La noche que había comenzado tranquila terminó con un temblor que sacudió cada rincón de la ciudad. Las mesas de la posada temblaron, los platos cayeron al suelo, y un cacareo furioso se escuchó desde el corral donde el gallinoceronte descansaba.
Ragnor se levantó tambaleándose mientras el suelo bajo sus pies dejaba de moverse.
—¿Eso fue un terremoto? Porque si lo fue, no estaba en mi lista de hechizos.
Sienna rodó los ojos, poniéndose de pie con agilidad mientras recogía una daga caída.
—No todo lo que pasa en este mundo es culpa de tu magia desastrosa… aunque debo admitir que tienes un historial preocupante.
El sombrero, que seguía en su cabeza, no perdió la oportunidad de intervenir:
—¡Claro que fue un terremoto! Aunque tal vez fue el universo cayendo de rodillas por tu incompetencia.
Un destello brillante en el horizonte captó la atención de todos. Una luz pulsante y blanca parpadeaba en la distancia, iluminando el cielo nocturno con un ritmo extraño, casi como un latido.
Edran se acercó a la ventana, entrecerrando los ojos para intentar distinguir algo más allá de las montañas.
—Esa luz no es natural… ni tampoco normal.
—Bueno, Felgaris no tiene fama de ser normal —murmuró Sienna, cruzando los brazos—. ¿Qué creen que es?
La tetera flotó hacia el centro del grupo, su brillo púrpura más intenso que de costumbre.
—Sea lo que sea, apesta a magia antigua… y a problemas. Así que probablemente quieran mantenerse alejados.
—¡Oh, no! —Ragnor levantó una mano, con sarcasmo en su voz—. Porque claramente somos un grupo que evita los problemas.
El sombrero bufó.
—Deberíamos ir. Tal vez esta sea la primera vez que haces algo útil, mago de pacotilla.
La discusión fue breve. Con o sin la luz, el camino hacia la torre era largo, pero el grupo decidió investigar la fuente del destello antes de continuar.
—Podría ser importante —dijo Edran, con un tono serio—. Y si no lo es, al menos nos dará una pista sobre lo que está ocurriendo.
Ragnor suspiró.
—¿Alguien más siente que estamos tomando decisiones terribles últimamente?
—Eso es porque las tomas tú —respondió el sombrero, con su usual sarcasmo.
El grupo no tardó mucho en decidirse. Tan pronto como la luz parpadeante volvió a iluminar el horizonte, recogieron sus cosas y se dirigieron hacia la salida de la ciudad. Sin embargo, el proceso no fue precisamente elegante.
—¿Estamos seguros de que es buena idea seguir una luz que claramente podría ser peligrosa? —preguntó Ragnor mientras se esforzaba por ajustar su capa.
—Oh, claro, porque quedarse aquí a esperar que algo peor nos encuentre es mucho más sensato —respondió Sienna, cruzando los brazos con impaciencia.
La tetera flotaba detrás de ellos, su brillo púrpura parpadeando con un ritmo irregular.
—¿Podemos apurarnos? Cada minuto que perdemos aquí es otro minuto en el que algo aún más raro puede ocurrir.
—¡Y ni hablar del pobre gallinoceronte congelado que acabamos de descongelar! —añadió el sombrero, con un tono de falsa indignación—. ¡Debe estar traumatizado por el espectáculo que hicimos empujándolo por las calles! Aunque, claro, el verdadero espectáculo eres tú, Ragnor, tratando de ponerte esa capa. ¿Sabías que ni siquiera sabes vestir como un mago decente?
Ragnor hizo una pausa, mirando al sombrero con una mezcla de irritación y cansancio.
—¿Por qué me insultas mientras trato de ser útil?
El sombrero dejó escapar un suspiro exagerado.
—¡Porque alguien tiene que mantenerte humilde! Además, si no te insulto, ¿quién lo hará?
Edran, que hasta entonces había permanecido en silencio, levantó una ceja mientras observaba la dinámica entre ellos.
—¿Siempre es así?
—Siempre —respondieron Sienna y la tetera al unísono.
Con un último resoplido de resignación, el grupo se puso en marcha, dejando atrás la seguridad relativa de la ciudad y adentrándose en el extraño entorno que los esperaba.
El paisaje hacia el destello era cada vez más extraño. Los árboles a lo largo del camino parecían estirarse hacia ellos, como si quisieran atraparlos con sus ramas nudosas. Fragmentos de tierra flotaban en el aire, girando lentamente como islas en miniatura. Ríos cristalinos fluían hacia arriba, desafiando cualquier lógica.
Ragnor se detuvo un momento para mirar una cascada invertida.
—¿Es normal que el agua vaya hacia arriba?
