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Renacer de la sangre

🇨🇴Leo_Rexar
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Synopsis
Alqatil, un joven pobre, muere apuñalado al intentar defender a una mujer de su exnovio violento. Sin embargo, en lugar de ir al cielo o al infierno, renace en un mundo desconocido, donde tendrá que descubrir su propósito y su destino. En su nueva vida, se enfrentará a peligros, misterios y secretos que pondrán a prueba su voluntad y su carácter. ¿Podrá Alqatil aprovechar su segunda oportunidad y encontrar la felicidad? ¿O volverá a repetir los mismos errores que lo llevaron a la muerte.
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Chapter 1 - α

En la ciudad de Lya, un lugar donde las calles nunca descansan y las voces de la multitud forman una melodía constante, una familia pasea con tranquilidad. A primera vista, parece el cuadro perfecto: un padre con postura confiada, una madre con una sonrisa suave y un niño pequeño, Elías, cuya risa contagiosa rompe cualquier tensión en el aire. Pero alguien más los observa desde un rincón oscuro, alguien que no comparte esa misma perspectiva. Para él, esta familia no es más que una distracción bonita, una pieza más en su juego personal.

Elías, como cualquier niño curioso, se suelta de la mano de su madre en un instante de descuido. Entre la corriente interminable de personas, su pequeña figura se pierde rápidamente. La madre, al darse cuenta, siente cómo su corazón se detiene por un momento antes de gritar su nombre:

—¡Elías! ¡Elías!

Su voz se alza, cargada de angustia, pero la multitud sigue moviéndose, ajena a su desesperación. Entonces, desde la masa de cuerpos, aparece un joven. Es alto y delgado, de aspecto común, pero sus ojos, oscuros y profundos, tienen algo que inquieta si los miras demasiado.

—¡Señores, aquí está su hijo! —anuncia, sujetando la pequeña mano de Elías.

La madre corre hacia ellos, atrapando al niño en un abrazo que parece que nunca terminará.

—¡Gracias a Dios, Elías! —exclama, con lágrimas a punto de brotar—. ¿En qué estabas pensando? ¡No puedes volver a hacer esto!

Elías, cabizbajo y mordiéndose el labio, asiente en silencio. Mientras tanto, la madre levanta la vista hacia el joven con una mezcla de alivio y gratitud.

—De verdad, muchas gracias. No sé qué habría hecho sin su ayuda.

El joven sonríe, un gesto breve pero convincente.

—No ha sido nada —responde, ya comenzando a alejarse entre el gentío.

Sus pasos son tranquilos, casi descuidados, pero hay algo extraño en su postura. Nadie nota cómo su sonrisa, ahora que nadie lo mira, se convierte en una mueca afilada.

—"Tan fácil como robarle un caramelo a un niño" —piensa, mientras se mezcla nuevamente con las sombras de la ciudad.

El sol comenzaba a esconderse en el horizonte, dejando tras de sí un cielo teñido de naranjas y morados. La brisa fresca de la tarde acariciaba el rostro de Alqatil mientras caminaba por la acera. Con las manos en los bolsillos de su chaqueta gastada, sus pasos eran lentos, casi arrastrados. Observó los árboles que bordeaban la calle; sus hojas bailaban con el viento, mientras el ruido de la ciudad formaba un murmullo constante a su alrededor.

—Ha pasado tanto tiempo… —murmuró, apenas audible, como si hablase consigo mismo.

Las palabras salen de sus labios cargados de tristeza, y por un momento, su mente fue invadida por recuerdos borrosos: una voz cálida llamándolos a cenar, risas en un rincón de una casa humilde… y luego, el silencio. Limpió una lágrima que resbaló por su mejilla, disimulándola como si nadie pudiera verla.

Alqatil detuvo su caminata frente a una pequeña y deteriorada casa de ladrillos grises. El jardín estaba descuidado, con malas hierbas cubriendo lo que alguna vez fue un camino claro hacia la entrada. El marco de la puerta colgaba, y las ventanas estaban opacas por la suciedad. Este lugar, aunque frío y desolado, era lo único que podía llamar hogar.

Dentro, el ambiente era aún más deprimente. Las paredes estaban agrietadas, con manchas de humedad que contaban historias de abandono. Una mesa pequeña y tambaleante ocupaba el centro de la sala, rodeada por sillas de madera que parecían a punto de colapsar. En una esquina, un colchón raído por la humedad hacía las baces de cama. Sobre él, una manta vieja con un agujero en el centro apenas lograba protegerlo del frío de las noches.

