A los 20 años, Marco Polo ya no era un simple joven con sueños y esperanzas. En el mundo que habitaba, donde las facciones luchaban por el control, donde los héroes y los villanos se enfrentaban constantemente, la supervivencia no era un lujo, sino una necesidad. Y él había aprendido rápidamente cómo manejarse entre ambos, tan hábilmente que ya era un nombre reconocido, aunque pocos conocieran su verdadero rostro.
Era una noche oscura, las luces de la ciudad parpadeaban con timidez mientras las sombras recorrían las calles. Marco Polo, de pie sobre el tejado de un edificio en ruinas, observaba el caos con una calma desconcertante. A su lado, su brazo metálico se ajustaba automáticamente, y su rostro estaba parcialmente cubierto por el protector bucal negro que solo dejaba ver sus ojos afilados.
El sonido de la lluvia era un recordatorio constante del mundo desolado que había elegido habitar. Pero Marco no era un héroe. No le interesaba salvar a nadie, ni mucho menos ser el centro de la atención. En cambio, se había ganado su lugar en este mundo, un lugar que le permitió vivir bien, a su manera, sin ser esclavo de ningún sistema.
Con Murmullo, su arma de energía, en la mano, había completado el trabajo encargado. Un mercenario que tomaba cualquier trabajo, siempre y cuando la paga fuera adecuada. Aunque sus métodos eran precisos y letales, también había algo elegante en él, una sofisticación que había logrado mantener, incluso en un mundo que parecía haber olvidado lo que significaba el honor.
Las primeras noticias sobre él habían circulado en los bajos fondos de la ciudad hace más de un año. "Un joven con habilidades inhumanas para disparar", decían algunos. "Un fantasma con un sombrero azul", susurraban otros. Al principio, sus actos habían pasado desapercibidos para los grandes héroes, pero pronto las organizaciones de villanos lo habían marcado como alguien a temer, alguien con quien se debía tener cuidado.
Con su quirk de puntería, no solo era capaz de disparar con una precisión letal, sino que su visión privilegiada le permitía encontrar los puntos débiles de sus enemigos en la oscuridad, lo que lo hacía casi invencible en enfrentamientos nocturnos. En sus primeros trabajos, se había ganado el sobrenombre de "El Fantasma Azul", por la forma en que desaparecía entre las sombras tras cada misión. Siempre elegante, siempre impecable, con su traje formal y su sombrero de copa azul, dejando atrás solo un rastro de caos cuidadosamente controlado.
Esa noche, un contrato más lo había llevado de vuelta a la ciudad, donde se suponía debía eliminar a un informante que había traicionado a su propio grupo. Sin preguntas. Sin dudas. Solo trabajo. Para alguien como Marco, esto era más una rutina que una misión.
Se encontraba cerca del objetivo, el edificio donde el informante se había refugiado. Su pulso era firme, sus ojos concentrados mientras ajustaba la puntería con una precisión matemática. Sabía que el disparo tendría que ser limpio. El informante estaba rodeado de seguridad, pero no importaba. Marco no había fallado nunca, y no lo haría esta noche.
Con un suspiro suave, apretó el gatillo. La bala de energía voló como una flecha de luz, alcanzando su objetivo sin piedad. La misión estaba cumplida, y el pago ya estaba asegurado. Pero lo que realmente le interesaba era otra cosa. La reputación que había logrado construir. Porque, en este mundo, la reputación era más poderosa que cualquier poder, y Marco Polo había aprendido a usarla como nadie.
Después de completar la misión y eliminar al informante, Marco Polo se encontraba en el tejado, con la lluvia empapando su abrigo, observando el horizonte mientras el viento soplaba con fuerza. Los sonidos de la ciudad parecían callarse en su presencia, como si todo el mundo respetara el espacio que él ocupaba. Sin embargo, esa tranquilidad se rompió cuando escuchó el retumbar de pasos pesados acercándose rápidamente.
