El día comenzaba con un aire de resaca emocional. Marcopolo despertó en una de las habitaciones del bar, apenas recordando cómo había llegado allí. La luz que se filtraba por las cortinas mal ajustadas le provocaba un dolor agudo en la cabeza, intensificando su incomodidad. Sentado en el borde de la cama, su sombrero estaba tirado en el suelo junto a su arma Murmullo, cuidadosamente apoyada contra la pared. Su brazo aún dolía, un recordatorio de la noche anterior.
Sacudiéndose el aturdimiento, se levantó lentamente, se lavó la cara en un pequeño lavabo junto a la cama, y se dirigió al bar. Allí, como siempre, estaba Kurogiri, impecable y sereno, esperando tras la barra. Frente a él, un plato con un desayuno sencillo pero contundente: huevos, tostadas y café.
—Buenos días, Marcopolo —saludó Kurogiri con su tono habitual, mezcla de cortesía y preocupación.
—¿Qué hora es? —preguntó Marcopolo mientras tomaba asiento en la barra, su voz ronca, el cansancio pesando en cada palabra.
—Un poco después del amanecer. Asumí que necesitarías algo para recuperar fuerzas. Cortesía de la casa.
Marcopolo miró el plato por un momento antes de tomar un sorbo de café, permitiendo que el calor lo despabilara. Mientras comía en silencio, Kurogiri lo observaba con discreción.
—¿Te encuentras bien? —preguntó finalmente.
—Definitivamente he estado mejor —respondió Marcopolo sin levantar la mirada.
El ambiente en el bar se mantenía tranquilo, hasta que la puerta se abrió de golpe. Giran entró, sorprendiéndose al ver a Marcopolo tan temprano.
—¡Mira quién madrugó! —exclamó Giran con su sonrisa burlona habitual mientras se acercaba a la barra. —Pensé que te habías evaporado después de anoche.
Marcopolo no respondió, simplemente siguió comiendo. Kurogiri lanzó una mirada de advertencia a Giran, pero este, ignorándolo, se sentó junto a Marcopolo.
—Relájate, amigo. Te ves como si hubieras peleado contra un Nomu y perdido. Pero justo tengo algo que podría animarte.
Marcopolo alzó una ceja, finalmente girando la cabeza hacia Giran.
—¿Qué quieres? —preguntó con un tono seco.
—Trabajo, por supuesto. Hay alguien que necesita desaparecer, y tú eres el indicado para el encargo. Pagará bien, suficiente para que te tomes unas "vacaciones" si quieres.
Por un momento, Marcopolo consideró sus palabras. El recuerdo de la noche anterior aún lo perseguía, pero el dinero y la distracción eran tentadores.
—Está bien —dijo finalmente, empujando el plato vacío hacia Kurogiri y tomando su sombrero. —Dame los detalles.
Giran sonrió ampliamente, complacido.
—Sabía que dirías que sí. Hablaremos más tarde; los detalles están en camino.
Marcopolo asintió y se levantó de la barra. Antes de salir, Kurogiri le habló en voz baja.
—Cuídate, Marcopolo. Parece que estás luchando contra más de lo que puedes admitir.
Marcopolo se detuvo un instante, luego simplemente ajustó su sombrero y salió del bar sin responder. Los engranajes del próximo capítulo de su vida comenzaban a moverse nuevamente, aunque la sombra de su pasado seguía aferrándose a él con fuerza.
Después de que Marcopolo salió del bar, el silencio quedó suspendido en el aire. Giran, aún sentado junto a la barra, encendió un cigarrillo y exhaló lentamente, observando la puerta por la que Marcopolo había salido.
—Ese tipo está roto —comentó, casi para sí mismo, mientras jugueteaba con el encendedor.
Kurogiri, que había comenzado a recoger el plato y la taza de Marcopolo, respondió sin mirarlo.
—Tiene sus demonios, como todos nosotros.
Giran soltó una risa seca.
—Sus demonios parecen más grandes. ¿Viste cómo estaba anoche? Nunca lo había visto tan mal.
Kurogiri se detuvo un momento, dejando el plato en la barra y mirando a Giran con sus brillantes ojos amarillos.
