en medio del campo.
La tetera flotó alrededor del animal congelado, emitiendo un brillo púrpura burlón.
—Ah, sí. Porque ahora es tan fácil transportar una gallina-rinoceronte del tamaño de un caballo. Excelente trabajo.
El sombrero intervino con sarcasmo:
—Quizás podamos vender entradas y montar un espectáculo: El circo del caos ambulante.
Al final, decidieron usar una carretilla absurdamente grande que encontraron cerca, para transportar al gallinoceronte de vuelta a la posada, aunque no sin que Ragnor se quejara de que "esto no es lo que un mago debería estar haciendo".
La carretilla era tan desproporcionadamente grande que parecía diseñada para transportar un dragón en lugar de un gallinoceronte congelado. Ragnor, Sienna y Chairald empujaban juntos, resoplando y tropezando mientras intentaban moverla por las calles de la ciudad. La estatua de hielo del gallinoceronte crujía ligeramente con cada sacudida, como si protestará silenciosamente por el trato.
—Esto no puede ser más ridículo —murmuró Sienna, empujando con todas sus fuerzas.
—¡Oh, claro que puede! —dijo la tetera, flotando alegremente a su alrededor mientras emitía una risa chillona—. ¿Por qué no añadimos música de fondo? Podría convertir esto en un espectáculo.
—¡Cállate y ayúdanos, si tanto te diviertes! —replicó Sienna, jadeando.
El sombrero, por supuesto, no perdió la oportunidad de intervenir.
—¡Empujen más fuerte, tropa de inútiles!
Y, de repente, de algún rincón mágico inexplicable, sacó un pequeño látigo negro. Lo agitó en el aire y golpeó el suelo junto a Ragnor, exclamando:
—¡Más rápido! ¡Empuja más fuerte, mago de pacotilla! ¡Ruido de látigo! ¡Rápido, rápido! ¡Ruido de látigo!
Ragnor se detuvo, levantando la vista hacia el sombrero con incredulidad.
—¿De dónde sacaste un látigo?
El sombrero ignoró la pregunta, golpeando el suelo nuevamente.
—¡Menos preguntas, más músculo!
La gente en las calles de la ciudad se detenía a mirar la escena, con expresiones de asombro y confusión. Algunos señalaban la carretilla mientras murmuraban entre ellos. Finalmente, un anciano con una barba blanca y aspecto bonachón no pudo contenerse y se acercó al grupo, inclinando la cabeza mientras inspeccionaba la estatua de hielo.
—¿Una gallina congelada? pregunto forzando su vista para ver con más detalle.
Antes de que alguien pudiera responder, el anciano añadió:
—¿Es para comer? Porque si lo es, yo pagaría buen dinero por una pata.
Sienna soltó un gruñido mientras Ragnor, rojo de vergüenza, trataba de explicarse.
—¡No, no es para comer! Es una misión... larga historia, ¿de acuerdo?
El anciano levantó las manos en señal de paz y murmuró algo como:
—La juventud de hoy en día... congelando sus gallinas como si fuera normal.
Detrás de ellos, un grupo de niños comenzó a seguir la carretilla, riéndose y señalando el espectáculo mientras intentaban imitar el "ruido de látigo" del sombrero.
Finalmente, después de lo que parecieron horas de empujar, llegaron a la posada.
El dueño de El Cuerno Plateado salió corriendo al verlos llegar, sus ojos abriéndose como platos al observar la figura congelada de su preciado animal.
—¡Por todos los cielos mágicos! —exclamó, acercándose a la carretilla—. ¡Mi gallinoceronte! ¿Qué le hicieron?
Ragnor levantó las manos en defensa, claramente agotado.
—Está perfectamente bien… sólo que… bueno, está un poco congelado.
El posadero lo miró con incredulidad.
—¿Cómo piensan descongelarlo?
La tetera flotó hacia adelante, con su brillo púrpura parpadeando burlonamente.
—Ah, sí. Porque todo el mundo sabe que descongelar un animal gigante congelado es un problema común. Quizás deberíamos probar con fuego… o con abrazos mágicos.
El sombrero, por supuesto, añadió su propio comentario:
—O podríamos dejarlo como está y convertir esta posada en un restaurante de esculturas. ¡Piensa en los clientes que atraerías!
Sienna, sin paciencia para más bromas, giró hacia Ragnor con una mirada de advertencia.
—Descongélalo. Ahora.
Ragnor suspiró, sacando su varita mientras murmuraba:
—De acuerdo, pero que conste que esto podría salir mal…
Apuntó al gallinoceronte congelado y gritó un hechizo improvisado:
—¡Calentamiento Galopeante!
Y el gallinoceronte empezó a descongelarse aunque ciertamente había un aroma a pollo quemado.
—¡Ese olor! dijo el posadero con tono preocupado
Ragnor nervioso detuvo el hechizo
—Bueno, parece estar bien —dijo finalmente, con un tono más relajado.
El posadero asintió y agregó —Aunque si alguna vez lo congelan de nuevo, espero que no sea por tanto tiempo.
Ragnor asintió, claramente avergonzado.
—Sí, lo tendré en cuenta.
El posadero sacudió la cabeza, pero finalmente les dio las llaves de una habitación y unas cuantas fulgoritas como recompensa.
Mientras cenaban, la tetera comenzó a emitir un brillo púrpura intenso. Murmuró algo en un tono bajo que Sienna alcanzó a oír:
—Si supieran lo que realmente protege el Corazón...
Antes de que pudiera preguntar, la ciudad comenzó a temblar, y un destello de luz apareció en el horizonte.