De repente, desde las sombras apareció una figura: un héroe, aún joven, con el rostro cubierto por una máscara. Con el distintivo traje de la policía heroica, el héroe se acercó con determinación, sus ojos brillando con una mezcla de ira y orgullo. Había llegado para detener a Marco Polo.
—¡Espera! —gritó el héroe, su voz firme, aunque llena de tensión—. ¡Estás bajo arresto por asesinato y otros crímenes! ¡Ríndete y ven con nosotros!
Marco Polo no hizo ningún movimiento inicial. Su postura era relajada, incluso indolente, como si lo que sucediera a su alrededor no tuviera importancia. Su mirada fija en el héroe, con una sonrisa apenas perceptible asomando en sus labios. Se ajustó ligeramente su sombrero, como si el sonido del viento fuera lo único que pudiera escuchar.
—¿Arrestarme? —dijo Marco Polo con tono suave, pero con una seguridad que desbordaba el aire—. Vaya, no esperaba que alguien tan... "idealista" viniera a interrumpir mi noche. Pero, si deseas que termine rápido, solo tienes que pedirlo, mi buen amigo.
El héroe frunció el ceño, preparándose para lanzar un ataque. Pero Marco Polo ya lo había leído. Sabía que el héroe, aunque bien entrenado, carecía de la precisión necesaria para alcanzarlo. El quirk del joven mercenario le daba una ventaja incontestable: la capacidad de anticiparse a los movimientos de su oponente con exactitud matemática.
De repente, sin dar ninguna señal de advertencia, Marco Polo se movió. Su brazo metálico se desplegó con rapidez, generando una pequeña nube de niebla oscura que cubrió brevemente la zona. En el instante en que el héroe intentó lanzarse hacia él, Marco Polo se desvaneció, como si fuera una sombra, y reapareció en el borde del tejado, a varios metros de distancia.
El héroe, desconcertado, miró hacia todos lados, buscando una señal de su enemigo. Pero Marco ya no estaba allí.
—¡¿Dónde te has ido?! —exclamó el héroe, mientras giraba rápidamente, intentando rastrear la presencia de su oponente.
Marco Polo se apareció detrás de él en un parpadeo, su voz suave, como si sus palabras flotaran en el aire.
—¿No ves? —dijo, su tono juguetón pero cargado de desdén—. "El mejor truco de magia no es el que ves, sino el que no puedes ver." Una cita de un viejo mago que conocí, pero que, creo, encaja bastante bien en nuestra situación.
En un rápido giro de muñeca, Marco Polo disparó una bala aturdidora hacia el héroe, pero no en dirección a su cuerpo. La bala voló hacia el costado del héroe, golpeando un poste cercano, creando una explosión de energía que lo dejó momentáneamente cegado por la luz.
Aprovechando el caos, Marco Polo se desvaneció de nuevo en las sombras, utilizando su habilidad de visión privilegiada para calcular el momento perfecto. En segundos, apareció sobre otro edificio cercano, mirando hacia abajo, donde el héroe aún intentaba recomponerse.
—Nos vemos, buen amigo. —Marco dijo en voz baja, más para sí mismo que para su perseguidor—. Y recuerda: "Los verdaderos fantasmas nunca son vistos, solo sentidos."
Con una última sonrisa enigmática, Marco Polo se retiró, desapareciendo en la noche, dejando atrás solo el eco de su risa suave y el destello de su sombrero azul en la distancia.
Al alejarse, Marco Polo reflexionó sobre el encuentro. Para él, esos pequeños juegos con los héroes eran parte del precio que debía pagar por estar en la cima de la pirámide. Aunque en el fondo, no deseaba ser un enemigo directo de los héroes, sabía que era inevitable. En un mundo tan dividido, aquellos que se atrevieran a desafiar el sistema tendrían que hacer sacrificios. Y Marco Polo estaba dispuesto a pagar ese precio.