—Marcopolo es un hombre complicado. Su pasado parece perseguirlo de maneras que ni siquiera él comprende.
—Complicado no es suficiente para describirlo. ¿Sabías que casi me vuela la cabeza ayer? Por poco y termino desintegrado por sus malditos recuerdos.
—Esa reacción no fue intencionada, Giran. —Kurogiri hizo una pausa, su voz se suavizó un poco—. Cuando el pasado de alguien está lleno de sombras, a veces esas sombras toman el control.
Giran apagó su cigarrillo en el cenicero, con una mezcla de irritación y preocupación.
—Eso no lo hace menos peligroso. ¿Y si la próxima vez no se detiene?
Kurogiri no respondió de inmediato. En cambio, limpió la barra con calma, como si estuviera procesando las palabras de Giran. Finalmente, dejó el paño a un lado y dijo:
—Ven conmigo.
Giran lo miró con curiosidad, pero se levantó de su asiento y lo siguió hasta la parte trasera del bar. Kurogiri abrió un portal que los condujo a una pequeña sala, oscura y aislada, que servía como sus aposentos personales. Era un espacio sobrio, con una mesa, un par de sillas y algunos documentos ordenados meticulosamente.
Ambos se sentaron, y Kurogiri comenzó a hablar con tono más íntimo.
—Marcopolo es un enigma, incluso para mí. Su capacidad para mantener la compostura en las situaciones más tensas es admirable, pero esas grietas que mostró ayer… son preocupantes.
Giran cruzó los brazos, inclinándose hacia adelante.
—¿Crees que puede romperse?
Kurogiri asintió lentamente.
—Es posible. Su comportamiento sugiere un trauma profundo, uno que aún no ha enfrentado. Pero también hay algo más. Un fuego, una determinación que lo mantiene en movimiento. Es lo que lo hace efectivo, pero también lo que lo consume.
—¿Y si ese fuego se sale de control?
Kurogiri se tomó un momento antes de responder.
—Entonces tendremos que tomar decisiones difíciles. Pero por ahora, debemos observarlo. Guiarlo si es posible. Marcopolo es una herramienta valiosa, pero también un hombre perdido. Si podemos ayudarlo a encontrar un propósito más allá de la violencia, quizás pueda estabilizarse.
Giran soltó una risa irónica.
—¿Ayudarlo? No sabía que eras tan sentimental.
—No es sentimentalismo, Giran. Es pragmatismo. Si no hacemos nada, podríamos perderlo. Y alguien como Marcopolo, descontrolado… sería un desastre tanto para nosotros como para él.
El silencio volvió a llenar la habitación mientras ambos hombres reflexionaban sobre las palabras de Kurogiri. Finalmente, Giran se levantó de su asiento.
—Bueno, haz lo que creas necesario. Yo solo espero que no termine disparando a alguien que no debe.
Kurogiri lo observó salir del portal con su andar relajado pero pensativo. Una vez solo, Kurogiri se quedó mirando el espacio vacío frente a él.
—Marcopolo… ¿cuánto más puedes soportar antes de quebrarte? —murmuró para sí mismo antes de regresar al bar.
En una sala sombría, apenas iluminada por el tenue brillo de pantallas y tubos de ensayo que parpadeaban en tonos verdes y azules, el ambiente se llenaba del monótono sonido de respiradores mecánicos. All For One estaba sentado en un trono metálico, su rostro desfigurado cubierto por vendas y tubos que lo mantenían con vida. Aunque carecía de ojos, su presencia dominaba el lugar.
—Garaki... —su voz resonó, profunda y distorsionada—. Dime, ¿qué progreso hemos logrado con los Nomus?
El doctor Kyudai Garaki, con su figura diminuta y encorvada, se acercó con un dispositivo en la mano, ajustándose las gafas mientras observaba los datos.
—El avance es considerable, maestro. Hemos logrado perfeccionar la implantación quirúrgica de quirks, y los nuevos modelos presentan mayor resistencia y capacidad de regeneración. Pronto estarán listos para la siguiente fase.
All For One asintió lentamente, su respirador emitiendo un leve siseo.
