Ragnor Piesligeros respiraba profundamente mientras se tambaleaba por un camino de piedras rotas y maleza descuidada. El peso del cetro envuelto en tela mágica colgaba incómodamente de su cinturón, como un recordatorio constante de que había sobrevivido al mayor caos de su vida… sólo para sumergirse de inmediato en el siguiente.
A su lado, Sienna caminaba con pasos ligeros, siempre atenta a cualquier sonido en el bosque. La tetera flotaba detrás de ellos con su brillo púrpura burlón, y el sombrero en la cabeza de Ragnor había adoptado un nuevo pasatiempo: contarle al grupo cuánto los odiaba.
—Déjenme resumir mi opinión en una palabra: asco. No, espera, mejor en dos: absoluto asco. —La voz del sombrero resonaba, vibrando en un tono tan altanero que incluso las ramas parecían encogerse de vergüenza.
Ragnor rodó los ojos y suspiró.
—¿Sabes que podrías ser un poco más útil, verdad? No es tan difícil.
Sienna, que había pasado los últimos diez minutos en silencio, decidió intervenir.
—¿Estamos seguros de que vamos en la dirección correcta?
—¡Claro que sí! —respondió Ragnor con un tono demasiado seguro para ser creíble.
—¿Qué dirección? —replicó Sienna, alzando una ceja—. No has mencionado ni una sola pista desde que salimos del claro.
—Bueno… técnicamente, no sabemos exactamente dónde está la Ciudad —admitió Ragnor, rascándose la cabeza—. Pero tengo una corazonada.
Sienna lo miró incrédula.
—¿"Una corazonada"? ¿Estamos caminando al azar?
El sombrero aprovechó el momento para intervenir.
—¡Ja! ¡Me encanta! El gran Ragnor Piesligeros, maestro de las improvisaciones inútiles, confiando en su "corazón" para encontrar el camino. Seguro que acabaremos en una taberna… o en una celda.
Sienna rió por lo bajo mientras Ragnor apretaba los dientes y seguía caminando con un suspiro resignado.
Mientras avanzaban por el camino, Sienna no pudo evitar observar a Ragnor con más atención. A pesar de toda su torpeza, había algo en él que le resultaba fascinante, aunque todavía no sabía si para bien o para mal.
Ragnor Piesligeros era un mago que parecía estar perpetuamente al borde de un desastre, pero de una manera encantadora y desaliñada. Su aspecto reflejaba perfectamente su vida de caos mágico.
Llevaba una túnica de mago que alguna vez fue de un azul elegante, pero ahora estaba remendada con telas de colores variados debido a accidentes mágicos pasados. Tenía manchas sospechosas ¿sería pescado encantado?.
Su cinturón estaba cargado de bolsillos desordenados llenos de objetos inútiles pero mágicos; una cuchara que se movía sola, un zapato bailarín y una pequeña libreta de hechizos medio quemada.
Su cabello castaño alborotado parecía incapaz de mantenerse peinado, como si se revelara contra cualquier intento de orden.
Tenía ojos expresivos, llenos de curiosidad y un toque de ansiedad perpetua, como si esperara que algo explotara en cualquier momento, y probablemente lo haría.
Su nariz era un poco aguileña y su sonrisa ladeada tenía un encanto torpe, como si intentara constantemente convencerte de que sabía lo que estaba haciendo.
Llevaba un sombrero puntiagudo parlante que parecía haber sido magnífico en algún momento, pero ahora estaba doblado y un poco desgastado. Tenía bordados dorados que insultaban a cualquiera que lo mirara demasiado tiempo.
Sostenía una varita mágica que, a diferencia de las varitas tradicionales, era una rama torcida de algún árbol mágico, probablemente arrancada en un apuro.
Su postura era un poco encorvada, como alguien que cargaba demasiadas preocupaciones, pero caminaba con pasos rápidos, como si siempre estuviera huyendo de algo (lo cual solía ser el caso).
Tenía una energía caótica pero amigable, como alguien que claramente no tenía todo bajo control, pero que aún así inspiraba cierta confianza… o lástima.