—Nada aquí es normal, Ragnor —respondió Sienna, adelantándose sin prestarle mucha atención al entorno.
La tetera flotó más cerca de Ragnor, su voz un poco más baja de lo habitual.
—Este lugar… tiene un aire familiar.
Sienna la escuchó y se giró rápidamente.
—¿Familiar? ¿Por qué?
La tetera tardó un momento en responder, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Digamos que hay lugares que recuerdan lo que no deberían.
Sienna frunció el ceño, claramente insatisfecha con la respuesta, pero antes de que pudiera presionar más, el grupo llegó a un claro donde un hombre encapuchado los esperaba.
El hombre estaba inmóvil, con las manos escondidas bajo su capa oscura. No levantó la vista, pero su voz resonó en el aire, calmada pero cargada de algo que no pudieron identificar.
—Han viajado lejos… pero aún no entienden hacia dónde van.
Ragnor dio un paso adelante, levantando una mano como si fuera a hacer un gesto heroico.
—¡¿Quién eres tú?! ¡Y qué…!
—Shhh… —interrumpió el hombre, levantando un dedo invisible bajo su capucha—. Las preguntas no te harán más sabio.
Sienna desenfundó una de sus dagas, avanzando con cautela.
—Si sabes tanto, ¿por qué no lo dices de una vez?
El hombre pareció ignorarla y, en cambio, giró hacia la tetera, que flotaba en silencio, con su brillo púrpura palpitando de forma errática.
—Tu sombra sigue siendo más pesada que tú.
—¿Qué significa eso? —preguntó Sienna, con frustración.
El hombre no respondió. Simplemente desapareció en un parpadeo, dejando atrás un eco de sus palabras que resonó en el claro como un susurro interminable.
El sombrero fue el primero en romper el silencio.
—Bueno, eso fue increíblemente útil. ¿Puedo sugerir que la próxima vez ignoremos a los lunáticos encapuchados?
Después de otro par de horas de caminata, llegaron al lugar donde la luz emanaba. La fuente era una esfera de cristal gigante que flotaba en el aire, emitiendo pulsos rítmicos de energía mágica que iluminaban toda el área con tonos plateados.
La esfera parecía viva. En su superficie, imágenes se formaban y desvanecían rápidamente: campos de batalla antiguos, figuras encapuchadas luchando entre sí, y un corazón palpitante envuelto en fuego negro.
—Esto… esto está conectado al Corazón del Caos —murmuró Edran, avanzando con cuidado.
Ragnor se acercó con cautela, levantando su varita.
—¿Qué hacemos? ¿La tocamos?
—¿Por qué tu primera idea siempre es tocar las cosas mágicas brillantes? —preguntó el sombrero, exasperado—. Es como si quisieras terminar convertido en estatua.
Antes de que alguien pudiera decidir qué hacer, la esfera pulsó más fuerte y liberó una onda de energía que sacudió el suelo. Monstruos hechos de sombra comenzaron a emerger del suelo, figuras grotescas con extremidades alargadas y ojos rojos brillantes.
Chairald, emocionado, se lanzó de inmediato hacia uno de los monstruos.
—¡Por fin, enemigos dignos de mi respaldo resistente! ¡Teman a mi madera invencible!
El primer monstruo se tambaleó cuando Chairald lo embistió, pero rápidamente contrarrestó con un golpe que casi lo hizo perder el equilibrio.
Sienna, mientras tanto, se movía con agilidad, esquivando los ataques de otra criatura mientras lanzaba dagas con precisión mortal.
Ragnor intentó lanzar un hechizo para sellar la esfera.
—¡Cierre Luminoso!
En lugar de cerrar la esfera, una nube de confeti salió disparada de su varita, cubriendo a uno de los monstruos y distrayéndolo momentáneamente.
—¡Esto no está ayudando! —gritó Sienna, mientras esquivaba otro golpe.
Finalmente, Edran identificó un patrón en los ataques de los monstruos.
—¡Ya lo entiendo! —exclamó Edran, con los ojos brillando por el descubrimiento—. Se mueven en sincronía con los pulsos de la esfera. Cuando la luz parpadea, retroceden brevemente. Esos segundos son su punto débil.
—¿Entonces sólo debemos atacar entre pulsos? —preguntó Sienna, ya cubriendo su espalda con una de sus dagas listas para lanzar.
—Exactamente. ¡Concentren sus ataques cuando la luz se apague! —respondió Edran.
El grupo se reagrupa rápidamente, tratando de sincronizarse con los pulsos de la esfera. Chairald, por supuesto, lo tomó como una oportunidad para resaltar su lado heroico.