—Eso es bueno, pero... —pausó, como si reflexionara—, háblame de Tomura.
Garaki frunció el ceño, el tono de su maestro indicaba una mezcla de preocupación y expectativa.
—Tomura está progresando, pero su carácter sigue siendo un problema. La rabia lo domina, y aunque eso lo hace impredecible, también lo vuelve imprudente. Necesita tiempo para afinar su liderazgo y desarrollar la paciencia que requiere nuestro plan.
All For One inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara las palabras del doctor.
—Entonces, es una cuestión de equilibrio. Su impulso destructivo es su mayor fortaleza y su mayor debilidad. —Hizo una pausa prolongada antes de continuar—. Pero no estamos sin recursos.
Con un gesto lento, señaló una pantalla cercana donde aparecía un análisis detallado de Marcopolo: habilidades, patrones de comportamiento, y sus acciones recientes en el ataque a Hosu.
—Nuestro mercenario, Marcopolo… —continuó All For One, su tono calculador—. Es una herramienta fascinante. Precisa, eficiente, despiadada. Pero también veo las grietas.
Garaki ajustó sus gafas, observando los datos en la pantalla.
—Es cierto. Su estabilidad mental es... cuestionable. Lo que presenciamos en el bar es un claro ejemplo de eso. Parece estar atormentado por algo, maestro.
—Y esas grietas son lo que lo hacen tan útil. —All For One dejó escapar una leve risa, apenas perceptible tras su respirador—. Los hombres como él, aquellos que cargan con un pasado que no pueden recordar o soportar, son los más fáciles de manejar. Todo lo que debemos hacer es mantenerlo enfocado en su propósito.
Garaki asintió, aunque cierta inquietud cruzó su rostro.
—¿Crees que pueda perder su utilidad, maestro?
All For One levantó una mano vendada, haciendo un gesto para calmar al doctor.
—Eventualmente, todos lo hacen. Pero antes de que eso ocurra, debemos exprimir todo lo que podamos de su potencial. Marcopolo es un arma. Y como cualquier arma, debe ser utilizada antes de que se desgaste.
El silencio cayó sobre la sala, interrumpido solo por el constante zumbido de las máquinas. All For One inclinó la cabeza ligeramente hacia Garaki.
—Dile a Tomura que mantenga a Marcopolo cerca. Que le dé misiones lo suficientemente desafiantes como para mantenerlo ocupado, pero no tanto como para quebrarlo. No queremos que esa chispa de inestabilidad se convierta en un incendio que no podamos controlar.
Garaki asintió rápidamente.
—Entendido, maestro. Me aseguraré de que Tomura lo aproveche al máximo.
All For One volvió a reclinarse en su trono, su rostro vuelto hacia el vacío, como si mirara a través del tiempo y el espacio.
—El tiempo es nuestro aliado, Garaki. Y mientras tengamos herramientas como Marcopolo y Tomura, el futuro nos pertenecerá.
Garaki salió de la habitación, dejando a All For One en la penumbra. El villano supremo permaneció en silencio, escuchando el ritmo constante de su respirador mientras meditaba sobre los próximos movimientos. En su mente, Marcopolo no era más que una pieza en un tablero mucho más grande, un peón con el potencial de volverse una reina... o de ser sacrificado cuando fuera necesario.
El sol apenas comenzaba a elevarse sobre la ciudad cuando Marcopolo, ahora limpio y en su mejor forma, se encontraba caminando por un callejón oscuro. Su sombrero y gabardina estaban impecables, ocultando a la perfección cualquier rastro del caos interno que había sentido la noche anterior. No podía permitirse mostrar debilidad. La reputación lo era todo en su línea de trabajo, y cualquier señal de flaqueza podía ser aprovechada por aquellos que lo rodeaban.
El trabajo que Giran le había asignado era sencillo: un robo. Algo que, para alguien con su nivel de precisión y planificación, era rutina. Según las instrucciones, debía infiltrarse en un almacén de seguridad en las afueras de la ciudad y recuperar un paquete específico, uno que contenía información sensible sobre ciertos tratos ilegales entre héroes corruptos y empresarios influyentes.