—Es todo lo que tengo. —Suspiró, dejando caer su chaqueta en la única silla que parecía estable.

Mientras se dirigía a buscar algo de comida en el desgastado refrigerador, un pensamiento lo golpeó de repente.

—El alquiler… —dijo, con un nudo en la garganta.

Su estómago gruñó, recordándole que no había comido en todo el día, pero el peso del dinero, o más bien, la falta de él, lo empujó a salir nuevamente. Con las manos temblando, decidió dirigirse al cajero automático más cercano.

Mientras cruzaba una calle, sus pasos lo llevaron por un callejón. Fue entonces cuando escuchó voces elevadas. Una discusión.

— ¿Qué tan difícil es entender que fue solo un maldito trabajo? —gritaba un hombre con furia.

Alqatil se detuvo. El eco de la voz masculina rebotaba en las paredes del callejón, mezclándose con el sollozo desesperado de una mujer.

—¿Trabajo? —respondió ella entre lágrimas—. ¿Engañarme te parece un trabajo, John? No quiero verte nunca más.

Desde su posición, Alqatil vio cómo el hombre, con movimientos bruscos, alzó una mano y le dio una bofetada a la mujer. Ella retrocedió, pero él no se detuvo. La sujetó con fuerza, inclinándose para besarla mientras ella luchaba por apartarse.

La astucia de Alqatil comenzó a crecer en su pecho. Dio un paso hacia adelante, y el sonido de sus zapatos resonó en el callejón.

—Oye, basta. —Su voz era firme, pero no agresiva.

El hombre, John, lo miró de reojo, con una expresión de irritación.

—Este no es un asunto para extraños. Métete en tus asuntos y vete.

—Ella te pidió que te detuvieras. Hazle caso o llamaré a la policía.

La mujer, aprovechando la distracción, logró soltarse y corrió hacia la calle. Sin embargo, John no parecía dispuesto a dejar que las cosas terminaran así. Su mirada se clavó en Alqatil, como si toda su ira ahora tuviera un nuevo objetivo.

— ¿Quieres jugar al héroe? —gruñó, sacando un cuchillo de su bolsillo.

El filo del arma brilló bajo la tenue luz del callejón. Alqatil dio un paso atrás, levantando las manos.

—Tranquilo, no hay necesidad de esto. Solo cálmate.

Pero John no lo escuchaba. Se abalanzó hacia él, y aunque Alqatil intentó esquivarlo, su cuerpo no fue lo suficientemente rápido. Sintió el cuchillo perforar su costado, un dolor agudo y abrasador le arrancó el aliento.

—Maldita sea… —susurró, llevándose una mano al costado mientras caía de rodillas.

El mundo a su alrededor comenzó a desvanecerse. Desde el suelo, vio a John correr y desaparecer entre las sombras. La multitud que se había reunido observaba, murmurando entre sí, pero nadie se acercó a ayudarlo.

Sus pensamientos eran un torbellino. "¿Es así como terminar todo? ¿Sin nadie que me recuerde? Madre… lo siento". Las lágrimas rodaron por su rostro mientras el frío de la muerte comenzaba a apoderarse de él.

Cuando llegaron los paramédicos, su cuerpo estaba casi sin vida. Lo trasladaron de urgencia, pero a pesar de sus esfuerzos, no pudieron salvarlo. Horas más tarde, en una sala fría y sin nadie que preguntara por él, un médico llenó los papeles necesarios para que sus órganos fueran donados.

El cuerpo de Alqatil, incluso después de su muerte, fue tratado como un recurso más en una sociedad indiferente. Nadie acudió a reclamarlo. Nadie lloró por él.

Cuando abrió los ojos de nuevo, el mundo que lo rodeaba era extraño, ajeno a todo lo que había conocido. El vacío absoluto de la oscuridad lo envolvía, una quietud que hacía eco en su mente. No reconocía su cuerpo, no comprendía lo que estaba sucediendo. Pero en lo más profundo de su ser, algo cambiaba, algo primitivo se despertaba.

He renacido... La idea le atravesó la mente como un susurro, y aunque le resultaba incomprensible, podía sentirlo en cada fibra de su existencia. Algo había mutado, algo lo transformaba en alguien distinto. El dolor que sentía, indescriptible, lo arrastró aún más profundamente en esa nueva realidad.