La noche había caído sobre la ciudad, y las luces de los faroles parpadeaban en la lluvia. En el barrio en el que se encontraba, las calles eran sucias, llenas de basura, y el aire tenía un olor a humedad que se pegaba a la piel. No era un lugar al que mucha gente quisiera venir, pero para Marco Polo, un mercenario con pocos escrúpulos, ese era el tipo de ambiente donde se sentía cómodo.
Al llegar a su pequeña posada, la entrada estaba oscura, casi sombría, pero allí guardaba su equipo. Dejó el sombrero cuidadosamente sobre la mesa, junto con su arma Murmullo y sus cartas. A veces, todo lo que necesitaba para relajarse era un juego de cartas, unos cuantos yenes, y unas copas para acompañar.
Sin perder tiempo, salió rumbo al bar. El lugar no tenía nombre, solo una entrada discreta y una puerta de madera vieja que se abría con facilidad. Los sonidos de la música de fondo eran bajos, pero la atmósfera era densa, como si todo en el bar estuviera impregnado con una niebla que no solo empañaba el aire, sino que también enturbiaba las intenciones de sus visitantes.
Al entrar, se encontró con Kurogiri, el bartender, quien lo observó desde el otro lado de la barra con su mirada misteriosa, siempre calmado y controlado. La niebla que lo rodeaba hacía que pareciera una sombra, una figura que solo existía para aquellos que querían verlo.
Marco Polo hizo una ligera inclinación hacia Kurogiri, quien le devolvió el gesto sin decir una palabra. Después se dirigió hacia una mesa en la esquina, donde un grupo de villanos jugaban cartas y bebían. Marco Polo era un experto en esos juegos, su habilidad para calcular y anticiparse lo hacía casi imbatible. En pocos minutos, ya había ganado un buen puñado de yenes, riendo y bromeando con los demás jugadores.
Pero esa noche, algo estaba por cambiar.
La puerta del bar se abrió de golpe, y un hombre de aspecto rudo y decidido entró. Su porte era imponente, y su mirada transmitía una mezcla de desdén y pragmatismo. Era Giran, un hombre con ambiciones y una mente astuta, alguien que sabía reconocer a los que podían hacer trabajos valiosos.
Sin dar muchas explicaciones, se acercó a la mesa de Marco Polo y le hizo una señal para que se levantara.
—Tienes un aire interesante, Marco Polo —dijo Giran con una sonrisa tranquila—. He oído hablar de tus habilidades. Te ofrezco un trabajo simple: robar una caja fuerte que tiene un contenido muy valioso para alguien que tiene... ambiciones. ¿Qué dices?
Marco Polo lo miró con una sonrisa burlona, como si estuviera acostumbrado a ese tipo de ofertas. Tomó una carta más de su mano y la dejó sobre la mesa mientras respondía.
—Un trabajo sencillo para un tipo como yo... ¿Qué podría ir mal? —dijo, y sus ojos brillaron con una mezcla de curiosidad y confianza.
Giran asintió, sin perder la compostura.
—Sé que eres el tipo de persona que no se complica con moralidades ni escrúpulos. Te lo pago bien. Solo quiero que sigas mis instrucciones y lo hagas con rapidez.
Antes de que pudiera continuar, la puerta del bar volvió a abrirse con fuerza. Un joven de cabello desordenado y ojos vacíos entró, llamando la atención de todos en la habitación. Shigaraki, un joven villano con una actitud despreciativa, caminó directo al centro del bar, haciendo una escena que atrajo todas las miradas.
—¿Qué diablos está pasando aquí? —gritó Shigaraki, observando a los presentes con un aire de desprecio absoluto.
Kurogiri, el bartender, inmediatamente se acercó con su presencia calmada pero firme.
—Es mejor que todos se vayan —dijo Kurogiri con una voz suave, pero cargada de autoridad. La niebla a su alrededor parecía intensificarse, como si la atmósfera misma respondiera a su comando—. Este lugar está cerrado por esta noche.