Marcopolo llegó al lugar indicado al atardecer. Era un edificio discreto, aparentemente una bodega común, pero su ojo entrenado notó las cámaras de seguridad estratégicamente ocultas y la presencia de dos guardias en la entrada principal. Tomó un respiro profundo y evaluó la situación.
—Esto no tomará mucho tiempo, —murmuró para sí mismo mientras preparaba su equipo.
Sacó a Murmullo, su fiel arma, y comenzó a trabajar. Su quirk, combinado con su puntería natural, le permitía calcular ángulos y trayectorias con precisión inhumana. Con un par de disparos silenciados, las cámaras fueron inutilizadas antes de que alguien pudiera notar el fallo.
Moviéndose como una sombra, neutralizó a los guardias con golpes precisos y rápidos, asegurándose de noquearlos sin alertar a nadie más. Una vez dentro, sus pasos eran ligeros, casi imperceptibles, mientras recorría los pasillos iluminados con luces fluorescentes.
El paquete estaba en una caja fuerte en el nivel inferior. Marcopolo había recibido las combinaciones de Giran, pero sabía que siempre había margen de error. Sin embargo, con su experiencia, el sistema de seguridad de la caja fuerte fue un obstáculo menor.
Al abrirla, encontró el paquete: un maletín metálico con un candado biométrico. Lo tomó sin vacilar, revisando rápidamente el contenido para asegurarse de que todo estaba en orden.
—Información comprometida. Vaya, parece que a alguien no le gusta jugar limpio, —dijo con una sonrisa torcida mientras cerraba el maletín.
La salida fue tan limpia como su entrada. Ningún ruido, ningún rastro, ningún testigo. Para cuando los guardias despertaran, Marcopolo estaría a kilómetros de distancia, y el maletín estaría en manos de Giran.
De regreso al punto de encuentro, reflexionó sobre su desempeño.
—Eficiente como siempre, —pensó, ajustando su sombrero mientras desaparecía en las sombras de un callejón.
Al llegar al lugar designado, Giran lo esperaba con una sonrisa de satisfacción, acompañado de su característico cigarro.
—Sabía que eras el hombre indicado para esto, —dijo mientras tomaba el maletín y revisaba su contenido.
Marcopolo, imperturbable, se cruzó de brazos y simplemente respondió:
—El trabajo está hecho. ¿Qué sigue?
Giran rió suavemente, cerrando el maletín.
—Nada por ahora, pero no me cabe duda de que te necesitaré pronto. Tu eficacia sigue siendo asombrosa, Marcopolo.
Sin decir nada más, Marcopolo asintió y se alejó, listo para enfrentar lo que viniera después. Aunque su mente seguía llena de sombras y fragmentos del pasado, su profesionalismo lo mantenía enfocado. El trabajo siempre era lo primero.
5 horas después
Era una noche tranquila, pero con un aire cargado de tensión. Las calles menos transitadas, donde Marcopolo solía moverse para evitar atención, estaban vacías salvo por algunas luces parpadeantes de farolas viejas. Había terminado su último trabajo: entregar un paquete sin abrir a un cliente anónimo. Nada complicado, pero suficiente para pagar las facturas.
Con su sombrero bien calado y el abrigo cubriéndole la figura, Marcopolo caminaba hacia su apartamento. Los sonidos de sus botas resonaban en el asfalto húmedo, un eco que lo acompañaba en la soledad. De repente, sintió una presencia, una mirada fija.
—Sabes que te vi desde hace cinco calles atrás —dijo una voz profunda, cansada pero firme.
Marcopolo se detuvo. Giró ligeramente la cabeza y allí, en la penumbra, estaba Eraserhead. La bufanda de combate descansaba ligeramente alrededor de su cuello, y su mirada era un enigma, mezcla de cansancio y resolución.
—No esperaba encontrarme contigo, héroe. —Marcopolo dejó escapar una sonrisa sardónica, aunque no levantó las manos ni mostró intención de pelear.
Aizawa no respondió de inmediato. Dio un paso al frente, manteniendo una distancia prudente. Observaba a Marcopolo con detenimiento, como si intentara descifrarlo.