De repente, el aire se volvió más liviano, como si una presión invisible lo soltara. Su cuerpo comenzó a flotar, a moverse, como si fuera parte de algo más grande. Sin previo aviso, unas manos lo rodearon con fuerza, un contacto físico que lo empujó sin piedad hacia el exterior. La incomodidad y el frío lo golpearon de inmediato, haciendolo retorcerse. Cada centímetro de su cuerpo ardía, como si mil agujas lo estuviera perforando. El dolor era insoportable, una sensación que quería hacerle gritar, pero no podía. Estaba atrapado en una forma que no comprendía, un cuerpo que no respondía.

¿Qué demonios están pasando? Pensó, mientras su conciencia se desbordaba por la brutalidad de su llegada a este nuevo mundo. Un llanto desgarrador se escapó de su garganta, un sonido vacío, incapaz de expresar todo el caos que se desmoronaba dentro de él.

—¡Felicidades, Abigaíl Rosenov! Has dado a luz a un hermoso niño —dijo una voz temblorosa, como de alguien que lleva años presenciando el mismo evento. La anciana le entregó al bebé, ahora envuelto en mantas, a una mujer con cabello rubio y ojos verdes. Su fragilidad era tan evidente que parecía que podría desmoronarse con solo respirar.

Alqatil, atrapado en la forma de un recién nacido, solo pudo pensar en una cosa: ¿Qué me han hecho?

La mujer, exhausta, apenas pudo levantar la mirada. Su rostro, pálido y cansado, rozaba el límite entre la vida y la muerte.

—Gracias... mi hijo, mi precioso Alqatil —dijo, como si esas palabras pudieran sanar todo el agotamiento que la consumía.

Pero Alqatil no escuchaba. En su mente, solo había espacio para una imagen, una imagen que lo perseguía con fuerza implacable. John... Ese nombre lo inundó, cada vez más fuerte. John… no olvidaré ese nombre, no lo olvidaré jamás.

En ese instante, un resplandor de furia creció en su interior. Sabía que, de alguna manera, estaba destinada a algo más grande que esa vida tan efímera. Su corazón latía con fuerza, no por la vida que había comenzado, sino por la venganza que lo consumiría. ¿Qué me hicieron, maldito?

John... La palabra sonaba en su mente como un juramento, y algo dentro de él lo sabía: No lo perdonaré.

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─────────Dos años después...──────────

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Alqatil ya había comenzado a comprender la magnitud del mundo en el que había renacido. Zalos , el Imperio de los Zolenos , no era solo un reino. Era una fuerza incontenible, una entidad colosal que extendía su dominio por más de veinte reinos, cada uno subyugado por la majestad de su emperador y la imponente dinastía que lo gobernaba. Zalos no solo conquistaba, sino que absorbía, integrando cada pedazo de territorio como parte de una vasta maquinaria, cuyos engranajes nunca se detenían.

El sol siempre parecía brillar con fuerza sobre la capital imperial, Azelanor , una ciudad tan monumental que sus murallas, cubiertas de antiguos glifos, se alzaban como gigantes de piedra. Los palacios, construidos con una mezcla de mármol, jade y oro, reflejaban el esplendor del imperio, mientras que las calles, siempre llenas de vida, resonaban con el sonido de los carruajes, los mercados bulliciosos y los pasos firmes de los soldados que custodiaban. su reino. La ciudad era un centro de poder que conectaba todos los reinos que Zalos había conquistado, donde las diferentes culturas se fusionaban bajo el dominio de los Zolenos, pero siempre con la corona imperial en lo más alto.

Zalos no solo era un imperio militarmente invencible; su cultura, su influencia y su poder espiritual eran conocidos en todo el continente. El pueblo adoraba a su emperador como a una deidad, y no era para menos. Su habilidad para cultivar el qi lo había elevado por encima de cualquier otro ser en todo el imperio. Las masas se postraban ante su nombre, mientras los nobles y cortesanos competían por el honor de acercarse a él, esperando obtener favores de un hombre cuyo poder se decía podía deshacer montañas o hacer florecer los campos más áridos con un solo gesto.

Los Zolenos gobernaban con mano de hierro, pero sabían que la estabilidad del imperio dependía no solo de la fuerza militar, sino también de la sabiduría de los que ocupaban los más altos rangos. Cada miembro de la familia real estaba entrenado en el arte del cultivo, y sus habilidades eran tan vastas que no había duda de que eran la raíz de todo el poder que emanaba de Zalos. Los emperadores no solo eran líderes; Eran visionarios, seres casi místicos que se comunicaban con el qi del mundo mismo, controlando los flujos de energía espiritual que mantenían el equilibrio de todo el imperio.