—¡Déjenla en paz! —gritó Alqatil, intentando zafarse de su captor y recordando viejos tiempos.
Uno de los hombres lo golpeó con fuerza, dejándolo aturdido.
—Silencio, mocoso. No queremos matarte... todavía.
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En un lugar apartado, los hombres revelaron sus intenciones.
—La familia imperial no debería mancharse con sangre plebeya —dijo uno de ellos, con desprecio—. Nos aseguraremos de que "la basura" desaparezca.
El acto que siguió fue una muestra de crueldad calculada, diseñada no solo para destruir a su madre, sino también para quebrar al niño que observaba.
Cuando todo terminó, dejaron el cuerpo de la mujer en el suelo y se giraron hacia Alqatil.
—Recuerda, niño. Este mundo no tiene lugar para los débiles.
Alqatil, llorando en silencio, sintió que algo dentro de él se rompía.
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En el salón del trono, el emperador Nerón permanecía inmóvil, sentado sobre un asiento imponente de obsidiana y oro. Su figura irradiaba autoridad, incluso mientras mantenía los ojos cerrados, concentrado en su cultivo. El aire a su alrededor parecía vibrar con energía contenida, como si el mero hecho de estar cerca de él resultara intimidante.
Un sirviente se acercó con pasos nerviosos, deteniéndose a una distancia prudente.
—Majestad... —susurró, su voz temblorosa—. Hay noticias sobre Lady Abigail... la madre del joven príncipe Alqatil.
Nerón abrió los ojos lentamente, dejando entrever un brillo helado en su mirada azul. No dijo nada, solo giró la cabeza levemente hacia el sirviente, indicándole que continuara.
—Fue atacada en la ciudad. Ha... fallecido. Parece ser obra de mercenarios.
El silencio que siguió era ensordecedor. La expresión del emperador no cambió, pero el sirviente pudo sentir un cambio en el ambiente. Una leve presión, como si el peso del mundo se concentrara sobre sus hombros. La mano de Nerón, apoyada en el brazo del trono, se tensó casi imperceptiblemente, y su respiración se hizo más profunda.
—Retírate —ordenó en un tono bajo, pero que no admitía réplica.
El sirviente se inclinó rápidamente y salió del salón, dejando al emperador en su soledad. A pesar de su exterior imperturbable, un destello de ira se reflejaba en sus ojos.
En una de las lujosas habitaciones del palacio, la mujer de cabello dorado y mirada venenosa, conocida como Lady Calisia, se encontraba riendo con suavidad. Un par de doncellas a su lado mantenían la vista baja, intentando no llamar la atención.
—Así que la plebeya finalmente encontró su final —dijo Calisia, jugando con una copa de vino en sus manos—. Y pensar que creía que podía caminar entre nosotros como si fuera igual.
Una de las doncellas asintió con cautela.
—¿Y los responsables, mi lady?
Calisia chasqueó la lengua, su sonrisa tornándose aún más afilada.
—¿Qué clase de ejemplo sería para el imperio si los dejamos libres? —dijo con falsa indignación—. Ejecuten a todos los involucrados. No podemos permitir que la sangre real sea deshonrada por actos tan vulgares.
Las doncellas intercambiaron miradas nerviosas, pero no dijeron nada mientras Lady Calisia tomaba un sorbo de vino, disfrutando de su victoria.
En las celdas subterráneas, los hombres responsables del asesinato de Abigail estaban encadenados, sus rostros desfigurados por la furia y la confusión.
—¡Esto es una traición! —gritó uno de ellos, golpeando los barrotes con sus puños—. Nos prometieron que esto no tendría consecuencias.
—¿Promesas? ¡Idiotas! —respondió otro, más viejo, escupiendo al suelo—. Esa mujer nos usó. Solo éramos peones en su juego.
Los guardias, indiferentes a los gritos, vigilaban las celdas con expresiones serias. Uno de ellos soltó una risa burlona.