—No tiene sentido que peleemos aquí —dijo finalmente. Su tono era neutral, casi monótono.
Marcopolo soltó una carcajada breve.
—Sabio de tu parte. Sería ruidoso, y tú no eres de los que gustan de llamar la atención.
Hubo un momento de silencio incómodo entre ambos. El viento sopló, levantando un poco de polvo y hojas secas. Aizawa rompió el silencio:
—Tienes habilidades que podrían ser útiles para algo más que... esto. —Hizo un gesto con la mano, indicando a Marcopolo y, por extensión, todo lo que representaba: un mercenario que caminaba en la delgada línea entre la moralidad y el caos.
Marcopolo lo miró fijamente, casi sorprendido por el comentario.
—¿Intentas reclutarme, héroe? —preguntó con ironía, apoyándose contra una pared cercana.
—No, no soy tan ingenuo —respondió Aizawa, manteniendo su mirada fija. —Pero tampoco soy ciego. He visto informes. Tu precisión, tus movimientos... no son solo producto de entrenamiento. Hay algo más ahí, algo que no encaja con los criminales comunes.
Marcopolo mantuvo el silencio por un momento, sus ojos ocultos bajo el ala de su sombrero. Aizawa tenía razón, pero no pensaba confirmarlo.
—Tú y yo vivimos en mundos distintos. No somos tan diferentes, pero nuestras lealtades lo son.
Aizawa se cruzó de brazos, reflexionando.
—Quizás. Pero no siempre será así. —Se inclinó un poco hacia adelante, su voz más baja pero cargada de intención. —Tarde o temprano, estarás en una posición donde tendrás que elegir un lado. Espero que cuando ese momento llegue, escojas algo más que dinero.
Las palabras calaron más profundo de lo que Marcopolo admitiría. Apartó la mirada, fingiendo no haberlas oído. Luego de un momento, se irguió y ajustó su abrigo.
—Eres demasiado optimista para alguien que lleva ojeras tan profundas —dijo finalmente, dando un paso hacia la oscuridad.
Aizawa no lo detuvo. Simplemente lo observó alejarse, como si intentara descifrar qué clase de hombre era en realidad.
Antes de desaparecer completamente, Marcopolo se giró un instante.
—Gracias por no hacer de esto algo... complicado. Hasta la próxima, héroe.
Y con eso, se perdió entre las sombras de la ciudad, dejando a Aizawa solo bajo la tenue luz de una farola, reflexionando sobre el misterioso mercenario.
La noche era pesada, y el sonido del viento contra las ventanas del apartamento de Marcopolo solo acentuaba el ambiente lúgubre. Cerró la puerta detrás de sí, dejando caer su sombrero sobre una mesa y desabrochando su abrigo con movimientos lentos y calculados. Estaba agotado, pero no tanto como para relajarse por completo.
Caminó hacia el espejo del baño, sus pasos resonando en la madera desgastada. Se detuvo frente al cristal empañado y se observó a sí mismo. Los ojos hundidos, las marcas de cansancio y las pequeñas cicatrices en sus manos le devolvían la mirada. Intentó enfocarse, forzarse a recordar algo más allá del presente, algo de su vida anterior. Cerró los ojos, esperando que los flashbacks lo inundaran como tantas veces antes.
Pero nada llegó.
El silencio se alargó, y la falta de recuerdos era un vacío tan profundo que lo llenaba de ansiedad. Abrió los ojos de golpe y golpeó el lavabo con fuerza, dejando un leve rastro de sangre en sus nudillos aún sensibles por la noche anterior. Respiraba con dificultad, como si estuviera a punto de perder algo esencial.
"¿Por qué no puedo recordar?" pensó, sus manos temblando ligeramente.
Pasaron cinco minutos, tal vez más. Marcopolo seguía de pie frente al espejo, aún completamente vestido. No había logrado descomprimir el caos en su mente cuando un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Entrega de pizza —anunció una voz al otro lado de la puerta.
Marcopolo frunció el ceño. No había pedido nada, pero el anuncio le resultaba curiosamente familiar. "¿Pizza?" murmuró para sí mismo, su mente divagando hacia las pocas cosas que recordaba del anime que tanto había amado en su otra vida. Fue uno de los raros momentos en que un atisbo de su antiguo ser cruzó su mente.
Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, el mundo explotó.
Un rugido ensordecedor sacudió el edificio, y la puerta de su apartamento fue arrancada de cuajo por una explosión violenta. Marcopolo apenas tuvo tiempo de saltar hacia un costado antes de que la onda expansiva lo arrojara contra la pared. El aire se llenó de polvo, astillas y el olor a quemado. Tosió, intentando recuperar el aliento, mientras sus oídos zumbaban incesantemente.
—¡Tenemos al objetivo! —gritó una voz masculina desde fuera, firme y autoritaria.
Marcopolo apenas podía ver entre la nube de escombros, pero distinguió las siluetas de varios héroes entrando a toda prisa. Uno de ellos era Wash, quien comenzó a liberar un chorro de agua hacia el suelo, cubriéndolo con espuma para hacerlo resbaladizo.
—Ríndete, Marcopolo. No tienes escapatoria —anunció otro héroe, una figura alta y robusta que se aproximaba con cautela.
Aún aturdido, Marcopolo tanteó su cinturón y sacó a Murmullo, su confiable arma, mientras se obligaba a levantarse. Una punzada de dolor en sus costillas le hizo jadear; seguramente tenía una fractura, pero no tenía tiempo para confirmarlo.
—Siempre hay una escapatoria —gruñó, disparando a ciegas hacia el grupo.
Los héroes se dispersaron, pero uno de los proyectiles impactó una tubería cercana, provocando una pequeña explosión de vapor que cubrió momentáneamente su visión. Usando el caos como ventaja, Marcopolo saltó por la ventana, cayendo al callejón trasero.
Apenas aterrizó, sintió cómo su pierna se doblaba por el impacto. Un dolor punzante recorrió su cuerpo, pero no se detuvo. Cojeando, se apoyó contra una pared mientras escuchaba a los héroes acercándose rápidamente.
—¡No dejen que escape! —ordenó Wash, saltando hacia la calle y cubriendo el suelo con más espuma.
Marcopolo intentó correr, pero sus pasos eran torpes, y la espuma lo hizo resbalar. Cayó de rodillas, pero giró justo a tiempo para disparar un proyectil hacia Wash. El disparo perforó un poste cercano, provocando que cayera una serie de cables eléctricos.
Wash intentó esquivar, pero los cables chisporrotearon y cayeron sobre él. Hubo un destello brillante y un grito ahogado mientras su cuerpo empezaba a desintegrarse rápidamente bajo el efecto de su propia peculiaridad incontrolada, que lo volvió vulnerable al impacto eléctrico.
Marcopolo no se detuvo a mirar el desenlace. Con sangre goteando de su boca y una pierna claramente dañada, siguió avanzando hacia un túnel cercano. Los gritos y órdenes de los héroes lo perseguían, pero logró desaparecer entre las sombras, maldiciendo entre dientes mientras apretaba su brazo herido.
—Demasiado cerca... —murmuró para sí mismo, tosiendo y dejando una mancha de sangre en su guante.
Finalmente, se dejó caer en un rincón oscuro, oculto por completo de sus perseguidores. Había logrado escapar, pero sabía que esto no era un triunfo. Los héroes lo querían más que nunca, y ahora estaba herido y vulnerable.
Mientras se presionaba la herida, sus pensamientos volvieron a la explosión. "Esto no fue un accidente... alguien me quiere fuera del juego."
Con cada paso, Marcopolo sentía el peso de su cuerpo lastimado. Su abrigo estaba rasgado, y la sangre seca manchaba la tela cerca de su costado. Su pierna herida hacía que cada movimiento fuera una tortura, pero no podía detenerse. La oscuridad de la noche era su única aliada, y cada sombra le ofrecía un respiro momentáneo mientras evitaba a los héroes que aún lo buscaban.
Finalmente, llegó al bar de Kurogiri. La puerta se abrió con un chirrido, y el aire cálido y denso del lugar lo envolvió. Kurogiri levantó la mirada desde detrás de la barra, dejando lo que estaba haciendo al notar el deplorable estado de Marcopolo.
