En México, CDMX, había un joven con aspecto desaliñado, con la ropa rajada, cicatrices por toda la cara y una increíble adicción al perico. Pero por mero asar del destino, un hombre con aspecto de ser alguien importante, con un traje finísimo, un sombrero de copa y, como no podía faltar, un bastón de madera tallada.
<¡No, hermano! Yo quiero, perico> dije molesto.
La casa del hombre era un tanto diferente, pero no le di importancia. Al día siguiente me levanté tan descansado que hasta había olvidado dónde estaba. Al salir del cuarto donde había dormido, pude ver una casa llena de todo tipo de curiosidades, tales como espadas, escudos, cabezas disecadas, etc., pero por alguna razón no podía parar de ver una cosa en especial: una extraña estatua con forma de un hombre
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<¿Cómo se llama usted? Yo soy Liam, pero no sé usted. Apenas salí de esa casa, sentí un escalofrío, me di la vuelta con brusquedad, y ya, no había casa, era tan solo un callejón. Al cabo de un rato ya estaba caminando de nuevo como un vagabundo, cuando de pronto escucha un ruido, se da la vuelta para ver que es, y era un camión de carga a toda velocidad. Después de unos cuantos segundos desperté, pero no estaba ni en un hospital ni en alguna ambulancia, donde me encontraba era un lugar oscuro, sin inicio ni final. <¿hola, hay alguien ahí?> dije confundido. <¡¿Quién dijo eso?!> grité, sintiendo escalofríos por todo el cuerpo. <¿O sea que te conozco?> <¿perdón?> dije con confusión.