Sienna suspiró para sí misma.
—Definitivamente no es lo que esperaba de un mago.
El bosque pareció cambiar de repente. Los árboles se alzaron más altos, como si intentaran esconder la luz del sol, y un silencio inquietante cayó sobre ellos.
—Esto no me gusta —murmuró Sienna, deteniéndose.
La tetera flotó hacia adelante, y su voz aguda rompió la tensión como un cuchillo demasiado afilado —Ah, sí, el bosque oscuro y tenebroso. Qué cliché. ¿Qué será lo próximo? ¿Una banda de bandidos mágicos?
No pasaron ni tres segundos antes de que un grupo de figuras encapuchadas emergiera de entre las sombras de los árboles, armados con dagas brillantes y varitas desgastadas.
—¡Deténganse ahí mismo! —dijo uno de ellos, apuntándoles con la varita.
—Teníamos que abrir la boca —murmuró Sienna, rodando los ojos.
Los encapuchados los rodearon rápidamente, dejando claro que escapar sería complicado. Ragnor levantó las manos, tratando de parecer amistoso.
—¡Hola, amigos del bosque! —dijo Ragnor con su tono más diplomático—. No queremos problemas. Sólo estamos de paso.
El sombrero, fiel a su naturaleza, decidió intervenir —¡Claro que no quieren problemas! Porque no tienen ninguna posibilidad contra ustedes, banda de sacos de pulgas mal vestidos. ¿Quién diseñó esas túnicas, una vaca con los ojos cerrados?
El líder del grupo, visiblemente molesto, dio un paso adelante y señaló a Ragnor con su daga brillante.
—Sabemos quién eres, Ragnor Piesligeros. El Gremio de las Sombras lleva días siguiéndote.
Ragnor tragó saliva.
—¿De verdad? ¿Por qué?
El encapuchado señaló el cetro que colgaba de su cinturón.
—Eso. Lo queremos.
—Oh, claro, por supuesto que lo quieren. —Ragnor intentó sonreír, aunque su rostro probablemente parecía más una mueca—. Pero, eh… no creo que sea buena idea que lo tengan. Ya saben, magia peligrosa, realidad en peligro, cosas de ese estilo.
El encapuchado no respondió, pero los otros miembros del gremio comenzaron a moverse lentamente, acercándose con dagas y varitas en posición amenazante.
Sienna suspiró, sacando sus dagas.
—Supongo que esto significa pelea.
El caos comenzó antes de que Ragnor pudiera siquiera lanzar su primer hechizo. Sienna se movía como un relámpago, desarmando a dos de los atacantes en cuestión de segundos, mientras que Ragnor intentaba recordar cómo funcionaban sus propios encantamientos.
—¡Haz algo útil! —gritó Sienna mientras bloqueaba una daga con su propia hoja.
—¡Estoy pensando! —respondió Ragnor, apuntando a uno de los encapuchados y gritando un hechizo improvisado—. ¡Varitas danzantes!
El resultado fue, como siempre, inesperado; la varita del enemigo comenzó a flotar y, efectivamente, a bailar. Desafortunadamente, también decidió golpear a Ragnor en la cara en su coreografía improvisada.
—¡Esto es ridículo! —gruñó el sombrero desde su cabeza, esquivando la varita danzarina.
Mientras tanto, la tetera flotaba alegremente entre los combatientes, gritando comentarios como —¡Oh, excelente movimiento, ladrona! Aunque ese giro podría haber sido más elegante.
Sienna, que ya estaba perdiendo la paciencia, lanzó una daga hacia el líder del gremio, quien esquivó por poco. El líder levantó su varita, pero antes de que pudiera atacar, Ragnor finalmente reunió el coraje necesario.
—¡Cuidado con esto! —gritó, apuntando al líder y lanzando otro hechizo improvisado.
Una silla que estaba tirada cerca cobró vida de repente, con patas largas y ágiles. La silla saltó sobre el líder y comenzó a darle pequeños golpes en la cabeza.