—Les prometieron impunidad, ¿eh? Quizás deberían haber sabido que la sangre real no perdona deshonras.
La burla solo enfureció más a los prisioneros.
—¡Esto no quedará así! —rugió uno de ellos—. ¡Cuando salgamos de aquí, todos pagarán!
Pero sus gritos se apagaron cuando uno de los guardias habló.
—Nadie saldrá de aquí. La orden ya fue dada. Al amanecer, serán ejecutados.
El silencio que siguió fue pesado, lleno de resignación y rabia contenida.
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En la habitación de Alqatil, el silencio era tan denso como una niebla. El niño estaba sentado en la esquina, abrazando sus piernas mientras las lágrimas corrían por su rostro. La imagen de su madre, rota y sangrante, no dejaba de atormentarlo.
Unos golpes suaves en la puerta lo sacaron de sus pensamientos.
—¿Hermano? Soy yo, Luna.
No respondió, pero la niña entró de todos modos, llevando un plato de comida. Su rostro reflejaba tristeza y preocupación.
—Sé que esto no ayuda mucho, pero traje esto para ti. Lo hicieron especialmente por... por la muerte de alguien importante.
Cuando sus ojos se encontraron, el dolor de Alqatil se transformó en una furia descontrolada. De un manotazo, tiró el plato al suelo, derramando la comida.
—¡NO ME HABLES! —gritó, con la voz quebrada—. ¡ESA COMIDA ES PARA CELEBRAR EL CADÁVER DE MI MADRE!
Luna retrocedió, sorprendida y herida por las palabras de su hermano.
—Yo solo... quería ayudarte...
—¡AYUDARME! —gritó, poniéndose de pie—. ¡TÚ ERES COMO ELLOS! ¡TE ODIO! ¡OJALÁ TE MUERAS!
Luna apretó los labios, sus ojos llenándose de lágrimas. Sin decir nada más, se giró y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.
Cuando Alqatil se quedó solo, el peso de sus palabras lo golpeó con fuerza.
—"No debí haberle gritado..." —pensó, pero el arrepentimiento llegó demasiado tarde. Desde ese día, la relación entre ambos cambió para siempre. Luna, herida por el rechazo, comenzó a odiarlo en silencio, mientras que Alqatil se sumía cada vez más en su dolor y culpa.
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──────────────Fin───────────────
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El tiempo empezó a pasar y, sin hablar con nadie real, Alqatil comenzó a sentir una profunda soledad que lo carcomía por dentro. La falta de interacción humana lo hacía sentir como un fantasma atrapado en un mundo que ya no lo reconocía. Solo le daban comida cada siete días y agua cada cinco, así que para no morir de deshidratación, tenía que lamer las paredes y el techo, buscando las gotas de humedad como un animal en la búsqueda de su próximo sorbo. Cuando los guardias lo olvidaban durante uno o dos días, se veía obligado a comer cucarachas y moho para sobrevivir. Su cuerpo había sido llevado al límite: hambre, sed y un aire espeso de hedor eran su única compañía. Durante dos meses, la desesperación fue su única realidad, y la dignidad, como su piel sucia y magullada, había desaparecido.
Al principio, Alqatil aún lloraba, aún rogaba a las sombras que alguien viniera por él. Los gritos rasposos se convertían en susurros débiles, hasta que las lágrimas se agotaron y el dolor se volvió un peso frío en su pecho. La desesperanza lo aplastaba, pero entonces, algo empezó a germinar en el vacío de su alma. Primero fue una chispa, luego una llama, hasta que su sufrimiento se transformó en rabia. La traición de su propia sangre le dejó una herida que nunca sanaría, y esa rabia comenzó a alimentarse, a crecer, hasta convertirse en un odio profundo hacia todos. Los recuerdos de sus abusos, el sufrimiento físico y emocional, se acumulaban como un veneno, y la necesidad de venganza se volvió el motor de su existencia. De niño lloroso pasó a un ser consumido por un fuego oscuro.