Los jugadores de cartas se levantaron rápidamente, sin decir una palabra, y salieron del bar en silencio, dejando a Marco Polo y a los dos villanos en la mesa. Marco Polo se levantó lentamente, guardando sus yenes en el bolsillo y dejando un buen porcentaje de propina sobre la mesa para Kurogiri, un gesto de cortesía hacia el bartender que siempre le había servido.
—Nos vemos, Giran —dijo Marco Polo con una sonrisa traviesa, mirando a Giran y luego a Kurogiri—. Ya sabes, siempre hay algo... fascinante en este lugar.
Con un último vistazo hacia Shigaraki, quien estaba causando aún más caos, Marco Polo salió del bar sin prisa, su mente ya en el siguiente trabajo, pero con una ligera sensación de que ese encuentro no sería el último.
Giran y Kurogiri se quedaron en la mesa, observando cómo se alejaba.
—Es un hombre interesante —comentó Giran, con una ligera sonrisa.
Kurogiri, de pie detrás de la barra, simplemente asintió, sus ojos brillando en la penumbra.
—Lo sé... más de lo que imaginas.
Marco Polo no era solo un mercenario; era un hombre que jugaba con la vida de los demás como si fueran piezas de un juego de cartas. Y esa noche, al igual que muchas otras, solo estaba comenzando.
Marco Polo caminó por las calles oscuras del barrio, esquivando las sombras y los charcos mientras se acercaba a su modesta posada. La fachada, desgastada por los años, parecía casi ignorar la vida que pasaba a su alrededor. Nadie en el vecindario esperaba nada más que el sonido del viento y el eco de los pasos de los pocos transeúntes.
Al entrar, el aire olía a polvo y madera envejecida. La señora de la posada, una mujer mayor de rostro arrugado y ojos cansados, lo miró desde su asiento en la esquina del vestíbulo. La luz tenue de una lámpara parpadeaba sobre su mesa, iluminando la contabilidad diaria de un negocio que rara vez veía a alguien quedarse más de una noche.
—Buenas noches, joven. —La señora lo saludó con una sonrisa forzada. Marco Polo asintió, levantando una mano en señal de saludo, sin decir una palabra.
Dejó su abrigo en el perchero junto a la puerta, mientras caminaba hacia las escaleras con pasos tranquilos. El silencio de la posada lo envolvía mientras subía los escalones de madera que crujían bajo su peso.
Al llegar a su habitación, cerró la puerta con un suave clic y se quitó los guantes, dejándolos sobre la mesa. La habitación, pequeña pero funcional, tenía todo lo que necesitaba para mantenerse al margen del mundo, y nada más. El brillo metálico de su brazo izquierdo captó la luz de la lámpara, un recordatorio constante de los sacrificios hechos.
Se dejó caer en la cama con un suspiro cansado. Su cuerpo, a pesar de su juventud, había aprendido a resistir el desgaste de una vida dura. Los mensajes de Giran no tardaron en llegar. Marco Polo sacó su dispositivo móvil, que estaba lleno de notificaciones. Entre ellas, la de Giran destacaba:
"Trabajo mañana a las 9 AM. Llega puntual. Tendrás compañía."
Marco Polo sonrió ligeramente, leyendo el mensaje con calma. El trabajo era sencillo, como siempre, pero la mención de "compañía" despertó su curiosidad. ¿Qué planeaba Giran ahora? Lo de siempre, probablemente. Era un hombre de pocos detalles, pero siempre efectivo.
Guardó el móvil y se estiró en la cama, dejando que el cansancio lo envolviera. Mientras se acomodaba, su mente seguía trabajando, calculando cada detalle. Sabía que el día de mañana traería más de lo mismo, pero en su mundo, "lo mismo" siempre tenía giros inesperados. Eso era lo que lo mantenía en marcha.