—¿De dónde salió esa silla? —gritó Sienna, esquivando otro ataque.
—La encanté anoche para practicar. ¡No sabía que seguiría viva! —respondió Ragnor mientras intentaba evitar un hechizo que pasó zumbando cerca de su oreja.
El líder del gremio, frustrado por la silla, hizo un gesto brusco y lanzó un hechizo que la destruyó en mil astillas. Pero el momento de distracción fue suficiente para que Sienna lo desarmara con un rápido movimiento.
Los otros encapuchados, al ver a su líder derrotado, comenzaron a retroceder, murmurando maldiciones y amenazas antes de desaparecer entre los árboles.
—Eso fue… caótico. —Sienna miró a Ragnor, aún jadeando por el esfuerzo.
—Gracias. Me esfuerzo mucho para que todo sea así. —Ragnor sonrió, claramente satisfecho consigo mismo.
El sombrero, sin embargo, no podía quedarse callado:
—Caótico es una forma amable de describir lo que acaba de pasar. Yo diría más bien… patético.
Tras asegurarse de que no había más enemigos cerca, el grupo se sentó junto a un claro iluminado tenuemente por la luz de la luna. Ragnor sacó un trozo de pan de su mochila y comenzó a comer, mientras la tetera flotaba silenciosamente a su lado, por una vez sin comentarios mordaces.
Sienna lo observó mientras limpiaba una de sus dagas. Finalmente, rompió el silencio.
—¿Sabes? Nunca había conocido a alguien como tú.
Ragnor levantó la vista, sorprendido.
—¿En serio?
—Sí. Eres… ¿cómo decirlo? —Sienna hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. Inútil, pero de alguna manera sobrevives. Es como si el universo se sintiera demasiado culpable para dejarte morir.
Ragnor se encogió de hombros, aceptando el comentario como un cumplido extraño.
—Es un don.
Ella lo estudió por un momento más, observando su túnica parchada, sus botas desgastadas y el caos que parecía rodearlo constantemente. Sin embargo, también notó algo más; la chispa de determinación en sus ojos, la forma en que, a pesar de su torpeza, siempre intentaba hacer lo correcto.
—Tal vez no seas tan malo como creía al principio. —Finalmente dijo, aunque con una sonrisa burlona.
Ragnor sonrió de vuelta.
—Gracias… creo.
Mientras se preparaban para continuar su camino, la tetera rompió el momento con su tono habitual —Oh, por cierto, olvidé mencionar algo. El líder del gremio dijo algo interesante mientras luchaban.
—¿Qué? —preguntó Ragnor, levantando una ceja.
—Mencionó que no sólo están buscando el cetro, sino algo llamado El Corazón del Caos.
Sienna se tensó.
—¿El Corazón del Caos? ¿Qué es eso?
La tetera giró en el aire, como si disfrutara tener toda la atención.
—Digamos que es el complemento perfecto para el cetro. Juntos, podrían desatar un poder lo suficientemente grande como para destruir… bueno, todo.
Ragnor palideció.
—¿Y dónde está ese Corazón del Caos?
—Ah, eso es lo interesante. Está escondido en la Ciudad de los Espejos. Un lugar legendario que, según cuentan, refleja no tus miedos, sino tus errores más grandes. Es un lugar donde las decisiones equivocadas pueden materializarse en formas muy, muy reales.
Sienna se levantó, cruzando los brazos.
—Así que ahora tenemos que encontrar ese lugar antes que ellos.
Ragnor suspiró, sintiendo el peso de la responsabilidad caer sobre él nuevamente.
—Genial. Porque la vida no era lo suficientemente complicada ya.
El sombrero decidió dar la última palabra —Oh, esto va a ser divertido. Y por divertido, quiero decir un completo desastre.
El grupo siguió caminando a través del bosque, ahora más silencioso después de su enfrentamiento con el Gremio de las Sombras. Las ramas crujían bajo sus pies, y el sonido de los grillos llenaba el aire nocturno.