Finalmente, lo liberaron, pero no fue por piedad. No era más que un desecho, algo que ya no valía la pena mantener en las mazmorras. Alguien había decidido que él ya no era un riesgo, tal vez porque no había nada más que sacar de él. Lo arrojaron a la calle como a un mendigo, despojándolo de toda dignidad. Alqatil gritaba preguntando por qué había sido expulsado de la familia real, y la única respuesta que recibió fue un seco "ya no perteneces". Los guardias lo empujaron hacia afuera sin ningún remordimiento, como si fuera basura que ya no tenía valor.
En la calle, se acurrucó entre las bolsas de basura, alimentándose de ratas y comiendo lo que fuera necesario para sobrevivir. El mundo que había conocido ya no existía. Estaba en la oscuridad, en un lugar sin nombre ni rostro, donde los gritos y las risas eran una constante. Noble tras noble, se divertían a su costa, insultándolo y pisoteando su dignidad. Cada golpe, cada palabra cruel, se grababa en su alma, y al final, Alqatil dejó de ser un niño. El mundo le había quitado todo: su familia, su nombre, su humanidad. Solo quedaba el odio.
Un día, mientras mendigaba algo de pan, vio a una cultivadora sanadora. Tenía un aire etéreo, con ropas blancas que irradiaban luz, y su presencia causaba que los demás se inclinaran con respeto. "Una sanadora", pensó Alqatil, con una chispa de esperanza en su corazón. "Ella me ayudará." Pero esa esperanza se rompió como cristal cuando su mirada se cruzó con la de él. La mujer lo ignoró por completo, y él, desesperado, intentó tocar su ropa, buscando alguna señal de humanidad.
—¿Cómo se atreve un mendigo como tú a tocar a la princesa Nox Xlim, maldito mortal? —gritó ella, su voz llena de desprecio. Con un movimiento rápido, concentró energía en su puño y lo mandó volar, lanzándolo contra la pared con una fuerza devastadora.
La cultivadora ni siquiera miró la escena, simplemente se alejó hacia una tienda a comprar unas pastillas, dejando a Alqatil tendido en el suelo, sintiendo cómo la vida se le escapaba. Mientras yacía desangrándose, un frío intenso se apoderó de él, pero al mismo tiempo, un fuego se encendió en su interior. Escuchó algo en el aire, algo que heló su sangre y la calentó a niveles explosivos. Un cambio ocurrió, algo dentro de él se rompió, pero también se reconfiguró. El odio que lo había consumido hasta ese momento adquirió un nuevo propósito.
[Energía desconocida detectada. Iniciando recopilación de datos...]
Progreso:
10%... 50%... 100%.
Recopilación exitosa de "Energía Mundial Externa" (Qi). Detectando etapas de cultivo:
1... 5... 10... etapas identificadas 20 sin identificar.
Detectando "Energía Interna del Cuerpo" (Qin). Reconociendo linaje...
Linaje identificado: Humano Mayor (Rango 3).
Desbloqueo del linaje:
0.0000001%... 0.00001%... 0.001%... 0.1%... 5%... 20%... 60%... 100%.
Estado del linaje: Activo. Energía del alma baja. Entrando en enfriamiento.
[Felicitaciones, Anfitrión. Su inicio hacia el poder comienza ahora.]
Alqatil sintió la oleada de información fluir por su mente. Era como si cada fibra de su ser estuviera resonando con una fuerza desconocida.
—¡Ja, jaja, JAJAJA! —Su risa resonó como un trueno, una mezcla de dolor, euforia y locura. Se adentró en la oscuridad del callejón, sus ojos brillando con una intensidad inhumana. La oscuridad lo abrazaba, y por primera vez, él la abrazó de vuelta.
El sufrimiento ya no era una carga, sino un combustible para un fuego que recién comenzaba a arder.