Con un último vistazo a la ventana, donde la luna se asomaba tímidamente detrás de las nubes, Marco Polo cerró los ojos y se permitió descansar.
Aunque estaba acostumbrado a la rutina, sabía que en cualquier momento podría surgir algo que cambiara el curso de las cosas. Mientras tanto, no quedaba más que esperar al amanecer, cuando las sombras se despejarían y los próximos movimientos en su juego comenzarían.
El sol estaba apenas elevándose en el horizonte cuando Marco Polo despertó. Como siempre, la luz suave de la mañana se colaba por las rendijas de su ventana, pero no necesitaba ver más allá de su cuarto. Con los ojos ya entrenados para moverse en la penumbra, se levantó y se puso en marcha. A pesar de la hora temprana, sabía que hoy sería un día largo, como todos los demás.
Se vistió con rapidez, ajustándose el traje formal y su característico sombrero de copa azul, que le daba un aire peculiar. Su brazo metálico brillaba en la tenue luz de la mañana, su fiel compañero que lo había acompañado a través de muchos trabajos. Después de asegurarse de que su "Murmullo" (su arma) estuviera en su lugar, salió hacia la calle.
Caminó sin prisa por las calles vacías, su vista afinada detectando cada pequeño movimiento en la sombra. Llegó a un pequeño puesto de comida, donde compró algo ligero para el desayuno: un par bolas de arroz y un té caliente. No era lo que le apetecía, pero no era el momento para perder tiempo en indulgencias.
A las 9:00 AM, recibió un mensaje de Giran. Era el momento de moverse. La ubicación no estaba lejos, solo una cuadra más abajo, donde un callejón oscuro lo esperaba. La sombra de los edificios lo rodeaba, y Marco Polo no dudó en entrar. La oscuridad parecía abrazarlo, y su vista privilegiada en esos momentos solo hacía que se sintiera más a gusto.
Giran lo esperaba allí, un hombre con una expresión que era difícil de leer, pero con una postura que dejaba claro que no estaba dispuesto a perder el tiempo. A lo lejos, se oía el ruido de la ciudad, pero el callejón era el lugar perfecto para discutir sin ser molestados.
—Marco Polo —dijo Giran en voz baja, mientras entregaba un pequeño sobre con información. —Hoy el trabajo es sencillo, solo una caja fuerte. Está en una tienda en el centro de la ciudad. La seguridad no es fuerte, pero hay cámaras. Necesitarás ser rápido.
Marco Polo asintió, tomando el sobre. En su interior había planos del lugar, una descripción de la tienda y la ubicación exacta de la caja fuerte. Giran continuó:
—No hagas ruido. Tienes que entrar y salir antes de que alguien se dé cuenta. Lo demás depende de ti. El pago es bueno si lo haces bien.
Marco Polo asintió nuevamente, guardando el sobre en su abrigo. No dijo una palabra más. No necesitaba hacerlo. Las instrucciones eran claras y sabía lo que debía hacer.
Giran, sin decir nada más, se dio la vuelta y desapareció en las sombras del callejón. Marco Polo respiró hondo y dio un paso adelante, sus ojos ya escaneando la calle a su alrededor. No se podía permitir distracciones.
La tienda no estaba lejos, y, como siempre, la precisión era clave. Llegó sin dificultad y observó desde una esquina, analizando el lugar. No había señales de seguridad obvia, pero las cámaras estaban en su sitio, tal como lo había indicado Giran.
Con un gesto rápido, Marco Polo se deslizó por la entrada trasera. Ya había estudiado el mapa, y sabía que la caja fuerte estaba en el fondo de la tienda, en una oficina cerrada. Como era de esperar, las cámaras lo seguían, pero su quirk le otorgaba una ventaja. No solo podía calcular la trayectoria de cada movimiento, sino también navegar por el lugar con una precisión letal. Las cámaras eran solo una formalidad, y no tardó mucho en encontrar un punto ciego por donde deslizarse sin ser visto.