Aunque estaban avanzando, no podía evitar sentirse observado. A cada paso, el bosque parecía más denso, y las sombras proyectadas por la luz de la luna se movían de una manera que no le gustaba.
—¿Alguien más siente que algo nos está siguiendo? —preguntó en voz baja, mirando por encima del hombro.
Sienna levantó la cabeza, con la mano descansando sobre el mango de una de sus dagas.
—Lo siento desde hace un rato. Pero, ¿sabes? Podría ser paranoia… o quizás ese trozo de pan que comiste estaba maldito.
Ragnor frunció el ceño.
—¡Mi magia no maldice comida! Bueno, no siempre.
El sombrero intervino con un tono burlón:
—Claro, claro, "no maldices comida". Porque convertir una manzana en un sapo cantante no cuenta, ¿verdad? ¡Qué confiables son tus habilidades, Piesligeros!
Sienna ignoró el comentario del sombrero, deteniéndose de repente. Algo crujió a unos metros de distancia, detrás de un grupo de arbustos oscuros. Ambos quedaron en silencio, y Ragnor agarró su varita con nerviosismo.
—¿Qué es eso? —susurró Sienna, agachándose para estar lista en caso de un ataque.
Ragnor levantó la varita, concentrándose en un hechizo simple, cuando algo emergió lentamente de las sombras.
Era la silla.
Completamente restaurada, aunque de una manera extrañamente incorrecta. Las patas, que antes eran rectas, ahora estaban torcidas como ramas nudosas, y el respaldo parecía más alto y puntiagudo, casi amenazante. Lo peor fue cuando habló, con una voz ronca y metálica.
—¿Dónde estoy? ¿Por qué me duele todo?
Sienna saltó hacia atrás con un grito ahogado, desenfundando una daga mientras miraba la silla con incredulidad.
—¡¿Qué demonios es eso?!
Ragnor se rascó la nuca, visiblemente incómodo.
—Oh, eh… eso. Bueno, después de la pelea con los encapuchados… pensé que sería buena idea juntar los pedazos de la silla y, ya sabes, intentar revivirla.
Sienna lo miró como si estuviera loco.
—¿Revivir una silla?
—¡Era una buena silla! —protestó Ragnor, levantando las manos en defensa—. Pero… algo salió mal.
La silla, que claramente no entendía la conversación, giró sus "piernas" hacia Ragnor y lo señaló con uno de los brazos del respaldo, como si tuviera vida propia.
—¿Tú… me trajiste de vuelta?
Ragnor tragó saliva.
—Eh, sí. Lo intenté.
—No pedí esto. —La silla soltó un gruñido bajo y torpe que parecía venir de alguna profundidad mágica imposible de explicar.
Sienna se llevó una mano a la cara.
—Por todos los dioses, estamos huyendo del gremio más peligroso del reino, y tú decides traer de vuelta a una silla parlante.
—¡Tiene sentimientos ahora! —Ragnor señaló la silla como si eso justificara todo.
El sombrero, por supuesto, no iba a quedarse callado.
—¡Bravo, Ragnor! ¡Primero una tetera maldita, ahora una silla traumatizada! ¿Qué sigue? ¿Un zapato vengativo?
La silla, ignorando completamente al sombrero, dio un par de pasos torpes hacia adelante. Sus patas crujieron con un sonido extraño, y el respaldo parecía inclinarse ligeramente hacia Sienna.
—¿Eres una amenaza? —preguntó con su voz metálica y profunda.
—¡No soy una amenaza! —respondió Sienna, dando un paso atrás—. Pero si te acercas más, te voy a desmontar otra vez, pieza por pieza.
Ragnor dio un paso al frente, colocando una mano sobre la silla como si estuviera calmando a un animal asustado.
—¡Tranquila, tranquila! No estamos aquí para hacerte daño.
La silla se quedó inmóvil por un momento, como si estuviera procesando algo. Luego se enderezó y dijo —Soy… Chairald. Ese será mi nombre.
—¿Chairald? —Sienna levantó una ceja.
Ragnor sonrió, genuinamente emocionado.
—¡Me gusta! Chairald. Es perfecto.