—¡Por supuesto que se retiran ante mi poder! ¡Sienten el terror de enfrentarse al respaldo imbatible de Chairald el Grande! —gritó mientras embestía con toda su fuerza a una de las criaturas, que se tambaleó antes de ser derribada completamente.
Ragnor, por su parte, intentaba mantenerse en el plan, pero cada vez que levantaba su varita para lanzar un hechizo, algo inesperado sucedió.
—¡Está bien, esta vez funcionará! —gritó, apuntando hacia una de las sombras que se movía hacia Sienna—. ¡Luz de Banquete!
Un destello salió de su varita, y de repente, una bandeja de comida apareció flotando en el aire frente a la sombra, con un aroma a sopa de cebolla que llenó el campo de batalla.
Sienna se detuvo en seco, mirando incrédula.
—¿Qué se supone que hace eso? ¿Invitarlos a cenar?
La sombra se tambaleó por un momento, como si estuviera igualmente confundida, antes de simplemente atravesar la bandeja y seguir atacando.
—¡Espera, espera, lo intento de nuevo! —gritó Ragnor, esta vez girando hacia otro grupo de sombras—. ¡Toque Somnoliento!
El hechizo impactó en el suelo, y durante unos segundos nada pasó. Entonces, uno de los monstruos simplemente se detuvo y comenzó a tambalearse como si estuviera borracho, antes de desplomarse.
—¡Lo hice! —exclamó Ragnor, sonriendo triunfalmente.
El sombrero no tardó en intervenir.
—¡Oh, sí, claro! ¡Acabas de inventar un hechizo que los duerme en cámara lenta! Muy impresionante. ¿Podrías tardarte más la próxima vez?
Mientras tanto, la tetera flotaba cerca de Ragnor, siguiéndolo como si fuera su sombra personal. Su voz chillona era un contraste agudo con el caos del combate.
—¡Vamos, Ragnor! ¡Tú puedes! ¡Sólo intenta no ser tan inútil esta vez! ¡Vamos, vamos, vamos!
Ragnor apretó los dientes, tratando de concentrarse en el siguiente hechizo mientras el tono chirriante de la tetera lo hacía cerrar un ojo.
—¡¿Puedes… callarte un segundo?! ¡Tu voz me está volviendo loco!
En lugar de responder, la tetera soltó una risa aguda y estridente que resonó en todo el lugar. Desde la perspectiva del sombrero, la risa sonaba como si una ardilla estuviera a punto de morir dramáticamente, chillando en una mezcla de agonía y entusiasmo desquiciado.
—¡Por todos los cielos mágicos, alguien apague esta cosa! —gritó el sombrero, sacudiéndose sobre la cabeza de Ragnor.
A pesar del caos que lo rodeaba, Ragnor logró calmarse lo suficiente como para lanzar un hechizo decente.
—¡Es hora de que prueben mi nuevo ataque! ¡Espinas Saltarinas!
Esta vez, una serie de pequeñas espinas mágicas comenzaron a saltar alrededor de las sombras, golpeándolas con precisión hasta que dos de ellas se desvanecieron en una nube negra.
—¡Lo logré! —exclamó, con una mezcla de alivio y orgullo.
—¡Milagro! —gritó el sombrero, con sarcasmo—. Por fin hiciste algo útil. Aunque dudo que recuerdes cómo lo hiciste.
Sienna aprovechó el momento para derribar a otra de las criaturas con una de sus dagas, mientras Chairald cargaba hacia la última sombra restante, empujándola con tal fuerza que terminó rompiendo una roca cercana al impactar contra ella.
Con la última sombra derrotada, la esfera quedó flotando en silencio, como si nada hubiera pasado.
La tetera flotó cerca de la esfera, observándola en silencio. Su brillo púrpura parpadea rápidamente, y finalmente murmuró en un tono apenas audible:
—Esto no debería estar aquí… aún.
—¿Qué significa eso? —preguntó Sienna, girándose hacia ella.
La tetera no respondió, flotando hacia atrás como si intentara alejarse del lugar.
Edran, mientras tanto, reflexionaba.
—Alguien está usando este artefacto para buscar algo. Quizás la otra mitad del Corazón… o algo incluso más peligroso.
El grupo decidió continuar hacia la torre, pero las palabras de la tetera y las visiones de la esfera dejaron a todos en silencio e inquietos.
Cuando el grupo se alejaba del lugar, un hombre envuelto en una capa oscura observaba desde lejos. Sacó un pequeño espejo mágico y lo tocó suavemente, haciendo que la imagen de un Alto Mago apareciera frente a él.
—Los encontramos. Están más cerca de la torre de lo que pensábamos.
El Alto Mago sonrió con frialdad.
—Prepárense. Es hora de reclamar lo que nos pertenece.