—¿Qué te pasó? —preguntó, su tono denotando una mezcla de preocupación y sorpresa.
Marcopolo, sin responder de inmediato, se dejó caer pesadamente en uno de los taburetes frente a la barra. Con manos temblorosas, sacó Murmullo y lo colocó sobre la barra, como si el arma misma compartiera su agotamiento.
—Intentaron capturarme... casi lo logran —murmuró, su voz ronca por el esfuerzo.
Kurogiri desapareció brevemente y regresó con un botiquín médico y un vaso de whisky, colocándolo frente a Marcopolo. —Bebe esto. Luego déjame revisarte.
Mientras Kurogiri comenzaba a limpiar las heridas y vendar su costado, Shigaraki, que estaba sentado en una esquina del bar, se levantó lentamente. Se acercó con pasos lentos y las manos en los bolsillos, observando a Marcopolo con una expresión de curiosidad morbosa.
—Entonces, el famoso mercenario no es tan intocable después de todo —comentó, su tono cargado de burla.
Marcopolo alzó la mirada, sus ojos destellando con una mezcla de cansancio y peligro. —¿Quieres comprobarlo ahora mismo? —replicó, su mano acercándose a Murmullo.
—Tranquilos, ambos —intervino Kurogiri, colocando una mano firme en el hombro de Marcopolo.
Shigaraki ignoró la advertencia y se inclinó hacia él. —Deberías considerar trabajar con nosotros de forma permanente. Mira en qué estado estás. Si te quedas aquí, podemos protegerte. Kurogiri puede curarte. Y yo... bueno, puedo garantizar que nadie más intente matarte.
Marcopolo se rió, un sonido seco y sarcástico. —¿Protección? ¿De quién? ¿De los héroes que apenas puedes enfrentar?
—Esos héroes están demasiado ocupados para preocuparse por mí —respondió Shigaraki con un toque de arrogancia. —Pero tú... eres una herramienta útil. Aunque no me guste admitirlo, necesitamos a alguien como tú.
Hubo un silencio tenso en la sala. Marcopolo tomó el vaso de whisky y lo bebió de un solo trago antes de hablar. —¿Y qué gano yo?
Shigaraki sonrió, una mueca torcida y siniestra. —Un lugar seguro. Recursos para tus trabajos. Y, por supuesto, la oportunidad de hacerles pagar a esos héroes por lo que te hicieron esta noche.
Marcopolo meditó las palabras mientras Kurogiri terminaba de vendarlo. Era cierto que necesitaba un lugar donde recuperarse y reabastecerse, pero trabajar directamente con ellos significaba atarse a los ideales de Shigaraki, algo que siempre había evitado.
Finalmente, Marcopolo se levantó con esfuerzo, tomando a Murmullo y guardándolo en su cinturón. Miró a Shigaraki fijamente, sus ojos fríos e implacables.
—No trabajo para nadie. Trabajo con quien me conviene. Si necesitas mis servicios, me llamas. Pero no esperes que me quede aquí como un perro guardián.
Shigaraki frunció el ceño, claramente molesto por la respuesta, pero antes de que pudiera replicar, Kurogiri intervino. —Es una decisión justa. De momento, necesitas tiempo para recuperarte. Nosotros no vamos a presionarte.
Marcopolo asintió, pero antes de retirarse al cuarto que Kurogiri le había asignado temporalmente, se giró hacia Shigaraki. —La próxima vez que intentes atraparme en tus juegos, Tomura, te aseguro que no terminarás tan entero como esta noche.
Con esas palabras, Marcopolo desapareció en las sombras del pasillo, dejando a Shigaraki mordiéndose las uñas con frustración. Kurogiri lo observó irse, y luego dirigió una mirada severa hacia Shigaraki.
—Si lo necesitas tanto como dices, es mejor que aprendas a no subestimarlo. Marcopolo no es alguien que se deje manipular tan fácilmente.
Shigaraki no respondió, pero la idea de tener a Marcopolo bajo su control seguía rondando su mente.
Algún día, pensó shigaraki, algún día...
Fin del capitulo 9