La silla asintió solemnemente, o al menos eso parecía por la forma en que su respaldo se inclinó levemente.
Decidieron acampar en un pequeño claro cercano, ya que la oscuridad del bosque se hacía más densa y ninguno de los dos quería arriesgarse a seguir caminando sin poder ver bien. Mientras Sienna encendía una pequeña fogata con habilidad práctica, Ragnor inspeccionaba a Chairald, claramente encantado con su nueva creación.
La silla ahora parecía más… animada. Cada vez que Ragnor se movía, Chairald lo seguía con sus patas de madera, emitiendo pequeños crujidos con cada paso. Cuando se sentó junto al fuego, Chairald se acercó para "sentarse" también, lo que provocó que Sienna soltara un bufido de incredulidad.
—Esto es lo más extraño que he visto en mi vida —murmuró, mientras afilaba una de sus dagas.
Ragnor, sin embargo, no podía contener su entusiasmo.
—Es increíble, ¿verdad? Quiero decir, sé que salió un poco… raro, pero es un gran avance en magia de encantamiento.
Chairald, como si entendiera que estaba siendo halagado, inclinó su respaldo ligeramente hacia Ragnor en señal de agradecimiento.
—¡Oh, por favor! —interrumpió el sombrero—. El gran avance sería si lograra hacer algo útil por una vez. Pero no, tenemos una silla que habla y un mago que ni siquiera puede sentarse correctamente en ella.
—¡Yo no necesito que tú apruebes mis experimentos! —Ragnor le respondió al sombrero, frunciendo el ceño.
Sienna miró la escena, meneando la cabeza.
—Es oficial. Este grupo es lo más ridículo que he visto.
La tetera, que hasta entonces había estado flotando silenciosamente cerca del fuego, decidió agregar algo.
—Oh, querida, apenas estamos comenzando. Espera a que Chairald descubra su propósito en la vida.
Chairald giró hacia la tetera, inclinando el respaldo inquisitivamente.
—¿Propósito? ¿Qué es eso?
Sienna soltó una carcajada seca y se dejó caer hacia atrás, mirando las estrellas.
—Esta va a ser una noche larga.
Poco después de que el grupo comenzará a relajarse, un extraño sonido resonó desde el bosque. Era un gruñido profundo y gutural, que hacía que el suelo temblara ligeramente.
Sienna se levantó de inmediato, dagas en mano.
—Eso no suena bien.
Ragnor se puso de pie tambaleándose, agarrando su varita torcida.
—Tal vez sólo sea un animal grande. O un árbol. O una roca viva.
Chairald también se enderezó, aunque su postura seguía siendo algo torpe.
—Puedo ayudar.
Sienna lo miró, incrédula.
—¿Cómo? ¿Ofreciéndote como asiento?
Antes de que pudiera responder, las sombras se movieron, y un enorme oso con ojos rojos brillantes salió de entre los árboles, rugiendo con furia.
Ragnor levantó su varita, listo para improvisar otro hechizo, cuando Chairald avanzó bruscamente hacia el oso, golpeando el suelo con sus patas de madera.
—¡Silla lista para la batalla! —gritó con una voz sorprendentemente decidida.
El oso, confundido por la aparición de una silla agresiva, se detuvo por un momento. Fue suficiente para que Sienna aprovechara la distracción, lanzando una daga que rozó el costado de la bestia.
Mientras tanto, Ragnor intentó un hechizo improvisado que terminó haciendo que las ramas de los árboles cercanos comenzaran a girar como molinetes. Aunque no era exactamente lo que planeaba, el ruido y el movimiento espantaron al oso, que retrocedió con un gruñido antes de desaparecer en la oscuridad del bosque.
Sienna se dejó caer de nuevo, agotada.
—Si sobrevivimos esta noche, será un milagro.
Chairald se giró hacia Ragnor.
—¿Lo hice bien?
Ragnor le dio una palmada amistosa en el respaldo.
—¡Lo hiciste genial, Chairald!
El sombrero suspiró con exasperación.
—Estamos condenados.