Finalmente, llegó a la oficina. La caja fuerte estaba justo allí, protegida por un sistema de seguridad que parecía más intimidante de lo que realmente era. Marco Polo sonrió para sí mismo, sacando de su abrigo una pequeña herramienta especializada. Con una velocidad sorprendente, la abrió sin hacer ruido, como si fuera un experto. Dentro, encontró el paquete que Giran había mencionado.
Con el trabajo ya hecho, Marco Polo volvió sobre sus pasos, desactivando las cámaras con un simple ajuste de su quirk. No era difícil cuando sabías lo que hacías. Una vez fuera, se deslizó rápidamente por las calles, dejando atrás el trabajo bien hecho y desapareciendo en las sombras.
Mientras Marco Polo caminaba hacia la posada, ya con el dinero asegurado y el paquete a salvo, no podía evitar sonreír. Los trabajos eran fáciles para alguien con sus habilidades, pero siempre había algo que lo mantenía alerta. Sabía que su habilidad para ver los detalles minúsculos, la precisión con la que podía calcular cada movimiento, le otorgaba una ventaja sobre cualquier rival. Hoy había sido solo una más de las misiones cotidianas. Pero la vida como mercenario, siempre cambiante, no perdonaba a los que bajaban la guardia.
Era la 1 de la tarde, y el bullicio de la ciudad seguía en su ritmo frenético. Marco Polo caminaba con paso tranquilo por las calles, sin su equipo habitual, disfrutando del sol y la calma momentánea tras el trabajo que había realizado. Aunque la ciudad nunca dormía, para él, esos momentos eran como una pausa, un espacio para respirar antes de continuar con sus propios planes.
En ese momento, vio a MT. Lady patrullando en las cercanías. Algo en su porte y la forma en que su presencia parecía alterar la normalidad del día llamó la atención de Marco Polo. La héroe estaba claramente agotada, su rostro reflejaba signos de estrés y cansancio. Algo en su actitud sugería que necesitaba un respiro, algo más que una simple charla.
Marco Polo, quien por su naturaleza observadora comprendía rápidamente las emociones de los demás, se acercó a ella con una sonrisa tranquila.
—Parece que no has tenido un buen día —comentó, su tono suave pero seguro, sin rodeos. MT. Lady lo miró, sonriendo con cierta amargura.
—Estás en lo cierto, —respondió, pasando una mano por su frente con gesto cansado—. Entre las patrullas y los problemas que surgen todo el tiempo, necesito un descanso. El estrés me está matando.
Marco Polo observó por un momento, evaluando la situación. Sabía que podía ofrecerle lo que necesitaba. No le interesaba involucrarse demasiado, pero a veces, las situaciones se daban de esa manera, y tenía la habilidad de saber cuándo aprovecharlas.
—Sé de un lugar tranquilo. Donde puedes relajarte sin preocupaciones —dijo, con un tono insinuante pero directo. MT. Lady, observando la oferta con algo de duda y cansancio, asintió lentamente.
—Tienes razón, me vendría bien un descanso. Vamos. —Respondió, sabiendo que no podía seguir con esa tensión durante mucho más tiempo.
Ambos caminaron hacia un motel cercano. El lugar era discreto, fuera de la vista de las multitudes y lejos de las cámaras. Nadie allí estaba interesado en quién entraba o salía. Una vez dentro, Marco Polo se encargó de la logística, sabiendo que la calma era lo único que MT. Lady necesitaba en ese momento.
Ella lo miró por un segundo, una mezcla de agotamiento y alivio reflejada en su rostro. No había preguntas, solo un breve intercambio de miradas que decían más que cualquier palabra.
Ambos entraron a la habitación, y el ambiente de tensión que los rodeaba se desvaneció. Era el tipo de descanso que necesitaba, un espacio para dejar ir el peso del día y relajarse uno con el otro
Fin del cap.